Xacopediavakner.

Animal para unos y ente mitológico para otros, el término designa al ser que encontró en su camino a Fisterra (1491) el peregrino armenio Mártir (o Martiros), obispo de Arzendjan, y que se ha convertido en todo un símbolo de la Prolongación Jacobea a Fisterra, Galicia. El diario de Mártir y su encuentro con el vakner ha supuesto ríos de tinta y las más diversas hipótesis que han llegado hasta nuestros días, sin que de modo alguno se haya aclarado la cuestión. Martir refleja así lo acaecido:

“Recibí la bendición de Santiago, me puse en Camino y llegué a la extremidad del mundo, a la playa de la Santa Virgen, donde hay un edificio construido por su propia mano por el Apóstol San Pablo y que los francos llaman Sancta Marie de Finibusterrae. Padecí muchos trabajos y fatigas en ese viaje, en el cual me encontré con gran cantidad de bestias bravas y muy peligrosas. Y me encontré con el vakner, animal salvaje, grande y muy dañino ¿Cómo, me decían, pudiste salvarte, cuando grupos de veinte personas no pueden pasar? Pasé enseguida al país de Holani cuyos habitantes se alimentan también de pescado y cuya lengua yo no comprendía. Me trataron con la mayor consideración, llevándome de casa en casa y admirándose de que hubiera escapado del vakner.“

Numerosos estudiosos han querido aclarar las palabras de Mártir, con más o menos fortuna. ¿Qué era lo que había visto el obispo armenio y que, al parecer, sembraba el miedo en la comarca hasta el punto de admirarse de que Mártir hubiera sobrevivido al encuentro?, ¿qué era aquello que impedía el paso nada menos que a grupos de veinte personas? García Mercadal se opone al traductor de Mártir -que alegaba que se refería a un toro a un oso-, estimando que Mártir describe, sin duda, a un lince o lobo cerval. Klaus Herbers y Robert Plötz se inclinan por la tesis de Mercadal, mientras otros autores como José Luis Pensado, el profesor José Luis Monteagudo y, sobre todo, el gran investigador y estudioso de las leyendas y tradiciones de Fisterra, Fernando Alonso Romero, apuntan en otras direcciones. Señala este la imposibilidad de que un toro, vaca, oso o lince impida el paso a grupos numerosos -veinte personas-. Analiza una serie de seres míticos de la comarca y de otras regiones del norte -el Besajaun vasco; el Secular das Nubens, portugués; el Nuberu asturiano y el propio Nubeiro de la comarca de Fisterra-, pero nada encaja con la descripción de Mártir. Alonso Romero solicitó la colaboración del gran erudito y profesor compostelano, Luis Monteagudo y ambos recurrieron al antiguo diccionario de Pokorny y desde esa base indicaron algunas claves: Indoeuropeo wagh: ‘gritar, resonar, retumbar’; latín vagio: ‘gemir, lloriquear’; danés vakker: ‘alerta’; antiguo nórdico vargr: ‘lobo’.

Se presentaba así algo más relacionado con los animales que pudieran aparecer en la comarca, caso de los lobos, pero no era suficiente. Una manada de lobos pudiera actuar aterrorizando una comarca, pero Mártir habla de un único animal. Un paso más nos acerca a la tradición europea: los campesinos llamaban varuly, en Dinamarca, a seres demoníacos que, en la noche, atacaban al hombre. Esos mismos seres eran denominados en Suecia varul y en Inglaterra, warewolf. Lo que ocurre es que, desde época ignota, a esos mismos seres se les denominó en Galicia lobishomes, [hombres lobo] y han formado parte, durante siglos, de una realidad cotidiana como no se ha vivido en ninguna otra parte de la Península Ibérica.

Lobishome//// El lobishome es en Galicia el lado oscuro de una siniestra pesadilla, reflejada -todavía en el siglo XIX- en el caso del célebre Manuel Blanco Romasante, “el hombre lobo de Allariz”, buhonero y asesino confeso de innumerables mujeres en los montes y senderos orensanos del Camino del Sudeste, tras, según él, transformase en lobo. Algo así ya señalaba el inquisidor Torquemada: “En el reyno de Galicia se halló un hombre el cual andaba por los montes ascondido, y de allí se salía a los caminos cubierto de un pellejo de lobo, y si hallaba algunos mozos pequeños desmandado,matávalos y hartábase de comer en ellos. Y era tanto el daño que hacía que los de la tierra procuraron quitar aquella bestia del mundo y prendiéronle, y viendo que era hombre, le pusieron en una cárcel [...] hartávase de carne cruda y murió antes de que se hiciese justicia en él.”

También, según Bouza Rey, por Trives moraba el llamado “lobo da xente”, joven transformado en tal animal por culpa de una maldición. Era creencia popular que el séptimo hijo varón de una familia podía tener ese destino; o también, si el niño había nacido en Nochebuena. Bastaba que el joven una noche echara a correr “por sete fontes, sete pontes e sete montes”. Corre también por Galicia y norte de Portugal la bellísima leyenda de la peeira dos lobos [la pastora de los lobos]. Vicente Risco, el gran polígrafo gallego, realizó un profundo estudio sobre la licantropía en Europa y, sobre todo del lobishome en Galicia, analizando los procesos judiciales y los análisis medico- psiquiátricos. Para Risco no queda la menor duda de que la pervivencia en la cultura céltica del culto al lobo ha derivado en una serie de enfermedades psiquiátricas y genéticas y el único modelo que se les prestaba una sociedad campesina, primitiva y arcana para expresar su enfermedad era monte, desolación y muerte. No se puede dejar de reseñar, empero, en otro punto de las rutas jacobeas, cerca de Le Puy, la presencia en pleno siglo XVIII de otra bestia o animal misterioso, que llevó la desolación a la región y la inquietud al mismísimo rey Luis XV, la tristemente famosa Bête de Gevaudan, según todas las crónicas, un gran lobo. De una forma u otra, y sea cual fuere lo que vio Mártir, estas leyendas conforman la mitología y el alma más profunda de una de las regiones más apartadas de todas las rutas jacobeas: el Fisterra de Galicia. [JAR]


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