Obispo, teólogo y filósofo (Ames, A Coruña 1920-Barcelona 1997). Gran estudioso del Camino de Santiago y de la tradición jacobea, fundamenta sus teorías a favor del enterramiento del Apóstol en Compostela. Entre 1945 y 1964 fue viceconsiliario de la Archicofradía Universal del Apóstol Santiago y director de su boletín Compostela, secretario de las juntas de los años santos jacobeos, miembro del Centro de Estudios Jacobeos y del Instituto de Estudios Galegos Padre Sarmiento (del CSIC) y director adjunto en una fase de las excavaciones arqueológicas en la catedral de Santiago de Compostela (años cuarenta y cincuenta).
Entre sus obras de temática jacobea, destacan Guía de la catedral, Bibliografía de las peregrinaciones (1947), Una hipótesis reciente sobre la traslación de Santiago (1953), La Pernette y el Camino de Santiago (1955), El descubrimiento del cuerpo de Santiago en Compostela (1956), Relicario de la Iglesia Católica de Santiago (1959) y El sepulcro de Santiago (1975). También publicó en 1985 Roma y el sepulcro de Santiago. la bula “Deus Omnipotens” (1884).
Fue conocido como el último cruzado por su defensa nacional-católica de la Iglesia, ya que en su obra sostuvo que la cruz y la espada iban de la mano. Mientras estudiaba en el seminario, le sorprendió la Guerra Civil y tuvo que combatir en la 108 división del ejército de Franco.
A su vuelta a la tranquilidad de las clases, se dedicó con más profusión al estudio de los latines filosóficos y teológicos. Su buen expediente académico, su brillantez intelectual y su fidelidad a la doctrina más tradicional de la Iglesia -de la que siempre fue un decidido apologeta- le sirvieron para obtener el privilegio de una beca de estudios en la Universidad Gregoriana de Roma, cuna de papas.
Retorna a Santiago, donde es ordenado sacerdote en 1944 y comienza una carrera eclesiástica meteórica. Primero fue profesor y canónigo con fama de gran orador; después fue perito conciliar, obispo auxiliar de Madrid (1964) y primer secretario de la recién creada Conferencia Episcopal española.
Mientras la Iglesia soltaba lastre franquista, él giraba todavía más a la derecha en sus concepciones teológicas y políticas. Tanto es así que en 1966 descabezó “por sus actitudes temporalistas y escasez de espiritualidad” a la Junta Nacional de la Acción Católica, ocasionando una crisis interna. Fue criticado por los sectores más renovadores de la Iglesia española posconciliar. Sin embargo, Guerra Campos es agasajado por el régimen y nombrado procurador en Cortes, por designación directa del jefe del Estado.
Sus relaciones con Franco fueron siempre directas y el caudillo se refería al obispo diciendo: “Ese es de los míos”. Así, fue nombrado presidente de la Comisión Asesora de Programas Religiosos de RTVE hasta 1973. Inspiró la revista religiosa ultraconservadora Iglesia-Mundo y la Hermandad Sacerdotal Española, que agrupaba a seis mil sacerdotes que no aceptaron las reformas en distintos ámbitos de la Iglesia, tras el Concilio Vaticano II.
Buena parte del episcopado ya no se alineaba con las tesis integristas de su secretario y, con la elección de Vicente Enrique y Tarancón para la cúpula dirigente de los obispos, Guerra Campos tuvo que retirarse a una diócesis menor: Cuenca, a la que fue destinado en 1973. Los ultras nunca perdonaron que Pablo VI nombrase al “obispo de España” para una diócesis tan irrelevante. Desde entonces, se siente relegado y, despechado, inicia el camino de la disidencia abierta. Se dedica a exponer su verdad “al margen de modas temporalistas y cambiantes” y deja de asistir a los plenos del episcopado.
Tras la muerte de Franco, monseñor Guerra Campos radicalizó todavía más su posición de derechas. Tanto es así, que el cardenal Tarancón se vio obligado a arremeter contra su integrismo. Pablo VI no quiso recibirle en el Vaticano “mientras no estuviera en comunión con el episcopado”. Aglutinó al clan de los obispos preconciliares como Ángel Temiño o Pablo Barrachina, y votó en contra de la Constitución. [IM]