Xacopediamotivaciones

A lo largo de los tiempos muchas son las causas que han impulsado a los hombres a peregrinar. En el Paleolítico los grupos humanos practicaban la itinerancia en busca de alimento, y sólo con la sedentarización, propiciada por el inicio del cultivo de las tierras durante el Neolítico, el viaje dejará de ser una necesidad para convertirse en estímulo de los espíritus inquietos. Cuando los primeros imperios surgen, la religión y el culto al poder establecen santuarios hacia los que los fieles o súbditos deben aproximarse en determinados periodos, que se suelen fijar con sentido cíclico. Para el cristianismo, que asume muchas de las formas de culto y rituales del mundo pagano, las peregrinaciones hacia los lugares santos en los que Dios se ha manifestado, aquellos vinculados con la vida de Cristo o donde reposan los cuerpos de apóstoles, santos y mártires, sin llegar a ser un precepto, constituyen una forma muy recomendable para purificar el alma y obtener la gracia. Muchos de estos lugares, además, han surgido para cristianizar antiguos enclaves de culto y/o peregrinación paganos, de modo que la nueva religión se limita a readaptar los símbolos para ofrecerles un nuevo sentido doctrinal. Las motivaciones principales de un buen peregrino deberían ser la devoción -entrar en contacto con lo sagrado-, el sentido penitencial y expiatorio, y la búsqueda de gracias o favores particulares, propios o ajenos, o el agradecimiento de los ya obtenidos tras expresar una promesa o voto. Durante la historia del cristianismo se ha puesto el acento en uno u otro concepto, de forma que en los periodos de más rigor se suele incidir en los aspectos de purificación, aumentando las cargas penitenciales del peregrino con disciplinas como el ayuno, el silencio, la vigilia, el uso de hábitos de pobreza -así el franciscano, que se populariza en la Baja Edad Media- o la práctica de la limosna. La peregrinación penitencial incluso ha llegado a invadir el ámbito del derecho civil y en Bélgica era habitual que los tribunales ordinarios impusiesen la peregrinación a Santiago para algunas penas, costumbre que ha sido recuperada en el siglo XX a través del proyecto Oikoten.

No podemos ignorar que pese a la motivación inicial, si es que existe, la realización del Camino siempre ha puesto sobre el tablero otras apetencias humanas, entre ellas las de viajar por países desconocidos, entrar en contacto con otras culturas, conocer gente diversa o vivir aventuras. Otro tipo de peregrinos, que siempre los ha habido, han manifestado más interés por los aspectos culturales que por los religiosos, partiendo de su patria con un espíritu abierto, deseosos de regresar con su bagaje cargado de nuevos conocimientos. El propio Luis Vázquez de Parga, en su obra clásica sobre la peregrinación jacobea, reconocía que en muchas ocasiones, bajo la piadosa disculpa del viaje no había más que “un pretexto para la satisfacción de la curiosidad por conocer gentes y tierras extrañas para su humor inquieto de viajero, o más prácticamente, para el mejor desarrollo de sus negocios”.

Otras de las causas que han motivado a muchos a peregrinar han sido el hambre y la miseria. Se constata que en épocas de malas cosechas, muchos campesinos se dirigían a los burgos o se echaban a los caminos, para pedir limosna, y esta siempre era ofrecida en un itinerario organizado como el del peregrinaje compostelano, que contaba con numerosas instituciones asistenciales destinadas al hospedaje y sustento de los peregrinos sin medios. No tenemos más que recordar el periplo hospitalario de Guillaume Manier y sus compañeros en Compostela, que podemos definir “de la sopa boba”, para comprobar cuán cierta podía ser esta motivación.

Por supuesto, en el complejo maremágnum de las motivaciones a menudo se han introducido otros elementos asociados al poder o el prestigio social, sobre todo entre los estamentos o clases superiores, que a la devoción por visitar la tumba del apóstol solían sumar intereses políticos, y entre quienes emulaban estos comportamientos por puro mimetismo.

Sea como fuere, en el mero hecho de peregrinar siempre ha estado presente la ruptura temporal con una forma de vida, e implícita la inquietud, espiritual o intelectual, del sujeto protagonista.

En la postmodernidad, época en la que se desarrolla la nueva peregrinación jacobea a partir de los años ochenta del siglo XX, resulta especialmente difícil llegar a percibir las motivaciones de los peregrinos, en muchos casos porque ellos mismos tampoco saben precisarlas con nitidez. Si en la primera década de este renacimiento, con un criterio romántico e historicista, se pretendió reconstruir el esquema de la peregrinación medieval, con un importante compromiso por parte de la Iglesia católica, constantes alusiones al Códice Calixtino y a la cristiandad, reanudación de rituales perdidos, establecimiento de una hospitalidad gratuita, etc., pronto se pudo comprobar que los tiempos habían cambiado mucho y que el moderno peregrino, aunque no ignoraba las tradiciones, también se desplazaba por otros estímulos y procuraba mayores comodidades que sus predecesores.

A través de encuestas, los propios diarios de peregrinación o las reflexiones plasmadas en libros de peregrinos o los foros de Internet, los viajeros del presente suelen incluir, entre sus difusas motivaciones, una serie de conceptos que podrían resumirse en definiciones como quebrar la rutina de la vida diaria, agobiante para los individuos de las sociedades capitalistas urbanas, mudando temporalmente de actividad; buscar la naturaleza, que ya el propio Goethe había definido como “el gran calmante del alma moderna” y ahora se manifiesta en la “conciencia ecológica” y el encuentro con el mundo rural; reinterpretar una experiencia histórica de largo recorrido, que precisamente por su perdurabilidad aporta seguridad al que en ella se introduce, siendo asimismo una fuente de conocimiento; salir al encuentro de los demás (comunicación), con más alicientes desde que la peregrinación jacobea se ha convertido en una experiencia universal, sin las cortapisas que imponen los roles en la vida social, pues en el Camino todos somos peregrinos y avanzamos por un espacio del que no nos apartamos; combatir el estrés y cualquier otro tipo de problema personal utilizando el itinerario como una terapia o, como apuntaba una hospitalera de Navarra, como si se tratase de “un gran confesionario lineal”; realizar una búsqueda personal o reflexionar en un momento problemático de la vida, y, ¿por qué vamos a ignorarlo?, plantear unas vacaciones distintas, de bajo coste, en una especie de parque temático histórico con compañía garantizada o un gran maratón para poner a resistencia nuestra capacidad física.

A menudo, por más que suela haber una jerarquía, las causas con frecuencia aparecen combinadas en un cóctel, y nadie desprecia, por más que acuda al Camino para cumplir un voto, el disfrute de la naturaleza o del encuentro con otros peregrinos. Junto a este relatorio sigue estando presente la motivación puramente religiosa o devocional, pero ya no es mayoritaria.

Uno de los impedimentos para ofrecer una definición más clara de las motivaciones es la escasa fiabilidad de las fuentes impresionistas. Otro tanto cabe decir de los tímidos intentos de sistematizar la información a través de encuestas realizadas por el Instituto de Estudios Turísticos de la Universidad de Santiago o la Federación Española de Asociaciones Jacobeas, o de los datos publicados por la Oficina de Peregrinación de la catedral de Santiago, ya que de la contestación que se proporciona depende la obtención o no de la compostela, certificado de peregrinación que todos los peregrinos desean obtener como recuerdo.

Quienes han profundizado en esta realidad, básicamente sociólogos y antropólogos -Antón Álvarez Sousa, Nancy Frey, Manuel Mandianes, Eva Mouriño, etc.-, apuntan que la incertidumbre del presente y la pérdida de valores en el mundo occidental han provocado una admiración por el pasado, ello a pesar de que en muchas ocasiones idealizamos y hasta inventamos ese pasado. Desde la sociología, la peregrinación jacobea suele ser analizada mediante esquemas como el de Pearce, referido a los viajes o el turismo, que establece una pirámide escalonada a partir de la cual se van ascendiendo peldaños de exigencia personal: huida de la rutina y relajación, búsqueda de aventura y diversión, establecimiento de contactos personales, refuerzo de la autoestima y, en la cumbre, los procesos de autorrealización. A los antropólogos, por su parte, les cautiva la permanencia del misterio en la base de una experiencia aún empapada por su sentido teológico e iniciático.

El turismo ha acabado por contagiar de sus presupuestos, que desde los grandes tours burgueses de los siglos XVIII y XIX ha evolucionado hacia el actual consumo de la naturaleza o productos culturales, al Camino de Santiago, aunque también es cierto que no tanto como cabría esperar. El Camino aún sigue, hasta cierto punto, rodeado de un aura romántica, propiciada por su génesis sagrada y la dimensión simbólica adquirida a través de una dilatada experiencia histórica, y aunque desligado de la función inicial, se ha ido transformando en una gran aventura de búsqueda, superación y transformación personal, afortunada reconversión que ha permitido su pervivencia. No es descabellado, por lo tanto, indicar que muchos peregrinos, sobre todo los de largo recorrido -no sólo el espacio, sino también el tiempo determinan la percepción de las claves simbólicas presentes en la gran romería compostelana-, siguen considerando su Camino como una metáfora de la vida. Al realizar esta lectura se están decantando por la concepción que la Iglesia bizantina tenía de la peregrinación, cuyo valor radicaba en el propio Camino y no en la meta. Así se explica que el éxito del santuario compostelano se mantenga en el presente, al margen del aprovechamiento del turismo de masas, a través de sus rutas históricas; otros centros de peregrinación como Roma, Lourdes o Fátima, que menosprecian la experiencia del viaje lento para centrarse en lo que ofrece el propio santuario, han limitado su cupo al de los fieles o, según el moderno concepto, al del turismo religioso más militante.

El hecho de que un gran número de peregrinos repitan su experiencia por el mismo itinerario u otro diferente de entre los jacobeos -el propio Camino puede acabar por convertirse en la principal motivación-, certifica la vigencia de una peregrinación al modo tradicional que, en los años cuarenta del siglo XX, se consideraba extinguida. [AP]


¿QUIERES DEJAR UN COMENTARIO?


**Recuerda que los comentarios están pendientes de moderación