Sacerdote y hospitalero (Fuentebureba, Burgos 1926-2008). Párroco de San Juan de Ortega -Burgos- uno de los hitos del Camino Francés, adquirió fama y casi categoría de mito entre los peregrinos por su proverbial hospitalidad. Fue presidente de la Asociación de Amigos del Camino de Santiago de Burgos, pero su tarea fundamental la desarrolló en San Juan de Ortega.
A principios de los años ochenta, José María Alonso inició la transformación del antiguo monasterio de San Juan en albergue parroquial para peregrinos. Desde él atendió, de forma desinteresada, a cuantos caminantes buscaron allí refugio, tras realizar la difícil travesía de los montes de Oca. Convirtió en marca de la casa y símbolo del Camino las reconfortantes sopas de ajo que elaboraba con la imprescindible colaboración de sus hermanas Delfina y Julia. Tanto es así que era conocido en el variopinto mundo de los peregrinos simplemente como “el cura de las sopas de ajo”.
Personaje tan humilde como popular, el gran estudioso jacobeo burgalés Pablo Arribas Briones lo considera “el hito más humano y cabal de cuantos atendieron a los peregrinos en los últimos años”. Y añadía: hubo otros muchos más sabios vinculados al Camino, “pero ninguno le aventajó en humanidad, en acogida franca a los peregrinos”. Y así fue, desde sus profundas y estrictas convicciones religiosas, José María Alonso realizó una labor esencial en los primeros años de recuperación de la peregrinación, cuando no existían servicios específicos para los peregrinos. O sea, cuando hacía más falta. Años después, ya convertido en símbolo, procuró seguir manteniendo la siempre exigente vocación hospitalaria, pese a su cada vez más avanzada edad. Desde su muerte, el albergue está administrado por una fundación de la Iglesia.
Para Alonso Marroquín, el Camino desempeña una gran función social. Quienes lo realizan, señalaba en uno de sus escritos, son partícipes de experiencias inexistentes en la vida diaria, ya que en la Ruta Jacobea no hay fronteras ni desniveles personales, “sólo hombres y mujeres que no saben con certeza por qué caminan a Santiago, pero sienten algo raro, indefinible, que les anima a caminar y caminar”.
Añade este mito del Camino que el milagro de la Ruta está en la concordia que genera entre quienes la recorren y las personas -muchas de ellas de forma desinteresada- que facilitan sus pasos: “es un hecho sin parangón con ninguna otra manifestación de las relaciones interpersonales y que forzosamente tiene que desembocar en una labor positiva a favor de la sociedad”. [MR]