También citado como Mártir de Arzendjan. Obispo de Arzendjan, en Armenia, y peregrino a Compostela que posiblemente recorrió el Camino de la Costa, tanto a la ida como a la vuelta. Su visita al sepulcro del apóstol Santiago formó parte de un largo periplo que comenzó en Armenia -uno de los lugares más lejanos de los que se tiene constancia de peregrinaciones- y le llevó a otros centros de culto, como la tumba de San Pedro (Roma). En total, el viaje duró dos años, de 1489 a 1491, aunque algunos autores datan su partida en 1494. Según Caucci von Sauken, el recorrido llevado a cabo por este obispo equivaldría a dar la vuelta al mundo. Peregrinó desde su tierra natal armenia.
Como testimonio de su peregrinación dejó un escrito de gran valor, pues ofrece una visión única del fenómeno de peregrinaje desde una perspectiva centroeuropea. Este texto es, asimismo, la primera guía del peregrino del Camino de la Costa o del Norte.
Este obispo armenio que viaja por Europa representa el tipo de peregrino devoto, para quien el sacrificio y la penitencia se anteponen a cualquier preocupación mundana, tal y como se desprende de su texto. Por lo tanto, su peregrinación tendría una clara vocación religiosa y su principal motivación sería visitar la tumba del apóstol San Pedro. Después extendió su viaje hasta el extremo de Galicia, para expresar su devoción al Apóstol. Se baraja también la teoría, defendida entre otros por Szászdi, de que detrás de su peregrinación habría una misión diplomática destinada a conseguir apoyos contra los turcos.
En el relato de Martiros queda patente el interés que siente por el aspecto religioso, a pesar de que otros textos de peregrinos prestan más atención a las necesidades espirituales y clericales y ofrecían las informaciones necesarias para las prácticas piadosas. También manifiesta su afán por las cuestiones históricas, aunque aporta datos que no se corresponden siempre con la realidad y cifras en relación a cuestiones religiosas que en ocasiones resultan exageradas.
A lo largo del escrito hace continuas referencias a la dureza del Camino, algo que para los estudiosos resulta natural debido a la enorme distancia que debía de recorrer, además de poder indicar que este hombre era de constitución débil y quizá también de edad avanzada. Como elemento destacable, realiza la primera descripción, por parte de un peregrino, del Pórtico de la Gloria y presenta una síntesis prodigiosa del mensaje teológico de sus esculturas.
En opinión de Klaus Herbers y Robert Plötz, el conjunto del relato es, en general, asistemático y no concluyente. Apuntan también que su distribución temporal es disparatada -para recorrer 180 km entre Bilbao y Guetaria necesita 27 días-. Sin embargo, y a pesar de los posibles desajustes temporales, este relato es una muestra inequívoca de lo conocida que era la tumba del Apóstol en el lejano Este y en concreto en una pequeña comunidad católica como era la de los armenios, entonces bajo el dominio otomano. La resonancia hizo que este obispo abandonase la tranquilidad de su sede y monasterio para llegar a Compostela.
Desde un principio, o al menos a partir de cierto momento, el prelado debía de viajar en compañía de varias personas, pues en el relato domina la forma plural, sobre todo a partir de Constantinopla. Era un hombre profundamente creyente que tuvo que haberse alojado durante su peregrinación la mayor parte de las veces en monasterios y conventos. De lo contrario no se podrían explicar sus largas estancias en los distintos lugares. También en determinadas ocasiones advierte de la caridad y hospitalidad de diversas personas e instituciones.
El manuscrito original está redactado en armenio vulgar con términos extranjeros, sobre todo procedentes del turco, que dificultan su comprensión. Se ha publicado una traducción al francés de su viaje y a partir de esta, otra española.
Martiros emprendió su viaje el 29 de octubre de 1489 desde la ermita de San Ciriaco, en Norkiegh (Armenia), con ánimo de visitar el sepulcro del príncipe de los apóstoles en Roma, San Pedro. En breves etapas a pie llegó a Constantinopla, donde el 11 de julio de 1490 embarcó en una nave francesa con rumbo a Venecia. Allí permanece 29 días donde le asombra, según los datos de su texto, que la ciudad de los canales tuviese 74.000 casas y que en la catedral de San Marcos pudieran caber 10.000 personas.
Tras un viaje de 33 días llega a Roma, donde permanecerá cinco meses. Esta larga estancia le dio tiempo para conocer muchos santuarios y queda especialmente impresionado por la prisión de San Pedro y de San Pablo. Declara con orgullo haber visitado entre diez y doce iglesias por día y haber sido recibido tres veces por el papa del momento, Inocencio VIII, de quien obtuvo unas cartas comendatorias, que le sirvieron de pasaporte durante el resto de su viaje por Europa.
El 9 de julio de 1491 partieron de Roma en dirección a Alemania. Llegaron a Constanza y probablemente viajaron río Rin abajo hasta Basilea, donde fueron apresados como espías. En Colonia, ciudad en la que permaneció 22 días, le impresiona la tumba de los tres Reyes Magos y el lugar de enterramiento en Santa Úrsula de las 12.000 vírgenes. Prosigue su trayecto por Aquisgrán y Bersaçon, en dirección a Francia. Después de visitar París, entró en España, procedente de Tours, Poitiers y Bayona.
En la península el obispo cogió el Camino de la Costa, una vía poco frecuentada por los peregrinos que bordea la costa cantábrica. Tomó algunas desviaciones hacía el interior del territorio, visitando Oviedo y Betanzos. Después llegó a Compostela: “Entre grandes penalidades, pero con ayuda de Dios, muy cansado y falto de fueras, llegué finalmente a la iglesia y a la tumba del Apóstol Santiago, el gran y glorioso santo y luz del mundo. […] Me acerqué a su sepulcro, lo veneré rostro en tierra y supliqué el perdón de mis pecados, así como el de mi padre, de mi madre y de mis bienhechores; finalmente había llevado a cabo entre un mar de lágrimas lo que había sido anhelo de mi corazón”. Tras 84 días en Santiago, no le “fue posible permanecer más tiempo por causa de la carestía de los víveres” de modo que emprende el camino de vuelta ya en el año 1491.
El maduro y cansado obispo prosiguió hasta Fisterra, lo que resulta llamativo si además se tiene en cuenta que se trata de un hombre que viene casi del otro extremo del mundo. Según relata, este último trecho le supuso muchos trabajos y sufrimiento físico. En el trayecto se encontró con un misterioso animal salvaje llamado wakner.
Ya de vuelta, debió de proseguir su viaje por la costa, pues dice que recorrió “muchas ciudades situadas a la orilla del mar universal, antes de llegar a Bilbao”. En Euskadi embarcó para Andalucía y Marruecos, recorriendo el sur y el Levante español antes de emprender el regreso a su país por Francia e Italia desde donde siguió por vía marítima. Su relato termina con estas palabras: “Inmediatamente me dirigí a Santa María [puerto próximo a Roma], donde embarqué y experimenté de nuevo condiciones tan desdichas que habría preferido la muerte a tener que sufrir tantos peligros”. [XIV]