Sobrino del emperador Carlomagno que, según la Chanson de Roland (ss. XI-XII) y el Códice Calixtino (s. XII), encontró la muerte en la batalla de Roncesvalles, después de sufrir un ataque de los sarracenos cuando se encontraba al frente de la retaguardia del ejército carolingio. En realidad, los enemigos de las huestes de Carlomagno (768-814) en la batalla ocurrida en el año 778 fueron previsiblemente los vascos, pero tanto a la canción de gesta como al relato de Turpín del Códice Calixtino les convenía identificar a los enemigos con los sarracenos.
Cuando Carlomagno ya era considerado como el gran emperador de Europa después de sus conquistas, antes del hallazgo por el eremita Paio de los restos del Apóstol en el bosque Libredón, “en donde entonces se ocultaba, desconocido, el cuerpo de Santiago”, como recoge el Códice Calixtino, el santo Apóstol se le apareció al emperador y le dijo “que así como el Señor te hizo el más poderoso de los reyes de la tierra, igualmente te ha elegido entre todos para preparar mi camino y liberar mi tierra de manos de los musulmanes, y conseguirte por ello una corona de inmarcesible gloria”. Así pues, Carlomagno, “tras habérsele unido muchos ejércitos, entró en España para combatir a las gentes infieles”.
“Llegó a Padrón sin hallar resistencia y clavó una lanza en el mar, dando gracias a Dios y a Santiago por haberle llevado allí […]. Después recorrió toda España, de mar a mar”.
Carlomagno, después de que “conquistó en aquellos días toda España para gloria del Señor y de su apóstol Santiago […], determinó atravesar los puertos de Cize y volver a la Galia” y dejó a Roldán, que ya había demostrado su valor al enfrentarse y vencer al gigante Ferragut, al frente de la retaguardia de su ejército. Desde un otero, hoy conocido como poyo de Roldán, vieron en Nájera al gigante Ferragut, “del linaje de Goliat”, y enviaron a combatir con él a Reinaldos de Montalbán, al rey de Roma Constantino y al conde Hoel, que fueron derrotados. Roldán pidió a Carlomagno que le permitiese enfrentarse a Ferragut y, después de una discusión teológica sobre la Santísima Trinidad, consigue vencerlo en buena lid.
Sin embargo, todavía más conocido y legendario es el hecho de la muerte de Roldán. Con leves variaciones, tanto la Chanson como el Calixtinus coinciden en lo esencial de la historia. En este último se narra que Roldán, traicionado por Marsilio, sufre el ataque imprevisto de los sarracenos. Logra matar al traidor, pero resulta “herido de cuatro lanzadas y gravemente golpeado a pedradas”. El lugar donde fue abatido se sitúa normalmente en Ibañeta, Roncesvalles.
Cuando se decidió a hacer sonar el olifante para reclamar la ayuda de Carlomagno, ya se encontraba herido de muerte: “Se cuenta [sigue el Codex] que la trompa se rajó por la mitad con la violencia de su soplido y se le rompieron las venas y los nervios del cuello. Y su sonido llegó entonces, conducido por los ángeles, hasta los oídos de Carlomagno, que con su ejército se había detenido en Valcarlos, lugar que distaba de Roldán ocho millas.” Según relata Lassota, que peregrinó a Santiago en 1581, encima del altar mayor de la catedral de Santiago vio “un gran cuerno de caza o postal; se dice que perteneció al héroe Roldán y se le conoce como Cuerno de Roldán”. Es uno de los variados lugares que reclamaron para sí, a lo largo del Camino, el patrimonio legendario de Roldán, que alcanza su mayor presencia en el conjunto de Roncesvalles.
La historia sigue señalando que Canelón, uno de los cómplices de la muerte de Roldán, convenció al emperador de que no regresase, alegando que seguramente Roldán habría hecho sonar el olifante porque estaba cazando. Pero Balduino, para asegurase de que este volvía, decidió ir en su busca hasta Valcarlos, que debe su nombre al hecho de que este detuvo allí sus tropas y fue el lugar en donde lo avisaron de la muerte de Roldán.
Antes de morir, Roldán pide perdón de sus pecados y realiza un acto de fe en Dios y en la promesa de la resurrección: “Señor mío Jesucristo, por cuya fe abandoné mi patria, vine a estas bárbaras tierras para exaltar la cristiandad, gané, protegido con tu auxilio, muchas batallas a los infieles y soporté innumerables golpes […] confieso que soy reo y pecador […] pero Tú eres clementísimo dispensador de todos los pecados […]. Todo lo terrenal pierde valor para mí; pues ahora, con la gracia de Dios, veo lo que el ojo no alcanza ni el oído percibe y no llega al corazón del hombre; lo que Dios preparó para los que le aman.”
Pide también por los que murieron en la batalla: “Envíales tus santos arcángeles para que saquen sus almas de las tinieblas y las lleven al Reino Celestial […]. Y enseguida, mientras se alejaba Tedrico, con esta confesión y estas preces el alma feliz del bienaventurado mártir Roldán salió de su cuerpo y fue transportada por los ángeles al Eterno Descanso.”
Cuando Turpín, que se encontraba junto a Carlomagno, estaba celebrando una misa, “arrebatado en éxtasis”, vio aparecer “una formación de negros guerreros” que llevaban “al infierno a Marsilio”, el traidor. Y al punto llegó Balduino para comunicarles que Roldán se encontraba herido de muerte.
Enseguida regresaron todos y “fue Carlomagno el primero en descubrir a Roldán exánime, echado boca arriba, con los brazos puestos en forma de cruz sobre el pecho”. Después de llorar su muerte, “ungió el cuerpo exánime con bálsamo, mirra y áloe, y todos celebraron honrosamente grandes exequias con cánticos, lloros y rezos a su alrededor, encendidas luces y fuegos por los bosques durante toda aquella noche”.
Una vez ejecutada la venganza, “al bienaventurado Roldán, transportado en féretro de oro sobre dos mulas y cubierto por ricos paños, le llevó Carlomagno hasta Baye y le enterró honrosamente en la iglesia de San Román […] y le colgó su espada a la cabecera y su trompa de marfil a los pies, para honor de Cristo y de su honrosa milicia”, concluye el Codex.
La cruz de Roldán, situada entre Roncesvalles y Burguete, recuerda estos hechos y señala el lugar donde según ciertas leyendas murió nuestro héroe o en el que fue enterrado.
Una leyenda gallega afirma que Roldán no murió en la mítica batalla de Roncesvalles, sino que, malherido, consiguió escapar y su cuerpo fue a parar a la isla de Sálvora, en Galicia, donde se estableció dispuesto a pasar allí el resto de sus días. Se cuenta que cuando se advierte peligro para los marineros en la mar, Roldán hace sonar su olifante para avisarlos.
Una mañana, mientras Roldán paseaba por la playa, vio tumbada en la fina arena de Sálvora lo que al principio le pareció una mujer, pero, al acercarse, comprobó que era una sirena muy hermosa. Cautivado por su belleza, decidió llevarla a su refugio a lomos de su caballo. Con una paciencia infinita le fue quitando una a una las escamas hasta que la sirena se convirtió en una mujer. Al ver el milagro, se abrazaron, hicieron el amor y decidieron pasar juntos el resto de sus días. Aunque la sirena no podía hablar, se entendían perfectamente entre los dos. Roldán decidió llamarle Mariña y el nombre pareció gustarle. Nueve meses más tarde nació su hijo Mariño. En la noche de San Juan, siguiendo una tradición ancestral que Mariña desconocía, Roldán decidió saltar la hoguera con el niño y Mariña se asustó tanto que gritó: “¡Hijo!”. Desde aquel día en el que pronunció su primera palabra, empezó a hablar.
Cuando Roldán murió, la sirena volvió al mar y los Mariño se comprometieron a entregarle el primer hijo de cada generación. [JS]