Municipio y ciudad de 95.100 habitantes (260 m), meta de los caminos de peregrinación jacobea por conservar en su catedral el sepucro atribuido al apóstol Santiago el Mayor. Es el kilómetro cero de todos los caminos de Santiago.
Ciudad a medio camino entre el cosmopolitismo más sorprendente, fruto de la presencia de peregrinos y turistas de todo el mundo, y la tradición más inmutable, nunca deja de sorprender y de revelar sorpresas. Desde 1981 es la capital de la Comunidad Autónoma de Galicia.
Ya desde la Edad de Bronce, según acreditan los restos arqueológicos y toponímicos, existen evidencias de actividad humana en el espacio que ocupa la actual ciudad de Santiago de Compostela. De la época prerromana quedan también restos, como antiguos castros y monumentos funerarios. Con la romanización, ya existía en esta comarca una mansio viaria en la Vía XIX entre Braga y Astorga. Su cercanía a los entonces relevantes puertos de Iria Flavia y Brigantium (A Coruña) hace presumible la existencia en las tierras de la actual Compostela de un poblado romano, que tuvo continuidad inmediata en la época sueva. Hay restos romanos que certifican la existencia de un núcleo fundado en la segunda mitad del siglo I, un poblado de pequeñas dimensiones pero de significación relevante. Podría corresponderse con la mansio viaria llamada Asseconia. Además de la existencia de un gran cementerio también parece que hubo unas termas romanas.
Al margen de los datos históricos, el origen de Compostela hay que relacionarlo también con la leyenda de la sepultura de Santiago en la actual catedral, porque ahí radica el sentido de su existencia. Y esta tradición narra que después de la muerte del apóstol Santiago en Jerusalén, en el año 44, sus discípulos, Teodoro y Atanasio, trajeron desde Jaffa hasta el puerto gallego de Iria el sagrado cuerpo de su maestro. Más tarde acuden en busca de la reina Lupa y, como cuenta el Códice Calixtino (s. XII), “le piden que les dé un pequeño templo en donde ella había colocado un ídolo para adorarlo y que era también muy concurrido por los descarriados creyentes de la absurda gentilidad […]. Luego, con insistentes ruegos, le piden que ceda la precitada casa dedicada a los demonios para consagrarla a Dios”.
Después de la conversión de la reina Lupa, al comprobar como los bueyes salvajes se convirtieron milagrosamente en mansos, “se aviene a su petición […], destruye y rompe resueltamente los ídolos que antes, engañada por su fantástico error, había adorado humilde y sumisa, y derriba y deshace los templos que en sus dominios había. Y cavado profundamente el suelo […] se construye un sepulcro, magnífica obra de cantería, en donde depositan con artificioso ingenio el cuerpo del Apóstol. Y en el mismo lugar se edifica una iglesia del tamaño de aquel, que, adornada con un altar, abre una venturosa entrada al pueblo devoto”.
El padre Fidel Fita y Aurelino Fernández-Guerra realizaron una traducción de la versión de estos hechos recogidos de un texto original de los siglos X-XI (la Epístola del papa León) donde se dice que, “llegados los discípulos a la posesioncita de Libredón, se encontraron allí cierto ídolo colosal y cerca de él, en una cripta de picapedreros, muchos picos, martillos, alcotanas y demás herramientas de albañilería y cantería. Echaron mano de las que hubo necesidad para hacer añicos el simulacro pagano; y con las palas y azadones abrieron zanjas y construyeron cimientos firmísimos desde la dura roca. Sobre parte de ellos se alzó inmediatamente una reducida cámara, arqueada y subterránea, donde tuvo con peregrino arte digno sepulcro el venerado cuerpo del Apóstol; y sobre otra parte labraron una iglesia de cortas dimensiones, enriquecida con marmóreo altar, y abierta para el pueblo feliz, que allí oraba y asistía devoto al incruento sacrificio”.
El texto señala a continuación que “puesto el santísimo cuerpo en el sarcófago, los Discípulos consagran el ara, y dedican la iglesia, entonando los himnos Davídicos propios de este rito y ceremonia; arrojan por aquellas cercanías el fecundo grano de la santa predicación; y cogen pronto abundosa mies para gloria de Cristo. Con maduro acuerdo y sabia providencia, los discípulos Teodoro y Atanasio moran todos los días de su vida en aquella casa divina, custodios del sagrado depósito; y á su muerte disponen, y se les cumple así por los cristianos, descansar en tan santa morada, sepultados el uno a la derecha y el otro á la izquierda de su maestro”.
Con el tiempo, el lugar quedó oculto y olvidado, hasta que, en el primer cuarto del siglo IX, un eremita llamado Paio, que se encontraba retirado en el bosque Libredón, observó una lluvia de estrellas sobre un punto determinado, lo que fue interpretado como un mensaje divino. Cuando el obispo Teodomiro fue avisado, se acercó al lugar y certificó que los restos hallados se correspondían con los sagrados cuerpos de Santiago y sus dos discípulos, Teodoro y Atanasio.
Inmediatamente comunican al rey Alfonso II el Casto (791-842) la noticia y este, entusiasmado, decide apoyar la construcción de una pequeña basílica que recoja los restos mortales del apóstol Santiago y peregrina más tarde él mismo hasta el santuario. La construcción de la iglesia para albergar la tumba del Apóstol pudo comenzar hacia el 829 y en torno a ella se constituyó el núcleo de lo que poco después sería Compostela. Pronto surgen también los primeros y modestos asentamientos en los alrededores del sepulcro, que se van desarrollando y diversificando según las nuevas necesidades. A principios del siglo IX, la ciudad de Compostela todavía no existe, pero el hallazgo de Paio, la fe de Teodomiro y la decisión de Alfonso II marcan el inicio de su historia.
Cuando Teodomiro muere en el año 847, es enterrado en Compostela. La nueva urbe se convierte en poco tiempo en sede real de la Diócesis de Iria, que posteriormente será la nueve Diócesis de Santiago (1095), por la Bula Veterum Sinodalia del papa Urbano II. El traslado de la sede se debió sin duda a la importancia del santuario jacobeo, pero también fue motivado por la necesidad de separarla de la costa por razones de seguridad. El propio obispo Sisnando II (952-968) falleció víctima de un flechazo en la batalla de Fornelos de Montes, el 29 de marzo del año 968, cuando se enfrentaba al asalto de las tropas vikingas que pretendían invadir las costas gallegas y llegar a Compostela, aunque esto último no lo lograron.
A mediados del siglo IX funcionaría ya el primer y modesto hospital de peregrinos y Alfonso III (866-910) manda construir, sobre el humilde santuario edificado por Alfonso II, una nueva basílica de mayores dimensiones consagrada finalmente en el año 899.
La pronta presencia de peregrinos de allende los Pirineos en Compostela queda demostrada, por ejemplo, por las monedas de procedencia extranjera de los siglos IX y X encontradas en prospecciones arqueológicas realizadas en el subsuelo de la actual catedral. Algunas de estas monedas más antiguas fueron acuñadas en tiempos del emperador Carlomagno, muerto algunos años antes del hallazgo de los restos apostólicos.
A mediados del siglo X, se levanta la primera muralla de la ciudad para protegerla de los ataques vikingos, normandos y sarracenos. Cuando Compostela fue destruida por el caudillo musulmán Almanzor en 997, solo habrían respetado el sepulcro del Apóstol.
El obispo San Pedro de Mezonzo (985-1003) inicia con decisión la reconstrucción del templo jacobeo y del resto de la ciudad, que logra en poco tiempo recobrar su impulso vital. Sin embargo, la experiencia vivida lleva al obispo Cresconio (1037-1076) a iniciar, a principios del siglo XI, la construcción de una nueva muralla, más extensa y mejor fortificada, que marcará las lí-neas maestras del perímetro de la futura gran ciudad medieval.
Según recoge Aymeric Picaud en el libro V del Códice Calixtino, “siete son las entradas y puertas de la ciudad. La primera entrada se llama Puerta Francesa; la segunda, Puerta de la Peña; la tercera, Puerta de Subfratibus; la cuarta, Puerta del Santo Peregrino; la quinta Puerta Faxeira, que lleva a Padrón; la sexta, Puerta de Susannis; la séptima, Puerta de Mazarelos, por la cual llega el precioso vino a la ciudad”.
Durante los siglos XI y XII, Compostela vive momentos de crecimiento y apogeo al amparo del santuario, visitado por peregrinos llegados desde todas partes de Europa. La superación de los temores de que se acabase el mundo en el emblemático año 1000, la autoafirmación del norte peninsular cristiano frente a los ataques musulmanes, atribuida en muchos casos a la intercesión del Apóstol, y el inicio, promovido por el obispo Diego Peláez (1071-1094) y patrocinado por Alfonso VI de Castilla y León (1065-1109), de la construcción en 1075 de la basílica románica que albergará de manera definitiva y con la grandeza que merecían los restos mortales del apóstol Santiago, contribuyeron de modo decisivo al aumento del fenómeno de la peregrinación a Compostela. En el Códice Calixtino se llega a afirmar que “a este lugar vienen los pueblos bárbaros y los que habitan en todos los climas del orbe […]; gentes innumerables de todas las lenguas tribus y naciones vienen junto a él en caravana y falanges, cumpliendo sus votos en acción de gracias para con el Señor y llevando el premio de las alabanzas”. Sin duda el Calixtinus exagera, pero el trasfondo era real.
La diversidad no era solo de lenguas y naciones sino que al santuario jacobeo venían también “los pobres, los ricos, los criminales, los caballeros, los infantes, los gobernantes, los ciegos, los mancos, los pudientes, los nobles, los héroes, los próceres, los obispos, los abades, unos descalzos, otros sin recursos, otros cargados con hierro por motivos de penitencia”. Son palabras también del Calixtinus y es este caso no hay duda de que era así.
En el año 1120, siendo arzobispo Diego Gelmírez (1100-1140), se produjo el impulso definitivo para la construcción de la basílica y a lo largo de su pontificado se desarrolló una intensa actividad al servicio de la promoción del culto jacobeo y de las peregrinaciones a Compostela. En este sentido, hay que destacar el interés que mostró para que los más prestigiosos clérigos e intelectuales trabajasen en la redacción de dos libros tan trascendentales como la Historia Compostelana y el Códice Calixtino y su empeño en conseguir que, a través del camino de peregrinación, Compostela se convirtiese en una de las ciudades santas de la cristiandad, junto a Roma y Jerusalén, y en centro espiritual y comercial de relevancia europea. El impulso del papa Calixto al otorgar a Compostela la condición de Archidiócesis Metropolitana favoreció y consolidó la iniciativa de Gelmírez, que en 1120 se convirtió en el primer arzobispo compostelano de la historia.
La institución del Voto de Santiago, al menos desde el siglo XII, supuso una importantísima fuente de ingresos que el Cabildo y los prelados compostelanos pudieron emplear en el engrandecimiento de las obras del templo y del culto, y en la adecuada protección hospitalaria a los peregrinos.
En este contexto, Santiago alcanza su máximo prestigio cultural y político al tiempo que las peregrinaciones llegan a su apogeo. Para el servicio al peregrino, los templos se multiplican. El Códice Calixtino dice que “en esta ciudad suelen contarse diez iglesias, entre las que brilla gloriosa la primera la del gloriosísimo apóstol Santiago el de Zebedeo, situada en medio; la segunda es la de San Pedro, apóstol, que es abadía de monjes, situada junto al Camino Francés; la tercera, la de San Miguel, llamada de la Cisterna; la cuarta la de San Martín obispo, llamada Pinario, que también es abadía de monjes; la quinta, la de la Santísima Trinidad, que es el cementerio de los peregrinos; la sexta, la de Santa Susana, Virgen, que está junto al camino de Padrón; la séptima, la de San Félix, mártir; la octava, la de San Pelayo, mártir, que está detrás de la iglesia de Santiago; la décima, la de Santa María Virgen, que está detrás de la de Santiago, y tiene un acceso a la misma catedral, entre el altar de San Nicolás y el de la Santa Cruz”. Aunque no aparece citada, ya que es posible que no estuviera terminada, es digna de destacar también la iglesia de Santa María Salomé, mandada construir por Gelmírez, ya que es el único templo consagrado a la madre de Santiago y de Juan, los hijos de Zebedeo.
Los prósperos gremios locales, como picheleiros, concheiros, azabacheros y cambiadores de moneda internacional, que vi-vían al amparo de las peregrinaciones, hicieron de Santiago uno de los primeros núcleos de la península donde la naciente burguesía jugaría un importante papel. Este progreso provocará algunos enfrentamientos entre Gelmírez, como máximo representante de la Iglesia compostelana, y este nuevo poder emergente que desea una mayor autonomía y capacidad de decisión sobre los asuntos de la ciudad.
La concesión de indulgencias a los peregrinos y la consagración de la catedral románica en 1211 mantuvieron muy vivo el fenómeno de las peregrinaciones y el desarrollo de la ciudad. Desde el siglo XIII, el viaje marítimo floreció con la expansión de la economía en Europa. Los peregrinos escandinavos, flamencos, escoceses, irlandeses y, sobre todo, los ingleses aprovechaban los viajes comerciales o de barcos de mercancías para viajar a los puertos de Galicia y, desde allí, iniciar su peregrinación a Compostela. Sin embargo, el periodo de crecimiento que vivía la ciudad de Santiago va a empezar lentamente a cambiar.
Compostela padece en la Baja Edad Media una etapa de estancamiento socio-político, económico y constructivo notable. Los desequilibrios económicos son cada vez más evidentes y la que había sido una pionera burguesía destinada a impulsar el desarrollo definitivo de la ciudad no acaba de consolidarse. Los periodos de hambre que se suceden a largo de los siglos XIII y XIV causaron problemas sociales.
En el pontificado del arzobispo don Lope de Mendoza (1400-1445) se instituyó la celebración de los años jubilares a partir de 1434, para muchos el primer año santo compostelano de la historia. Los peregrinos podían beneficiarse de la indulgencia plenaria cualquier día del año jubilar -esta gracia se concedía siempre que el día de la festividad de Santiago, el 25 de julio, coincidiese en domingo-; asimismo podía obtenerse la indulgencia plenaria en los demás años el día 25 de julio. La frecuencia de la celebración de los años santos compostelanos -cada 6, 5 y 11 años- es mayor incluso que la del jubileo romano, y ayudó a mantener vivo el espíritu de la peregrinación.
Los siglos XVI, XVII y XVIII suponen para Santiago de Compostela nuevas oportunidades para su continuo y siempre difícil renacer, pero es necesario adaptarse a los nuevos tiempos y la ciudad sabrá sobrevivir y alcanzar determinados momentos de gloria, tanto desde su desarrollo económico y social como artístico y cultural.
La saga de los tres Fonseca que dirigieron la Archidiócesis de Santiago de Compostela entre 1460 y 1524 fue decisiva en este sentido, ya que se creó el Colegio de Estudios que dio origen a la Universidad de Santiago en 1495, confirmada por el papa Julio II en 1504.
La construcción impulsada por los Reyes Católicos del Hospital Real fue una obra muy importante para la ciudad y para los peregrinos que a ella venían, tanto por su interés arquitectónico como social. También fueron significativas obras como el claustro de la catedral, o los palacios de San Xerome y Fonseca. Santiago de Compostela era el centro político de Galicia, dado que acogía desde 1480 la Real Audiencia, órgano principal del poder político, hasta que Felipe II (1556-1598) la traslada a A Coruña.
Los ataques de los ingleses a las costas gallegas y su inminente toma de la ciudad de A Coruña, encabezados por el corsario Francis Drake, que había amenazado con destruir la catedral compostelana y la tumba apostólica, así como el temor de que el deseo confesado por Felipe II (1556-1598) de llevarse los restos del Apóstol al monasterio del Escorial se hiciese realidad, aconsejaron al arzobispo Juan de Sanclemente y Torquemada (1587-1602) esconder los despojos de Santiago y sus discípulos Teodoro y Atanasio bajo el altar mayor de la catedral. El miedo a que pudieran ser hallados hizo que estas actuaciones se realizaran con el mayor de los secretos y el prelado Juan de Sanclemente murió sin revelar el lugar exacto donde fueron escondidos.
El estancamiento económico durante estos siglos es también notable, aunque la ciudad sigue siendo un centro comercial importante en Galicia, principalmente a través de sus ferias. Se conserva también la actividad relacionada con algunos de los gremios medievales más dinámicos vinculados al comercio y las peregrinaciones, como los plateros, azabacheros o tallistas de imágenes religiosas. El Catastro del Marqués de la Ensenada (1752) constata que cerca del cincuenta por ciento de la población compostelana vive de modestas labores artesanales, orientadas a los peregrinos y la demanda local.
Santiago de Compostela resiste con la ayuda del comercio y de las peregrinaciones a pesar de su declive. El peregrino italiano Nicola Albani, que viajó a Santiago de Compostela en 1743 y 1745, en su relato titulado Viaje de Nápoles a Santiago de Galicia, constata que siguen llegando peregrinos de diferentes naciones y considera, quizá en un exceso de optimismo -con su parte de verdad-, que la ciudad es rica y está llena de comerciantes.
A pesar de las dificultades, el Cabildo y los arzobispos siguen contando con cuantiosos fondos que les permiten afrontar un periodo de expansión constructiva marcado principalmente por la eclosión del barroco, tanto en edificios de carácter religioso como civil.
Es en esta etapa cando se da la solución arquitectónica definitiva a las cuatro grandes plazas que rodean la catedral: O Obradoiro, As Praterías, A Quintana y A Acibechería o A Inmaculada. Camilo José Cela, en su viaje Del Miño al Bidasoa dice que “el vagabundo [peregrino], antes de meterse en la catedral, a dar gracias al santo por conservarlo vivo, un poco triste y decidor, quiere contar las incontables losas de Santiago, las piedras, una a una, de la Plaza Cuadrada [se refiere al Obradoiro], que es más bella, según los sabios, que la de san Pedro de Roma, o las de la Plaza de los Literarios [A Quintana], que es más entrañable, según los poetas, que la de San Marcos de Venecia”. Esta configuración de las cuatro plazas parte de las obras que amplían y engrandecen la estructura externa de la propia catedral y se prolonga a través de la construcción o renovación de los edificios que las circundan. Fue un proceso que le confirió un carácter propio y complementario a cada uno de estos cuatro espacios, hasta convertir el entrelazado circuito resultante en una de las combinaciones de perspectivas arquitectónicas y espaciales más impresionantes que el ser humano tiene a su alcance.
Este renacer arquitectónico y la expansión de la Universidad fueron decisivos para mantener activa una ciudad que no vivía sus momentos de máximo esplendor. La renovación arquitectónica era una necesidad que se venía percibiendo desde tiempo atrás. Santiago, como uno de los tres centros espirituales de Occidente e importante meta de peregrinación, necesitaba renovar su imagen urbana. Ya se habían dado los primeros pasos en el siglo XVI, pero resultaban insuficientes. Así lo señala el canónigo Vega y Verdugo, que realiza un informe en el que apuesta por la mejora estética de la ciudad a través del barroco.
El barroco, en cualquier caso, no aportó a Santiago sólo una nueva imagen arquitectónica, sino también una renovada capacidad de expresión artística y popular. Es el momento de los más grandiosos retablos, de las grandes escenificaciones religiosas y festivas en los templos y en la calle.
Entre las primeras obras que se afrontan en este periodo destacan las realizadas en la Puerta Santa de la catedral, en la plaza de A Quintana. Este acceso, tan importante para los peregrinos durante los años santos, fue renovado para darle mayor solemnidad. La Puerta Santa, que sólo se abre en los años jubilares, como entrada referencial para los peregrinos, incluye en su fachada varias de las figuras que el maestro Mateo realizó para el coro pétreo de la basílica compostelana, una joya escultórica que la ciudad perdió por el imparable impulso renovador de los nuevos tiempos.
En todo caso, el símbolo más visible del periodo barroco compostelano es la nueva fachada principal de la catedral. Realizada en un plazo de tiempo relativamente rápido, entre 1738 y 1747, fue proyectada por uno de los grandes arquitectos de esta etapa, el gallego Fernando de Casas Novoa. Sirvió para proteger el Pórtico da Gloria y transformó también en parte las dos torres románicas originales de la fachada, sobre las que se sustentan los actuales remates barrocos. La imagen de Santiago, con los atributos del peregrino y el Libro como señal de la evangelización, preside desde lo alto esta fachada. A sus pies aparecen, de rodillas, los reyes hispanos. Más abajo se disponen las imágenes de sus discípulos Teodoro y Atanasio, también representados como peregrinos, que custodian el sepulcro encontrado por el eremita Paio, que aparece iluminado por la estrella que señaló el lugar donde se encontraba oculto. También se alojan en la fachada las figuras pétreas de los padres de Santiago, Zebedeo y Salomé; su hermano Juan el Evangelista; Santiago Alfeo, conocido como el Menor y también discípulo de Cristo, y las de Santa Susana y Santa Bárbara. Evocación jacobea de principio a fin.
El afán de engrandecimiento de la catedral hizo que las obras barrocas se prolongasen casi sin descanso durante los siglos XVII y XVIII. Sin embargo, también se intentó enriquecer su entorno bajo los auspicios del barroco, como lo confirma la construcción del nuevo edificio del monasterio de San Martiño Pinario, en la plaza de A Inmaculada, frente a la fachada norte de la catedral.
Otros edificios barrocos de interés en este periodo son el monasterio de San Paio de Antealtares, o los de Belvís y San Domingos de Bonaval, las iglesias de San Fiz de Solovio -situada en pleno Locus Sancti Iacobi y que conserva el pórtico románico primitivo con la Adoración de los Reyes Magos-, San Fructuoso, y el de la Universidad. El edificio de San Francisco deja ver también la huella del barroco que borró casi por completo las características del edificio que el propio santo de Asís habría mandado construir cuando vino como peregrino a Santiago de Compostela.
A las construcciones de carácter religioso hay que unir algunos edificios civiles como el pazo de Bendaña, las casas de los Canónigos y de la Parra, o la del Cabido, cuya finalidad era engrandecer la monumentalidad de la plaza de As Praterías ya que no tiene fondo suficiente para ser habitada.
A finales del siglo XVIII el barroco compostelano empezará a dejar paso a la limpia monumentalidad neoclásica, que culminará con varias obras significativas, como el Pazo de Raxoi, actual sede del Ayuntamiento de Santiago y de la Presidencia de la Xunta de Galicia. Este estilo también nos dejó las iglesias de Ánimas y San Bieito, además de la estructura principal de la actual sede de la facultad de Xeografía e Historia.
La aparición en 1800 en Santiago de Compostela del periódico El Catón, el primero de Galicia, es un símbolo de que se avecinan nuevos tiempos. La Iglesia compostelana, con la Desamortización de Mendizábal, pierde buena parte de su poder económico y político a favor de las nuevas estructuras civiles. Además, la definitiva abolición del Voto de Santiago en 1834 supuso un duro golpe para su economía.
Sin embargo, el redescubrimiento en 1879 de las reliquias del Apóstol, ocultas por el arzobispo Sanclemente (1587-1602), después de las excavaciones en el subsuelo de la catedral, ordenadas por el cardenal Payá (1875-1886), supuso un nuevo impulso dinamizador para las peregrinaciones, que comienzan a llegar de nuevo a la ciudad, aprovechando los nuevos medios de transporte desde finales del siglo XII.
También se inicia una serie de mejoras urbanas que le permiten mirar en serio por vez primera en mucho tiempo hacia la necesaria instauración de unos servicios públicos modernos y a la recuperación de la ciudad como centro comercial. La demolición de la vieja muralla solo deja en pie la puerta de Mazarelos. Este proceso modernizador no será ajeno a una pequeña pero dinámica burguesía comercial que promueve iniciativas como la construcción de la primera línea férrea de Galicia, inaugurada en 1873, entre Compostela y la vecina localidad de Carril, en la ría de Arousa. La burguesía crea también desde mediados del XIX algunas pequeñas empresas industriales y colabora en la definitiva extensión de la ciudad fuera de su pequeño núcleo histórico.
Al abrigo de la Universidad y del movimiento romántico, el sigo XIX compostelano será decisivo para la renovación de la peregrinación y el desarrollo de la ciudad como centro internacional y para su avance socio-cultural y político dentro de Galicia.
En la primera mitad del XX, nuevas infraestructuras como la estación de tren, el aeropuerto o la conversión del viejo Hospital Real -construido por iniciativa de los Reyes Católicos en el siglo XVI- en Parador Nacional de Turismo permitieron el desarrollo de la ciudad, que recobró parte de su protagonismo político y cultural.
Ya en los ochenta, la llegada de la democracia después de casi cuarenta años de franquismo, convirtió a Santiago en la capital de Galicia y sede de sus principales instituciones políticas.
Tras la visita del papa Juan Pablo II en 1982 se produce una reactivación de las peregrinaciones que no pararon de crecer desde entonces. Fue el acontecimiento más visible de un proceso que venía consolidándose desde mediados del siglo XX: la peregrinación española e internacional a Compostela, especialmente singular por hacerse, en parte, a través del Camino de Santiago, una antigua senda de caminantes que renace con inusitada fuerza. En los últimos años la ciudad vivió un amplio proceso de renovación urbanística y de mejora de sus infraestructuras, que se completó con la consolidación y rehabilitación de su excepcional núcleo histórico. Este proceso fue recompensado en 1998 con el Premio Europeo de Urbanismo, la máxima distinción que las instancias comunitarias conceden, cada cuatro años, a la mejor labor europea en este campo. También fue muy importante la declaración de la ciudad por la UNESCO como Bien Patrimonio de la Humanidad.
Los peregrinos llegados a través del Camino Francés, al que se unen en distintos puntos de su recorrido los del Camino Norte, el Primitivo, el de Madrid, el de Sant Jaume, el del Ebro o la Vía de la Plata, entre otros, entran en Santiago de Compostela por A Lavacolla, donde, según el Códice Calixtino, “suele la gente francesa que peregrina a Santiago lavarse, por amor al Apóstol, no solamente sus vergüenzas, sino también, despojándose de sus vestidos, la suciedad de todo el cuerpo”. Desde allí llegan hasta el Monte do Gozo, desde donde por primera vez en su viaje divisan las torres de la catedral, meta de su peregrinación. En el barrio de San Lázaro, se encuentran la Puerta de Europa, que acoge las imágenes de relevantes personajes relacionados con la peregrinación; la capilla de San Lázaro, de gran tradición jacobea; y el Pavillón de Galicia, que cuenta con una exposición permanente sobre el Camino.
Después de la zona residencial de As Fontiñas, se alcanza el barrio de Os Concheiros, que debe su nombre a las conchas de vieira que se les vendían a los peregrinos y al propio nombre dado a estos. Por la rúa de San Pedro y después de pasar ante su cruceiro, se llega a Porta do Camiño, que era una de las siete puertas del recinto amurallado citadas en el Códice Calixtino y que introduce intramuros a los peregrinos. Desde allí puede verse también el convento de San Domingos de Bonaval, que sirvió hospitalariamente a los peregrinos y hoy acoge el Museo do Pobo Galego y el Panteón de Galegos Ilustres.
Las capillas de A Nosa Señora do Camiño y de Ánimas, del siglo XVIII, reciben al peregrino en la zona de Casas Reais. La plaza de Cervantes, donde se erige la iglesia de San Bieito, cuya regla sirvió de modelo a sus seguidores para acoger a los peregrinos como si fuesen el propio Jesucristo, da la entrada a la rúa da Acibechería, por donde los peregrinos llegan a la puerta del Paraíso -actual Acibechería- por la que acceden a la catedral, situada frente a la impresionante fachada barroca del monasterio de San Martiño Pinario, cuya imagen compartiendo su capa de soldado con un pobre es una magnífica representación de la hospitalidad.
Los peregrinos del Camino Inglés desde los puertos de A Coruña y Ferrol entran en Santiago por la iglesia de A Barciela, cruzan el polígono del Tambre y llegan hasta San Caetano, donde hay una pequeña iglesia de gran tradición jacobea. Después de pasar ante el monumento al peregrino, bajan por la tradicional rúa de San Roque, cuyo santo es ejemplo también de la hospitalidad jacobea, y pasan por los conventos del Carmen y de Santa Clara. Por la rúa da Porta da Pena, citada también en el Códice Calixtino, se introducen en el antiguo recinto amurallado, pasan por delante de la fachada de la iglesia de San Martiño Pinario y se juntan en la rúa da Acibechería, cerca de la puerta del Paraíso con los llegados a través del Camino Francés.
Los procedentes del Camino Portugués y de la Ruta do Mar de Arousa cruzan cerca del viejo castillo arzobispal de A Rocha Vella, A Choupana y la calle de Rosalía de Castro. Desde allí se dirigen al templo barroco del Pilar, construido en recuerdo de la aparición de la Virgen en Zaragoza, según cuenta la tradición, ante Santiago a orillas del Ebro, donde le pidió que levantara allí el primer templo mariano de la cristiandad. Acceden intramuros de la ciudad a través de la rúa da Porta Faxeira, igualmente citada en el Códice Calixtino. Antes de entrar a la catedral por la monumental plaza de O Obradoiro, que acoge la imagen de Santiago peregrino en la basílica, la representación de Santiago matamoros y de la batalla de Clavijo en el Pazo de Raxoi y las portadas del hospital Viejo, trasladada al Pazo de San Xerome, y del Hospital Real, mandado construir por los Reyes Católicos, los peregrinos se pueden detener en la rúa do Franco. Allí están, casi invisibles, la fuente y la capilla donde según la tradición se pararon los bueyes que conducían el cuerpo sagrado de Santiago e indicaron así a Teodoro y Atanasio en lugar donde había de ser enterrado. Estos peregrinos -los del Camino Portugués- también entran a veces en la catedral por la puerta de As Praterías.
Los llegados por el Camino del Sudeste entran en Santiago por el barrio de Sar, donde se encuentran con la monumental colegiata románica del siglo XII y, desde allí, por la rúa do Castrón Douro. Después de dejar atrás la rúa da Virxe da Cerca y el convento barroco de las Madres Mercedarias, acceden intramuros por la puerta de Mazarelos, única de las siete de la muralla citadas por el Códice Calixtino que todavía permanece en pie. Entran en la catedral compostelana por la puerta de As Praterías, en cuya plaza se encuentran la fuente de los Caballos, la casa del Cabildo y la nueva sede del Museo das Peregrinacións. Si es año santo, muchos peregrinos llegados a la ciudad por cualquiera de las rutas jacobeas, eligen entrar a la basílica por la Puerta Santa, a través de la plaza de A Quintana. [JS]
V. Acibechería, praza da / arcis marmoricis / Arzobispado de Santiago de Compostela / Asseconia / campus stellae / Compostela / Obradoiro, O / Praterías, As / Quintana, A