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Ciudad de 2.200.000 habitantes (33 m), capital de Francia. A 1.665 km de Santiago. La capital de Francia debe su nombre al de una tribu gala, los parisii, cuya particularidad era la de poseer un territorio minúsculo centrado sobre el islote de Lutecia. Además, esos parisii emitieron una espléndida colección de monedas de oro. ¿De dónde les provenía esa riqueza? Como muestran las ménsulas esculpidas en los arranques de la bóveda del frigidarium de las Termas de Cluny, también la dedicatoria del “Pilar de los Nautas” oculta en los cimientos de la catedral merovingia, se dedicaban al comercio y al transporte fluvial. ¿Acaso no son las actividades que ha heredado el París medieval? El navío que figura en el sello de la Compañía de los Comerciantes del Agua y que se convirtió en el emblema de la ciudad así lo atestigua, al igual que el orgulloso lema Fluctuat nec margitur.

Pero el sitio de París no debe su único encanto al Sena. Es el paso por la isla de la Cité de una gran arteria que conecta la Renania con la región del Loira y con España, desde Colonia por Orleáns, Tours y Poitiers, lo que le confiere una vocación de cruce de caminos, de lo cual es testigo el esplendor de las ferias de Saint-Denis.

Sin embargo, de conformarse con estas ventajas, el destino de París no hubiese sido distinto al de Troya, Rouen u Orleáns. Además, desde la antigüedad tardía París es un centro de decisión. Julián el Apóstata se retira ahí en numerosas ocasiones. Bajo el reinado de los merovingios, la ciudad fue una capital de provincia agriamente disputada. San Dionisio al norte, Santa Genoveva en la ruta de Italia y Saint-Germain-des-Prés en la vía de España fueron necrópolis reales. Esos nombres evocan sucesivamente al evangelizador de los parísii, a la santa protectora de Lutecia y al obispo, cuya repentina aparición hizo huir a los normandos, durante el famoso sitio de 885-886.

Puerto fluvial, lugar mercantil, enclave político, llave de los reinos de Neustria y Borgoña bajo el mandato de los carolingios, París sigue todavía sin ser un foco de vida espiritual. Será el esplendor de la escuela episcopal quien le dará ese valor añadido, ya que pronto la antorcha de los estudios pasará de Reims y de Chartres a París. En efecto, residencia habitual de los capetos, París está a punto de convertirse en su capital administrativa cuando se añade a su Corona un último florón: la creación de una potente corporación de maestros y estudiantes sujeta a la autoridad directa del papado. El destino de París queda sellado.

En el umbral del siglo XIII, esta aglomeración que Felipe II Augusto (1180-1223) ha hecho rodear de una muralla de más de 5 km de longitud y que contará con hasta treinta y siete parroquias -sin mencionar las abadías y los conventos- comprende en lo sucesivo tres entidades muy distintas. Se trata, en primer lugar, de la isla de la Cité con la catedral, el palacio y un grupo de catorce parroquias. En segundo lugar, al norte, en la orilla derecha, surge la ciudad mercantil en la desembocadura del gran puente con la Grève, les Halles y el cementerio de los Inocentes. Por último, en la orilla izquierda, está la Universidad, la cual no tardará en acoger a las órdenes mendicantes, dominicas y franciscanas, así como una multitud de colegios.

Es en este prisma de múltiples facetas donde se refracta el cada vez mayor renombre de Compostela. No nos sorprenderá saber que el monje Usuardo de Saint-Germain, que se fue a Córdoba en el 858, hubiera otorgado una mención especial a Santiago el Mayor en el Martirologio que revisó él en el año 867. Sin embargo todavía está tan lejos que el culto del Apóstol vuelva a subir tan alto en este crisol que contó hasta cuatro santuarios bajo su advocación.

El Pseudo-Turpín afirma que una de las cinco iglesias fundadas por Carlomagno en honor a Santiago se encontraba precisamente “entre el Sena y Montmartre”. Esto lleva a la orilla derecha del río, donde una bula del papa Calixto II, emitida el 29 de noviembre de 1119, menciona una “ecclesia Sancti Jacobi cum parochia” entre las posesiones de la abadía de Saint-Martin-des-Champs perteneciente a Cluny desde 1079. Si esta parroquia, enclavada en la encrucijada de París, se hubiese levantado desde finales del siglo XI, ¿qué fue de la iglesia? Esta fue ofrecida a los monjes negros por un tal Flohier, a quien coinciden en reconocer como el mariscal del rey Felipe I (1060-1108).

Pero ¿no había precedido la construcción del edificio a su donación? El hecho es que, tras las excavaciones llevadas a cabo entre 1852 y 1853, aparecieron tres iglesias superpuestas. La más antigua pareció poder remontarse al siglo X y sería el embrión de lo que pasó a ser la iglesia de Santiago de la Boucherie cuando, hacia 1259, se creyó conveniente añadirle este sobrenombre para diferenciarla del resto de santuarios dedicados al Apóstol.

En efecto, la primera de estas iglesias rivales surgió en los umbrales del siglo XIII en la orilla izquierda. Sus orígenes son modestos. Con anterioridad a 1217, en lo alto de la montaña Santa Genoveva, cerca de la puerta que daba paso a la Ruta de Orleáns, existía una casa provista de una humilde capilla, cuyo propietario había convertido en hospicio para acoger en él a los peregrinos. La capilla en cuestión estaba dedicada a Santiago. Daba a la calle orientada al norte-sur que, saliendo del pequeño puente, subía en línea recta la colina. Se le conocía como strata regia o magnus vicus, lo cual indica su importancia.

En 1217, un puñado de hermanos enviados por Domingo de Guzmán llega a París. Alojados en un primer momento cerca del claustro de Notre-Dame, el lugar pronto resulta insuficiente. Un maestro de Teología les auxilia. Se llama Jean de Barastre. De origen inglés, también es médico de Felipe Augusto. Además disfruta, con cargo a la Universidad, de una casa situada en lo alto del magnus vicus que no es otra que el hospicio al que antes nos referíamos. En 1218, Jean la cede a los hermanos de Santo Domingo. El hospicio se convierte en seguida en el convento de Santiago, en cuyo seno los predicadores establecen el Studium Generale de su orden. En poco tiempo sólo se conocerá a esos religiosos como hermanos de Santiago o jacobinos. Es más, su casa acabó por bautizar la calle y la puerta colindante, que de ese modo se convierte en la puerta de Santiago. Aunque tanto el convento como la puerta han desaparecido con las obras de perforación de la actual calle Soufflot, que conecta el panteón con los jardines de Luxemburgo, la calle Santiago sigue siendo una de las principales arterias de París.

Un recuerdo emotivo va ligado al establecimiento de los jacobinos. Cuentan que, deseosa de ir en peregrinaje a Compostela, la reina Blanca de Castilla (1188-1252) se desahogó con su confesor, el obispo de París, quien le habría respondido sin dudar: “Tome su limosnera, Señora, tome su bordón; vaya a ver a los hermanos de Santiago y redímalos de su deuda”.

De hecho, Luis IX (1214-1270) y su madre contribuyeron enormemente a la instalación de los predicadores. Es más, el 25 de julio de 1239, se sorprende a Blanca dando una limosna de 40 libras a un clérigo español. Un mes más tarde, había dado 60 a Gil, su sumiller, “ al partir hacia Santiago”, en Galicia.

En los umbrales del siglo XIV, la cofradía de los peregrinos de Santiago había alcanzado tanta importancia en esa ciudad de casi 160.000 almas, que se propuso fundar su propio hospital, con dormitorio, capilla y sala para celebrar sus reuniones. A partir de 1317, en menos de cinco años, los cofrades lograron disponer de un inmueble. Eligieron instalarse en los alrededores de la puerta de los Pintores, en la principal arteria de la ciudad mercantil: la calle Saint-Denis. Es ahí donde el rey hace su alegre entrada en la capital, tras la coronación y es por ahí por donde se alarga su cortejo fúnebre. Se podría decir que Santiago está en primera fila.

Los cofrades no esperan a la aprobación de su fundación (18 julio 1322) para comprar casas y demolerlas con el fin de dejar libre el terreno. Empiezan por edificar la capilla y es la reina Juana, mujer de Felipe V el Largo (1316-1322) quien pone la primera piedra. Un año antes, Carlos de Valois, tío del rey reinante, había regresado de Galicia con un gran equipaje. Los cofrades habían salido a su encuentro, vestidos de rojo y azul, los colores de la ciudad (1321). Tampoco sorprende que su nombre encabece la lista de los 92 notables que se habían comprometido a constituir la dotación financiera del hospital (1324). Los trabajos están casi acabados cuando el rey Carlos IV el Bello (1322-1328) y su esposa Juana de Evreux ofrecen una insigne reliquia: nada menos que un “hueso del brazo del señor Santiago” (2 de mayo de 1326). Finalmente, el 1 de octubre de 1327, día de Santa Remedios, Juan de Marigny, obispo de Beauvais, procede a la dedicatoria del nuevo santuario.

A partir del año presupuestario 1324-1325, la hospitalidad funciona, puesto que las cuentas registran la muerte de dos peregrinos. Pronto, cada noche, la hospedería da plato, cama, y calienta e ilumina entre 40 y 80 pobres, lo que hace entre 14.000 y 30.000 sin techo al año. En verano, la multitud de peregrinos aumenta considerablemente. Solo durante los meses de julio y agosto de 1348, al menos 16.690 individuos fueron acogidos en el “hospital de aquí“. Tan grande fue la reputación del Santiago de los peregrinos que los capellanes a sueldo de los cofrades pronto ostentaron el título de canónigos. Su sello lucía la cara de Carlomagno, si bien en la Descripción de París, de 1407, se cita como “Colegio Santiago, conocido como el Hospital, que fundó Carlomagno”. Los padres de la Compañía de Jesús recuerdan que una tarde del año 1528, un tal Ignacio de Loyola llamó a la puerta de aquel hospicio al que por entonces llamaban Santiago de los Españoles.

Sin embargo, se siente la necesidad de un establecimiento similar en la otra punta de París. En 1322, la Orden hospitalaria de Santiago d’Altopascio, que posee bienes en la capital, adquiere viñas en Le Clos-le-Roi, al sur de la puerta de Santiago. Los religiosos edifican enseguida un hospicio destinado a acoger a los que van de paso, especialmente a “los pobres peregrinos que van al susodicho Santiago”. La capilla de la encomienda queda invocada a los santos Santiago y Felipe. Pero cuando se reforma a principios del siglo XVI, el altar se consagra doblemente a San Rafael y a Santiago el Mayor. Este es el origen de la iglesia de Santiago del Paso Alto, que se convirtió en parroquia auxiliar en 1566.

Habría podido parecer que con una gran parroquia, una iglesia de convento, la de los Jacobinos, y dos capillas de hospital fuese suficiente. Eso es no contar con la devoción. Los monarcas, los primeros, insistieron en dar ejemplo. Asimismo, desde los siglos XIII y XIV, hubo tres capellanías de fundación real, una en la Santa Capilla del Palacio, otra en el hospital de las Quince Veintenas [Quinze-Vingts] y la tercera en el hospital de Santiago, gracias a Felipe VI de Valois (1328-1350). Una de las capillas erigidas en el siglo XIV en la glorieta de Notre-Dame de París estaba dedicada al gran Apóstol, pero ya existía otra, en la nave, fundada desde 1236. Casi enfrente del hospital de Santiago, en la calle Saint-Denis, la iglesia de San Gil tenía un altar consagrado a Santiago el Mayor, así como el hospital del Santo Sepulcro, un poco más abajo. En el recinto monástico de Saint-Denis hubo hasta el siglo XVIII una pequeña iglesia llamada Santiago de Vauboulon. En el XVI, dos parroquias periféricas recibieron a Santiago por patrón, La Villette, al norte y Montrouge en la Vía de Orleáns.

Sucede lo mismo con las cofradías. En 1621, el Calendario de las cofradías de París tiene constancia de cuatro. Dos de ellas son vecinas: en el hospital de Santiago “la de los peregrinos que han hecho el viaje de Santiago en Galicia”, y en las Hijas Penitentes, antiguamente San Magloire, “la cofradía de los Peregrinos de Santiago y de Nuestra Señora de Montserrat”. Las otras dos se encuentran en los suburbios de París; una tiene su sede en la iglesia Saint-Médard, más abajo de la colina Santa Genoveva, cerca de la Bièvre, y la otra en el suburbio Saint-Honoré, en el antiguo Camino del Roule, en la iglesia Saint-Roch. El Mayor cuenta, además, con dos cofradías de devoción, erigida una en las Quince Veintenas, hospital de ciegos, cerca del Louvre, y la otra en Santiago del Paso Alto, llamada Cofradía de Santiago el Grande.

Desgraciadamente pocas obras de arte recuerdan hoy en día ese fervor. Aparte de la estatuilla relicaria ofrecida al santuario del Apóstol por Geffroy Coquatrix, civis Parísiensis, poco antes de 1321, que todavía sigue ahí, así como una clave de bóveda en Saint-Germain-l’Auxerrois y una vidriera en Saint-Séverin, ambos del siglo XV, deberíamos mencionar una pequeña joya barroca. Se trata de la capilla de Santiago, San Luis y San Domingo, que esconde la antigua iglesia de los Carmelitas, enclavada en los edificios del Instituto Católico, en la calle Vaugirard. A pesar de la pérdida del retablo que representaba al Apóstol, la bóveda de cañón de este oratorio ha conservado, en medio de un rico decorado de estuco, cinco pinturas de estilo vigoroso atribuidas al pincel de Pierre van Mol. Fueron realizadas antes de 1635 a petición de Jacques d’Étampes de Valençay. Entre otras escenas, se admira la fogosa aparición de Santiago en Clavijo. [HJ]

V. Saint Jacques, tour


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