XacopediaMateo, maestro

El artista más célebre que trabaja en la última etapa constructiva de la catedral románica de Santiago es el maestro Mateo de Compostela, sin duda la figura más importante de la historia del arte del Camino de Santiago. Este singular artífice gallego, de más que posible formación compostelana y gran conocedor del arte europeo de la segunda mitad del siglo XII, pudo haber nacido en la década de 1140, puesto que en 1168 -contaría entre los veinticinco y los treinta años de edad-, el soberano de León le encarga el trabajo más importante y prestigioso de su reino: terminar la catedral de Santiago.

Aunque desconocemos lo realizado por el artista antes de la llegada de tan importante encargo, es de suponer que se hubiese formado en el obrador compostelano, al lado de algún maestro de cierta importancia, y que se hubiese familiarizado con el arte más avanzado de su tiempo, por medio de dibujos, croquis o diseños llegados de los Pirineos, o quizá también gracias a los beneficios de uno o varios viajes al extranjero. Lo cierto es que el rey tendría noticia del talento de Mateo y, pese a su relativa juventud, le llamaría para ofrecerle tan preciado encargo. Entre 1168 y 1211 el maestro y su taller levantaron los tres tramos finales de las naves mayores de la catedral compostelana, los seis últimos tramos de las tribunas y crearon todo el frontis occidental del edificio: la cripta, el Pórtico de la Gloria, su tribuna, la fachada -desaparecida- y las dos torres que la flanqueaban y que, en buena medida, todavía siguen en pie. Este conjunto monumental, una suerte de compendio arquitectónico y escultórico del arte occidental del siglo XII, y por fortuna conservado en buena parte, constituye el ejemplo artístico y cultural más importante y significativo de la Europa de los caminos de peregrinación.

En 1200 Mateo estaría próximo a los sesenta años y es posible que todavía tuviese fuerzas para dirigir las obras del coro pétreo que construyó su taller para los canónigos, situándolo en la nave central de la basílica, compartimentando su espacio y conformando un espacio independiente, aunque con una significación simbólica de carácter apocalíptico que reforzaba el propio mensaje alegórico del Pórtico de la Gloria, en buena medida inspirado por el Apocalipsis de San Juan, hermano de Santiago el Mayor. En 1211, año de la consagración de la catedral, el maestro Mateo tendría unos setenta años, una edad posible de alcanzar en la época. Su recuerdo continuó vivo en Compostela gracias a la obra que le daría fama imperecedera, pues en el siglo XV todavía había memoria en la ciudad de unas casas que habían sido suyas.

La catedral románica de Santiago se había iniciado en 1075; su construcción se desarrolló en varias etapas, acorde con el devenir histórico de la diócesis y del reino. Tras construirse la mayor parte de la cabecera en las décadas finales del siglo XI, se concluye en esta época la mayor parte de la girola y de las capillas radiales que rodeaban al edículo sepulcral, y Diego Gelmírez le proporcionó al edificio un impulso decisivo durante el dilatado periodo en el que ostentó la Mitra de Santiago, primero como obispo (1100-1120) y después como arzobispo (1120-1140). Durante la época gelmiriana se concluyó lo que faltaba de la cabecera del edificio, se construyeron los dos brazos del crucero, con sus respectivas capillas, y aproximadamente la mitad del brazo mayor de la cruz basilical. Sus sucesores continuaron los trabajos, aunque de manera mucho menos enérgica. Por una evidente carencia de recursos, o quizá por falta de voluntad política, la obra catedralicia estuvo casi parada durante algún tiempo o, por lo menos, sus trabajos se ralentizaron.

Este problema lo encauzó el rey Fernando II de León (1157-1188), quien decide darle un empujón definitivo en 1168, ofreciéndole al maestro Mateo una buena suma anual con el mandato expreso de finalizar el edificio. Si León era la capital política del reino, Compostela era la capital espiritual, meta de una peregrinación internacional que prestigiaba el reino que tuviese en su territorio a un centro religioso y cultural tan importante como la ciudad de Santiago. La generosa donación vitalicia concedida por el monarca al artista recibe su plasmación documental el 23 de febrero de 1168; constó de dos marcos de plata semanales, es decir, cien maravedíes de oro al año, a cambio de que trabajase como maestro superintendente de las obras de Santiago y concluyese en el menor plazo posible las obras de su catedral.

A partir de febrero o marzo de 1168, la labor de Mateo se concreta en la dirección de los talleres de constructores y artistas que tenían que materializar la obra, supervisando todos los trabajos de arquitectura, escultura y pintura necesarios para la conclusión del frontis principal de la basílica. Mateo sería, por lo tanto, una suerte de Fidias gallego, un arquitecto-gerente más que un simple escultor, imagen tradicional de este artista, sin duda ganada por ser el conjunto escultórico del Pórtico lo más llamativo y popular del cierre occidental compostelano. Su cargo de diseñador y director le puso al frente de un amplio y bien formado equipo de técnicos en cálculo, geómetras, canteros, escultores y pintores, un elenco que recogía la tradición local de los talleres catedralicios, aportando lo más granado de las diversas corrientes estilísticas que germinaban por aquellos años en las rutas de peregrinación. Además del documento contractual de 1168, el epígrafe que veinte años más tarde Mateo mandó grabar en los dinteles del Pórtico constituye una prueba evidente de la existencia y de la autoridad del maestro, quien lejos de dejar para la posteridad el nombre del arzobispo o del rey promotor, insculpió en esta parte de la obra un inequívoco MAGISTRVM MATHEVM como único artífice de la creación que le haría célebre, una obra que el propio epígrafe identifica como realizada por este maestro desde sus fundamentos. Los dinteles que soportan el peso del enorme tímpano esculpido fueron colocados en su lugar el viernes 1 de abril de 1188.

En esos veinte años de trabajo ininterrumpido, iniciado en febrero o marzo de 1168, Mateo y sus colaboradores terminaron las naves, las tribunas y las cubiertas de la catedral, construyeron la cripta que debía salvar el gran desnivel de terreno que había entre el piso de las naves y el exterior, y que constituye una prodigiosa infraestructura para el Pórtico propiamente dicho, y labraron las basas, fustes de piedra y mármol, capiteles, las estatuas-columnas de profetas y apóstoles y el celebérrimo parteluz con la imagen de Santiago el Mayor.

Sorprende la gran consideración social del maestro Mateo en abril de 1188, puesto que es únicamente su nombre el que aparece en el citado epígrafe, sin comentario alguno al arzobispo Pedro Suárez de Deza (1173-1206) o al rey Fernando II, verdadero patrocinador de las obras, quien había fallecido en enero de 1188, por lo que no pudo estar presente en la ceremonia de colocación de los dinteles. A partir de mayo de 1188 Mateo y su taller continuaron el trabajo colocando las esculturas del tímpano y las arquivoltas del tríptico que conforma el Pórtico, levantan las bóvedas nervadas del nártex, concluyen la tribuna, al tiempo que van levantando la fachada animada por amplios vanos y un gran rosetón central, además de las dos torres laterales. Hacia 1200 ya estarían concluidas estas labores, y en estos años iniciales del siglo XIII se inicia el coro pétreo, que habría de estar terminado en 1211, año de la consagración de la catedral de Santiago.

Mateo fue el tracista y director de esta obra colosal, tanto desde el punto de vista de la arquitectura como de la escultura, pintura -desaparecida- y policromía de las imágenes. Su figura hay que valorarla como la de un intelectual y un artista al frente de un gran equipo de canteros y artistas de excepcional capacidad. Su imagen se acerca, por lo tanto, a la del autor del Partenón o a los grandes maestros del renacimiento, inspirados todos ellos -Mateo también, por supuesto- por textos e ideas eminentes, que constituyen bases fundamentales en el desarrollo de la cultura occidental. En la Compostela de finales del siglo XII el maestro del Pórtico de la Gloria creó un taller unido y vertebrado, profundamente creativo y firmemente asentado en las mejores tradiciones estilísticas y culturales del Occidente medieval. De hecho, la mayoría de estos artistas procederían de algunas de las regiones de Europa culturalmente más dinámicas y vinculadas a los caminos de peregrinación. Este cosmopolitismo artístico, sumado al talento de Mateo para aglutinar y dirigir a un ecléctico elenco de modos y estilos, incrementó la creatividad del taller, logrando para Compostela una obra original y de gran fuerza, capaz de recapitular el arte cristiano-occidental de su tiempo: el románico de los caminos de peregrinación.

Para lograr el supremo objetivo de concluir la basílica apostólica de Occidente, el maestro Mateo gozó de abundantes medios humanos y técnicos derivados de la rica tradición artística compostelana, procedente en buena medida de los talleres catedralicios, activos desde 1075 y de gran creatividad en los inicios del siglo XII. Algunos de los artífices que dieron vida al Pórtico -posiblemente él también- serían hijos, nietos, bisnietos o tataranietos de los canteros y escultores que trabajaron a las órdenes de los maestros Bernardo el Viejo, Esteban o el maestro de Platerías. Mateo se formó, sin la menor duda, en tan fecunda tradición, aunque supo trascenderla, aportando al rico matraz compostelano las innovaciones y matices que revelan su obra y su legado.

A la sombra del gran maestro se fue formando, desde 1168 hasta algo más allá de 1200, un grupo de artistas que trabajaron durante décadas bajo su dirección. Hay en el Pórtico un estilo naturalista tradicionalmente atribuido a la mano del maestro principal y que se ejemplifica en las imágenes pétreas del profeta Daniel y el Santiago del parteluz; dos piezas que muestran una posible influencia directa del arte francés de vanguardia, sobre todo de la escultura de la fachada de Saint-Denis de París (1140), edificio que pudo recibir la visita del maestro compostelano, puesto que la Iglesia de Santiago mantenía desde fines del siglo XI fuertes relaciones con las iglesias francesas. No sería impensable, por lo tanto, que el joven Mateo, si se tiene en cuenta su posible origen compostelano, formase parte de alguna delegación eclesiástica en viaje a Francia. En este periplo tendría oportunidad de conocer directamente, o a través de dibujos y croquis, el nuevo arte auspiciado por el abad Suger de Saint-Denis.

La tradición francesa en la cultura compostelana fue especialmente fecunda en época de Gelmírez, influencia que sin duda continuaría en el ambiente artístico vivido por Mateo en la Compostela de las décadas de 1150-1160, época en la que germinaría su talento y principiaría su actividad. La apertura de miras de este artista y el mestizaje cultural que promueve, junto con la alta calidad de los escultores y canteros que integran su taller, van a configurar las señas de identidad más características del estilo mateano, en concreto de la personalidad del Pórtico de la Gloria y de todo el arte derivado de él. Por otra parte, la variedad estilística de la obra mateana es buena prueba de la vitalidad cultural de la ciudad de Santiago en el siglo XII, meta de la peregrinación occidental. [FS]

V. Pórtico de la Gloria


¿QUIERES DEJAR UN COMENTARIO?


**Recuerda que los comentarios están pendientes de moderación