XacopediaPórtico de la Gloria, imposición de manos en el

Rito de los peregrinos de la catedral de Santiago de Compostela consistente en colocar los cinco dedos de la mano derecha en la columna del parteluz del Pórtico de la Gloria, la célebre portada románica occidental de esta basílica. Se desconoce el origen de esta costumbre, a la que la Iglesia no concede valor espiritual, pero que respetó hasta que en mayo de 2008 se inició una larga restauración del conjunto que previsiblemente impedirá su continuidad, con el fin de preservar el monumento.

Ya en el Año Santo de 2004 se habían tomado las primeras iniciativas de control. Las medidas protectoras no han impedido que numerosos peregrinos hayan logrado burlar la vigilancia para acercarse al parteluz y cumplir con este rito que ha sido, con el del abrazo al Apóstol, el más popular de la basílica compostelana.

Se desconoce cuando se originó la imposición de manos en la columna del parteluz y su significado inicial. En todo caso, su huella es incuestionable, como demuestra la profunda oquedad formada por los millones de manos que en los últimos ocho siglos se han apoyado sobre la columna citada, en la que se recrea el árbol de Yesé brotando del pecho de este personaje bíblico, padre de David. Representa la doble condición humana y divina de Cristo, que se encuentra más arriba, ya en el tímpano, con Santiago a sus pies.

Todo indica que el origen del rito se remontaría a los primeros tiempos del Pórtico, concluido a finales del siglo XII o inicios del XIII. Tendría mucho que ver con la antigua tradición religiosa de la imposición de manos y su simbología transmisora. Pudo comenzar con el deseo de los peregrinos de orar, cansados, con gesto de sumisión y clemencia a los pies de las majestuosas y amables estatuas de Santiago y Jesucristo en majestad que, como decimos, presiden la parte central del pórtico. Han llegado. Están con Jesús y Santiago, al fin. Apoyan la mano y descansan de un agotamiento vital, más que físico. Es el gran momento, el más íntimo. Buscan y sienten la proximidad.

Antiguamente la costumbre era orar con la mano apoyada en la columna varias oraciones y pedir la intercesión divina. El renacer contemporáneo de las peregrinaciones, tanto por el Camino como a través de viajes organizados, y el incremento del turismo hicieron habituales en este lugar las largas colas y las prisas, que dieron el relevo al sosiego y la intimidad. Por ello las oraciones fueron sustituidas por rápidas y silenciosas súplicas, deseos, fugaces expresiones de gratitud y hasta determinados e incluso improvisados gestos y actos en los que se adivinaban ciertas prácticas exotéricas y también, por qué no, muestras de ignorancia. En muchas ocasiones, el motivo principal no iba más allá del hecho de lograr una foto típica.

Ante la ausencia de un motivo claro sobre los orígenes del rito de la imposición de manos han surgido diversas propuestas y teorías. En 1954 señalaba el erudito gallego Filgueira Valverde que “algún poeta estableció un bello símil entre la disipación de la duda de Tomás, cuando toca con sus dedos la llaga del resucitado, y la convicción del peregrino que, llegado al pórtico, puede creer al fin en la meta compostelana”. Para el serio exotérico Juan G. Atienza (1992), sin embargo, “introducir la mano en el árbol de Jessé sería como la incorporación formal del peregrino a la familia bíblica de Santiago, llamado en numerosas citas evangélicas hermano de Jesús, un lazo sagrado”.

Algo antes había valorado el hecho el francés André Corthis (1930): “Es preciso, me dicen, apoyar allí mi mano. Obedezco. Bajo la palma se comba una superficie lisa, pulida, redondeada. Cada uno de los peregrinos que venían a Santiago posaba en este lugar su mano derecha y rezaba cinco padrenuestros y cinco avemarías, y los dedos, poco a poco, han cavado la piedra. Siento que en ella vive también un alma, muy lejana, emocionante”.

Para el ex deán de la catedral compostelana Jesús Precedo Lafuente, “la colocación de los dedos” es, sin duda, “recuerdo de la actitud de los peregrinos que, cansados del Camino, se apoyaban allí para contemplar la meta de sus fatigas. Con el paso del tiempo y con la repetición del gesto -añade- se fueron ahondando los intersticios que los artistas dejaron entre las ramas”.

Sobrecoge ver la profunda huella en la durísima columna de mármol y adivinar, aunque sea solo por un momento, que es el resultado del roce y el anhelo de millones de viajeros y peregrinos desde ochocientos años atrás. [MR]

V. Santiago de Compostela, ritual del peregrino en / Santo dos Croques


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