XacopediaGelmírez, Diego

En gallego, Diego Xelmírez. Primer arzobispo de Santiago de Compostela (ca. 1067-Santiago de Compostela 1139). Su mandato se prolongó desde 1100 a 1140. Es el personaje compostelano más decisivo en el impulso de la peregrinación jacobea y, en general, una de las figuras más destacadas de la historia de Galicia y la España medieval. En su trayectoria procuró el prestigio de su sede y la proyección internacional de la peregrinación. Buscaba también la visibilidad de su propia figura, como obispo y señor feudal, personificando a la Iglesia de Santiago, una institución reforzada y engrandecida por su pasión compostelanista, que lo llevó a colaborar con papas, obispos, abades, nobles y soberanos con el objetivo de que la sede jacobea fuese, con Roma, la más importante de Occidente. Los grandes logros de su ambicioso pontificado fueron la elevación de Compostela al rango de arzobispado y la finalización de las obras de la catedral románica, lo que dotó de una gran autoridad e influencia a la Iglesia compostelana, sobre todo ante el Papado, que nunca volvería a repetirse.

Era hijo de Gelmirio, un caballero cuya nobleza la había adquirido al servicio de la Iglesia de Compostela. El obispo de Iria Flavia, por aquel entonces Diego Peláez (1070-1094), había nombrado a Gelmiro gobernador de las tierras de Iria, Amaía y Posmarcos, en las que se encontraba el Castelum Honestum (actuales Torres de Oeste). Por este motivo algunos estudiosos han supuesto que Gelmírez habría nacido en esta fortaleza, situada en la actual Catoira (provincia de Pontevedra), aunque también es posible que, atendiendo a las numerosas propiedades que tenía su padre en Santiago de Compostela, naciese en esta ciudad entre 1067 y 1070. El joven Gelmírez aparece en la escena compostelana a finales de la década de 1070, en la época de inicio de la catedral románica, siendo obispo Diego Peláez, y rey de Castilla y León, Alfonso VI. En las aulas episcopales compostelanas se formó en gramática, lógica y música, y amplió sus horizontes en la corte de Toledo. Desde muy joven, Diego Gelmírez se vinculó a la Iglesia y entró a formar parte del clero en tiempos del obispo Diego Peláez.

En el año 1090, llegan a Santiago como condes de Galicia Raimundo de Borgoña y Doña Urraca, designados por Alfonso VI como parte del proyecto de otorgarle cierta autonomía al Reino de Galicia. Los condes lo eligieron como secretario y canciller, a pesar de contar apenas con veinte años de edad y en 1093 lo nombraron administrador eclesiástico de la diócesis.

En 1095 el papa Urbano II concede la bula Veterum Synodalium, un documento con carácter fundacional, por el cual el papa acepta la apostolicidad de la sede jacobea, por ser el lugar donde reposa el cuerpo de Santiago, al tiempo que ordena que la cátedra episcopal de Iria Flavia se traslade para siempre a Compostela. Además, Urbano II declara a los prelados de Santiago independientes de cualquier metropolitano, quedando sólo bajo la autoridad de Roma, por lo que el obispo compostelano será consagrado por el papa. Se trata, en definitiva, del final oficial de la antigua Diócesis de Iria Flavia y de la confirmación de Santiago de Compostela como nueva sede apostólica de Occidente.

A la muerte de Dalmacio (primer obispo exclusivo de Santiago) en 1095, se le encomienda a Gelmírez la administración de la Iglesia compostelana, puesto que ocupa hasta el año 1100. También por influjo de Doña Urraca y Raimundo de Borgoña, además de por el apoyo con el que contaba entre la Orden de Cluny, fue nombrado obispo de la sede compostelana en 1100. Su ascenso en los estratos de poder culminará en 1120, al ser designado arzobispo y legado pontificio.

Diego Gelmírez era un hombre sagaz y tenaz, dotado de una inteligencia práctica y una mentalidad feudal. Ansió autoridad y prestigio, de modo que prosiguió una vertiginosa promoción, en la que calculó siempre el grado de poder que poseía cada una de las persona de su ámbito, lo que por otra parte se considera una de las características más definitorias de su modo de ser. Su habilidad política y su intenso trabajo diplomático lograron que la sede de Santiago tuviese excelentes relaciones con las demás iglesias del reino, con los monarcas leoneses y con los principales centros de poder de la cristiandad occidental: el Papado y Cluny.

Uno de los grandes propósitos de Gelmírez fue el engrandecimiento de la categoría jurídica de su diócesis. Iria Flavia y Santiago en el ámbito legal o según su estatuto jurídico dependían de la sede de Braga. Su política de entendimiento con Roma y con el rey leonés Alfonso VI, sus hábiles gestiones y los valiosos regalos que habría hecho a la corte pontificia buscando sus favores le permitieron alcanzar este propósito y elevar la diócesis al rango arzobispal en 1120, en tiempos del papa Calixto II (1119-1124), hermano de Raimundo de Borgoña y con quien mantenía una buena relación.

Este nuevo estatus le otorgó al territorio privilegios como el de acuñar moneda, una potestad que en la Edad Media en España ostentaban los monarcas; a esto se unió la riqueza que las peregrinaciones aportaban a la diócesis compostelana, lo que llevó a Gelmírez a ejercer como una especie de gobernador de Galicia, con amplios poderes eclesiásticos y temporales como el de administrar justicia.

Desde que accedió al cargo de obispo, Gelmírez intentó favorecer el entendimiento con Roma; de hecho, ese mismo año (1100) viaja a esta ciudad para conciliarse con su Iglesia y rectificar la actitud altanera que habían tenido algunos de sus predecesores en el puesto. En 1104, vuelve a la ciudad italiana tratando por primera vez de conseguir la elevación de Santiago a sede metropolitana. En esta ocasión presenta su deseo ante el papa Pascual II (1099-1118), que rechaza la petición. Cuando muere, le sucede Gelasio II, quien le promete que la obtendrá si lo solicita él personalmente. Esperanzado, en 1119, el prelado compostelano parte hacia Roma pero, estando de camino, en Sahagún, recibe la noticia del fallecimiento del nuevo pontífice.

Es entonces cuando Calixto II, gran amigo de Gelmírez, es nombrado papa. Nada más ser elegido, el compostelano enviará a Roma a un grupo de canónigos para presentarle sus respetos, pero este aún se encuentra en Francia. Ante esta coyuntura, el abad de Cluny, Poncio, asume la responsabilidad de hacer la petición de las aspiraciones de Gelmírez al papa. A él se unieron apoyando la solicitud los cardenales Bosson y Deusdedit. Diego Gelmírez pretendía el traslado de la Metrópoli de Braga a Compostela alegando el castigo a su arzobispo, Mauricio, que había aceptado proclamarse papa con el nombre de Gregorio VIII, lo que le había valido la excomunión y deposición de su dignidad arzobispal.

Calixto II citó a Gelmírez al Concilio de Reims para resolver allí el asunto. Este se disponía a hacer el viaje, pero la reina doña Urraca de León y Castilla se opuso, alegando que su presencia era necesaria en Galicia, aunque realmente se cree que desconfiaba de que el papa, que era su cuñado, y el obispo urdiesen un plan para destronarla y que su hijo accediera al trono. Para solucionar la situación, el obispo de Porto, Hugo, se ofreció para presentarse en Reims y gestionar él mismo la concesión de la dignidad metropolitana. En efecto, acudió al concilio con intención de presentar la nueva estrategia compostelana: dada la dificultad que presentaba el traspaso de la sede de Braga, ya constituida, se optó por traspasar Mérida, que desde el siglo VIII estaba en poder de los musulmanes. Sin embargo, cuando llegó a Reims el encuentro ya se había celebrado.

Gelmírez toma entonces la decisión de formular la petición a través de una larga carta, en la que solicitaba el traslado, y en ella llegaba a alegar que era el mismo Apóstol quien pedía la sede para mejor custodia de su sepulcro. Esto no surtió efecto, por lo que pocos días después se presentaron ante el papa, Hugo, el abad de Cluny, el duque de Borgoña y el cardenal Deusdedit, junto a otros caballeros y magnates que habían sido peregrinos a Santiago. Se postraron ante él pidiéndole que le entregase a Santiago la metropolitana de Mérida. Se dice que terminaron su oración proclamando: “No nos levantaremos hasta que lo concedáis”. El papa al fin cedió, además de nombrar a Gelmírez su legado para las provincias de Mérida y Braga ese mismo año.

El 25 de julio de 1120 las bulas papales de concesión fueron publicadas desde el altar de la catedral y, desde entonces y hasta su muerte en 1140, Gelmírez ocupó el cargo de arzobispo. A finales de 1120 Hugo le impuso el palio metropolitano por delegación de Calixto II. No obstante, la bula no dejaba claro si el traspaso de la dignidad metropolitana de Mérida a Compostela era perpetuo o únicamente duraría mientras esta ciudad estuviese bajo el poder musulmán. Gelmírez consiguió que en 1124 se dictase una nueva bula en la que se explicitaba que Compostela sucedería para siempre a Mérida como metropolitana, por lo que esta ciudad quedó sometida al arzobispo de Santiago.

Así llega Gelmírez a su máxima acumulación de poder con su nombramiento como arzobispo y como legado pontificio para esta nueva provincia eclesiástica y también para todos los territorios de Galicia y de Portugal que dependían de la metropolitana de Braga. No había ninguna autoridad eclesiástica superior en la península. Además, ese año, doña Urraca le otorgó las atribuciones de conde de Galicia, lo que comportaba la prestación de homenaje y fidelidad por parte de la nobleza gallega.

El gran poder eclesiástico que habían adquirido Gelmírez y Compostela provocó el recelo de ciertos miembros de la Iglesia que no aceptaban ver mermada la extensión de su autoridad y el deber de asistir a los concilios convocados por Gelmírez como legado pontificio. Es especialmente conocida la rivalidad que mantuvo con el arzobispo de Toledo, Bernardo, con quien Gelmírez parecía tener un antagonismo personal, y con el de Braga.

Su labor como legado la ejerció mediante la celebración de siete concilios. Los primeros parece que tuvieron poca trascendencia por la escasez de asistencia. Sin embargo, en los concilios compostelanos XII y XIII se tomaron decisiones de interés muy ligadas a la situación política de la península: el primero se orientó a conseguir la paz en los reinos de Galicia, León y Castilla, y el segundo decretó la unión de todas las fuerzas para proseguir la reconquista contra los musulmanes. Tras la muerte de Calixto II, en 1124, concluyó su legación, a pesar de que intentó en vano que los papas sucesivos (Honorio II e Inocencio II) se la otorgasen.

Otro de los grandes proyectos de Gelmírez fue dar continuidad a las lentas obras de la catedral de Santiago hasta construir la nueva iglesia catedralicia, para lo que se inspiró en las construcciones de Roma, Cluny y Toulouse. Se implicó de manera muy directa en esta empresa, revisando los planos, consultando las nuevas técnicas y buscando la belleza para crear un templo digno de su gran proyecto. Las obras continuaron con regularidad durante las dos primeras décadas del siglo XII, hasta la colocación de la última piedra, que, si atendemos a las indicaciones del Códice Calixtino, debió tener lugar en 1122.

Consagró los altares del deambulatorio de la cabecera, lo que indica que ya se había finalizado el crucero, con las puertas del Paraíso y de As Praterías. Derrumbó gran parte del primitivo mausoleo romano, identificado desde el siglo XI con la tumba de Santiago, para construir en el lugar un altar nuevo, lo que fue considerado casi como un sacrilegio por parte del cabildo catedralicio. En 1112, con la nave central levantada, derrumbó la iglesia de Alfonso III e instaló en ese espacio el nuevo coro. Ordenó, además, la construcción del pazo de Gelmírez, que se inició a comienzos del siglo XII, adosado a la catedral. Este edificio tuvo que ser reconstruido en 1120, tras las revueltas populares de 1117 contra el propio prelado.

Paralelamente, desarrolló para Compostela un proyecto arquitectónico y urbanístico que pretendía darle a la ciudad la estructura espacial de un gran burgo medieval. Además, promovió un programa de mejoras para la acogida de peregrinos, orientadas a solucionar las demandas de la población y del público devoto, y encaminadas también a prestigiar la nueva situación de la urbe y de la sede. Algunas de sus actuaciones más relevantes en este sentido fueron la creación de hospitales, la canalización de aguas y el abastecimiento hídrico público. Además, estableció la especialización profesional de los burgueses en actividades artesanales y mercantiles, trabajó en la dinamización de los burgos situados en las encrucijadas del camino de peregrinación (por ejemplo, Padrón) e incrementó el tráfico marítimo de mercancías.

Hombre de extraordinaria visión política, fue un adelantado del europeísmo, ya que perfeccionó el proyecto de una peregrinación internacional en torno a la tumba apostólica. Elaboró su diseño en base a los viajes realizados a varias ciudades francesas claves en la peregrinación, como Toulouse, Moissac e incluso al monasterio de Cluny, donde se entrevista con su abad Hugo el Grande, y toma todo tipo de ideas para aplicar en Santiago. Pero, sin duda, la gran referencia de Gelmírez fue Roma, en la que también se inspiró para mejorar la Iglesia compostelana, procurando organizarla de manera semejante.

En consecuencia, Compostela pasó a ser uno de los centros de mayor trascendencia espiritual, eclesiástica, política y cultural del Occidente medieval. En este sentido, fue muy importante que los máximos responsables de la Iglesia occidental -el abad de Cluny, el papa de Roma y el arzobispo de Santiago- impulsaran unidos la peregrinación jacobea y el culto al apóstol Santiago, con una vitalidad que duraría hasta los tiempos de la Reforma luterana. Sabedor de que el apoyo de Roma y de Cluny eran decisivos para promover la peregrinación, Gelmírez, como obispo de una de las iglesias cristianas más ricas, habría enviado a ambos lugares ingentes cantidades de oro y plata con el fin de contar con su ayuda en todo momento.

Al arzobispo compostelano se le atribuye, erróneamente, si se dan por ciertos los estudios modernos, el logro de la concesión del jubileo compostelano, que también actuaría como motor de las peregrinaciones y de la fama de la ciudad en Europa.

La política interna gelmiriana giró en torno a la reina Doña Urraca (1109-1126) y al futuro emperador Alfonso VII, a quien bautizó, nombró caballero y coronó como rey de Galicia en 1111, en el altar mayor de la catedral de Santiago. Fue uno de los personajes más relevantes y decisivos que intervino en la crisis que se inició con la muerte de Alfonso VI de León y Castilla (1109), en la que se enfrentaban dos bandos. Uno de ellos apoyaba el reinado de Doña Urraca y estaba integrado principalmente por nobles y eclesiásticos que respaldaban los intereses imperiales leoneses. Mientras, el otro lo formaban nobles que se oponían al predominio de la monarquía castellano-leonesa, por lo que se agruparon en torno a Alfonso Raimúndez -hijo del primer matrimonio de Doña Urraca con Raimundo de Borgoña y futuro Alfonso VII- para salvaguardar sus derechos de sucesión sobre Galicia.

Gelmírez, involucrado en las tensiones de la corte, desempeñó un papel importante en este periodo de transición ofreciendo su apoyo a Alfonso VII. Su férreo posicionamiento a favor del aún niño Alfonso Raimúndez desató un largo e intermitente conflicto con Doña Urraca, en el que se sucedían las etapas de alianza con las de confrontación por el dominio de mayores tierras y cotas de poder.

Otro de los focos de conflicto era la propia Compostela, donde burgueses y municipalistas luchaban por hacerse un hueco en los altos puestos del dominio político y social. Al calor de esta reivindicación se produjeron las revueltas de 1116-1117 encabezadas por los burgueses compostelanos, económica y socialmente diferenciados del resto de los ciudadanos, que aspiraban, con la ayuda de los canónigos, a sustituir al obispo al frente de la ciudad e incluso reclamar cierta autonomía político-administrativa dentro de una urbe europea y avanzada en aquel tiempo de la Hispania cristiana.

Por otra parte, Diego Gelmírez debió defender las costas gallegas de los ataques normandos y musulmanes, para lo que desplegó una estrategia de defensa por mar y ordenó la construcción de galeras para protegerse de los sucesivos ataques, además de preparar soldados para agredir a los musulmanes en su propia tierra como castigo. Por último, le ocasionó problemas la Reforma gregoriana -Gelmírez era un gregoriano convencido- que defendía la independencia de la Iglesia frente al poder creciente de la aristocracia.

Tras la muerte de Doña Urraca en 1126, surgió un nuevo conflicto entre su esposo, Alfonso el Batallador, y su hijo, Alfonso VII, que concluyó con la muerte del primero. De esta manera, el protegido de Gelmírez consiguió el vasallaje de todos los reinos cristianos de España, incluido el condado de Cataluña, y algunos musulmanes y se tituló como emperador. A pesar de este apoyo, Alfonso VII decidió en 1135 recortar el poder de la Diócesis de Santiago y obligar al obispo a pagar impuestos a la Corona. Y es que las guerras y el esplendor de la corte imperial crearon un nivel de gastos que llevaron a Alfonso VII a endeudarse. Utilizó estrategias para hacerse con más dinero como el de la Iglesia compostelana.

En los últimos años de Gelmírez, algunos canónigos compostelanos como Pedro Elías, protestaron por lo gastos y excesiva libertad con la que gestionaba la Iglesia. También los municipalistas continuaban con su lucha. Juntos, organizaron una turba de gente armada que, dirigida por Guillermo Seguín, asaltó su palacio en 1136, atacando a un prelado que ya se encontraba deteriorado y envejecido.

A pesar de las muchas dificultades y luchas, Gelmírez conservó la plenitud de su poder hasta su fallecimiento, en 1140, en buena parte gracias al apoyo del Papado y de Cluny, así como a la riqueza de la catedral de Santiago y de las rentas de su señorío y dominios. Diego Gelmírez fue un personaje tan grande como contradictorio, tan misterioso como claro y contundente en la gran mayoría de sus decisiones. Se desconoce dónde está enterrado, lo que contribuyó a engrandecer y rodear aún de más misterio su persona.

Historia Compostelana y Códice Calixtino//// Las fuentes documentales con noticias más abundantes para el estudio del periodo gelmiriano, de la figura y trabajos del primer arzobispo de Santiago, son el libro V del Liber Sancti Iacobi y la Historia Compostelana. El Registrum de su pontificado, más conocido como Historia Compostelana, es una crónica de su vida que él mismo ordenó redactar, en la que se recoge su participación personal en el difícil contexto en el que se encontraba tanto a nivel gallego como peninsular e incluso en el ámbito de la cristiandad occidental. Para esta labor empleó a los más prestigiosos clérigos e intelectuales en el trabajo de redacción.

También ordenó elaborar el Códice Calixtino que, en su libro V, indica los diferentes itinerarios jacobeos procedentes de Francia, que se reúnen en España en Puente la Reina, las jornadas del Camino, los pueblos por los que pasa, los santuarios que se deben visitar y describe ampliamente la ciudad de Compostela, entre otros temas.

En el Códice Calixtino se incluye, además, la teoría de las tres sedes apostólicas de la cristiandad, basada en la predilección de Cristo por San Pedro, Santiago y San Juan. Este tratado propugna que los lugares en los que se hallan los restos mortales de estos apóstoles -Roma, Compostela y Éfeso, respectivamente- sean las tres columnas de la Iglesia católica.

Esta teoría, que tuvo su momento de esplendor a finales del siglo XI y primeros decenios del XII, es referida en bastantes de las reivindicaciones realizadas por Diego Gelmírez, de manera más o menos explícita. Es por ello que muchos autores afirman que fue un defensor y promotor de esta entre la élite intelectual del momento, ya que con ella Santiago salía fortalecida y refrendada como centro cristiano, además de legitimar su categoría como arzobispado y darle mayor visibilidad en el ámbito europeo. [XIV]

V. Hugo / tres columnas, teoría de las / Urraca


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