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El arte es una manifestación cultural intrínsecamente vinculada a la actividad humana y a su desarrollo cultural y civilizador. Por ello el arte del Camino de Santiago o, quizá mejor, el arte de los caminos de Santiago, se desarrolla, a lo largo de la historia de las peregrinaciones jacobeas, en un amplio arco temporal que va desde la alta Edad Media hasta la actualidad. La actividad artística en este espacio histórico -realizada por una gran variedad de artífices: arquitectos, escultores, pintores, orfebres, miniaturistas…- está ligada, sobre todo, a las principales instituciones promotoras de obras públicas o privadas destinadas al culto a Santiago y a otros santos de los caminos, al albergue y cuidado de enfermos y peregrinos, a la habitación de monjes, canónigos y otros miembros del clero secular. Estas obras pueden también estar vinculadas con la propia infraestructura viaria, puesto que los puentes son obra de arquitectura humilde o grandiosa, según los casos, y forman parte indisoluble de la vía de peregrinación.

En general hay que resaltar la labor de patrocinio de reyes, nobles laicos y eclesiásticos, congregaciones religiosas, gremios urbanos, cofradías y particulares. Instituciones, en su mayoría, que encargaron por motivos diversos la construcción de iglesias, catedrales, monasterios y hospitales, la realización de altares con escultura y escenas y/o imágenes pintadas, piezas de orfebrería sacra, códices miniados o exvotos más o menos valiosos. Muy ligado a las ofrendas al Apóstol u a otras devociones del Camino de Santiago está el encargo de exvotos por parte de particulares, muchos de ellos materializados en refinadas piezas de orfebrería -imágenes, cruces, coronas, lámparas- aunque hay también objetos más simbólicos que artísticos -escudos, banderas…- relacionados con la actividad, casi siempre militar, de quien los obsequia.

Puede producirse el arte jacobeo, en cuanto a sus aspectos iconográficos -nos referimos sobre todo a la imagen del Apóstol y de otros santos del Camino- en las Rutas de peregrinación y en sus respectivos entornos inmediatos; aunque también en territorios desvinculados de las mismas, próximos o muy distantes como América o Filipinas, pues la devoción a Santiago alcanzó a todos los pueblos que vivieron bajo la corona española, al ser el santo patrono de la Monarquía y del pueblo hispánicos. Puede estar orientado este arte jacobeo a la creación de la imagen devocional, bien individualizada, sedente, caminando -como peregrino, adoptando el aspecto de aquellos que caminan hacia Compostela- o a caballo. También puede formar parte de ciclos narrativos relativos a la vida pública de Santiago el Mayor, la relatada por los Evangelios y los Hechos de los Apóstoles o la vinculada con los milagros del Libro II del Códice Calixtino o con la Leyenda Dorada de Jacopo da Varazze. En el primero de los casos, a Santiago se le puede representar en escultura, pintura o en vidrieras, desde la Edad Media hasta la Edad Contemporánea, según una serie de iconografías de significado muy preciso: como apóstol de Cristo suele vestir túnica y manto y porta los Evangelios en una mano mientras que la otra la eleva con ademán de bendecir; así aparece en una célebre miniatura del Libro I del Calixtino.

Como Apóstol peregrino se le representa adoptando el aspecto de sus propios devotos, vistiendo larga túnica, caminando descalzo y portando bordón con calabaza, adornado el zurrón con una concha de vieira y tocado con un sombrero de ala ancha, que se agranda en el siglo XVI y más aún en la época barroca, cuando se le añade al manto una esclavina que cubre sus hombros y que también suele adornarse con vieiras. Puede aparecer también Santiago como Apóstol ecuestre -miles Christi “soldado de Cristo”, vestido de guerrero, montando a caballo y blandiendo una espada de doble filo y un pendón militar -así se representa en un precioso tímpano medieval de la catedral compostelana y en una miniatura del llamado Calixtino de Salamanca- o según la más popular versión del matamoros, teniendo bajo los cascos del blanco corcel a unos enemigos vencidos, símbolo de su triunfo contra el mal.

En el caso de los exvotos de orfebrería, realizados en plata, azabache o plata sobredorada, los más frecuentes adoptan la iconografía de Santiago peregrino -piezas tardogóticas y renacentistas- en ocasiones con los donantes en actitud orante, como es el caso de los realizados en azabache en los finales del siglo XV y primera mitad del XVI. El Camino Jacobeo, como espacio sacro que es, precisa de edificios que potencien dicha sacralidad -templos custodios de reliquias, monasterios donde oran los monjes, hospitales donde se practica la caridad- y también de imágenes y símbolos que sirvan, en el recogimiento de la iglesia o en el ámbito cotidiano, como medios de representación o evocación de lo sobrenatural.

El antiguo proceso formal y simbólico de materializar espacios, imágenes y objetos sacros destinados a la escena sagrada y al rito, empleando medios materiales modestos o de alta calidad, locales o de importación, están la mayor parte de las veces destinados a satisfacer las demandas precisas de un culto y de un ceremonial concreto. El sermón Veneranda dies del Libro I del Calixtino es una fuente preciosa para entender el significado simbólico de los adminículos que acompañan al peregrino y que adornan la imagen del Apóstol caminando, y de aquellas devociones que, como San Roque o la virgen María, o incluso Jesucristo resucitado, como es el caso del célebre relieve de Emaús, adoptan el aspecto de peregrinos a Santiago. Los objetos en concreto son: el morral o zurrón, el bordón y la concha de vieira. Por su parte, el Libro V del Liber Sancti Iacobi informa suficientemente sobre la multitud de reliquias y cuerpos santos que se encuentran en las Rutas de peregrinación a Compostela. Pues bien, cada uno de estos templos-relicarios aglutina en torno al altar bajo en el que se encuentran estos restos santos un tesoro artístico y un rico ceremonial, amplificado en las procesiones y en los ritos específicos creados por la tradición en cada caso.

Las distintas culturas -y la jacobea no será menos- favorecieron a lo largo del tiempo la creación de unas tipologías arquitectónicas, de unos símbolos e iconografías con valor cultural objetivo, adaptando para cada fin las peculiaridades de cada estilo histórico. Se trata de un largo camino de búsqueda, creación y recreación permanente, en el que los espacios, las formas, las imágenes y los objetos son susceptibles de ser sustituidos por otros, en ocasiones destruyendo los ejemplos del pasado -un edificio, un fresco, un retablo, una pieza de orfebrería- en la búsqueda de una relectura en clave más moderna y operativa, según sean las premisas culturales, políticas y/o ideológicas de las que se parte. A lo largo de la historia del arte occidental, la imagen del apóstol Santiago el Mayor y la representación del poder institucional o privado -retrato, sepulcro, fachada o monumento público- compartirán espacio escénico en los marcos ceremoniales y representativos relativos a cada función y a cada etapa histórica. Hay también elementos icónicos representativos del poder político y económico, del rango y/o papel de una determinada comunidad, de un estamento, institución o incluso de una clase social. La cruz de la Orden de Santiago, el arca del Apóstol, la propia imagen de Santiago matamoros y la vieira sola o con bordoncillos cruzados son los iconos jacobeos más utilizados en la heráldica, en la decoración de fachadas y documentos relativos a la Orden de Santiago, el Cabildo de la catedral compostelana, ejecutorias de hidalguía, etc.

La creación artística ligada al fenómeno jacobeo pocas veces podrá explicarse como un ente aislado del rico mundo del que surge. Cada objeto se integra en un todo, en la consecución de un elemento más complejo o en la ordenación de un organismo arquitectónico y/o urbanístico específico, civil o religioso, que se enriquece en una fértil y sensorial simbiosis de varias disciplinas artísticas. En el caso de la consecución de espacios complejos y vivenciales, públicos y privados, civiles, religiosos o militares -un monasterio, un hospital, una catedral, una plaza, una iglesia parroquial, una capilla- se funden arquitectura, escultura, pintura, tejido, orfebrería, rejería y otras actividades de tipo industrial o artesanal.

La huella que con el paso del tiempo deja cada obra de arte vinculada al hecho jacobeo en la conciencia colectiva del grupo social al que sirve -y en general en la audiencia de los caminos de peregrinación- crea una sutil dialéctica que pervive durante siglos. Así sucede con ejemplos paradigmáticos como la colegiata de Roncesvalles, la catedral de Jaca, la iglesia de Sangüesa, las rotondas de Eunate y Torres del Río, la catedral de Santo Domingo de la Calzada, el hospital del Rey en Burgos, el monasterio de Sahagún, la colegiata de San Isidoro de León, el convento-hospital de San Marcos de León, el castillo de Ponferrada, el santuario de O Cebreiro, la catedral de Santiago en su conjunto y el Pórtico de la Gloria en concreto.

Cada una de estas creaciones fue elaborada gracias al dominio de unas técnicas artísticas determinadas, atendiendo a un proyecto específico, a una tipología, a unas formas, a una decoración y a un programa iconográfico que son hijos de su tiempo. Pero tales ejemplos de la cultura jacobea, únicos dentro de cada tradición, no deben ser considerados obras autónomas y aisladas, puesto que obedecen a unas necesidades y a una sensibilidad colectiva animada por aspectos prácticos de la vida cotidiana, o por causas de tipo religioso y espiritual. En el caso de las imágenes o de las piezas de platería empleadas en la escena sagrada, cada una de ellas está pensada para un marco concreto -una fachada, un altar o un sagrario- al servicio del culto y del ceremonial sacro. Esto sucede en el caso de las imágenes religiosas y de las piezas litúrgicas de congregaciones, cabildos o parroquias, pero también con los objetos artísticos generados para la devoción privada.

El arte jacobeo no puede mantenerse al margen de la vida, de las preocupaciones de la gente, de sus creencias y problemas. Sería difícil comprender la evolución formal y tipológica de las obras de arte que conforman buena parte del legado histórico y cultural de las peregrinaciones a Santiago sin una referencia global a las características estilísticas de las escuelas y estilos históricos en las que se inscriben como producto vivo, fruto de una reflexión cultural y estética en continua evolución. Esta aparente obviedad parece revelarse como argumento definidor de la más íntima identidad del arte de la peregrinación occidental. Cada tipología arquitectónica, cada iconografía, cada objeto artístico está vinculado al papel que representa en la concreción de la vida cotidiana de peregrinos, monjes o clérigos de la arquitectura, de la ciudad, en la escenificación del ceremonial y en la representación y simbología para la que es requerida cada obra.

Pero también depende el arte jacobeo del gusto estético y cultural de cada época. El estilo y la exigencia de cada artista -pintor, escultor, orfebre, grabador, etc.- sumado a la tendencia de los tiempos modernos, hará que los maestros renacentistas -Diego de Siloé, Rodrigo Gil de Hontañón, Cornielles de Holanda, Juan Bautista Celma, Enrique de Arfe…- firmen las obras que contratan, pretendiendo que las generaciones futuras tengan conocimiento de la excelencia de su arte. En la época medieval es una excepción el gesto singular del maestro Mateo, grabando su nombre en los dinteles del Pórtico de la Gloria. Esta obsesión humanista por la memoria individual del artista, rara en la Edad Media, será más sensible todavía en la época barroca, creadora de un extraordinario sentido de la magnificencia y del boato. Una sensibilidad, en definitiva, que se materializa de modo ostensible y grandioso en la realización de retablos, en la rica imaginería de madera dorada y policromada, en los sagrarios-expositores, en las piezas de orfebrería dedicadas al servicio litúrgico...

Durante este tiempo de esplendor cultural, extendido prácticamente a la casi totalidad de los siglos XVII y XVIII, los maestros arquitectos y escultores, los pintores y plateros, ayudados por sus respectivos talleres, configuraron una atareada y creativa legión que cubrió con un manto de vigoroso quehacer artístico un período caracterizado por la polémica del patronato de España, la crisis política y de prestigio de la Casa de Austria, el cambio dinástico y la pérdida progresiva del prestigio imperial.

Durante el dilatado desarrollo de las peregrinaciones jacobeas, la actividad artística vinculada con este hecho histórico debe explicarse como la respuesta de una cultura a las demandas concretas de la funcionalidad, sacra o profana, de cada espacio, imagen u objeto creados bajo inspiración jacobea; y en especial a su representatividad espiritual, devocional o institucional. La belleza intrínseca de cada obra es un logro derivado de la evolución estilística, iconográfica, tipológica y a la creatividad de las formas y de la tradición artística de cada maestro o escuela, sublimando el secular proceso de creación y recreación con el que las artes parecen reinventarse a si mismas, culminando una trayectoria de transformación y conformación continua que dará lugar al reinicio, otra vez más, del proceso creativo, y así hasta el infinito. [FS]

V. arquitectura


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