Este término aplicado al Camino de Santiago no tiene connotaciones históricas. Los ideólogos de la peregrinación, principalmente las Iglesias compostelana y francesa, nunca se refirieron al Camino con este sentido ni hay referencias al respecto. El Camino es un itinerario devocional determinado hacia Dios y Santiago. Antes, al contrario, desde el primer momento de la peregrinación compostelana fue una gran preocupación contar con una ruta segura y con servicios adecuados para las necesidades básicas del caminante.
Al margen de que se constaten a través de la historia peregrinos que pretendían dejar atrás la monotonía de sus vidas, a la búsqueda, además de Dios y Santiago, de nuevas emociones -es el caso confeso del italiano Nicola Albani (s. XVIII), que así lo reconoce- el Camino nunca se ha presentado como un escenario de aventuras.
El término se incorpora a las palabras-valor de la Ruta con su renacer contemporáneo. Sobre todo a raíz del éxito de afluencia en los años noventa. Desde algunas administraciones públicas y empresas privadas del sector turístico se lanzó el mensaje del Camino como gran aventura contemporánea. Ciertos peregrinos no sólo captaron la idea, sino que ya la ha-bían interiorizado por si mismos. Muchas personas dicen realizar o haber realizado el Camino por aventura, por conocer algo distinto a la oferta viajera habitual. Es una visión errónea: lleva a perderse la aventura que sí puede propiciar el Camino como pocos otros espacios: la aventura interior.
El Diccionario de la Real Academia Española (2001) define aventura como “acontecimiento, lance o suceso extraño. Empresa de resultado incierto o que presenta riesgos. Relación amorosa ocasional”. Dejando al margen la última acepción, a la que nos referiremos al final, ninguna de las dos primeras tiene que ver con el Camino del pasado -los riesgos eran evidentes, pero la propia Ruta trataba de evitárselos al peregrino- y menos aún con el actual -es un espacio físico seguro y conocido-. Está muy lejos, por lo tanto, de la aventura clásica, en la que el ser humano sólo cuenta con sus propios recursos.
Para sentir el Camino con intensidad, se hace necesario separar los conceptos aventura y peregrinación, vista en sentido amplio, como inevitablemente se entiende en el presente. En este caso es posible llegar a la palabra aventura, aunque sólo sea como símbolo o metáfora. Es la aventura interior, a la que nos referíamos hace un momento. La aventura del descubrimiento intelectual y espiritual. Es un clásico contemporáneo del Camino el dicho de que se sale siendo una persona y se llega siendo otra. No se puede pedir más emoción si se logra alcanzar satisfactoriamente.
Denise Péricard-Méa y Louis Mollaret, que han analizado el término, son categóricos. Sólo se podría hablar de aventura si el peregrino partiese por la mañana sin saber cual iba a ser su destino por la noche. Hoy en día lo esencial de la aventura en el Camino es “el reencuentro con ese desconocido que cada uno lleva consigo. Otras aventuras son de siempre, tanto en los caminos de peregrinación como en la vida”, concluyen, refiriéndose a la aventura amorosa, lance que, siendo ocasional, resulta indiferente al espacio físico y humano que lo propicie. [MR]