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El continente americano guarda, a lo largo de su estirada superficie, la tradición -en determinados lugares muy viva- de Santiago el Mayor. Argentina, México y Perú concentran la más intensa historia jacobea americana, casi siempre vinculada a la figura guerrero-religiosa de Santiago, llevada desde España. Una parte de la responsabilidad de esta presencia la tuvieron los caballeros de la Orden de Santiago que participaron en campañas de conquista en el continente durante el siglo XVI. Los nativos, que sentían pavor ante aquel guerrero mágico invocado por los invasores españoles, acabaron apropiándose de él e introduciéndolo como parte de sus creencias más propias, en una obligada e inteligente operación de sincretismo.

En el presente, América es, después de Europa, el continente con más peregrinos en el Camino de Santiago. Son viajeros y turistas, ajenos casi siempre a la compleja historia santiaguista del continente en los siglos pasados. Ven en el Camino actual una oportunidad única de reencuentro y búsqueda en el -para muchos de ellos- siempre mítico-simbólico espacio europeo.

España empieza a surgir como gran potencia con los Reyes Católicos, que la convierten en el primer Estado europeo de la Edad Moderna a partir de 1492. Será un año clave, con la expulsión de la Península del último rey moro, al conquistar Granada, y la llegada de Cristóbal Colón a América, que abre a la Corona las puertas de todo un continente.

Pues bien, los Reyes Católicos, que refuerzan la figura del apóstol Santiago como símbolo de la unificación político-religiosa del Reino, actúan también como punta de lanza de la semilla santiaguista -más que jacobea- en América. Entre los descubridores y conquistadores -una parte de ellos caballeros de Santiago- marcha en muchos casos, como emblema de poder, protección y fe, la imagen del Santiago caballero y guerrero, utilizada durante la Edad Media como arma milagrosa en la lucha contra los musulmanes peninsulares.

Surgirá así, desde finales del siglo XV, una nueva ocupación para Santiago. Deja de ser el caballero matamoros -tal función tenía en América un sentido extraño- para convertirse en el mataindios, utilizado ahora como testigo sagrado con el que justificar las matanzas de unos seres vistos como salvajes que se resisten a aceptar la fe y la justicia de los guerreros españoles. Quizá para intentar lavar en parte su conciencia, el conquistador de Perú, Francisco de Pizarro (s. XVI), hace una gran donación al Apóstol.

Las crónicas de Indias recogen la aparición milagrosa de Santiago en varias batallas a favor de los conquistadores españoles. Su intercesión divina justifica de nuevo -como había sucedido en la Edad Media contra los musulmanes- la necesidad y grandeza de la tarea en curso y ayuda a hacerla favorable a los intereses cristianos. El Inca Garcilaso de la Vega (s. XVI) narra como unos soldados españoles, en plena batalla en Cuzco -Perú- salvan la vida en los últimos momentos gracias a la milagrosa aparición del Apóstol, a quien contemplan llenos de estupor tanto ellos como los indios.

La Iglesia utilizó la figura de Santiago con más moderación. El desembarco de las órdenes religiosas -sobre todo las mendicantes, como los franciscanos y dominicos- empeñadas en salvar a los indígenas por la fe católica y no por las armas, irá atenuando el miedo a la figura del Santiago conquistador y guerrero y comenzará a hacerlo asimilable para los indígenas.

En algunos casos el proceso llevará hasta la total inversión de los papeles iniciales, dando lugar a un sincretismo singular: la mitificación de Santiago por parte de los indios. Por la influencia de los misioneros y la propia imaginería de supervivencia indígena, el Apóstol acaba convertido en parte de su cultura y religiosidad, hasta el punto de surgir la figura del Santiago mataespañoles, defensor ahora de los indios como víctimas de la ambición y el fanatismo extremo de los colonizadores. Los indios aymara -Bolivia- siguen llamándole “tata” a Santiago. Es una voz local que significa protector y justiciero.

El escritor gallego Bouza Brey señala que el etnógrafo argentino Juan Afonso Carrizo presenció en 1928 una procesión de San Santiago en Jujuy, Argentina, a 5.000 m de altura. “Los mestizos collas porteaban por imagen del Apóstol una carta de baraja española que representaba el caballo de espadas, colocada con toda veneración y respeto en una urna de cristal”, explica.

Los españoles que emigraban al Nuevo Continente sin afán militar llevaban, entre sus emblemas religiosos, la figura de este santo, por lo que fue objeto temprano de una notable devoción popular en diversas zonas del continente. Esta otra visión de Santiago se unió a la de los conquistadores y los propios indios, ya explicadas. Algún estudioso estima que después del culto a la virgen María, es el de Santiago el que logró una mayor difusión.

Frente a la progresiva debilidad de la peregrinación jacobea en Europa y de la fe al Apóstol en España, en América la tradición de Santiago echó raíces. Después del proceso de independencia de las antiguas colonias españolas en las primeras décadas del siglo XIX, el culto santiaguista siguió vivo.

Numerosas cofradías conservaron la devoción a Santiago, logrando incluso que se pudiese ganar el jubileo plenísimo en algunas iglesias cada 25 de julio, festividad de Santiago. También pervivió esta influencia en el nombre de numerosos territorios y ciudades: Santiago de Chile, Santiago del Estero, Santiago de Cuba, entre otras.

Actualmente la representación de Santiago como caballero al estilo tradicional tiene escasa presencia en América. Es imagen trasnochada. Pero sigue teniendo eco su multiforme devoción, como lo demuestran determinadas comunidades indígenas. Así sucede en el altiplano de Bolivia, donde conserva una gran presencia. La fusión de los elementos santiaguistas con la cultura negra llegada de África a través del tráfico de esclavos también dio lugar a curiosas representaciones del Apóstol que perviven.

Caso singular y sobrecogedor es la peregrinación a la laguna Saint Jacques de Plaine de Nord -Haití- que concentra a devotos de Santiago de todo el país cada 25 de julio. Se trata de un ritual donde este santo se transforma en el dios vudú y guerrero Lwa Ogou. Los peregrinos se revuelcan en el barro negro de la laguna esgrimiendo en muchos casos sables con los que realizan sacrificios de animales, suplicando la fuerza de Ogou.

Por tanto, Santiago, a través de múltiples y evolucionados escenarios, sigue vivo en el culto y en los ritos americanos. Pero también lo está a través de su relación con el Camino de Santiago en Europa. Es la otra imagen que atrapa: la del enigmático y acogedor Santiago peregrino. Crece año a año el número de caminantes americanos. Llegan principalmente de Brasil, Estados Unidos y México y, recientemente, de Canadá y Argentina. Viajan a Europa casi siempre con la única intención de realizar la Ruta Jacobea. Lo hacen atraídos por una mezcla de espiritualidad, renovación y mito. Y quizá -como se expuso al principio- por un cierto impulso atávico que los lleva a buscar por los viejos caminos la Europa de los antepasados de muchos de ellos.

Argentina conserva una notable tradición santiaguista, sobre todo en la capital -Buenos Aires- y en las urbes del norte del país. Mantiene incluso una ya casi imperceptible tradición militar de relación con Santiago, que pervivió después de la independencia (1816). También quedan restos de culto santiaguista sincrético en las zonas indígenas del país.

Desde finales de los años noventa y sobre todo a lo largo de la primera década del siglo XXI, los argentinos con recursos económicos suficientes -el viaje desde el extremo sur americano hasta España es costoso- comenzaron a venir a Europa para realizar el Camino de Santiago. No son, sin embargo, los americanos más numerosos.

La comunidad más numerosa e entusiasta con el mundo jacobeo ha sido, hasta mediados de la primera década del presente siglo, la brasileña. Desde ese momento comenzó a ser superada por la norteamericana. Los brasileños fueron, desde principios de los noventa, los primeros peregrinos habituales por el Camino llegados de América. Resulta paradójico, ya que Brasil apenas contó con influencia santiaguista durante la conquista portuguesa y en los siglos siguientes.

Pero el Camino tiene otro significado y mensajes plurales que van más allá de las limitaciones de la tradición santiaguista en el mundo actual. Quizá por eso y por el intenso sentimiento espiritual -más que religioso- de los brasileños, descubrieron el itinerario jacobeo en los años ochenta del siglo pasado, tanto que en la siguiente década lo convirtieron en un viaje de culto. Dejando al margen a los brasileños más informados, el motivo principal del boom jacobeo en este país tiene un nombre: el escritor Paulo Coelho. En 1986, ante una necesidad de cambio vital y de búsqueda espiritual y siendo aún un desconocido, realizó el Camino Francés desde Saint-Jean-Pied-de-Port, en el sur de Francia.

El resultado de aquella experiencia, que -efectivamente- asegura Coelho que cambió su vida, fue el libro El peregrino de Compostela (diario de un mago), editado en 1987 y que enseguida se convirtió en un best seller. En Brasil ocasionó toda una legión de seguidores incondicionales con la necesidad acuciante de realizar el Camino. Tal fue su efecto, que el boom no sólo se circunscribió a las gentes con recursos suficientes para viajar a Europa; hubo personas que realizaron enormes esfuerzos para convertir este sueño en realidad. Traducido a otros idiomas, siguió sumando incondicionales. Coelho ha asegurado que cuando fallezca quiere que desparramen sus cenizas en el mítico lugar de O Cebreiro, en Galicia, en el Camino Francés.

Tuvo también su influencia, aunque con menor alcance popular, el libro O Caminho de Santiago. Uma peregrinaçao ao Campo das Estrelas (1997) del periodista y escritor Sérgio Reis, que despachó en poco tiempo varias ediciones. Cuenta la experiencia del Camino del autor, que lo realizó en 1992, justo un año antes de la eclosión peregrina por la Ruta. Es una visión desde la dimensión cristiana.

Tal es la pasión jacobea de los brasileños que incluso se ha marcado una especie de itinerario de entrenamiento de más de doscientos kilómetros en el sur del país para practicar antes de viajar al Camino de Santiago. Es el llamado Caminho do Sol.

El popular diario Jornal do Brasil resumía en 1994 la indefinible pasión brasileña por el Camino: “846 km de barro, piedra, montaña, asfalto, florestas y desierto. Una caminata que dura mínimo un mes, atraviesa toda España y termina en la ciudad santa de Santiago de Compostela, en Galicia. ¿Locura?”

El territorio mexicano sí tiene una historia santiaguista con ejemplos múltiples en ciudades, iglesias e instituciones. De nuevo encontramos la huella de los conquistadores españoles y, secundariamente, de la Iglesia. Destacan las relaciones que en algún momento de la historia se produjeron entre México y Santiago de Compostela. Así sucede con el religioso de origen mexicano Antonio Monroy e Hijas. Arzobispo de Santiago durante 30 años (1685-1715), trajo de México una gran fortuna con la que impulsó la renovación barroca de Santiago, con especial incidencia en la catedral.

La conexión moderna de México con Santiago comenzó hace escasos años y con un sentido bien distinto a los motivos históricos. Los mexicanos comenzaron a descubrir el Camino a finales de los años noventa y cada vez son más -sin ser multitud- los que incluyen esta experiencia entre los viajes de su vida.

Junto con los mexicanos, los últimos americanos llegados a la experiencia de la Ruta Jacobea son los norteamericanos, especialmente los estadounidenses, que comenzaron a ser frecuentes en el Camino desde la segunda mitad de los años noventa. Más recientes -de inicios del siglo XXI- son los canadienses. Sin embargo, pese a su juventud en el mundo jacobeo, ambas nacionalidades destacan ya como las más peregrinas de América, situadas sólo por detrás de los países europeos más habituales -Alemania, Francia, Italia y Portugal-.

Una pionera muy conocida es la actriz Shirley McLaine que, influenciada por el libro de la peregrinación de Paulo Coelho, realizó la Ruta en 1994. También dejó certificada su experiencia en el correspondiente libro, que tituló The Camino: Journey of the Spirit (2000) y fue el punto de partida para que, a su vez, otros muchos americanos conociesen el itinerario a Compostela. Varios personajes populares de este país siguieron sus pasos en los años siguientes.

En Estados Unidos funciona una gran asociación jacobea -la American Pilgrims on the Camino, creada en 1997 con más de seiscientos socios- y varias entidades interesadas en el estudio de la cultura jacobea. Promueven peregrinaciones, congresos y jornadas y promocionan el Camino de manera altruista por este inmenso país. La comunidad hispana de algunas ciudades celebra el día de Santiago con actos que en ocasiones se han convertido en vistosos desfiles callejeros. Lo mismo sucede en Canadá, país que cuenta con dos asociaciones jacobeas de amplio alcance, una para la comunidad francófona y otra para la de lengua inglesa.

Por lo demás, no sería justo concluir sin comentar que, con la única excepción de alguna publicación en Francia, el primer libro moderno del mundo que recuperó la denominación Camino de Santiago se publicó en inglés y lo promovieron norteamericanos. Su título: The way of Saint James. Su autora: una mujer, Georgiana Goddard King. Fue en el Año Santo compostelano de 1920, se publicó en Londres y apenas tuvo repercusión. [MR]

V. Santiago mataespañoles / Santiago mataindios / Sol, Caminho do


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