Es quizá el signo externo que más distingue a las rutas penitenciales a Compostela. La fe cristiana se fortalecía mediante el ejercicio de ayuda y atención al peregrino que realizaba el esfuerzo de acercarse de manera directa a Dios. Por eso, a lo largo de estas rutas, sobre todo la del Camino Francés, surgió una amplia y bien dotada red asistencial centrada en la ayuda a los peregrinos. Ya fuera directa o indirectamente, en este ejercicio de hospitalidad, el más extenso y específico de la historia europea, colaboraron, ya de manera directa o indirecta, no sólo monjes y miembros de órdenes hospitalarias, sino también reyes, obispos y nobles.
Con el renacer contemporáneo de las peregrinaciones, la hospitalidad jacobea resurgió con su vieja y casi legendaria vitalidad. Ya desde los inicios del siglo XX, se establecen medidas de descuento en transporte para peregrinos. En 1943 se hacen los primeros proyectos para crear una “hospedería para peregrinos” en Santiago. En la misma línea, ya que los visitantes vienen movidos en muchos casos por motivos espirituales, la Iglesia compostelana no deja de hacer llamamientos, casi siempre coincidentes con los años santos, a la moderación de los hosteleros en sus tarifas y a ofrecer un trato amable y sincero a los peregrinos. Así sucede, por ejemplo, en 1965, el primer gran año turístico compostelano. El arzobispado reclama de los hosteleros locales, ante “la actitud avara de algún desaprensivo”, que no se excedan en sus ganancias, tanto por un deber moral como también por el buen nombre de la ciudad. Es además el año de la creación de las primeras infraestructuras específicas modernas para los peregrinos: se pone en marcha en Santiago el denominado Burgo de las Naciones, que alude al sentido de meta de peregrinos de muchos países. En los setenta renace también el hospital de peregrinos de Roncesvalles.
Aymeric Picaud indica en el Códice Calixtino (s. XII) que todos deben acoger con respeto y caridad a los peregrinos, ya sean ricos o pobres, que van o vuelven del lugar de Santiago, ya que quien los acoja con caridad tendrá como huésped no sólo a Santiago, sino también al Señor, como bien dicen las palabras de Jesús en el Evangelio: “Quien os acoge a vosotros, me acoge a mí”.
López Alsina señala que “a finales del siglo IX los diplomas reales empiezan a mencionar de forma genérica a los peregrinos como beneficiarios de las donaciones y se organizan las primeras manifestaciones de hospitalidad. Son aún anónimos, quizás mayoritariamente hispanos, atraídos desde lugares dispares”.
Sin embargo, pese a su indudable alcance, la hospitalidad jacobea tuvo lagunas. Díaz y Díaz dice que incluso a mediados del siglo XII la atención que se prestaba a los peregrinos en Compostela “era más bien escasa. Si los reyes y nobles se preocuparon por ellos, fue en buena parte por lo que comportaban de flujo económico, creciente. Pero en Santiago esto se notaba menos, lo que es difícil de creer, o reportaban beneficios, que quizás eran absorbidos por los costes inmensos de las obras que se ejecutaban sin cesar”. La precariedad económica también afectó a la hospitalidad de otros lugares del Camino.
En este sentido, cuando la hospitalidad franca faltaba, los viajeros y peregrinos buscaban soluciones alternativas, como explica De Molina: “En la Europa medieval los viajeros conocieron y utilizaron modalidades muy diversas de alojamientos. Los reyes y grandes nobles acostumbraban a ir y castillo en castillo o de palacio en palacio, bien de su propiedad, bien de algún noble amigo; o se alojaban en los conventos cluniacenses o cistercenses, muy numerosos en los reinos europeos. Y desde el siglo XIII, en las ciudades, en conventos de frailes mendigos, sobre todo franciscanos y dominicos. En última instancia acostumbraban a disponer de tiendas de campaña bien acondicionadas. En el otro extremo, encontramos a los viajeros que dormían al sireno en el campo, en algún pajar o incluso en casas particulares.” [IM]