En español, Códice Calixtino. Escrito en latín durante las décadas centrales del siglo XII, es el libro referencial del mundo jacobeo y el más antiguo centrado exclusivamente en esta temática. El manuscrito original, el único de las numerosas copias existentes que recibe este título, se conserva en la catedral de Santiago. Texto inicial e iniciático, lo impulsó la Iglesia compostelana en tiempos del arzobispo Diego Gelmírez para afianzar sus pretensiones como sede apostólica y difundir los fundamentos de la peregrinación jacobea como experiencia europea.
El Calixtinus está considerado uno de los monumentos de la cultura continental de la Edad Media, una joya casi siempre tan atractiva como emocionante para quien desee acercarse a la materia jacobea desde su base, pero también para cuantos están interesados en la dinámica general de la Edad Media y en el devenir histórico español y europeo. En definitiva, un libro imprescindible, nacido para afianzar un objetivo que en Compostela se consideraba fundamental: la confirmación de Santiago como el segundo gran centro de la cristiandad después de Roma.
El texto, de gran extensión, está dividido en cinco libros: una amplia relación de textos litúrgicos dedicados a Santiago, alguno de ellos con reveladoras aportaciones para entender la peregrinación; los milagros realizados por el Apóstol en distintos lugares de Europa; la traslación de su cuerpo desde Palestina a Galicia y los avatares para depositarlo en su sepulcro definitivo; la venida a España del emperador franco-alemán Carlo-magno para liberar el camino a la tumba apostólica, y la famosa guía del peregrino desde Francia a Santiago. Concluye con una serie de composiciones musicales en honor al Apóstol, algún milagro más y textos justificativos de la obra.
Dadas las relaciones fluidas del papa cluniacense Calixto II (1119-1124) con el santuario de Santiago, del que fue el mayor benefactor pontificio, la Iglesia compostelana se atrevió a atribuir la obra a la mano de este pontífice. Se buscaban suculentos dividendos de legitimación, promoción y prestigio para el culto y la peregrinación jacobea. Por este motivo, Calixto II figura como autor del primero y más extenso de los cinco libros, de la mayoría de los milagros del segundo e incluso de la traslación del cuerpo de Santiago a Galicia. De esta falsa atribución parte el hecho de que se difundiera como Codex Calixtinus [Códice Calixtino en español]. También ha llevado a que algún autor lo haya citado de forma ocasional como Pseudo-Calixtinus o Pseudo-Calixtino. En realidad no se conoce con certeza el autor o autores pero resulta evidente la influencia francesa. De hecho, de ese origen es Aymeric Picaud, a quien se atribuye cuando menos la redacción del libro V, donde se describe por vez primera el Camino de Santiago.
El Liber//// A los textos del Calixtinus y sus derivados se les da el título de Liber Sancti Jacobi [Libro de Santiago], propuesto por el francés Joseph Bédier en el umbral del siglo XX. Los expertos utilizan esta denominación para referirse a los contenidos de diversas copias completas o casi completas y más o menos literales repartidas por varios países, en tanto que reservan la de Codex Calixtinus para la versión existente en la basílica compostelana, la más antigua. Por este motivo es frecuente ver el siguiente título: Liber Sancti Jacobi. Codex Calixtinus. Los tres primeros vocablos se aplicarían al conjunto de copias manuscritas de esta obra, conservadas en distintas bibliotecas del mundo, en tanto que los dos siguientes denominan al original conservado en Santiago, la fuente de todos los demás.
También se ha propuesto el título de Iacobus (o Jacobus) para referirse, sobre todo, a lo que expertos como Manuel C. Díaz y Díaz, uno de los grandes estudiosos de esta obra, opinan que es el núcleo inicial de la compilación, los libros I y II. Algún estudioso lo considera el título deseado por su autor o autores, ya que el Códice de la basílica compostelana se abre con las siguientes palabras: “Ex re signatur, Iacobus liber iste uocatur”. [Justamente signado, este libro Santiago se llama].
Codex Compostellanus, para referirse sobre todo a la versión original conservada en Compostela, y Liber Calixtinus, propuesta por el francés Pierre David (1945) por el hecho de que en casi todas las copias manuscritas se cita al papa Calixto, son otras denominaciones utilizadas en algún momento para referirse a este conjunto de textos.
El Codex Calixtinus, tal y como lo conocemos, pudo tardar más de cuarenta años en elaborarse. Sería en el período de tiempo comprendido entre la segunda mitad de la década de 1120 e inicios de la de 1170. Todos los estudiosos se mueven en estas fechas, aunque estaría muy avanzado hacia 1150. Se elaboraron los textos buscando garantizar un discurso estructurado a favor del prestigio que la tradición jacobea precisaba para consolidarse. La redacción comenzó, muy significativamente, en tiempos del arzobispo Diego Gelmírez, el gran impulsor interno y externo del santuario compostelano durante la Edad Media.
En este sentido, Díaz y Díaz sostiene que el Códice más antiguo y completo -el de la catedral de Santiago- sería el resultado de trabajos y manuscritos anteriores que confluirían finalmente, tras diversas vicisitudes, en los textos que llegaron hasta nosotros. La versión final del Códice se realizaría entre 1160 y 1170. A principios de la década de 1170 se le añadieron una serie de himnos y poemas con nota musical y algún breve texto de contenido diverso.
Aunque, como vemos, la Iglesia compostelana procuró atribuir la elaboración del Códice al papa Calixto II, hoy casi nadie discute que su autor o autores son desconocidos. El libro V, la primera guía del Camino Francés, es el único al que la mayoría de los estudiosos atribuyen un responsable concreto: el religioso francés Aymeric Picaud, al que algún especialista llega a situar como coordinador de la compilación o incluso como autor de su casi totalidad.
Fuera como fuese, todo parece apuntar hacia una autoría francesa o de gentes con esta formación. Gelmírez había enviado a estudiar a Francia a numerosos clérigos compostelanos, al tiempo que fomentó la llegada a la ciudad de otros de contrastada preparación del mismo origen, vinculados a la poderosa Orden de Cluny, con la que mantuvo casi siempre excelentes relaciones. Ellos pudieron ser los autores, aunque las múltiples dudas que se plantean para resolver de forma definitiva esta cuestión siguen ahí.
Las miniaturas del texto compostelano no alcanzan el número y la calidad de las de otros códices medievales, pero aportan información, colorido y fluidez a las páginas. Son también de gran valor artístico la mayoría de las capitulares, como la inicial del Códice compostelano, que representa al papa Calixto redactando el libro. Para Díaz y Díaz, en la elaboración del Calixtinus participarían, de una forma u otra, copistas, poetas, músicos, narradores y fabuladores, “así como teólogos de nota y escritores de raras habilidades, representando, al menos en sus productos finales, lo más selecto del mundo cultivado de la península, identificada en el Reino de León, así como del norte y centro de Francia, sin descuidar otros diversos países”.
Como el Códice formaba parte del plan general de promoción del culto jacobeo y del Camino de Santiago impulsado por el arzobispo Gelmírez, las partes que lo componen inciden en los aspectos que más podían influir en aquellos tiempos en este propósito, como la historia de Santiago y la traslación de sus restos a Compostela, sus milagros sin fronteras, la fantástica mediación del emperador Carlomagno en la apertura del camino al sepulcro en las aisladas tierras de Galicia, las características espléndidas de su santuario y de su amplia liturgia, y una serie de prácticos consejos e itinerarios para peregrinar desde Francia hasta Compostela.
Gelmírez quería asentar definitivamente el prestigio e influencia del sepulcro compostelano en el resto del mundo cristiano, como base para su engrandecimiento, y esta especie de enciclopedia jacobea del momento tenía que ser el instrumento promocional. Quizás sea esta orientación de la obra, que mira más al resto de Europa que a la península, el motivo por lo que el Calixtinus apenas hace mención a la lucha de los reinos cristianos peninsulares contra los musulmanes; reserva, sorprendentemente, esta labor al franco-alemán Carlomagno, algo que con el tiempo haría de esta parte una especie de texto maldito en España.
Toda esta información aparece estructurada en cinco libros y unos apéndices musicales de variado contenido en la versión del Codex conservada en la catedral de Santiago, la más completa y antigua de las existentes. Son, en total, 225 páginas en pergamino, de 30 x 21 cm, en grafía francesa. Los libros I y V (sobre todo este último) tienen un carácter más informativo y práctico, ya que se centran en aspectos de la liturgia propia de Santiago y en una serie de consejos para facilitarles a los peregrinos su visita al santuario. Por el contrario, los libros II, III y IV inciden en aquellos aspectos que favorecerían mejor el prestigio y difusión del mundo jacobeo: los milagros del Santo, que presentan un carácter taumatúrgico sin límites territoriales, el traslado de sus restos a Galicia y el descubrimiento de su sepulcro.
El primer libro es el más extenso del Códice. Supera la extensión conjunta de los otros cuatro. En treinta y un capítulos recoge un amplio conjunto de textos litúrgicos para el culto a Santiago: misas, rezos, sermones, homilías, bendiciones, cantos, danzas, etc.
La mayoría son de gran valor argumental y ofrecen una imagen de gran dinamismo y riqueza de las principales celebraciones litúrgicas compostelanas, centradas sobre todo en las festividades de Santiago el Mayor de cada 25 de julio y 30 de diciembre (traslación).
Díaz y Díaz señala que estos textos litúrgicos responden a las necesidades de un culto que ya había alcanzado una clara dimensión europea y que reclamaba la solemnidad adecuada.
Son muy significativos los sermones, casi siempre realizados a partir de la interpretación de numerosos pasajes y citas bíblicas y de textos del cristianismo antiguo de Eusebio de Cesarea, San Gregorio, San Jerónimo, San Agustín, Beda el Venerable, etc. Uno de los capítulos de este libro, el XVII, es el famoso sermón Veneranda Dies, esencial para conocer las características del mundo jacobeo en el siglo XII.
Este segundo libro es de contenido claramente hagiográfico. Recopila veintidós milagros atribuidos a Santiago, supuestamente acontecidos entre los años 1100 y 1110. Sólo uno se sitúa fuera de este contexto temporal, en el año 1135. Son milagros con una clara vocación universal, ya que suceden en muy diversos lugares del mundo. Destacan sobre todo los relacionados con el Camino de Santiago.
Claramente, este segundo libro busca la difusión de estos milagros -que pueden alcanzar a cualquiera en cualquier parte- para que los peregrinos afiancen su fe en el amparo del Apóstol, animándolos a echarse a un camino largo y peligroso en muchos momentos, pero que contaba con un protector decisivo: el propio Santiago.
Algunos de estos relatos lograron una notable difusión y ayudaron a afianzar la peregrinación. Entre ellos no está el más célebre de todos: el sucedido en Santo Domingo de la Calzada (La Rioja) conocido popularmente como el milagro del gallo y la gallina, que se acostumbra a situar en el siglo XIII. La versión que aparece en el capítulo V de este segundo libro del Codex, que pudo tener su influencia a través de su difusión por el Camino, se limita a relatar el milagro de un peregrino alemán ahorcado injustamente en la ciudad francesa de Toulouse. Resucita al volver su padre de realizar la peregrinación a Santiago.
Se relatan en el libro III los prodigiosos sucesos relacionados con la translatio [traslación] del cuerpo de Santiago desde Palestina, donde había muerto decapitado por orden del rey Herodes, hasta Galicia. La narración se completa con las peripecias de los discípulos que lo acompañan hasta que logran dar sepultura al Apóstol en un lugar de la futura Compostela.
El relato, breve y casi siempre muy conciso en detalles, pretendía resolver, de una vez por todas, las dudas sobre los motivos que justificaban la presencia del cuerpo de Santiago en Galicia. Existían brevísimas noticias anteriores -la más clara es la Epístola del papa León, de dudoso origen- sobre su enterramiento en el occidente peninsular e incluso en Galicia, pero ningún texto que especificase el lugar exacto, que lo conectase con la realidad del siglo XII y lo hiciese en una obra de la autoridad pretendida para el Calixtinus. El objetivo de este libro era, por lo tanto, dar sentido a los dos anteriores y reforzar a la Iglesia compostelana como verdadera meta apostólica.
En la misma línea que los dos anteriores, el libro IV busca resaltar los argumentos destinados a prestigiar el culto a Santiago dándole una dimensión europea. Se relata para ello la prodigiosa apertura desde Francia del camino hacia el sepulcro de Santiago. Y no lo hace cualquiera. Se atribuye la misión a Carlomagno (742-814), en la línea de los ideales caballerescos y de cruzada contra los infieles que se extendían por Europa desde finales del siglo XI y que el gran emperador de Occidente representaba ya en la cultura popular.
El Códice atribuye este libro IV, conocido como la Historia de Turpín o Historia Turpini, a un obispo con este nombre de la ciudad francesa de Reims. Sin embargo, Turpín, fallecido a finales del siglo VIII, difícilmente podría haber acompañado a Carlomagno en sus imaginarias correrías por el norte de España a principios del siglo IX, momento en el que se situaría esta historia. Por tal motivo y porque su redacción fue posiblemente obra de anónimos autores franceses vinculados a la Iglesia compostelana, los estudiosos se refieren con frecuencia a este libro como Pseudo-Turpín. También se le ha dado el título de Historia Karoli Magni et Rotholandi, al situar al ya entonces (s. XII) sacralizado y mitificado emperador Carlomagno, acompañado de modo principal en su misión jacobea por el legendario caballero Roldán, como el gran protagonista de la narración.
Estos sucesos, previsiblemente inspirados en cantares de gesta de origen incierto que circulaban por Europa en el siglo XII y que también habían dado lugar al Cantar de Roldán (s. XI), son, por supuesto, pura invención, muy del gusto medieval. Carlomagno fallece en el 814 y el descubrimiento del sepulcro atribuido a Santiago se produce, con seguridad, entre los años 820 y 830. En todo caso, el hecho de que el emperador, en una breve intervención peninsular, acabase sufriendo una derrota en el 778 en Roncesvalles -ya en el siglo XII lugar de paso referencial de los peregrinos jacobeos- pudo influir en la difusión del mito por el Camino y en su interesada manipulación por la Iglesia compostelana. El objetivo, lógico y entendible en el contexto del imaginario medieval, era hacer jugar a favor de la materia jacobea la gigantesca y mítica figura paneuropea y cristiana de Carlomagno y los héroes con él relacionados en la mentalidad popular, como Roldán, el propio Turpín, etc. El historiador compostelano López Alsina señala que el autor del libro IV asocia deliberadamente las ciudades de Santiago y Aquisgrán, capital política del único gran imperio europeo medieval, para realzar, mediante el recurso épico-literario, la trascendencia del descubrimiento del sepulcro jacobeo. Siempre a medio camino entre la leyenda y la realidad, el hombre medieval contaba con las claves para relacionar con su fe estas historias.
El libro IV es el que tuvo más favorable acogida, al menos en un primer momento, y el que alcanzó mayor difusión, ya que llegaron a realizarse unas doscientas cincuenta copias difundidas por toda Europa. Influyó en otros textos hagiográficos carolingios europeos. Sin embargo, en 1619 este libro fue retirado del Códice de la catedral compostelana, justificando que no pertenecía al papa Calixto II, sino al obispo Turpín. Estudiosos como José María Díaz Fernández mantienen que esta retirada se debió a la necesidad que tenía la Iglesia compostelana de reforzar el papel de los reyes hispanos en el inicio y desarrollo de la tradición jacobea, en unos tiempos difíciles para el santuario apostólico en los que el apoyo de la Corona se hacía muy necesario. A finales del siglo XIX fue de nuevo vinculado al Codex, a propuesta del historiador López Ferreiro.
El Pseudo-Turpín es el libro el más estudiado del Codex, sólo superado en la segunda mitad del XX por el impacto del libro V en el renacer del Camino de Santiago. Ya en el siglo XIX diversos especialistas, principalmente franceses y anglosajones, iniciaron este trabajo. No obtuvo tanta atención entre los investigadores españoles, a pesar de ser el texto épico vinculado a España con mayor difusión europea. Más próximo al ideario centroeuropeo que al hispano, se entiende que este libro haya interesado más a los primeros que a los segundos.
El texto conocido como Liber peregrinationis o Guía del peregrino medieval ha sido esencial para el renacer contemporáneo del Camino de Santiago, aunque algunos estudiosos dudan de su difusión y valor práctico durante la Edad Media.
De autor anónimo, se ha atribuido por diversos expertos al clérigo Aymeric Picaud. Dos son los motivos: Aymeric era francés y de la región del Poitou, y en este libro el autor (o autores) se identifica como francés y realza las virtudes de los poitevanos de forma destacada sobre las de los demás pueblos citados.
El Liber peregrinationis se considera la primera guía detallada de viajes por Europa. Realizado posiblemente entre los años 1135 y 1140, ofrece el trazado del Camino de Santiago en Francia a través de cuatro largas vías principales y en España desarrolla e identifica el trazado del Camino Francés. Es el primer texto en el que aparecen ambos trazados y lo hacen con una precisión que sorprende para la época.
Aporta diversos consejos para la realización de la peregrinación: la valoración de los pueblos y gentes de la Ruta -en algún caso ofensiva desde la perspectiva actual-, las localidades, las etapas hasta Compostela, las reliquias a visitar a lo largo del viaje, la detallada descripción de la catedral de Santiago, etc. Es el resultado en gran medida de la experiencia del autor. En todo caso, para entender en su completa dimensión este libro es preciso ponerlo en relación con el famoso sermón Veneranda Dies, donde se ofrecen determinados detalles de la peregrinación que aquí no aparecen.
Desde la segunda mitad del siglo XX es el libro más conocido del Calixtinus y, sin duda, el más difundido, analizado y escrutado palabra a palabra, cita a cita. Ya en la primera mitad de la pasada centuria había llamado la atención de los historiadores. Jeanne Vielliard publicó el primer trabajo amplio sobre este en la década de los treinta y propone a Aymeric Picaud como su autor.
Estos y otros estudios anteriores y posteriores permitieron que fuese conocido por el gran público y que se convirtiese en el principal documento para fijar las antiguas rutas de peregrinación a Santiago por Francia y España. La espontaneidad de sus textos y la claridad de sus argumentos (se acepten o no) hicieron el resto. Su popularidad avanzó en relación directa con el renacer moderno del Camino de Santiago. Está traducido a la mayoría de los idiomas europeos.
Una de las grandes aportaciones a la cultura occidental del Códice Calixtino está en su música polifónica, que sobresale en el apéndice final. En estas últimas páginas también se incluye algún milagro de Santiago más y datos justificativos de la elaboración del conjunto de la obra y de su autenticidad.
La música en honor a Santiago -veintiuna composiciones- es el primer ejemplo de polifonía de verdadera calidad artística de todo Occidente, según diversos estudiosos. Destaca, sobre todo, el popular Dum pater familias, el canto de peregrinación más antiguo conocido en el presente y todo indica que con notable repercusión en la Edad Media.
Son principalmente himnos y poemas con su música correspondiente, para ser cantados en los diversos oficios divinos de las festividades santiaguesas. El alemán Klaus Herbers ha destacado la relevancia que tiene la música en el conjunto del Codex Calixtinus, “tanto de canto gregoriano como de composiciones polifónicas, que le aseguran un puesto privilegiado entre los repertorios más interesantes para la evolución de la polifonía medieval”.
Desde su conclusión, hacia 1170-1172, el Codex Calixtinus fue copiado con asiduidad por muy diversos amanuenses, tanto a partir del original compostelano como de las versiones que se iban difundiendo por Europa.
Fueron muchas, diversas y con desigual fortuna las copias realizadas. Comenzaron de forma inmediata a su conclusión. Entre casi completas, semicompletas e incompletas, alcanzaron las doscientas cincuenta o incluso las trescientas, según algunos autores entre los que se sitúa el alemán Klaus Herbers. Su distribución tuvo alcance europeo. Todo parece indicar que la primera la hizo el monje Arnau (o Arnaldo) del Monte, llegado del convento catalán de Ripoll, en 1172. Se conserva en el Archivo de la Corona de Aragón en Barcelona.
También del siglo XII es la reproducción existente en el convento portugués de Alcobaça. Del XIV destacan la de la Universidad de Salamanca, adonde llegó en 1954, procedente del Palacio Real de Madrid, la de la Biblioteca Británica de Londres y la del Vaticano.
Del XV deben citarse las de la Biblioteca Vaticana y Pistoia. Se conservan otras copias en París. La Biblioteca Nacional de Madrid posee un ejemplar casi íntegro copiado en 1538, otra versión parcial hecha en 1606 a partir del manuscrito de Arnau del Monte y una de 1657 tomada de una copia existente en Sevilla.
Desde la segunda mitad del siglo XIX el Codex Callixtinus vuelve a vivir una edad de oro, convertido en principal fuente de referencia del mundo jacobeo medieval. Como se ha dicho, el texto que ha suscitado más atención en los últimos años ha sido el libro V, la guía de peregrinación, que ha interesado preferentemente a expertos franceses, alemanes, británicos y norteamericanos.
En España despertó un menor interés, aunque destaca, sobre todo en el último cuarto del siglo XX, la labor investigadora del catedrático compostelano Manuel C. Díaz y Díaz. Pero en lo referente al inicio del proceso histórico de estudio, es necesario ir hasta el año 1865, cuando el francés Gaston Paris presenta en la capital gala su tesis de doctorado sobre el libro IV, la Historia Turpini, que ya denomina como Pseudo-Turpini. Poco después, en 1868, los bolandistas publican en Paris el libro II. En 1882 se edita por vez primera, también en París, el libro V (Guía del peregrino) a cargo del español Fidel Fita y el francés Julien Vinson. A este libro dedicaría Jeanne Vielliard un trabajo profundo con una nueva edición, en francés, en 1938. El libro III lo publican en parte los bolandistas en 1886 y López Ferreiro en su historia de la Iglesia compostelana en 1898. El libro IV lo da a conocer Fernando Castets en 1880 en París y Ward Thoron en 1934 en Boston. Otros estudiosos históricos del Códice a lo largo del siglo XX fueron Meredith-Jones, Adalbert Hämel, André de Mandach y Pierre David. Más recientemente destacan, entre otros, el ya citado Díaz y Díaz y el alemán Klaus Herbers. Pero si los estudios y traducciones parciales del Liber Sancti Iacobi empezaron en el siglo XIX, la primera trascripción latina completa no se llevó a cabo hasta los años treinta del siglo XX. La realizó, tomando como base el ejemplar de la catedral compostelana, el hispanista norteamericano Walter Muir Whatehil. Se publicó en 1944 y resultó decisiva para el conocimiento y difusión moderna del Codex, hasta la realizada por Klaus Herbers y el gallego Santos Noia, publicada en el Año Santo de 1999 y que mejora, sin duda, la anterior. Antes, en 1993, se había publicado la primera edición facsimilar del ejemplar del Códice existente en la catedral de Santiago, con el fin de facilitar su consulta y su difusión. A las numerosas traducciones en distintos idiomas desde el siglo XIX de fragmentos y libros específicos, siguió, por fin, la primera versión completa en un idioma moderno. Fue la española, publicada en 1951 con un gran número de notas a pie de página y realizada, a partir de la transcripción de Whatehil, por los profesores Abelardo Moralejo, Casimiro Torres y Julio Feo. Existen también traducciones completas en francés, italiano y gallego, y parciales en casi todos los idiomas occidentales. [MR]