La defensa y promoción de Santiago como sede apostólica, a la que la Iglesia medieval compostelana creía tener derecho por estar sepultada en ella uno de los apóstoles de Cristo, la inicia -sostiene el medievalista Fernando López Alsina- el obispo Sisnando I en el siglo IX con su proyecto de engrandecimiento para el naciente santuario y la continúan varios de sus sucesores hasta el año 1049. Ese año, en el Concilio de Reims, el papa León IX censura duramente al obispo Cresconio, al que llega a excomulgar por autoproclamarse titular de una sede apostólica. Robert Plötz considera que la dura reacción del papa se debió a que en esos momentos mantenía un serio conflicto con Bizancio, que pretendía anteponer su condición de sede del apóstol Andrés a la de la propia Roma. Alegaban para ello que Andrés había sido llamado al apostolado antes que Pedro.
A finales del mismo siglo XI las relaciones de la Iglesia compostelana con Roma mejorarán y el arzobispo Diego Gelmírez, ya en el XII, trabajará de nuevo en la línea de convertir a Santiago en sede de la Iglesia occidental, en un plano casi de igualdad con Roma. Gelmírez logrará éxito en gran medida, al conseguir del papa Calixto II la declaración de Santiago como sede metropolitana, con dominio sobre una parte significativa de la Iglesia peninsular. Se llega a utilizar en algún momento el argumento de la legendaria Historia de Turpín del Codex Calixtinus (s. XII) en la que se afirma que el emperador Carlomagno convocó en Santiago un concilio en el que se estableció la obediencia de los reyes, obispos y señores peninsulares a la Iglesia de Santiago.
Tras la muerte de Gelmírez las pretensiones de un amplio control territorial fundamentado en la condición de Iglesia apostólica irán decayendo poco a poco y los arzobispos compostelanos se contentarán con ostentar esa distinción honorífica. [MR]