La condición trascendente de la peregrinación por el Camino de Santiago, como la de otras peregrinaciones del mundo, es evidente. Es esencia de esta ruta muchas veces calificada como espiritual, o sea, dotada intrínsecamente de este valor.
Gracias a esta virtualidad, se admite que la Ruta Jacobea es en el presente un itinerario cultural y turístico sobre el que en muchas ocasiones se acaba imponiendo lo espiritual. Es uno de sus factores diferenciales y decisivos. “Empezó como caminante y acabó como peregrino”, se ha escuchado a algún religioso o peregrino veterano, refiriéndose a algún caminante transformado durante su itinerario. Y esto ha sucedido tanto con peregrinos devotos, especialmente católicos, como con otros sin ese sentimiento.
El Camino genera espiritualidad. Una parte significativa de quienes lo realizan viven esta transformación. A medida que pasan los días en la ruta se va produciendo una evolución en las percepciones, una transformación espiritual en sentido amplio: la presienten, como decíamos, gentes religiosas y las que no lo son.
El Diccionario de la lengua española admite esta doble interpretación -esta amplitud en el concepto- a la hora de definir el espíritu: “Don sobrenatural y gracia particular que Dios suele dar a algunas criaturas”, pero también “principio generador, carácter íntimo, esencia o sustancia de algo”. En ambos casos ese don, la espiritualidad, se obtiene realizando el camino en sentido interior y físico. Es necesario ese doble esfuerzo y en muchas ocasiones es el segundo el que abre paso al primero. Ya en el Codex Calixtinus (s. XII) se acepta y anima a entender esta confluencia: “El gran apóstol Santiago honró felizmente el cielo con su entrada espiritual, y con su llegada corporal”, dice refiriéndose a su relación con Galicia y España a través del viaje.
Por lo tanto, la espiritualidad es una característica del Camino de Santiago, y es así tanto si diferenciamos entre creyentes y no creyentes como entre gentes católicas y de otras religiones. ¿Cómo, si no, se puede entender que realicen el Camino cada vez en mayor número peregrinos protestantes, budistas, agnósticos, etc.? En el momento actual, las creencias propias -en algún caso también las adquiridas en el viaje- definen esa espiritualidad en una dirección u otra. Es algo que han reconocido y comentado muchos peregrinos.
Relación directa con esta espiritualidad tiene el denominado “espíritu del Camino”. No por manida pierde vigencia esta expresión. El estímulo de la espiritualidad que la Ruta propicia alimenta esta sensación singular. Muchos peregrinos han repetido en los últimos años una frase parecida a esta: “Si fuésemos fuera del Camino como somos en él, seguro que todo sería mejor”. Puede que resulte una obviedad: la vida en la “burbuja” de la ruta, sin estar exenta de disputas y egoísmos, genera una serie de buenos sentimientos que son parte de su éxito contemporáneo, pero que nacen y mueren, en su versión más depurada, en la propia peregrinación.
Señalan Denise Péricard-Méa y Louis Mollaret que “el espíritu del Camino se adquiere con el tiempo, en la monotonía de la marcha, en la perseverancia por finalizar la etapa del día, en la felicidad de acoger la vida como el aire de la mañana, en la apertura a lo imprevisto y la aceptación de la lluvia”. Fuera de este entorno estas condiciones, entre otras, que generan su particular microcosmos desaparecen y este espíritu, que sin duda existe, se queda en el Camino. [MR]