Xacopediaampollas

Al margen de determinadas molestias o lesiones musculares, las ampollas son la principal y más mitificada molestia física del peregrino contemporáneo en el Camino de Santiago. Ocasionadas por las rozaduras producidas en la piel por el sudor y el uso de calcetines y calzado inadecuado tras varias horas caminando, son un tormento para los peregrinos noveles, sobre todo, en los primeros días de Camino.

El Codex Calixtinus no las cita entre las preocupaciones del Camino medieval. Casi no se encuentran referencias a ellas en los textos de medicina y en los relatos de los peregrinos históricos. Son, sin duda, una preocupación de los caminantes actuales, ajenos a peligros y dificultades mayores. Algunos incluso han llegado a dejar el Camino para mejor ocasión, desoyendo los consejos y experiencias de los peregrinos y caminantes más experimentados.

Son conocidos desde antiguo los remedios para aliviar las extremidades inferiores después de las largas andaduras. Uno de ellos, el lavatorio de pies, lo encontramos ya en la Biblia, y se aplicó en el Camino en diversos hospitales históricos. Era a la vez un símbolo del amor con el que se recibía al peregrino, en imitación de Cristo, y un práctico remedio para aliviarlo del camino andado y prepararlo para el siguiente.

En el presente, la limpieza y cuidado de la ampollas se ha convertido en un nuevo ritual del Camino. Es uno de los momentos ya clásicos para fomentar el compañerismo y la solidaridad. A veces ha dado lugar a las primeras amistades en la Ruta.

El médico José Javier Viñes relataba en 1993 la experiencia con las ampollas en su primera peregrinación a Santiago, en julio de 1989. Tras observar sus pies llagados y ensangrentados, se convenció, como tantos otros, de que su viaje había concluido. Había logrado llegar a Rabanal del Camino. “Pero -relata- surgió Chonina, hospedera, sanadora y curadora, heredera de remedios ancestrales para peregrinos y al verme me dijo que eso lo arreglaba ella si le hacía caso […] Me ordenó meter los pies en un barreño con vinagre, al que añadía con profusión puñados de sal gruesa y me obligó a estar de esta guisa tres horas”. Al final, tras las curas preparatorias para el día siguiente, surgirían el agradecimiento y la amistad fraternal. [MR]


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