Santa peregrina italiana (Pisa, ca. 1155-1207). Realizó nueve peregrinaciones a Santiago y fue también a Jerusalén y a Roma. Bona da Pisa es una figura realmente singular: sus hagiógrafos -existen dos vitae- han sido los canónigos regulares del convento pisano de San Martino en Kinzica -donde estuvo acogida desde pequeña como oblata- y los monjes del de San Iacopo en Podio, que ella misma fundó. Hay muchas correspondencias en los dos textos, de los cuales se desprende una especie de competitividad en afianzar los vínculos de la santa con cada uno de los dos monasterios.
Un código, -el C 181, depositado en el archivo capitular del duomo de Pisa- recoge una primera biografía que informa que Bona nació en Pisa, en el barrio de Kinzica, en las orillas del río Arno, alrededor de 1155/1156. Su madre, Berta, era de origen corso, y Bona fue el fruto de su unión extramatrimonial con un rico mercader, Bernardo, quien vivía en Jerusalén donde tenía tres hijos y abandonó a Bona y a su madre cuando la niña tenía tres años. Las enormes dificultades económicas y sociales a las que tuvo que enfrentarse la desdichada mujer, la llevaron a pedir ayuda al monasterio de San Martino, donde la pequeña se crio, demostrando ser una muchacha bastante fuera de lo común. A la edad de siete años tuvo un primer encuentro -una visión- con Jesús a quien decidió consagrar su vida. Bona empezó a martirizar su cuerpo llegando a llevar un cilicio. Las visiones de Cristo junto a la Virgen, a María Salomé, María de Cleofás y Santiago se intensificaron y a los trece años emprendió una peregrinación a Jerusalén donde se quedó casi una década. Según las biografías, a su vuelta de Tierra Santa sería capturada por los sarracenos y herida en el costado.
Retornada a Pisa, tiene otra visión de Cristo y de Santiago que la invitan a unirse a los peregrinos que se dirigían a Compostela, diciéndole: “Volo te huius beati Iacobi limina in Hispania visitare”. A pesar de su debilidad física, consecuencia de las numerosas penitencias que se auto-inflige, Bona emprende una primera peregrinación, a la cual seguirán nada menos que otras ocho. Durante los viajes se dedica a sostener a los que se encuentran en dificultades, animar en los momentos difíciles, curar a los enfermos y alentar a todo el mundo. Guio a peregrinos también a Roma y al santuario de San Michele Arcangelo, en el Monte Gargano.
Entre una peregrinación y otra fundó en Pisa un monasterio, el de San Iacopo en Podio, para acoger a peregrinos. Recogió reliquias para incrementar la importancia del convento -entre ellas una imagen que pidió al mismísimo Jesús Cristo en el curso de una de sus visiones- hasta que cerca de los cincuenta años et amplius tuvo que interrumpir las peregrinaciones a causa de un empeoramiento de su salud. Falleció el 29 de mayo de 1207. Esta excepcional mujer, no sólo guía de peregrinos sino también milagrera en vida y post mortem, ahora descansa en la iglesia de San Martino, en Pisa. El 2 de marzo de 1962 el pontífice Juan XXIII la declaró oficialmente protectora de las azafatas.
El cuerpo de Santa Bona, cubierto con esclavina, conchas y símbolos jacobeos, ha sido analizado por científicos en el año 2002. Los resultados del análisis han revelado que el esqueleto corresponde al de una mujer que murió entre los cincuenta y los cincuenta y cinco años, de estatura pequeña (1,50 m) y bastante grácil. El estado de los artos inferiores es típico de una persona que ha caminado mucho -en efecto, sumando todas sus peregrinaciones, Bona recorrió aproximadamente unos 60.000 km-. El estudio confirma también que ha tenido una buena alimentación y no han sido encontradas trazas de anemia ni lesiones traumáticas de ningún tipo, contrariamente a lo que afirman sus biografías que dicen que fue herida por unos sarracenos y que fue pisada por un caballo. Con las mediciones y estudios que se hicieron sobre su cráneo ha sido posible reconstruir de manera aproximada el aspecto del rostro de la santa, que parece haber sido una mujer muy hermosa. [CP]