XacopediaSantiago, edículo de

Desaparecido edificio funerario donde, según la tradición, apareció hacia los años 820-830 el sepulcro de Santiago el Mayor, junto a sus discípulos Teodoro y Atanasio. Se conservan restos de sus muros bajo el altar mayor de la catedral de Santiago de Compostela, a los que se accede desde la actual cripta. No se conoce con exactitud su forma y estructura original, anulada casi por completo en el siglo XII con la construcción sobre ella del gran altar de la catedral románica. Esto no resta trascendencia a su crucial relevancia para la cultura jacobea.
Si nos referimos al enterramiento de Santiago el Mayor debemos tener en cuenta dos hipotéticos escenarios: el primero se produciría, justo en el momento de su martirio (44 d.C.), en algún lugar de Jerusalén, y el segundo, en Hispania, ya fuera al poco tiempo de su muerte, como mantiene la tradición, o en un tiempo o siglos posteriores, como también se apuntó en algún momento. La leyenda del enterramiento compostelano mantiene que se realizó en un edículo funerario o mausoleo en el espacio situado en la actualidad bajo el altar mayor de la catedral. Aún se intuyen los restos de esta estructura funeraria en el reducido espacio de la cripta que acoge la urna con las reliquias apostólicas.
Sobre el origen de este edículo -del latín aediculum, pequeño edificio- y, sobre todo, si en el fue enterrado Santiago, no hay confirmación histórica. Pero se conoce su evolución gracias a las excavaciones arqueológicas de los siglos XIX y XX.
Todo comenzaría en la segunda mitad del siglo I. El actual espacio compostelano surge como lugar de parada -mansio viaria- de la vía XIX, que unía las tres grandes urbes del noroeste peninsular, Bracara Augusta (Braga-Portugal), Lucus Augusti (Lugo) y Asturica Augusta (Astorga). Alrededor de la mansio se originó un poblado formado por gente romanizada que se prolongó hasta el siglo V cuando, sin que se conozcan las causas, desapareció. Por motivos imprecisos, el lugar se transformó en un cementerio predominantemente cristiano que abarca los siglos V, VI y VII, cuando por motivos desconocidos los enterramientos concluyen.
El lugar entra en un periodo de abandono que se ha relacionado con los acontecimientos producidos por la llegada a la Península Ibérica de los musulmanes (711) y los duros y oscuros años que siguieron a los primeros tiempos de la invasión. Una exuberante vegetación y el olvido se habrían convertido en los nuevos amos del lugar. Pero hacia los años 820-830 algo sucede. La tradición religiosa cuenta que unas luminarias extraordinarias revelan la presencia en un mausoleo de origen romano, previsiblemente en estado semirruinoso, de unos sepulcros con los restos de Santiago y dos de sus discípulos.
¿Qué observaron el ermitaño Paio, el obispo Teodomiro y el rey Alfonso II el Casto, los primeros testigos y autoridades en acudir al lugar, para resolver que estaban ante un enterramiento tan relevante? Todo indica que nunca lo sabremos. La tradición y la ciencia histórica se ven forzadas a convivir.
Las dimensiones y relevancia del monumento pudieron sorprender a sus descubridores, ajenos a tal esplendor funerario en aquel lugar y en aquellos dificilísimos tiempos. Pero también pudo motivar la audaz conclusión cualquier otro detalle o circunstancia. En todo caso, a reforzar o predisponer al descubrimiento inicial ayudaría una latente tradición santiaguista peninsular de la que algunos textos antiguos dejan constancia.
El edículo respondería a la costumbre romana de levantar mausoleos al lado de las rutas significativas, para mantener la memoria de los difuntos. Resulta más difícil establecer que en él se depositaran los restos de Santiago, muerto hacia el año 44, ya que se trata de una construcción de la primera mitad del siglo II con alteraciones posteriores, mantiene el arqueólogo José Suárez Otero, que estudió en detalle este espacio sepulcral. Pero el momento de la ejecución del edículo no es un dato determinante, ya que las versiones antiguas sobre lo que pudo pasar con los restos de Santiago son tan escasas como contradictorias: dejando al margen las que defienden su permanencia en Jerusalén, son también antiguas las que han insinuado un traslado bastante posterior a su muerte, incluso de siglos.
Sea como fuese, lo cierto es que las excavaciones muestran que el edículo apostólico, que actuaría como el referente de todo el cementerio, sería en origen un monumento relevante y de cuidada factura, posiblemente decorado con mosaicos y mármoles, de los que se conserva algún fragmento. Estaba dividido en dos plantas -también se ha señalado la posibilidad de que tuviese tres-. La primera de ellas, a modo de cripta, es la que con profundas transformaciones llegó hasta nuestros días y en la que, según las fuentes medievales, se situarían las tumbas de Santiago y sus discípulos. La estructura la formaban unos muros exteriores de granito de 8,26 x 8,10 m que, separados por un corredor de algo más de un metro de ancho, delimitaban las paredes también graníticas que acogían el edículo propiamente dicho, rectangular y con una superficie aproximada de unos 20 m2.
Las actuaciones sobre el edículo comienzan en los primeros momentos de su confirmación como lugar del sepulcro apostólico. La intervención inicial pudo estar orientada a adaptar su nivel superior como espacio central de culto de la primera y modestísima iglesia, surgida al poco tiempo del descubrimiento, dejando en un nivel inferior al suelo del templo la planta baja. Fue necesario actuar así para salvar el fuerte desnivel del terreno. En todo caso, tanto en esta iglesia como en la siguiente, que se comienza a construir en 872, sería posible el acceso al piso inferior o cripta, donde se situarían ahora los tres sepulcros, que previsiblemente ocupaban en el momento del descubrimiento la planta superior, según Suárez Otero.
En este segundo templo, de unas dimensiones muy considerables para su tiempo y estructurado en tres naves, el edículo se integró con más facilidad en la estructura rectangular de la cabecera. El edificio presentaría un aspecto externo descuidado, pero con un interior embellecido con ricos materiales, según textos medievales.
La parte inferior del edículo, que acogía los sepulcros, contaría con una bóveda recubierta de mármol. Esto llevaría a señalar que el Apóstol yacía sub arcis marmoricis [bajo arcos de mármol]. La planta superior acogía el altar de culto a Santiago, situado, según documentación medieval, supra corpus Apóstoli, confirmando que su tumba se encontraba debajo.
Tanto el edículo como su sepulcro vivieron un momento crítico en 997, cuando el caudillo musulmán Almanzor arrasó la ciudad y el templo apostólico. Las crónicas dicen que solo respetó este lugar, pero no se descarta que quedase muy afectado. Fuese por este o por otros motivos, a principios del siglo XII el arzobispo Diego Gelmírez eliminó la planta superior del conjunto funerario para disponer de un espacio más amplio y diáfano para la construcción del gran presbiterio de la catedral románica.
Se buscaba un efecto escénico semejante al de los otros dos grandes centros ceremoniales de Occidente -Roma y Cluny- que el prelado compostelano conocía por sus viajes. Gelmírez quería favorecer a toda costa la modernidad de la nueva catedral, algo que consideraba decisivo para el prestigio del hecho jacobeo. Por ello se respetó a duras penas el recinto inferior, que quedó cegado y sin acceso al lugar de enterramiento. Pudo tomar esta medida por necesidades de espacio, para evitar la casi continúa petición de reliquias del cuerpo santo o para poner fin a la complicada circulación por esta zona. No se sabe con seguridad. Algún autor mantiene que el acceso a la tumba del apóstol era ya un hecho excepcional antes de Gelmírez (1100-1140).
El arzobispo logró imponer sus soluciones arquitectónicas tras enfrentarse a la mayoría de los canónigos, que querían respetar la estructura del edículo. Estas soluciones renovadoras -quizás necesarias- no estaban exentas de riesgos para la credibilidad simbólico-representativa del santuario. Así lo demostró el paso del tiempo. Fueron muchos los peregrinos frustrados por no poder contemplar la tumba apostólica, como demuestran distintos relatos. Para el imaginario peregrino, este momento colmaba sus ansias espirituales más primarias.
La situación de ocultación y falta de acceso al edículo se prolongó hasta finales del siglo XIX. Antes de este momento, algunas obras de adaptación del presbiterio a las culturas renacentista y barroca habían difuminado aún más la significación del olvidado espacio. Sin embargo, en 1878 el cardenal Payá y Rico, pionero del moderno renacer jacobeo, decidió que había llegado la hora de resolver el problema de las reliquias de Santiago. La versión oficial sostenía que permanecían ocultas en algún lugar de la catedral desde 1589, ante los temores de una incursión del corsario inglés Francis Drake. Nada se decía sobre su situación anterior: ¿Si habían permanecido en el cegado nivel inferior del edículo, cómo se habían podido ocultar en otro lugar? ¿Es que había alguna forma de acceso que sólo conocían los responsables de la catedral? Nada se sabe. Lo que si parece cierto es que en el siglo XIX nadie conocía el paradero de las reliquias.
Los trabajos de búsqueda se centraron en el subsuelo del altar mayor, lo que dejó pronto a la vista el basemento y el arranque de los muros del edículo, cubiertos por escombros. Aunque no fue posible encontrar las reliquias de Santiago en este punto -aparecerían poco después en una excavación detrás de dicho altar-, el desescombro dejó a la vista la estructura inicial del edículo. Las prospecciones en el antiguo espacio sepulcral, alejadas del rigor de la arqueología moderna, facilitaron la localización de restos de mosaico de origen romano, algún fragmento de mármol y numerosas monedas, mayoritariamente del siglo XI, peninsulares y francesas.
Redescubierta la estructura de la planta inferior del edículo y reconocidas como auténticas por el Vaticano las reliquias de Santiago, la Iglesia compostelana volvía a disponer de sus elementos fundacionales. Y decidió ponerlos en valor, completando un puzle que iba a ser decisivo en el relanzamiento moderno de las peregrinaciones jacobeas. Nos referimos a la restauración historicista de los restos murales del edículo (1886-1891), situando en su centro una urna con las reliquias atribuidas a Santiago, Teodoro y Atanasio, y facilitando de nuevo el acceso de fieles, peregrinos y público unos siete siglos después de que quedasen ocultos.
El resultado fue la actual cripta de Santiago, visitada por millones de personas de todo el mundo en el siglo XX, en una demostración del singular poder de renacimiento del mito jacobeo. Para el obispo e historiador Guerra Campos, meticuloso defensor de la tradición jacobea, la pervivencia del edículo a través del tiempo incidiría en la existencia de un culto casi inmemorial: “Mientras otras estructuras antiguas en el área de la catedral van pereciendo a lo largo de los siglos, el mausoleo permanece”. Quizá nunca sabremos su origen, pero así es: los muros del viejo edículo romano son la estructura constructiva más antigua de la basílica y la única materia original con la que intentar soñar o adivinar algo de la escurridiza mirada del mito. No se puede acceder a ellos, pero impresiona su visión desde el estrecho espacio de la cripta. [MR]
V. arcis marmoricis / Santiago, cripta de / Santiago, sepulcro de / Santiago, urna de


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