Peregrino y prelado de la catedral de Wiener Neustadt, Austria (1614-1673). Comenzó su peregrinación el 1 de marzo de 1654 y regresó el 24 de enero de 1655, después de un periplo piadoso que, además de llevarle a Santiago de Compostela, le permitió visitar Caravaca de la Cruz, Fisterra y su Virgen de Santa María das Areas, A Nosa Señora da Barca en Muxía, el Salvador de Oviedo y, tras pasar por Nuestra Señora de Covadonga, acercarse también al monasterio de Santo Toribio de Liébana, en Cantabria.
Es un auténtico viaje devocional largamente esperado por el propio Gunzinger, que hace una verdadera declaración de principios en el relato que nos legó al confesar que un peregrino le regaló una vieira a su madre cuando él era niño; tras caer gravemente enfermo, sólo el agua bebida a través de esa concha le hizo sanar. Este milagroso suceso lo llevó a “un deseo incontenible de al menos un día encontrarme en Compostela con Santiago, como uno de mis verdaderos intercesores ante Dios, para mostrarle mi agradecimiento”.
Inició su andadura cruzando los Alpes y desde Génova llegó en barco a Alicante. Tras visitar Caravaca, y por Madrid, se incorpora al tradicional Camino Francés en Astorga, para seguir el clásico camino de los peregrinos a Santiago, no sin antes sufrir los padecimientos de la subida a O Cebreiro, por la que llama “mala faba”. Se detiene para escribir en su diario el milagro eucarístico de O Cebreiro y entra en Santiago en vísperas de la fiesta del Apóstol, el 21 de julio de 1654, donde se emociona ante la tumba del Apóstol que lo había curado en su infancia.
Se entretiene largamente Gunzinger en describir las fiestas de Santiago, donde todo le es grato; resalta, además, que se le permitió decir misa en la catedral, pero precisa que no lo hizo en el altar mayor, ya que sólo estaba reservado a seis canónigos con tratamiento y rango de cardenales. Se asombra con el botafumeiro, que lo deja verdaderamente estupefacto, y del que hace una descripción altamente ilustrativa: “Durante la procesión (cosa que a mí me era totalmente desconocida, pero que allí sin embargo era un uso practicado desde antiguo), se mueve, colgado de una gruesa soga nueva, un pesado ancho y gran incensario lleno de brasa, que, por medio de un mecanismo de ruedas [...], es izado en la cúpula y puesto en movimiento por cuatro hombres [...] de tal modo que vuela colgado de esta soga [...]. A decir verdad, esto da miedo verlo y hace marear a uno.”
Continúa Gunzinger, guiado por su gran devoción mariana, hacia las vírgenes de Fisterra y A Nosa Señora da Barca, donde no deja pasar la descripción de las milagrosas piedras que bañan el santuario. Vuelve a Santiago y comienza su retorno recorriendo lo que hoy llamamos Camino Inglés hasta Betanzos, para desde allí seguir la ruta del Camino Norte, con jugosos comentarios de los diversos pueblos y villas que recorre, dejando constancia de las corridas de toros y carreras de caballos de Mondoñedo -a donde había llegado en un estado bastante penoso, por lo que no deja de alabar su farmacia- o los excelentes bizcochos con que le obsequian las monjas en Ribadeo tras decir una misa.
Deja noticia impagable de tradiciones tales como la antiquísima danza prima, en Peñaflor, cerca de Grado: “No lejos de allí, fuera de la ciudad, al otro lado de un puente hay una preciosa iglesia en la que un domingo los hombres y mujeres solteros, formando un círculo de dos partes, dándose unos las manos a otros y cantando maravillosamente, dan vueltas durante largo rato.”
Prosigue nuestro peregrino hasta el Salvador de Oviedo, donde no deja de admirar -como otros devotos y viajeros- las innumerables reliquias que atesora la catedral de la capital del viejo reino astur. Curiosamente, sigue por el santuario de Covadonga -es uno de los pocos peregrinos históricos que dejaron testimonio del tal paso- para llegar a Santo Toribio y postrarse ante el relicario Lignum Crucis. Desde allí se incorpora al Camino Francés en Burgos para retornar a su patria por Toulouse y Lyon, alcanza Ginebra y logra superar, en un duro invierno, Ausburgo, Munich, Bad Ischl y Mariazell. Llega felizmente a Wiener Neustadt el 24 de enero de 1655. [JAR]