XacopediaSantiago, cripta de

Espacio bajo el altar mayor de la catedral de Santiago donde se muestra al culto y la contemplación la urna que guarda los restos del apóstol Santiago y sus discípulos Atanasio y Teodoro. De reducidas dimensiones, es el lugar más santo de la catedral, aunque no atrae las multitudes que se concentran tras el altar mayor, algo más arriba, para dar el tradicional abrazo al Apóstol. No se debe confundir esta cripta con la también citada a veces como cripta o catedral Vieja, situada bajo el Pórtico de la Gloria en la fachada occidental.
La cripta apostólica comprende lo que queda del antiguo edículo o mausoleo romano, donde en el siglo IX apareció el sepulcro con los restos atribuidos a Santiago y sus discípulos, y una reducida zona de tránsito y oración. La urna apostólica preside este simbólico lugar donde se cree que pudo estar situado el sepulcro de Santiago. Actualmente, se puede contemplar en los laterales parte de los muros exteriores de granito del antiguo edículo. En la parte trasera se conservan restos de sepulcros antropomórficos. Se completa la cripta con dos puertas enfrentadas para la entrada y salida de público y un pequeño espacio cuadrangular frente a la urna de Santiago.
Las primeras noticias de la cripta con cierto detalle provienen del siglo XII. El Codex Calixtinus señala que en la catedral compostelana “es tradición que yace el venerado cuerpo de Santiago debajo del altar mayor que se hizo con todos los honores en su honra, guardado en una urna de mármol, en un magnífico sepulcro abovedado, que se ejecutó con admirable trabajo y con las debidas proporciones”. No tenemos muchos más datos sobre el edículo original que, con la construcción de la catedral románica desde finales del siglo XI, quedó situado bajo el altar mayor del nuevo templo, como bien señala el Calixtinus. Fue el arzobispo Diego Gelmírez (s. XII) quien mandó cerrar el acceso al edículo y situar dicho altar sobre él, convirtiéndose así en cripta inaccesible el antiguo y abierto espacio sepulcral.
La vistosidad y esplendor que requería una gran meta de peregrinación como Santiago no encajaba en la seguramente modesta y desgastada factura del edículo original. No se sabe dónde se depositaron los restos apostólicos tras el cierre del edículo. Misteriosamente no hay noticias precisas. Pudieron permanecer allí o ser guardados en algún tipo de pequeña urna en otra parte del templo. Lo cierto es que el espacio del sepulcro no solo quedó relegado sino que desde el siglo XVI sufrió de nuevo las obras de ampliación del altar mayor que iban a dar lugar al actual conjunto barroco. Tapiado con todo tipo de restos, reducido a la nada, parecía que nadie reparaba en el altísimo valor simbólico de aquel pequeño lugar. Sólo el canónigo Vega Verdugo, en el siglo XVII presentó un proyecto para volver a abrir la cripta, aunque su idea no tuvo eco.
Todo cambia en los años 1878-1879 cuando el cardenal Payá y Rico promueve unas excavaciones arqueológicas en la catedral que permitieron el redescubrimiento de los supuestos restos apostólicos -se daban por perdidos al menos desde el siglo XVI, pero ya desde antes con grandes incógnitas- en las inmediaciones del altar mayor, pero no en el edículo, por donde se comenzó a buscar por considerarse el lugar más lógico. Pese a que no se localizaron aquí -aparecieron tras el altar mayor-, el propio Payá y sus colaboradores estimaron que el viejo recinto original debía acoger, como se merecía, los restos apostólicos, confirmados como tales por el Vaticano en 1884. Nacía así la actual cripta. El viejo y airoso edículo se iba a transformar por el peso de la historia y el tiempo en una muy evocadora cripta.
Para darle forma fue necesario desescombrar y cavar en la roca inmediata a la estructura superviviente del edículo. Las obras comenzaron en 1879 y se prolongaron durante varios años. Se organizaron colectas para financiarlas. En 1886 se abrieron las dos puertas laterales de bajada y se realizaron diversas obras de mejora y su decoración, hasta que en julio de 1886 se colocó la urna con las reliquias. En todo caso, los trabajos no concluyeron por completo hasta 1891, cuando el recinto se abrió definitivamente al público.
La idea inspiradora de la ornamentación del pequeño recinto, de marcado carácter historicista, fue del canónigo Antonio López Ferreiro. Así lo cuenta el obispo e historiador Guerra Campos: se decidió “revestir de mármoles el sector junto a la urna y dejar a la vista el resto de las estructuras antiguas. En cuanto a las formas decorativas, se imitaron las de algunas criptas del tiempo próximo al siglo IX”. El propio Guerra Campos señala que su ejecución fue obra del artista local Constenla y explica la simbología de los dos pavos reales situados en el frontal del altar sobre el que se encuentra la urna: beben “en una copa, símbolo de inmortalidad, alimentada por la Fe y la Eucaristía, y recuerdo además que Santiago y su hermano Juan bebieron el cáliz del Señor”.
Las obras permitieron descubrir en los pasillos del edículo unas losas consideradas parte del sepulcro de Lupa, la rica dama que habría cedido el espacio para enterrar al Apóstol, y de dos de sus familiares. Al principio del pasillo derecho, casi imposible de ver por el público, una placa recuerda que allí reposan también los restos que la tradición atribuye a la mítica mujer.
La construcción de la cripta fue la última gran obra propiamente dicha de cuantas se abordaron en el interior de la basílica compostelana para su engrandecimiento, sobre todo si tenemos en cuenta su significación: es la alegoría del renacer de las peregrinaciones jacobeas. Ya fuese por el contexto histórico, ya por una nueva realidad social, lo cierto es que desde la apertura al culto y la contemplación de la cripta y su contenido, Santiago y el Camino entraron en un lento pero imparable periodo de avance y proyección internacional que todavía no se ha detenido. ¿Sería lo mismo sin la cripta y su urna?
La prueba del éxito de este minúsculo espacio son los trabajos de adaptación realizados en años posteriores para mejorar su accesibilidad. Una de esas mejoras, sin duda necesaria, es la demostración más palpable de ese renacer. Nos referimos a la destrucción en 2003 de la casi totalidad de los pasos de mármol que componían sus escaleras de acceso, substituidos por otros nuevos en granito. El bienintencionado motivo era evitar que las viejas escaleras, muy desgastadas por los millones de pisadas de los peregrinos que establecieron el renacer de la peregrinación a Compostela, pudiesen provocar caídas. La realidad, sin embargo, fue que la falta de soluciones alternativas hizo que se perdiese un símbolo hermoso y excepcional -el más evidente, sin duda- del renacer de la cultura jacobea en el siglo XX. También se resintió el carácter historicista que en el momento de su construcción se quiso dar, con acierto -el tiempo lo demostró-, al simbólico espacio.
La cripta fue el lugar donde Juan Pablo II se detuvo a orar cuando visitó Santiago en el jubileo de 1982 -era el primer papa que lo hacía-. La fotografía dio la vuelta al mundo. Como memoria de su estancia, permanece una placa que recuerda su histórico discurso europeísta, pidiendo al Viejo Continente que avivase sus raíces cristianas. El pontífice, como otros millones de peregrinos, hizo una doble visita: subir al espacio superior del altar mayor para dar el abrazo a Santiago y bajar a la cripta para orar ante sus restos. Era una experiencia que hasta finales del siglo XIX había estado mutilada. Y se convirtió en el símbolo del renacer jacobeo. [MR]
V. redescubrimiento / Santiago, edículo de / Santiago, urna de


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