Según el Diccionario de la lengua española, este término viene del celtolatino camminus, derivado del celtíbero camanon, que tiene las siguientes acepciones: “Tierra hollada por donde se transita habitualmente. Vía que se construye para transitar. Jornada de un lugar a otro. Dirección que ha de seguirse para llegar a algún lugar. Modo de comportamiento moral. Adecuación al fin que se persigue. Medio o arbitrio para hacer o conseguir algo. Cada uno de los viajes que hacía el aguador o el conductor de otras cosas”.
La utilización de la palabra ‘camino’ como metáfora de la vida es muy antigua y también fue empleada como vía para obtener la salvación del alma, desde el punto de vista religioso. En el éxodo del pueblo de Israel, Moisés conduce a su pueblo hacia la Tierra Prometida; el camino es duro, pero cuentan con la ayuda de Dios si cumplen los mandamientos escritos en las Tablas de la Ley y la meta merece la pena. También fue utilizada la metáfora por el propio Jesucristo cuando dijo que Él era “el camino, la verdad y la vida” [Juan 14, 6] para alcanzar la salvación.
En la literatura española Gonzalo de Berceo, en los Milagros de Nuestra Señora, glosó también esta metáfora por la cuaderna vía:
En un auto sacramental, escrito para la celebración de la fiesta del Corpus Christi de 1652 y titulado El Año Santo en Madrid, Calderón de la Barca hizo lo propio:
Desde un punto de vista religioso, toda criatura es un peregrino que recorre un camino que tiene como meta el encuentro con Dios, pero también la vida es un camino que el ser humano recorre hacia sí mismo. La idea de camino como ruta que se ha de seguir para alcanzar la salvación está presente en muchas religiones, que vieron la peregrinación como una metáfora de la existencia humana, que hace que nos preguntemos de dónde venimos y hacia dónde vamos, qué camino seguimos para llegar a la meta que deseamos.
Según el arzobispo compostelano Julián Barrio Barrio, “la muerte es viaje igual que la vida, y viaje es también lo que conduce a cualquier meta de índole espiritual, y sobre este presupuesto antropológico y religioso-teológico se asienta la peregrinación a Santiago de Compostela, es decir, la condición de viajero, propia del hombre, su status viatoris, es algo que desde el principio forma parte de la historia humana, tanto religiosa como profana. En suma, puede afirmarse que los caminos antiguos fueron un elemento importante en la transmisión y también en la creación de manifestaciones culturales y religiosas, pero algunos de ellos, como el de Jerusalén, el de Roma y, sobre todo, el de Santiago, de manera especial”.
El profesor Díaz y Díaz afirma que “hubo y habrá siempre un camino por antonomasia, el que lleva precisamente desde sus orígenes un apelativo francés (camino/chemin) y a menudo un adjetivo más que suficiente -Camino Francés, esto es, no el de Francia, como se dice a menudo, sino de allende los Pirineos-. Este Camino singular se identifica de alguna manera con el hecho mismo de la peregrinación, porque acaban por soldarse ambas realidades: hacer el Camino Francés es peregrinar a Santiago, y venir a Santiago es recorrer el iter francigenum, según lo latiniza el Liber Sancti Iacobi”.
El Diccionario de la lengua española define ‘itinerario’ como “la ruta que se sigue para llegar a un lugar”. Así pues, la idea de meta está presente en las dos palabras, iter y camino. El recorrido por los caminos de Santiago, considerado por el Consejo de Europa como el primer Itinerario Cultural Europeo, supone esfuerzo físico y sacrificio, pero también encuentro con los demás en el que el peregrino, como dice el Códice Calixtino, ‘debe estar preparado para recibir y para dar’, con la naturaleza, con el arte o con la cultura, que puede propiciar para el cristiano la llegada a una meta que simboliza el camino hacia la salvación, o para el que no es creyente el camino que el ser humano recorre hacia sí mismo. [JS]