También traslatio. Término latino con el que se alude a la legendaria traslación por mar del cuerpo del apóstol Santiago el Mayor desde Palestina a Galicia, donde recibe sepultura, dando sentido así al descubrimiento de su tumba y restos en la actual Compostela (ca. 820-830). Los diversos textos medievales que narran este hecho, todos de carácter literario, difieren en lo complementario pero coinciden en lo esencial. Al margen de algunos desajustes temporales, todos sitúan la traslación en barco justo después de la muerte del Apóstol -hacia el año 44- y en concluirla, tras una serie de peripecias que varían en las diferentes versiones, con su enterramiento en un lugar interior próximo a la actual ría de Arousa.
La tradición de la translatio fue aceptada por el papa Pascual II en 1105, durante el mandato compostelano del obispo Diego Gelmírez, y ratificada posteriormente por León XIII en 1884, al certificar la autenticidad de las reliquias conservadas en Santiago.
La primera noticia conocida sobre un posible enterramiento del cuerpo de Santiago en Galicia procede del monje inglés Beda el Venerable, quien a principios del siglo VIII lo sitúa en algún lugar occidental de Hispania. El texto de Beda, redactado unos cien años antes del descubrimiento del sepulcro, animaría, sin duda, a dar forma y sentido al hecho del descubrimiento del sepulcro hacia los años 820-830 en la actual Compostela.
La primera mención relevante de la translatio es del monje francés Floro de Lyon, quien señala hacia los años 840-850 que el cuerpo de Santiago fue trasladado a Hispania y puesto a salvo “en sus últimos confines”, donde, añade, es objeto de gran veneración.
Se desconocen los motivos de Beda y Floro para sus afirmaciones, pero lo cierto que ellos comienzan a dar cuerpo a una serie de relatos de la traslación destinados a resolver la necesidad de explicar, sobre todo desde Compostela, el sorprendente hecho de la presencia de la tumba de un apóstol de Cristo en unas tierras tan lejanas y extremas como las gallegas.
Desde el mismo siglo IX una serie de relatos sucesivos pretenden resolver el enigma de por qué si Santiago es martirizado en Jerusalén su sepultura se encuentra, como decimos, en la remota Galicia. Los textos deberán dar respuesta -y lo harán, a su modo- a dos preguntas inseparables: la forma en que se traslada su cuerpo -la translatio como tal- y como se deposita y entierra en el lugar de destino -depositio-. Existe coincidencia en considerar a la Epístola del papa León, también citada como Epístola del obispo León en sus primeras versiones, como el texto más antiguo nacido para responder a estas interrogaciones. Es, además, la base para todos los que vinieron después.
La versión más antigua se encuentra en un manuscrito procedente de Limoges (Francia) conservado en la Biblioteca Nacional Francesa en París y datado hacia finales del siglo X. López Alsina y otros estudiosos consideran que la fuente original de este texto sería anterior, situándola entre mediados y finales del siglo IX, el mismo del descubrimiento del sepulcro. Como el origen de la leyenda es casi con toda seguridad compostelano y peninsular, se da por supuesto que esta versión llegó a Limoges llevada por algunos de los primeros peregrinos ultrapirenaicos de la historia, que serían, por lo tanto, del siguiente siglo al descubrimiento.
El texto de Limoges, muy breve, señala que el cuerpo de Santiago, tras ser decapitado en Jerusalén, es introducido en un barco que milagrosamente lo traslada en siete días hasta la confluencia de los ríos Sar y Ulla, en un lugar llamado Bisria. Justo al detenerse la nave el cuerpo apostólico es arrebatado por un rayo de sol. Los discípulos lo localizan 12 millas tierra adentro enterrado bajo una bóveda de mármol. Tres de sus seguidores -Torcuato, Tesifonte y Anastasio- destruyen un dragón existente en un monte próximo -el monte Illicinus, que tras ser bendecido pasa a llamarse Pico Sacro- y reciben el honor de ser enterrados a su muerte al lado del sepulcro apostólico. Los otros cuatro que habían acompañado al cuerpo desde Palestina regresan a Jerusalén y difunden la noticia.
De este texto se conservan otras dos versiones también breves y muy semejantes. Se localizaron en un documento del monasterio de San Sebastián del Pico Sacro, en las proximidades de Santiago, conservado en el Archivo Histórico Nacional (Madrid), y en otro del monasterio del Escorial (Madrid), posiblemente también de finales del siglo X. Existen otras versiones tempranas en Roma y en el Breviario de Évora (Portugal).
Como es fácil de comprobar, el texto señalado -y los posteriores- incorporan aspectos del relato de los siete varones apostólicos, principales “rivales” de Santiago en la evangelización hispana. Una leyenda difundida por el sur peninsular desde el siglo VII atribuía la evangelización a estos enviados de los apóstoles Pedro y Pablo desde Roma. Dos de los tres nombres citados -Torcuato y Tesifonte- aparecen entre los varones de Pedro y Pablo. También se incorporarán más tarde, según distintos autores, otros elementos de esta leyenda -Luparia, la destrucción de un puente cuando los persiguen, etc.- a los relatos jacobeos de la translatio. Se trataba, sin duda, de una forma de sincretismo destinada a hacer aparecer a los varones como discípulos de Santiago, centralizando en esta figura la legendaria primera evangelización peninsular.
Los dos grandes relatos posteriores, destacables por su amplitud, proceden del exterior, aunque estarían en gran medida inspirados en fuentes compostelanas desarrolladas a lo largo del siglo XI. Con pequeñas variantes, coinciden en incorporar ya a Lupa como protagonista central, el viaje al finis terrae de los discípulos buscando la autorización para el enterramiento a un “rey” allí residente, la persecución a la que este los somete, los toros bravos del Pico Sacro que se vuelven mansos por la intercesión divina, y la conversión de Lupa. En ninguno de ellos están todavía los dos discípulos -Atanasio y Teodoro- que acabaron pasando a la tradición compostelana oficial -y a la versión más difundida- como los que permanecieron junto al sepulcro, una vez enterrado el Apóstol.
El caso más significativo y antiguo es la llamada translatio magna, citada por el padre Fita (s. XIX) como La gran leyenda de Santiago, escrita en el monasterio de Fleury-sur-Loire (Borgoña, Francia). Fita atribuye su divulgación al francés Jean du Bois en 1605, y la considera redactada en este cenobio en 1005. Otros autores coinciden en situarla también en algún momento del siglo XI.
El segundo relato procede del monasterio belga de Gembloux y se titula Translatio. Se conserva en la Biblioteca Real de Bruselas. Escrito en el siglo XII, habría llegado a este monasterio a través de algún texto o relato oral procedente de Santiago.
La versión de la Epístola adoptada por la Iglesia compostelana surge también en el siglo XII y se incorpora al Codex Calixtinus como parte esencial del libro III (capítulo II), redactado posiblemente antes de 1140. Se completa este capítulo con un texto versificado posterior incluido en los apéndices del propio Codex y denominado Lecciones según el papa León y el maestro Panicha sobre la traslación de Santiago. Se incluye, además, en el libro I de la Historia Compostelana, compilada también con anterioridad a 1140. En la versión del libro III se acaban de desarrollar literariamente los detalles del traslado -se indica, por ejemplo que el barco parte de Jaffa- y se especifica por primera vez que los discípulos que permanecen con el Apóstol, una vez sepultado, se llaman Teodoro y Atanasio (capítulo II). En la versión de la Compostelana no se citan, pero sí se concreta el lugar del enterramiento: el bosque Libredón, “que ahora se llama Compostela”, aclara el texto.
Aunque el Calixtinus no da pistas concretas, la lógica lleva a pensar que Atanasio y Teodoro viajaron con el cuerpo de Santiago desde Palestina y lo hicieron en compañía de varios discípulos más; sin embargo con el tiempo ambos acabarían apareciendo como únicos responsables de su traslado desde Palestina en casi todas las versiones populares y en la iconografía.
López Alsina considera que las detalladas versiones del Calixtinus se elaboran en Santiago y se incluyen en este manuscrito para su amplia difusión tras reconocer el papa Calixto II el enterramiento de Santiago en Compostela (1120).
El relato de la traslación fue recogido y difundido por Europa con notable éxito por el francés Jean Béleth, a finales del siglo XII, y por la Legenda aurea, del italiano Iacopo de Varazze (s. XIII). La base principal de ambos relatos parece ser el Codex Calixtinus, aunque Varazze sigue sobre todo a Béleth.
La totalidad de los relatos parecen hablar de una traslación realizada justo después de la decapitación de Santiago. No han faltado, sin embargo, autores que la sitúan en siglos posteriores e incluso algunas de las versiones existentes pueden abrir dudas en este sentido en una segunda lectura. El francés Tillemont destaca entre los pioneros de esta teoría, que rechaza López Ferreiro. Sin embargo, Guerra Campos, uno de los grandes estudiosos jacobeos del siglo XX, no desestima por completo la posibilidad de un traslado posterior. Lo ve como factible después del siglo IV. “Es congruente con la abundancia de traslados de otros Santos”, señala este historiador y obispo español, que incluso acepta la posibilidad de que el cuerpo de Santiago llegase a Galicia procedente de un enterramiento anterior en la región norteafricana de Marmárica, huyendo de los sarracenos.
Es necesario señalar, además, que relatos parecidos al compostelano se conservan en otros territorios atlánticos. El autor gallego Manuel Murguía recuerda la leyenda de Ronán o Renán, apóstol de Cornualles -sur de Inglaterra-, coincidente en gran medida con la translatio jacobea. Ronán también es perseguido por una mujer que lo aborrece, Keban, reina del bosque sagrado. Al morir Ronán también se deja que los bueyes elijan el lugar en el que el santo quiere ser enterrado. [MR]
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