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Los primeros peregrinos a Santiago recibían atención y albergue principalmente en los monasterios que se encontraban al pie del Camino, sobre todo cuando estaban enfermos. La Regla de San Benito, seguida por la mayor parte de los conventos europeos en general y españoles en particular, en el capítulo XXXVI dedicado a Los hermanos enfermos, manda que “ante todo y sobre todo se ha de atender a los hermanos enfermos, sirviéndolos como a Cristo en persona, pues Él mismo dijo: “Enfermo estuve y me visitaron” y “lo que hicieron a uno de estos pequeños, a mí me lo hicieron”. Pero “consideren los mismos enfermos que a ellos se los sirve para honrar a Dios, y no molesten con sus pretensiones excesivas a sus hermanos que los sirven. Sin embargo, se los debe soportar pacientemente, porque tales enfermos hacen ganar una recompensa mayor […]. Preocúpese mucho el abad de que los mayordomos y los servidores no descuiden a los enfermos, porque él es el responsable de toda falta cometida por los discípulos”. Asimismo, en su capítulo LVIII, dedicado a La recepción de los huéspedes, dice: “Al recibir a pobres y peregrinos se tendrá el máximo de cuidado y solicitud, porque en ellos se recibe especialmente a Cristo […]. Debe haber una cocina aparte para el abad y los huéspedes, para que estos, que nunca faltan en el monasterio, no incomoden a los hermanos, si llegan a horas imprevistas […]. Un hermano, cuya alma esté poseída del temor de Dios, se encargará de la hospedería, en la cual habrá un número suficiente de camas preparadas”.

Este espíritu de atender al enfermo o al peregrino como si de Jesucristo mismo se tratase, es recogido en el Códice Calixtino, que insta a que “los peregrinos, tanto pobres como ricos, han de ser caritativamente recibidos y venerados por todas las gentes cuando van o vienen a Santiago. Pues quienquiera que los reciba y diligentemente los hospede, no solo tendrá como huésped a Santiago, sino también al Señor […]. Hubo antiguamente muchos que incurrieron en la ira de Dios, porque no quisieron recibir a los necesitados y a los peregrinos”.

Asimismo, el Liber Sancti Iacobi, al referirse en el capítulo IV del libro V a los hospitales para peregrinos, cita tres ejemplos situados en los caminos hacia las ciudades santas de la cristiandad, “el hospital de Jerusalén, el de Mont-Joux [para los romeros que se dirigían a Roma] y el de Santa Cristina, que está en el Somport [en el Camino Francés hacia Compostela]”, y dice que “están colocados en sitios necesarios; son lugares santos, casas de Dios, reparación de los santos peregrinos, descanso de los necesitados, consuelo de los enfermos, salvación de los muertos, auxilio de los vivos. Así pues, quienquiera que haya edificado estos lugares sacrosantos poseerá sin duda alguna el Reino de Dios”.

Uno de los motivos por los que el Códice Calixtino recomendaba la visita en peregrinación a Compostela era por los muchos milagros realizados por el Apóstol en su santuario, sobre todo mediante la curación de enfermos: “Por la sagrada virtud del Apóstol, trasladada desde la región de Jerusalén, brilla en Galicia con los milagros divinos. Pues junto a su basílica con frecuencia hace Dios milagros por su mediación. Vienen los enfermos y son curados, los ciegos ven la luz, los tullidos se levantan, los mudos hablan, los endemoniados se libran de la posesión del diablo, los tristes son consolados y, lo que es aún mayor portento, son oídas las oraciones de los fieles”. El refranero popular también recoge esta tradición milagrosa cuando dice: “No Camiño de Santiago, tanto anda o coxo como o sano” [En el Camino de Santiago, tanto anda el cojo como el sano].

La capacidad para sanar se la había otorgado Jesús a los apóstoles cuando “les dio poder sobre los espíritus inmundos para expulsarlos, y para curar toda enfermedad y toda dolencia. Los nombres de los doce apóstoles son estos: primero Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo el Publicano; Santiago el de Alfeo y Tadeo; Simón el Cananeo y Judas el Iscariote, el mismo que lo entregó. A estos doce envió Jesús, después de darles estas instrucciones: […] Curad enfermos, resucitad muertos, purificad leprosos, expulsad demonios. Gratis lo recibisteis; dadlo gratis” (Mateo, 10, 1-8).

Fueron innumerables las curaciones milagrosas realizadas por Santiago o por su intercesión en su santuario o con sus peregrinos. El Códice Calixtino recoge algunas de ellas en el libro II. Así, el capítulo III cuenta de qué manera resucita en los montes de Oca a un niño que peregrinaba con sus padres a su santuario ante las súplicas de su madre, que ya lo había concebido por la mediación del Apóstol después de que su padre hubiera peregrinado hasta su sepulcro.

En el capítulo IV, todo un grupo de peregrinos, excepto uno de sus miembros, prometen socorrerse mutuamente durante su viaje piadoso, pero cuando uno de ellos cae enfermo sólo el que no se había comprometido se queda a ayudarlo. El enfermo muere y Santiago lo transporta junto a su fiel amigo en su caballo.

El capítulo V narra la salvación de un peregrino que había sido ahorcado, sosteniéndolo con sus manos para evitar que se ahogase y consolándolo con toda clase de dulzuras, según él mismo confiesa, durante treinta y seis días.

La historia de un caballero que con su mujer y sus dos hijos peregrinó a Santiago para pedir la ayuda del Apóstol para acabar con una peste mortífera que asolaba “el principado del conde Guillermo de Poitou, bajo el rey de los francos Luis”, está recogida en el capítulo VI.

La concha de vieira, uno de los símbolos que identifica a los peregrinos de Santiago, fue también un instrumento de curación para un devoto del Apóstol, que creyó que “si pudiese hallar alguna concha de las que suelen llevar consigo los peregrinos que regresan de Santiago y tocase con ella su garganta enferma, tendría remedio. Y habiéndola encontrado en casa de cierto peregrino vecino suyo, tocó su garganta y sanó”, según se cuenta en el capítulo XII.

Se narra también en el capítulo XIII la historia de un caballero llamado Dalmacio que hirió a su colono Raimberto. Como el colono reclamó la intercesión de Santiago, el agresor, Dalmacio, quedó malherido y pidió a Raimberto que rogase al Apóstol por su curación; así lo hizo y el caballero arrepentido recobró la salud.

Por último, el capítulo XXI cuenta el modo en el que un hombre “que desde los catorce años estaba impedido de los miembros de tal modo que no podía dar un paso” fue curado por mediación de Santiago después de haber orado devotamente junto a su santuario.

Muchos enfermos acudían a Compostela en peregrinación en busca de la intercesión del apóstol Santiago para poner remedio a sus males y necesitaban ser atendidos durante su viaje piadoso. Otros, por la dureza del camino o por diversas circunstancias, caían enfermos durante el trayecto. También los había que acudían a Santiago después de obtener su curación en señal de agradecimiento o para cumplir un voto dado. Algunos devotos de Santiago pedían a algún amigo, familiar o allegado que acudiese ante el sepulcro jacobeo para rogar por su curación. Otros pagaban a peregrinos vicarios para que realizasen el camino a Santiago en su nombre para interceder por su salud. Asimismo había peregrinaciones individuales o colectivas de parroquias u otras instituciones para solicitar el fin de una peste que asolaba sus tierras o la curación de una enfermedad. Es muy conocida la realizada en el siglo XV por la localidad italiana de Fondo.

Los viajeros llegados a Villafranca del Bierzo que no podían continuar su viaje hasta el santuario del Apóstol en Compostela tenían la oportunidad de atravesar la llamada Puerta del Perdón, entrada septentrional de la iglesia de Santiago, y obtener las mismas indulgencias que si hubiesen alcanzado la meta de su camino y llegado al sepulcro que guarda los restos de Santiago en la catedral compostelana.

El 13 de febrero de 1547 el papa Gregorio XIII dictó una bula mediante la cual se concedía indulgencia plenaria in articulo mortis a los enfermos, peregrinos y demás miembros del hospital del Rey, en Burgos.

Algunos morían antes de alcanzar la meta de la catedral compostelana y los que regentaban los hospitales se encargaban de enterrarlos en el cementerio que poseía el propio centro hospitalario o, de no tenerlo, en el lugar donde fallecían. Quizá la muerte más conmovedora de un peregrino enfermo fue la de Gaiferos de Mormaltán, justo al llegar a los pies de la tumba del apóstol Santiago el viernes santo de 1137, recogida para la posteridad por el famoso romance en gallego que comienza así:

Chegaron a Compostela,
e foron á catedral,
desta maneira falou
Gaiferos de Mormaltán:
–Gracias meu señor Santiago,
aos vosos pés me tés xa,
se queres tirarme a vida,
pódesma señor tirar,
porque eu morrerei contento
nesta santa catedral.

Ya desde los últimos años del siglo IX, poco después de que los restos del apóstol Santiago fuesen descubiertos por el eremita Paio y autentificados por el obispo Teodomiro (lo que, según el estudioso López Ferreiro dio origen a la peregrinación a Compostela), el obispo Sisnando mandó construir junto a la iglesia de San Fiz de Solovio, en las inmediaciones del locus Sancti Iacobi, un centro que sirviese “de hospedaje a los pobres y peregrinos”. Los centros hospitalarios jacobeos se ocupaban no sólo de atender a los peregrinos enfermos, sino también de hospedar a los sanos, por lo que la mayoría de los hospitales compartían la función de albergues y centros de atención sanitaria.

En el siglo XII, el arzobispo Gelmírez, uno de los máximos impulsores de la peregrinación a Santiago de Compostela, como recoge la Historia Compostelana, hizo una importante donación “al hospital de peregrinos e inválidos, casa que él mismo, antes de su consagración episcopal, había adquirido, dándole mayores dimensiones”.

A finales del siglo XV, los Reyes Católicos vieron la necesidad de construir un gran hospital en Santiago de Compostela que diese acogida a los muchos peregrinos que llegaban a la ciudad y que se ocupase también de atender a los enfermos. En el documento fundacional del Hospital Real, Isabel la Católica justifica la obra porque “en la dicha ciudad de Santiago […] concurren muchos peregrinos e pobres de muchas naciones a visitar al bienaventurado señor Santiago, Apóstol e Patrón de nuestras Españas, hay mucha necesidad de un hospital donde se acojan los pobres peregrinos e enfermos que allí vinieren en romería, e por falta de tal edificio han perecido e perecen muchos pobres enfermos e peregrinos por los suelos de la dicha iglesia e otras partes por no tener donde se acoger, e quien les reciba e aposente”.

Más tarde se fundarían los hospitales de San Roque y de San Lázaro, también en la ciudad de Santiago de Compostela. San Roque, que es representado por la iconografía como peregrino con las yagas de la lepra, porque dedicó parte de su vida a atender a los que padecían esta enfermedad y llegó incluso a contraerla, tiene bajo su advocación muchos hospitales e iglesias a lo largo de los caminos de Santiago, lo mismo que San Lázaro, que ofreció la hospitalidad de su casa al propio Cristo y fue resucitado por Él ante Santiago y los demás apóstoles. Otros santos taumatúrgicos como San Sebastián, abogado contra la peste; San Cosme y San Damián, patrones de los cirujanos; Santa Lucía y Santa Catalina, representadas en la fachada del Hospital Real de Santiago; San Blas, abogado contra los males de garganta, o San Benito, fundador de la Regla benedictina, tienen también hospitales e iglesias bajo su patrocinio en las diferentes rutas que siguen los peregrinos para dirigirse a venerar los restos del apóstol Santiago en la catedral compostelana. [JS]


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