XacopediaCíster, Orden del

Nombre castellano de la abadía de Citeaux, situada a pocos kilómetros al sur de Dijon, Francia. Fundada en 1098 por Roberto y un grupo de monjes, procedentes de la abadía cluniacense de Molesme. Dicho monasterio, situado en Borgoña, como Cluny, había sido creación del propio Roberto, en el año 1075. Situado en medio de un bosque, Roberto hace vida cenobítica acompañado por un grupo de eremitas con los que había convivido en los años inmediatamente anteriores. En palabras de Pacaut, puede decirse que la historia cisterciense comienza, en realidad, con este episodio, que el estudioso del cenobitismo define como la expresión del deseo de crear una comunidad benedictina en una soledad de tipo eremítico.

Este proyecto de benedictinismo ascético se tambalea a los pocos años. De hecho dos de sus integrantes, el prior Alberico y el monje inglés Esteban Harding, abandonan el monasterio para instalarse en un lugar completamente aislado, hecho que debió de ocurrir hacia el año 1090.

Las desavenencias continuaron y, en 1098, Roberto, acompañado por veintiún monjes -entre los que estaban Alberico y Esteban Harding- partieron hacia el lugar de Cistels, que les había donado el vizconde de Beaune, para fundar lo que denominaron Novum Monasterium.

Esta nueva empresa monástica sí que se consolidó dentro de esa lectura ascética y rigorista de la regla benedictina, auspiciada por Roberto, pese a su regreso a Molesme, y, sobre todo, por sus más próximos colaboradores. Poco tiempo después, en el año 1100, y siendo ya abad Alberico, los monjes de Císter ven reconocido, oficialmente, su estilo de vida monástica por el papa Pascual II.

El tercer abad del monasterio no fue otro que Esteban Harding, el también otrora monje huido de Molesme. Durante su abadiato, y pese a las dificultades por las que parece haber atravesado la comunidad, esta se va engrandeciendo con la llegada de nuevas vocaciones. Entre estos recién llegados nos encontramos con Bernardo -hijo de Tecelin, señor de Fontaine- quien ingresa en el Císter acompañado por otros treinta jóvenes. El papel de Bernardo en el futuro de la orden será capital, como luego se expondrá.

El aumento de la comunidad del Nuevo Monasterio, como se la llamaba por aquellos años, es un indicio de la buena acogida del espíritu cisterciense en una época de profundas reformas en el seno de la Iglesia y de notables cambios sociales. Obligará, además, a la fundación de nuevas casas: en 1112 o 1113, La Ferté, la primera filial, seguida, rápidamente por Pontigny (1114) y, en el mismo año del 1115, por Claraval, a cuyo abadiato irá destinado el aún joven Bernardo y Morimond.

Esta primera floración de fundaciones del Císter obliga al abad Esteban a dar por escrito, en el año 1119, la Carta Caritatis, una suerte de constitución monástica. Parece claro que el objetivo fundamental de este documento era dotar a todos los monasterios de una uniformidad de costumbres, unidad que se quiere hacer compatible con la autonomía de cada casa, aunque asistida y controlada por todas las demás, a través del recurso al Capítulo General celebrado en el Císter cada año.

La Carta Caritatis refleja, en consecuencia, cuál ha de ser el estilo de vida cisterciense. Ahí nos encontramos con elementos tan característicos como una valoración especial del trabajo manual, frente al cierto descrédito en el que había caído en el universo cluniacense, de la sencillez arquitectónica, de la parquedad en el comer y en el vestir -un hábito blanco, frente al negro teñido de sus hermanos de Cluny-, la opción por vivir a costa de su propio esfuerzo y no de las rentas debidas por los campesinos, la preferencia por los lugares apartados como marco en el que perfeccionar la fuga mundi, etc. Dentro del ámbito, sacralmente respetado, de la regla benedictina, casi podemos entender la Carta Caritatis como un contrapunto de todos aquellos excesos de acomodamiento que, a los ojos de los padres del Císter, habían estado cometiendo los monjes negros.

En 1121 ya eran dieciséis las abadías fundadas por monjes del Císter o de sus filiales. Prontamente comienzan las fundaciones fuera del territorio francés. Primero en Italia, para seguir en Alemania, Inglaterra, Austria y Suiza. A la muerte de Esteban, en 1135, existían unas setenta abadías de monjes blancos.

Por todo lo expuesto, parece razonable afirmar, con Pacaut, que el tercer abad del Císter es el auténtico creador de la orden cisterciense. Si bien el término, al menos en el plano jurídico, no parece pertinente para la época, está claro que ya existe una comunidad regida por principios comunes y sólidamente trabada.

Si Esteban es el creador, no cabe la menor duda de que a Bernardo de Claraval, le corresponde, con toda justicia, el papel de gran impulsor y difusor no sólo de la orden, sino de su espíritu y de su influjo en todos los ámbitos sociales, en ese gran siglo de la historia cisterciense que es el XII. El dinamismo y el protagonismo de Bernardo puede verse en su imponente producción epistolar: papas, emperadores, reyes, obispos, abades del Císter o de otra órdenes, clérigos y seglares consultan con el abad de Claraval cuestiones que van desde detalles ordinarios de la vida claustral, hasta aspectos de alta teología, llegando incluso a los más candentes asuntos políticos.

El resultado del impulso bernardino es evidente. A la muerte de Esteban eran unas setenta casas cistercienses. A la muerte de Claraval más de trescientas cincuenta (sesenta y ocho de ellas fundadas desde su abadía) y ocupaban la mayor parte de los territorios que conformaban la cristiandad latina de entonces.

Su monasterio se había convertido, más que el propio Císter, en la referencia indiscutible de los monjes blancos y se estima, quizá exageradamente, que sus claustros pudieron llegar a albergar a unos ochocientos religiosos.

Es, precisamente, durante la era bernardina cuando se produjo la arribada cisterciense a España. Comenzó en 1142, y Galicia fue el lugar escogido para la primera fundación cisterciense. Es curioso que se optara por el rincón más occidental de la península, aunque el Camino Francés de peregrinación a Santiago de Compostela facilitaba la llegada hasta el noroeste hispano. De hecho, tal y como conjeturan Pallares y Portela, el grupo de doce monjes venidos de Claraval llegó a Santiago, primer punto de destino, siguiendo la misma ruta caminada por los peregrinos jacobitas.

El primer monasterio cisterciense fue el de Sobrado, una antigua fundación del siglo X, que había pertenecido a la poderosa familia del obispo iriense Sisnando, y que fue donada a los monjes bernardos. Dicho cenobio, rápidamente reconstruido y modificado según los usos de Císter, estaba situado en las inmediaciones de una de las rutas de peregrinación a Compostela. Así pues, los arranques cistercienses en España parecían presagiar una sólida relación entre los monjes blancos y el mundo jacobeo.

Sin embargo, no fue en absoluto así. La opción de los cistercienses por asentarse en lugares poco habitados y relativamente alejados de las principales vías de comunicación -extremo este que, siendo cierto, tampoco conviene exagerar- es una de las razones a tener en cuenta para comprender el relativo distanciamiento del Císter hispano con respecto al mundo de las peregrinaciones compostelanas.

Si recorremos la geografía del principal Camino compostelano, el llamado Francés, veremos que la presencia en él de casas bernardas es casi nulo. Esa ausencia se hace más llamativa si la comparamos con la presencia, bastante sólida, de monasterios de la órbita cluniacense, de centros regidos por canónigos regulares o por aquellos dependientes de las órdenes militares, tanto hispanas como de otras procedencias.

El ascetismo y ensimismamiento original del Císter, que fue relajándose con el tiempo, tampoco favorecía demasiado la atención a los peregrinos, por otra parte, elemento imprescindible en la práctica y en la espiritualidad benedictina, de la que los monjes blancos se consideraban depositarios paradigmáticos.

No puede decirse, con todo, que dicha práctica no hubiera sido observada por los monjes bernardos. El ejemplo de algunos monasterios gallegos como Sobrado, con un palatium destinado a hospital a fines del siglo XII -recordemos ahora la situación en las inmediaciones de una ruta secundaria de peregrinación- u Oseira, con una prolija infraestructura hospitalaria y con unos cuadros asistenciales bien documentados, demuestran la vertiente hospitalaria y asistencial del Císter hispano que, aunque no ha de relacionarse exclusivamente con el mundo de las peregrinaciones, sí indican un cierto grado de implicación con el fenómeno jacobeo. [JMA]


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