XacopediaSantiago, altar de

También citado como altar del Apóstol y ara de Antealtares. Con el Pedrón -en la iglesia de Santiago de Padrón- y la lauda sepulcral del obispo Teodomiro -en la catedral compostelana- forma el trío de símbolos vivos que, a medio camino entre la historia y la leyenda, adornan los orígenes del acervo jacobeo. Pero el denominado altar de Santiago resulta ser muy poco conocido en comparación, sobre todo, con el Pedrón. Y está, sin embargo, más fundamentado por la historia.

Los hechos parecen indicar que al construirse la primera iglesia sobre el sepulcro de Santiago, en la primera mitad del siglo IX, se utilizó como sencillo y rudimentario altar una vieja ara funeraria de mármol de origen romano (s. I). Pudo encontrarse en el propio edículo funerario donde estaban los restos atribuidos a Santiago. Incluso se ha barajado la posibilidad de que correspondiese a los titulares originales del pequeño mausoleo.

El ara en cuestión mide 68 x 89 cm, con un soporte plano del mismo material de 124 x 40 cm que también se conserva. Así fue el primer altar dedicado al Apóstol. Estaba situado un nivel por encima del sepulcro del santo -la actual cripta-, si nos atenemos a algún documento de finales del siglo IX. Sería, además, el único altar existente en las dos iglesias prerrománicas que se sucedieron hasta la construcción de la actual catedral, sostiene el historiador Fernando López Alsina.

En el siglo XII, el obispo Diego Gelmírez, en su afán por engrandecer la catedral románica en construcción, decidió instalar un nuevo y suntuoso altar de plata que iba a condenar a la vieja y modesta ara a la jubilación. Fue hacia el año 1152, ya muerto Gelmírez, cuando este primer altar quedó relegado de forma definitiva. Algún tiempo después se trasladó desde la catedral a un monasterio contiguo -el actual convento de San Paio de Antealtares-, por pertenecer a los monjes que desde el descubrimiento del sepulcro se habían encargado de la custodia de las reliquias y de rendirles culto permanente oficiando sobre la vieja ara.

Con la construcción del nuevo altar románico y de los que le siguieron hasta hoy la remota e intensa mística de identificación del altar con el apóstol Santiago se perdió. La fuerza de la elaboración mítica dio paso definitivamente a la elocuencia de la fe. Ya no tenía sentido hablar del ‘altar de Santiago’ sino propiamente del ‘altar mayor’ de la catedral de Santiago, tal y como hoy se conoce.

Ahora la leyenda: la tradición jacobea y algunos textos medievales nos han dejado dos versiones sobre el origen de esta ara y su base. Una nos cuenta que las dos piezas de mármol formarían parte del primitivo espacio sepulcral o del propio ataúd del Apóstol. En la otra, se dice que, al igual que el cuerpo del santo, fueron traídas desde Palestina por sus discípulos para formar con ellas el primer altar que se le dedicó en tierra gallega, ya en el siglo I, al pie de su definitivo sepulcro.

Sea como fuese, el ara lo que no dejaba dudas era sobre su origen pagano. En 1601, como consecuencia de la contrarreforma y las críticas que había realizado -entre otros- el historiador Ambrosio de Morales, el arzobispo Juan de Sanclemente ordenó borrar la inscripción que así lo evidenciaba. El texto era romano y ajeno al cristianismo: “Consagrado a los dioses manes. Atia Moeta por disposición testamentaria hizo este epitafio para el sueño eterno de Viria Moeta, su buenísima nieta de dieciséis años”, se leía en la inscripción, cuyo contenido se conservó. Fue sustituido este texto por otro acorde a la tradición jacobea compostelana que alude a la llegada del cuerpo de Santiago a Galicia, como ya se había hecho sobre la pieza de soporte a mediados del siglo XII. Aclarado el origen romano del ara, probablemente galaico, lo que queda por saber es por qué se eligió como altar de la primera iglesia de Santiago; quizás porque no había otra cosa a mano, podría ser la respuesta más lógica, pero es posible que nunca lo sepamos.

En el compostelano Museo de Arte Sacro del convento de San Paio de Antealtares, regido por monjas benedictinas de clausura desde el siglo XVI, se exponen la mítica ara y su soporte. Son el testigo más antiguo de la tradición jacobea existente en Santiago, junto con la lauda sepulcral del obispo Teodomiro. Unidas a las propias reliquias apostólicas, se adivinan como los puntos potenciales de energía donde la cultura jacobea se hace luz y sombra con más nitidez. Pese a ello, pasan bastante desapercibidas para casi todos, excepto para los peregrinos que, llegados a Santiago, deciden seguir buscando. [MR]

V. San Paio de Antealtares


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