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Templos y hospitales son los espacios de acogida a peregrinos vinculables de forma más inmediata con la arquitectura surgida a lo largo de los siglos en los itinerarios jacobeos. Aunque en los tiempos finales de la alta Edad Media (siglos IX y X) florecieron determinados ejemplos arquitectónicos íntimamente vinculados al fenómeno de la peregrinación jacobea, y ligados principalmente al locus Sancti Iacobi -a las iglesias del siglo IX patrocinadas por los reyes Alfonso II y Alfonso III en Santiago- a comunidades monásticas como Santa María do Cebreiro o Samos -Camino Francés en Galicia- y a conjuntos áulicos como es el caso de la iglesia leonesa de Palat del Rey (siglo X), la arquitectura medieval más célebre y vinculable al Camino de Santiago se construye en las décadas finales del siglo XI y primeras del XII.

Se trata, naturalmente, de arquitectura románica francesa e hispana, levantada en las Rutas de peregrinación. Pero hubo otros estilos arquitectónicos que también tuvieron su influencia en el Camino y contribuyeron a darle su personalidad y sentido. Vamos a repasarlos cronológicamente.

En el ámbito estricto de los Caminos Jacobeos de Francia y en la ciudad de Santiago de Compostela surgió a finales del siglo XI un selecto grupo de iglesias que durante mucho tiempo se identificó como una suerte de “familia” de grandes templos románicos conocida con el nombre de “iglesias de peregrinación”.

Estos templos de tipología común en planta y evidentes semejanzas estilísticas en alzado están vinculados con un hecho cultural tan relevante para la mentalidad medieval, en general, y el Camino de Santiago en particular, como es el culto a las reliquias de los santos. Al mismo tiempo, en el Camino de peregrinación que se estaba literalmente construyendo en los reinos cristianos del norte de España -el Camino Francés- la arquitectura románica levantó una serie de edificios religiosos, y en menor medida laicos -subsiste en Estella el palacio de los reyes de Navarra- auspiciados por la Iglesia secular, la Orden benedictina y los soberanos.

En el caso de las iglesias y las catedrales construidas en la época románica, algunas de ellas desaparecidas, relevadas por edificios góticos, hay que destacar sus rasgos comunes, causados por las interrelaciones e influencias que se dieron en los reinos occidentales, permeables a este tipo de intercambios técnicos y culturales. Eso sí, en el caso hispano la huella del románico francés, y en cierta medida del lombardo, es una de las señas de identidad de una arquitectura estimulada por la fecundidad cultural del hecho jacobeo. A lo largo de las Rutas de peregrinaje se difundieron ideas, técnicas y modelos que favorecieron el dinamismo artístico que dio lugar a un singular espacio de culto y cultura donde florecieron este tipo de edificaciones.

Influyeron en esta creatividad artística las innovaciones litúrgicas derivadas de la reforma gregoriana, así como la renovada cultura monástica auspiciada por Cluny. La implantación de las casas benedictinas en los reinos cristianos de la Península Ibérica, coincidiendo con los reinados de Alfonso VI de Castilla y León (1072-1109) y de Sancho Ramírez de Aragón y Navarra (1063-1094), fue uno de los estímulos más vigorosos para la creación de grandes iglesias y conjuntos monásticos en el ámbito rural y en las ciudades del Camino Francés.

En un corto período de tiempo, centrado, como se ha dicho, en las décadas finales del siglo XI y las primeras del XII, se produjo la llamada monumentalización del Camino de Santiago, con la construcción de una serie de edificios religiosos, monásticos o catedralicios, que concentraron en una síntesis magistral los esfuerzos teóricos y las experiencias técnicas de varias generaciones de arquitectos. Uno de los problemas resueltos en este período fue la construcción de bóvedas pétreas capaces de cubrir amplios espacios.

Durante la alta Edad Media los maestros del arte de la construcción estudiaron las tradiciones tardoantiguas, bajoimperiales y paleocristianas, concretando un sistema arquitectónico común a muchos países, aunque con particularidades y localismos. En la Ruta Jacobea, Alfonso VI y Sancho Ramírez demostraron en lo edilicio el mismo interés y decisión que en la recuperación de viejos caminos y en la construcción de nuevos tramos, puentes y hospitales. Cada nuevo templo fue custodio de reliquias, casa de Dios e imagen de la Jerusalén celeste en el mundo terreno, potenciando con su presencia y su función la sacralidad del Camino de Santiago.

Pese a los rasgos comunes a la arquitectura románica, los rasgos localistas y el estilo particular de los artífices más creativos, infunden a cada edificio aspectos diferenciadores y específicos. La movilidad de los maestros y de los grupos de oficiales y aprendices se da en algunos casos, aunque hay que destacar la escasa movilidad de la mayoría de los talleres, puesto que la circulación de ideas, conceptos, técnicas, modelos y estilos no está ligada al itinerario físico de los artistas. Bastaba con una transmisión, en los círculos gremiales adecuados, de dibujos, croquis, informes técnicos y cálculos matemáticos. Por otra parte, los textos bíblicos que servían de fuente de inspiración eran comunes.

Con estas herramientas los arquitectos aleccionaban a sus operarios, en un aprendizaje de carácter práctico, gremial, cuyos conocimientos se transmitían de padre a hijo, de maestro a oficial, de oficial a aprendiz, de suerte que muchos artistas se formaban en una catedral y continuaban su profesión en la misma cantería, finalizando la obra o dejando ese privilegio a sus hijos o nietos. En el ámbito hispano-francés existen, sin embargo, algunos casos de itinerancia de arquitectos románicos. Hay documentación, por ejemplo, sobre la marcha de Esteban, “maestro de la obra de Santiago”, a Pamplona en 1101, donde dirigió la construcción de la desaparecida catedral románica de esa ciudad navarra.

En apenas cincuenta años -entre 1075 y 1125- se construyeron en el Camino Francés las principales iglesias y catedrales de la Ruta. Esta imposición espacio-temporal favoreció interrelaciones estilísticas entre obras distantes, en especial entre las construcciones del tramo hispano y aquellas de las Rutas de Le Puy y Arlés-Toulouse.

En este ámbito nació un conjunto de edificios muy concreto, formado por la catedral de Santiago, la colegiata de San Isidoro de León -en su origen capilla palatina- la iglesia de San Martín de Frómista -Palencia- la catedral aragonesa de Jaca y las iglesias francesas de Santa Fe de Conques -Vía Podianense- y Saint-Sernin de Toulouse -Vía Tolosana-. A este conjunto habría que añadir las desaparecidas catedrales románicas de Astorga, León, Burgos y Pamplona. Todas estas obras monumentales del Camino de Santiago muestran, como en un juego de espejos, interrelaciones estilísticas expresadas a través de la arquitectura y la escultura de portadas y capiteles.

Compostela, Conques y Toulouse forman parte del grupo tipológico llamado “iglesias de peregrinación”, caracterizado por ser una familia de templos relacionada con los Caminos Jacobeos, donde se custodian reliquias veneradas por los peregrinos, y cuya fisonomía arquitectónica, tanto en planta como en alzado, presenta puntos en común, fruto de una larga búsqueda de soluciones constructivas y estéticas.

Estas iglesias son San Martín de Tours, San Marcial de Limoges -demolida en el siglo XVIII- Santa Fe de Conques, San Saturnino de Toulouse y Santiago de Compostela. Cada una está situada en alguno de los itinerarios descritos hacia 1135 en el Libro V del Códice Calixtino. En la Vía Turonense se encuentra la colegiata de San Martín de Tours; en la Vía Lemosina estaba la abacial benedictina de San Marcial de Limoges; en la Vía Podianense se construyó la abacial benedictina de Santa Fe de Conques; en la Vía Tolosana, la colegiata de Saint-Sernin de Toulouse; y, finalmente, en la meta de todos estos caminos, se construyó la catedral del Apóstol.

Desde el punto de vista tipológico, dichos edificios combinan en planta el esquema basilical con el de un martiryum, dando una respuesta espacial, práctica y simbólica, a la devoción de masas. La parte basilical se evidencia en la planta de cruz latina que presenta cada una, con tres o cinco naves en el brazo mayor, crucero bien desarrollado y naves separadas por pilares cruciformes. La parte martirial se concreta en la cabecera, con el Altar Mayor rodeado por un deambulatorio al que se abren varias capillas radiales.

Los pilares de estas iglesias están formados por un núcleo de sección cuadrada o circular y columnas entregas que soportan los arcos torales y los arcos fajones, elementos clave en el alzado. Sobre los arcos torales se monta la tribuna, el piso alto de las naves laterales, mientras que en los arcos fajones se apoya la bóveda de cañón de la nave central. En la intersección de los dos brazos del crucero se levanta una torre o cimborrio, sostenido por trompas -elemento arquitectónico que sirve para pasar de la planta cuadrada a la poligonal- que puede servir de defensa y/o campanario. El brazo menor de la cruz, es decir, el transepto, es de tres naves y presenta capillas absidiales como las de la girola o deambulatorio.

Esta disposición con tantos altares se acomoda bien al denominado modelo de iglesias de los caminos de peregrinación: un templo funcional, necesitado de diversidad de capillas que funcionan como centros de atención donde se veneran determinadas reliquias e imágenes de devoción. Las naves colaterales posibilitan una circulación perimetral por el interior del edificio, permitiendo las procesiones de fieles y peregrinos que no interrumpen los oficios divinos desarrollados en el Altar Mayor ni la liturgia de los religiosos amparados en el coro.

La riqueza litúrgica del siglo XII se desarrolló en íntima relación con esta multiplicación de altares, de modo que los ábsides del crucero y de la girola podían atender de forma simultánea a diversas ceremonias. Las misas incluso se celebraban enlazadas, de modo que antes de terminar una ya comenzaba la siguiente. El templo estaba compartimentado en su nave mayor, de suerte que había un espacio central e independiente para el coro de los monjes o de los canónigos. Esta iglesia de los sacerdotes situada dentro de la “iglesia de los fieles” servía para que los miembros de la comunidad participasen, orientados hacia el altar principal, de los ritos sagrados con independencia y tranquilidad.

El alzado interno de estos templos de peregrinación desarrolla una estructura en dos pisos, solución tomada de las basílicas romanas bajoimperiales y de las iglesias paleocristianas del siglo IV, que inician esta tradición de dos plantas en alzado y que estaban cubiertas con armaduras de madera, como los primeros templos románicos. Aunque la nave central de la iglesia románica, cubierta con bóveda de cañón, es un espacio único en altura, las colaterales son de dos plantas.

El piso inferior de estos templos se cubre con bóvedas de arista y sus muros cuentan con ventanas que permiten el paso abundante de luz, creando un plástico interior de claroscuros y combinando zonas intensamente iluminadas con otras en penumbra. La tribuna o piso superior cuenta con vanos que iluminan indirectamente la nave central a través del triforio. La tribuna se cubre con bóveda de cuarto cañón sobre arcos fajones de cuarto de círculo; un sistema que contrarresta los empujes y presiones de la gran bóveda de la nave mayor. En Toulouse y Compostela la tribuna rodea toda la iglesia, permitiendo la circulación perimetral en altura.

En cuanto al triforio, abierto hacia la nave principal, se diseña con una sucesión de vanos de medio punto amainelados.

Estos vanos definen la nave central en altura. En épocas de gran afluencia de masas, las tribunas podían acoger a los fieles, sirviendo incluso de albergue de peregrinos. La tribuna servía, normalmente, de paso elevado y discreto al alto clero. Prelado y canónigos, abad y monjes también podían usar estos espacios para situar altares de devoción privada.

El sistema de cubiertas de esta “familia” de iglesias es siempre el mismo. Las naves centrales se cubren con bóveda de cañón sobre fajones; estos arcos descargan sus fuerzas y presiones en los pilares y en los fajones de las naves laterales, más bajas que la central. Los muros laterales de cierre se reforzaban en el exterior con contrafuertes prismáticos en aquellos puntos donde recaen los empujes de los fajones. Los absidiolos del crucero y de la girola suelen ser semicirculares en planta, aunque también los hay rectangulares o poligonales; se cubren con bóvedas de cañón en los tramos rectos y con bóvedas de cuarto de esfera en el tramo semicircular.

Las puertas y ventanas de estos edificios, como en todo el arte románico, muestran arco de medio punto y se decoran con arquivoltas, columnas y capiteles con escultura decorativa y simbólica, de corte bíblico y moralizante. Los portales del crucero presentan en Toulouse y Compostela relieves en sus columnas exteriores, tanto en fustes como en capiteles, pero también en los frisos labrados sobre las puertas, en los canecillos que sostienen los aleros, y en los tímpanos enmarcados por arquivoltas. En Santiago este programa escultórico incluye a la fachada occidental. La fórmula tipológica de estos edificios nació simultáneamente, entre 1070-1075, en Toulouse y Compostela. Esto explica las semejanzas entre las cinco iglesias del grupo. La coincidencia que se produjo en estas canterías no evita pensar en relaciones e influjos, informaciones de obra a obra, por los vínculos profesionales que había entre los maestros que, en esta época, comenzaban a salir del anonimato: recordemos a Hugo de Conques, maestro de la iglesia de Santa Fe, y los compostelanos Bernardo el Viejo -quizá de origen francés- Roberto, Esteban -quien en 1101 marcha a Pamplona- Bernardo el Joven y el célebre maestro Mateo, posiblemente más arquitecto que escultor.

En el Camino Francés en España se dieron también otras tipologías constructivas, fruto de la permeabilidad y creatividad artística de la Ruta. El plan central aparece en Santa María de Eunate y en la iglesia del Santo Sepulcro, en Torres del Río, ambas en Navarra.

Son templos de la segunda mitad del siglo XII construidos con planta octogonal y cubiertos con bóveda nervada. En el caso de Eunate, la iglesia está rodeada por un espacio cementerial delimitado por una galería de arcadas de medio punto que, al igual que el templo, dibujan un octógono en planta. Parece evidente que tanto en Eunate como en Torres del Río se produce una evocación consciente de la rotonda de la Anastasis de Jerusalén, el célebre sancta sanctorum centrado por el edículo que cobija el Santo Sepulcro de Cristo. En Torres del Río esta relación parece evidente, dado que el edificio fue construido por los caballeros de la Orden del Santo Sepulcro. En Eunate y su pórtico de arcadas podría darse el caso que las referencias, aunque también hierosolimitanas, fuesen otras, pues presenta un parecido mayor con la iglesia de la Ascensión, una pequeña rotonda, también rodeada de un pórtico -perdido- situada en lo alto del Monte de los Olivos.

La arquitectura románica de plan basilical, en “pequeño formato”, tuvo un desarrollo muy importante a lo largo del Camino de Santiago. No sólo las grandes catedrales y templos monásticos adoptaron este plan, también hay templos rurales y urbanos construidos con tres naves y tres ábsides. Sirvan de ejemplo la iglesia monástica de Leyre, Santa María de Sangüesa, San Pedro de la Rúa, en Estella, estos dos últimos templos navarros edificados al pie del Camino de Santiago, y San Juan de Ortega -Burgos-.

Las de nave única rematada en planta por un ábside son también relativamente abundantes: Santa Cruz de la Serós, en Navarra; Santiago de Villafranca del Bierzo; Santiago de Barbadelo, en Sarria; San Juan de Portomarín, a las orillas del Miño, en tierras lucenses, edificio que formaba parte de un conjunto de la Orden de San Juan de Jerusalén, célebre por dedicarse al cuidado del camino y de los peregrinos; y Santa María de Melide. De una nave y tres ábsides es la iglesia románica del monasterio aragonés de San Juan de la Peña -iniciada en 1094- y la iglesia de San Salvador de Vilar de Donas, que también cuenta con un crucero bien resaltado en planta; este templo del románico final está situado en el entorno del Camino Francés en tierras de Palas de Rei, Lugo, y fue casa madre de la Orden de Santiago en Galicia.

Tras la experiencia arquitectónica del románico final, que en algún momento se ha denominado protogótico, y cuyos ejemplos más conspicuos los constituyen el Pórtico de la Gloria del maestro Mateo y el salón de ceremonias del palacio arzobispal de Santiago de Compostela, penetra en el Camino de Santiago la arquitectura gótica del modo más gozoso, con dos edificios clásicos proyectados y construidos en parte por el mismo arquitecto. Nos referimos a las catedrales de Burgos y León, obras del maestro Enrique.

El estilo gótico se constituye un arte integral, en el que se da un maridaje entre arquitectura, escultura, pintura, orfebrería y vidrio. La arquitectura define el espacio tridimensional, destacando el empuje ascensional y espiritualista del mismo. Esto se logró gracias al hallazgo técnico del arco ojival y de las bóvedas de crucería, elementos que permiten construir edificios más altos y ligeros, con muros concebidos con menos masa, cada vez más etéreos, y que llegarán a ser, en algunos casos, enteramente de vidrio, al estar el edificio sostenido por un sutil juego de contrarrestos. Las bóvedas de crucería se montan sobre finas columnas que llevan las tensiones hacia los contrafuertes exteriores por medio de arbotantes.

La escultura de las portadas góticas logrará la síntesis simbólica de aquello que representa el edificio religioso: la Casa de Dios y de su Madre la Virgen, la Jerusalén Celeste en el mundo terrenal. Los recursos de la pintura mural y de la orfebrería forman espléndidos conjuntos en altares y tesoros, íntimamente ligados al desarrollo de la liturgia. Las vidrieras que cubren los amplios vanos transforman el espacio de la iglesia con la luz coloreada que pasa a través de las escenas bíblicas que decoran cada vitral. Los vanos no se conciben para iluminar, sino para transformar el espacio religioso, tamizando místicamente la atmósfera del templo con los colores simbólicos del conjunto de vitrales.

Con la vitalidad disfrutada por el Camino de Santiago durante el siglo XIII, continúa en el norte hispano el intercambio cultural y la política de apertura a Europa iniciada en siglos pasados por los reyes, el alto clero y los cluniacienses. La arquitectura gótica de estirpe francesa se introducirá en las dos principales ciudades de la Ruta, Burgos y León, como consecuencia de la fluida comunicación que la España cristiana mantiene con Europa occidental a través del Camino de Santiago. Procedentes de los principales centros creadores de Occidente, los maestros y los modelos francogóticos llegan a estas ciudades, importando planos dibujados más allá de los Pirineos. La primera de ellas constituirá el modelo referencial para que muchas edificaciones posteriores asuman y difundan el nuevo estilo.

Tras la muerte en 1230 de Alfonso IX de León y Galicia, la capital leonesa pierde peso político, relegando a un segundo plano los territorios del viejo reino con respecto a Castilla. A partir de entonces Burgos tomará el relevo, siendo la ciudad regia de Alfonso VIII de Castilla, donde se celebran los esponsales de Fernando III, heredero de los Reinos leonés y castellano. Además de este papel político privilegiado, Burgos desarrolla en la baja Edad Media una importante actividad económica y comercial donde se centra el negocio castellano de la lana, manteniendo relaciones con el mundo rural y con los puertos del norte, Castro Urdiales, Santander y Bilbao, y a través de ellos con Inglaterra y las ricas ciudades de Flandes. El nuevo símbolo arquitectónico de esta pujante capital será una nueva catedral gótica que ennoblezca su imagen y su escena urbana.

El nuevo templo catedralicio burgalés se inicia el 20 de julio del año 1221, bajo auspicios del rey Fernando III y del obispo Mauricio, clérigo y teólogo formado en París, buen conocedor de la nueva arquitectura que se estaba construyendo en el reino vecino, en especial en la región de Ilê de France. Fue idea suya que en Burgos se construyese una nueva catedral diseñada según el estilo impuesto por la vanguardia francesa, con el ánimo de sustituir a la vieja iglesia románica de fines del siglo XI -contemporánea de Jaca, Frómista, León y Santiago- y de prestigiar a la ciudad y a la diócesis con un nuevo edificio digno de la Monarquía y de la Iglesia burgalense. Se edifica con maestros franceses que introducen en Castilla los nuevos conceptos y técnicas, adaptándolos a las peculiaridades de la tradición española, como es el caso de la construcción del coro de canónigos en medio de la nave central.

El estilo o tradición artística que llega a Burgos no procede de un único lugar, pues se detectan influencias de los talleres de Bourges, Reims, Coutances y de la abadía de Pontigny. El iniciador de los trabajos fue un maestro de origen francés, pero continuó un español llamado maestro Enrique, un arquitecto que marchará a León para iniciar la nueva catedral gótica, la Pulchra Leonina. A Enrique le sucedió en Burgos el maestro Johan Pérez, artista que también dejará Burgos para continuar las obras de la catedral leonesa.

Los dos grandes templos góticos que nos ocupan se levantaron al mismo tiempo, cada uno de ellos fiel a su propia tradición. Pese a coincidir en los mismos maestros directores de obras se mantuvo la independencia de cada taller, lo que indica el alto grado de profesionalidad de los artífices, organizados bajo el racional sistema de división del trabajo, algo que ya habían iniciado en la Compostela del siglo XII el maestro de As Praterías y el maestro Mateo. En cada taller el arquitecto diseña los planos y dirige la construcción, pero encarga las esculturas de las portadas, los vitrales, las pinturas murales, las obras de forja y carpintería a otros especialistas que pueden proceder de talleres y tradiciones artísticas distintas a las suyas.

La planta de la catedral de Burgos recuerda en cierto modo a la de Reims: una cruz latina, con tres naves en el brazo mayor, una nave única en el crucero y una cabecera con un Altar Mayor rodeado por una girola con capillas radiales poligonales. Las obras comenzaron por la cabecera a buen ritmo, de suerte que en 1238 ya se pudo celebrar en el presbiterio el entierro del obispo Mauricio.

En 1260 se celebra la consagración del edificio burgalés. Los trabajos continuaron, no obstante, durante el siglo XIV y parte del XV, época en la que se terminan las cubiertas de crucería y se realiza la construcción del claustro y de sus capillas funerarias, patrocinadas por la alta sociedad burgalesa. La más espectacular de todas es la capilla del Condestable, construida por el maestro Simón de Colonia en un lugar preferencial, sustituyendo a la capilla axial de la girola. La del Condestable es una de las piezas maestras del gótico final, obra de plan central destinada a albergar en el centro de su espacio, y bajo la espectacular bóveda estrellada, los sepulcros de sus fundadores.

Hacia el exterior la cabecera burgalesa muestra el célebre sistema gótico de dobles arbotantes apuntalados en gruesos contrafuertes, que contrarrestan los empujes de las bóvedas del presbiterio y de las capillas de la girola. Este sistema había sido inventado en Francia y se usó por primera vez en la iglesia abacial de Saint-Denis y en la catedral de Nôtre Dame de París. Es un sistema de contrarresto de fuerzas basado en la elasticidad de los nervios de las bóvedas, montados sobre finas columnas agrupadas en haces, que constituyen los pilares que separan las naves y que sostienen la estructura del edificio. Los muros de cierre pierden la función de carga de la arquitectura románica y están ocupados, en buena medida, por vidrieras que transforman el espacio por medio de la luz coloreada y simbólica que pasa a través de ellas.

La ligereza que respira la arquitectura gótica de la catedral burgalense se aprecia en su sistema de cubiertas, de clara estirpe francogótica clásica, y en su alzado interno, estructurado en tres pisos. El inferior constituido por las naves separadas por pilares y arcos apuntados, el piso medio formado por un estrecho triforio y el superior constituido por los ventanales ojivales con los vitrales. Los dos extremos del crucero y la fachada occidental culminan con rosetones de gran diámetro que desmaterializan las partes altas de cada muro, ampliando la luminosidad de un templo creado bajo la inspiración agustiniana de la Civitas Dei.

Los portales del crucero, conocidos como Sarmental y Coronería, muestran en sus esculturas la influencia de Reims, una de las catedrales más importantes de Francia, en la que se realizaba la coronación de sus reyes. La fachada occidental está flanqueada por agujas caladas que semejan filigrana de cantería, construidas en la segunda mitad del siglo XV por el maestro Juan de Colonia y su hijo Simón de Colonia. El primitivo cimborrio que la catedral tenía sobre el crucero también fue edificado por Juan de Colonia, pero se derrumbó, siendo sustituido ya en el siglo XVI por el actual, obra de Juan de Vallejo. Este espectacular elemento, aunque levantado en época renacentista, posee una ascensional concepción gótica, reforzada por los pináculos, arcos conopiales, vanos amainelados y otras formas que proceden de la tradición tardogótica.

Aunque la de Burgos es una catedral gótica espectacular, no es menos la leonesa, iniciada en 1255 bajo inspiración del obispo Martín Fernández y patrocinada por el nuevo monarca castellano, Alfonso X el Sabio. El nuevo templo se inició bajo dirección del maestro Enrique, el mismo que había trabajado, como ya se ha dicho, en Burgos. Al fallecer en 1277, cuando estaba concluyendo lo principal de los trabajos leoneses, fue sustituido por Johan Pérez, arquitecto que tuvo tiempo y ocasión de crear en León una arquitectura más aérea, con menor superficie mural, y una estructura más ligera. Tampoco pudo rematar las obras, pues falleció en 1296, siendo concluida la nueva catedral por sus colaboradores en 1305.

La planta de la catedral de León -cruz latina, tres naves en el brazo mayor, tres naves en el crucero y cabecera de gran complejidad, rodeada de girola y capillas radiales- también recuerda a la de Reims, pero en alzado supera a esta catedral francesa en afán ascensional y sobre todo en desmaterialización mural. La gran cantidad de superficie dedicada a vidrieras supone la seña de identidad más definida del edificio. Debido a esta ligereza de paramentos el alzado del principal templo leonés se acerca al espíritu de las catedrales de Amiens y Beauvais.

En el interior, la basílica leonesa muestra una estructura de tres pisos, con una planta baja con arcadas ojivales separando las naves, triforio calado con vanos hacia el exterior, en el piso medio, y un piso alto totalmente perforado para ser ocupado por vitrales. Las tres portadas están esculturadas, como Chartres o Reims, y están protegidas por pórticos. Los escultores que habían trabajado en Burgos marcharon a León en la segunda mitad del siglo XIII para hacerse cargo del programa iconográfico.

Más allá del gótico clásico, el período comprendido entre 1220-1300 en el que se levantan las catedrales de Burgos y León, hay que destacar otras obras de este estilo en el Camino de Santiago, construidas tras la crisis del siglo XIV. Una de ellas es la catedral de Pamplona, iniciada en 1394; otra la iglesia de Santa María la Real de Nájera -La Rioja- reconstruida a partir de 1422 con planta basilical de tres naves separadas por pilares y cubiertas de bóvedas estrelladas; su claustro, espectacular por la tracería de sus amplios vanos y por las bóvedas estrelladas que cubren las crujías, es obra de fines del gótico, terminada definitivamente en 1528.

No obstante, a lo largo del siglo XIV habrá obras menores pero muy refinadas en el Reino de Navarra, como la sala capitular de la colegiata de Roncesvalles, cuyo estilo ya parece un flamígero inicial, posiblemente obra de un arquitecto inglés, y realizada en el primer cuarto del siglo XIV. Otras obras de la época son la iglesia de San Cernín o San Saturnino, templo pamplonés de nave única y cabecera poligonal, construido en el tramo urbano del Camino de peregrinación. La catedral de Pamplona y su claustro constituyen un conjunto meritorio en el contexto de la arquitectura hispana de los siglos XIV y XV. Se comenzó primero el claustro, ya a fines del siglo XIII, adosado al templo románico, muy impulsado durante el episcopado de Arnaldo de Barbazán, quien también mandó construir en él su capilla funeraria, de planta cuadrada y cubierta por una bóveda estrellada de ocho puntas.

En 1330 se levanta el suntuoso refectorio de esta basílica, iluminado por dos ventanales y un rosetón. Las obras del claustro continuaron durante el resto del siglo XIV y parte del siguiente. La catedral propiamente dicha se inicia en los años finales del siglo, tras un accidente acaecido en 1390, cuando se desploma la bóveda del presbiterio de la catedral románica. Las obras se iniciaron bajo patrocinio del rey navarro Carlos el Noble y comenzaron con la reconstrucción de la bóveda caída y la elevación de las nuevas naves. La nueva catedral de Pamplona es obra, por lo tanto, del siglo XV, concluida a inicios del XVI; cuenta con planta de cruz latina, con un brazo mayor de tres naves con capillas laterales abiertas entre contrafuertes, un sistema de cubiertas de crucería y una cabecera rodeada por girola, construida a fines del siglo XV.

En el Reino castellano el siglo XIV, pese a la crisis, será también una época de obras de arquitectura. En Burgos, la capital, se concluye en las primeras décadas el claustro de la catedral y la iglesia de San Esteban, notable templo de tres naves. A fines del Trescientos, en plena época de recuperación, se inician las obras de las iglesias de San Gil y de San Lesmes, santo hospitalero muy ligado a la peregrinación jacobea, cuyo templo se construye al lado del camino, en la entrada a la ciudad.

En Santiago de Compostela hay que destacar en el siglo XIV la construcción del convento de Santo Domingo de Bonaval, conjunto mendicante cuya iglesia de tres naves cubiertas de armadura de madera y triple ábside abovedado todavía se mantiene en pie.

Las grandes obras góticas dieron paso en el Camino de Santiago a la introducción del Renacimiento, un arte derivado de la cultura humanista de raíz grecolatina con la que Occidente se renueva en el siglo XVI. La arquitectura del período será sobre todo urbana, y la ciudad del camino más pujante del momento será Burgos, “Cabeza de Castilla”, cuya catedral sigue siendo la principal fábrica donde experimentar la nueva arquitectura.

De este modo, Francisco de Colonia construye entre 1512 y 1517 la portada de la capilla del Condestable, con abundante repertorio decorativo del nuevo estilo, y la portada de la Pellegería entre 1515 y 1516, por orden del arzobispo Juan Rodríguez de Fonseca. La Pellegería es una portada encajada bajo un gran arco, con un cuerpo inferior diseñado al modo de arco de triunfo romano, con una calle central destacada por dos grandes columnas adosadas y cuyos fustes se cubren de la típica decoración antiquizante a base de candelieri. En realidad, toda esa riqueza decorativa menuda, en la que alternan los motivos vegetales con las medias figuras, los amorcillos con los roleos, todo un repertorio basado en los grabados italianos que llegan a España, cubren la estructura arquitectónica y sirven de marco a las escenas escultóricas del programa iconográfico. Ambas portadas eran obras decorativas que completaban el colosal edificio gótico.

Una pieza más importante desde el punto de vista arquitectónico es la funcional Escalera Dorada que Diego de Siloé construye en 1519 en el interior de la catedral burgalesa, en el extremo del crucero norte, para salvar el gran desnivel que existe entre el exterior -tramo urbano del Camino de Santiago- y el transepto catedralicio. El esquema que tuvo que desarrollar para aprovechar el poco espacio disponible está inspirado en la escalera que Bramante construyó en 1506 para unir el palacio del papa Julio II con el Belvedere del Vaticano. La de Siloé arranca con un tiro de escalera de peldaños semicirculares, que se bifurca a media altura para converger de nuevo, tras pasar por sendos rellanos, y alcanzar la altura de la puerta de la Coronería. La obra se enriquece con la apertura de tres arcos sepulcrales y con profusión ornamental a base de grutescos.

El siguiente maestro que trabajará con singular fortuna en la catedral de Burgos será Juan de Vallejo, seguidor de Diego de Siloé y autor de la capilla de Santiago, cuyo altar destaca por el gran arco de medio punto que debe someterse a las proporciones góticas preexistentes. En 1552 construye Vallejo en la ciudad de Burgos la fachada de la iglesia de los santos Cosme y Damián, con un cierto espíritu anticlásico pero manteniendo el repertorio decorativo de Siloé. En esta fachada Vallejo diseña una puerta de arco enmarcada por columnas de fuste liso sobre podio, la decora con medallones en las enjutas del arco, y sobre el entablamento diseña tres hornacinas, la mayor de la cual es la central, donde sitúa la escena de la Crucifixión bajo un arco muy rebajado, mientras que en las hornacinas laterales sitúa a los santos titulares del templo.

El conjunto lo remata en altura este maestro con un medallón con la imagen del Padre Eterno. Su obra más célebre será, no obstante, el nuevo cimborrio de la catedral, una de las señas de identidad del gran edificio burgalés, cuyo diseño, un tanto ecléctico, fruto del complejo movimiento manierista, trata de emular la verticalidad del gótico contrastando con la horizontalidad de las balaustradas de aspecto clásico y una decoración tan variada y de distinta raigambre que denota esta tensión entre mundos artísticos distintos.

Más allá de la catedral, aunque no muy lejos de su fachada occidental, la ciudad de Burgos construye en 1535 la Puerta de Santa María, en la que intervinieron los maestros Francisco de Colonia y Juan de Vallejo, desarrollando un espíritu ecléctico en el que conviven elementos de la tradición gótica con los más novedosos renacentistas, en un conjunto de innegable aspecto militar. La nueva puerta destacaba el lugar de reunión de los regidores municipales y se constituye como un arco de triunfo a mayor gloria de los fundadores de la urbe, del condado de Castilla y del Imperio español; un poder terrenal defendido por dos valedores divinos, el Ángel Custodio de Burgos y la Virgen María.

Esta nueva y monumental entrada, actualmente muy admirada por los peregrinos, buscaba el prestigio de la ciudad, asumiendo valores defensivos, emblemáticos y conmemorativos. Se construyó, por lo tanto, un monumento símbolo con la tradicional apariencia de retablo pétreo, en el que destaca la representación del emperador Carlos V junto con personajes del pasado glorioso de Burgos -uno de ellos el Cid Campeador- todo ello rematado por el Ángel Custodio, bajo el arco superior, y en lo más alto una hornacina clasicista con la imagen de la Virgen con el Niño Dios.

Tres grandes hospitales para peregrinos y enfermos sobresalen en el Renacimiento. Son los de Burgos -Hospital del Rey-, León -San Martín- y Santiago de Compostela -Hospital de los Reyes Católicos.

Uno de los edificios burgaleses más vinculados con la hospitalidad jacobea es el Hospital del Rey, fundado por Alfonso VIII de Castilla y sometido en el siglo XVI a una remodelación profunda, reforzando el sentido representativo del poder real que ya poseía. Uno de los espacios creados es el patio porticado que da acceso a la iglesia, ornamentado siguiendo las pautas de vanguardia del segundo tercio del siglo; una decoración que se enfatiza en la Puerta de los Romeros (1526), en la Puerta del Hospital (1549) y en general en aquellos aspectos heráldicos y representativos del poder imperial y benefactor que se quiere exaltar.

Otro de los edificios asistenciales de la Ruta Jacobea es el convento-hospital de San Marcos de León, institución en la cual trabajó la Orden de Santiago dando hospitalidad a los peregrinos.

Las obras de este colosal edificio renacentista que cuenta con más de cien metros de fachada se iniciaron en 1513. La iglesia, situada en el ala oriental, se concluyó en 1541 con planta de salón y aspecto tardogótico, mientras que la sacristía fue concluida por Juan de Badajoz, el Mozo, en 1549. Aunque posee un imponente claustro de dos plantas, una espectacular escalera y una sala capitular cubierta por un buen artesonado mudéjar, el elemento más llamativo del edificio es su gran fachada, decorada con conchas de vieira, medallones, pilastras y característico repertorio ornamental renacentista, mientras que las partes superiores del conjunto, ya de estirpe manierista, fueron diseñadas y construidas por Martín de Villarreal entre 1539 y 1543.

En Santiago de Compostela la cultura renacentista se inició con las obras del Gran Hospital patrocinado por los Reyes Católicos, obra iniciada algunos años después del término de la Guerra de Granada. La función del edificio era, como en el caso del Hospital del Rey en Burgos, dar servicio a las necesidades asistenciales de peregrinos, enfermos, pobres y mendigos. Se ejercía así, una vez más, el sentido social del Estado Moderno, sustituyendo las caducas instalaciones hospitalarias de la meta del camino por un moderno centro asistencial capaz de centralizar los esfuerzos de acogida y salud.

La ubicación del edificio compostelano está en relación directa con la importancia de los patrocinadores, pues lo normal en la España de la época era que los hospitales se fundasen en las afueras de las ciudades, para evitar contagios y poder disfrutar de agua y corrientes de aire. En Santiago, sin embargo, fue preciso demoler todo un barrio medieval antes de comenzar las obras del Hospital Real, situado en un lugar preferente, intramuros, haciendo escuadra con la catedral.

La planta del edificio fue diseñada por Enrique Egas, con una tipología muy alejada de los esquemas medievales. En líneas generales el proyecto consiste en una capilla central con salas para enfermos convergiendo en ella y con las camas orientadas hacia el altar. Capilla, sacristía y salas conforman una cruz latina flanqueada por dos patios iguales pero diferenciados, a los que se abrían dependencias separadas para hombres y mujeres. La edificación se efectuó, en lo esencial, entre 1501 y 1517, bajo dirección de Egas y con Juan de Lemos como aparejador. En 1527 se contrató la capilla y se construyó siguiendo el estilo de Egas, un arte de corte hispano-flamenco similar a lo realizado por el mismo arquitecto en San Juan de los Reyes, Toledo.

Al proyectar el hospital en escuadra con respecto a la fachada de la catedral, Egas pone las bases para la creación de un espacio público de proporciones regulares que va a dar lugar a la actual praza do Obradoiro, llamada durante siglos “del hospital”. En ella se sucedieron los festejos públicos para las fiestas del Apóstol, entradas de personajes importantes y durante los años santos: torneos de caballeros, corridas de toros, fuegos de artificio, arquitecturas efímeras, etc.

En la fachada hospitalaria, contratada en 1520 a los maestros franceses Martín de Blas y Guillén Colás, se cuidó la representación de la imagen de los Reyes Católicos y del nuevo Estado. Articula con una fisonomía de arco de triunfo una referencia visual y emblemática de la imagen renacentista del poder real, en una ciudad de señorío episcopal. El mensaje de la portada incide en la idea de que se trata de un centro de salud pero también de un símbolo del poder de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón.

El Humanismo cristiano y las nuevas ideas de prestigio derivadas de la cultura erudita y cosmopolita del Renacimiento propician que los miembros del alto clero compostelano -en especial el arzobispo Alonso III de Fonseca (1509-24)- se preocupen por la reforma y engrandecimiento de la catedral y de la sede apostólica. Además de reformar la fábrica catedralicia y el urbanismo circundante, con la construcción de un nuevo y monumental claustro, Fonseca III funda el Colegio de Teología, Artes y Cánones, ubicado en un moderno edificio denominado Colegio de Santiago Alfeo, construido al final de la rúa do Franco, en el lugar de la casa natal del prelado.

La construcción del nuevo claustro compostelano llevó parejo la construcción de varias capillas y una sacristía. En 1521 comenzaron las obras de este complejo bajo dirección del salmantino Juan de Álava, uno de los más eminentes maestros de la época. Como se trataba de un proyecto de gran envergadura -las obras de las tres monumentales fachadas duraron todo el siglo XVI y los inicios del XVII- fueron varios los arquitectos contratados para dar remate a los trabajos, los más célebres el salmantino Rodrigo Gil de Hontañón -autor de la fachada del Tesoro- y el santanderino Juan de Herrera.

La fundación del Colegio de Santiago Alfeo, origen de la Universidad compostelana, contó con el apoyo del papa Clemente VII, quien a través de una bula firmada en 1526 le concedió las facultades para impartir grados en Artes, Leyes y Teología, anexionando a esta institución el llamado Estudio Viejo de la Rúa Nova. Juan de Álava presentó los planos del Colegio en 1532, fueron en parte modificados por Alonso de Covarrubias, y poco antes de 1544 Rodrigo Gil resolvió siguiendo una sencilla tipología civil. La portada presenta un clasicista arco de triunfo, erigido a la gloria de la familia Fonseca, y concebido como entrada al templo de la sabiduría cristiana.

En 1598 el portugués Mateo López da trazas para ampliar este Colegio hacia O Obradoiro, añadiendo una torre que sirve de unión entre las dos partes del edificio, único elemento construido, pues toda esa ampliación habría de hacerse en época barroca.

La cultura barroca remodeló en aspectos significativos -torres, fachadas, escalinata…- algunos de los viejos edificios del Camino de Santiago, aunque en los siglos XVII y XVIII también se construyeron un buen número de palacios urbanos, conventos y monasterios, en especial aquellos que albergaban comunidades extensas y que poseían gran capacidad económica.

Los cabildos catedralicios de la época renovarán en buena medida sus templos. Algunos se limitaron al interior, como puede ser el caso de Pamplona, Santo Domingo de la Calzada, Burgos y León, cuyas catedrales mantuvieron su ser gótico añadiendo a sus espacios retablos e imágenes de devoción, o alguna torre de campanas, como es el caso de la catedral calceatense. Pero otros templos se renovaron más sustancialmente, y el caso compostelano es el más conspicuo, pues al amueblamiento del Altar Mayor y de muchas capillas hay que añadir la construcción de fachadas y torres, todo ello adornado con abundancia de balaustradas y pináculos.

El énfasis del nuevo estilo alcanzó a las casas conventuales y a muchas iglesias parroquiales, pues hubo en esta época fecunda grandes mejoras, con la construcción de altares, fachadas, claustros, campanarios, espadañas y espacios para la habitación de las comunidades dominicas, franciscanas, mercedarias, etc. Las actividades urbanísticas se desarrollaron al tiempo de estas obras de arquitectura, de suerte que muchas fachadas, torres, escalinatas y elementos decorativos juegan con los distintos puntos de vista que se pueden alcanzar desde tal o cual calle o plaza. Se embellece así la escena urbana, acrecentada en nuevas calles o barrios en los que se construye arquitectura doméstica, parte de ella de entidad, pues la época barroca fue rica en construcciones palaciegas en las ciudades del Camino de Santiago, y en especial en Compostela, cuya escuela local desarrolló uno de los capítulos más brillantes de la historia de la arquitectura gallega.

Poco a poco las viejas casas medievales de madera y las casas-torre de época gótica, en general estrechas y alargadas en planta las primeras, construidas con intención defensiva, las segundas, dejaron paso a edificios de viviendas de decoradas fachadas, enfáticas residencias nobiliarias ornadas con plásticos escudos de armas labrados en piedra, y palacios eclesiásticos de lujosa entidad. En la ciudad de Santiago habría que mencionar por ejemplo la Canónica y la Casa de la Parra, en A Quintana, la Casa do Deán, en la rúa do Vilar, o la Casa do Cabildo, en la praza das Praterías.

La arquitectura barroca tiene un capítulo de oro en Compostela, en su catedral, en las grandes casas monásticas, la mayor parte de los conventos, templos parroquiales, palacios eclesiásticos y residencias señoriales. La ciudad quiere reforzar su condición de meta espiritual y su prestigio en España. Este empuje comienza a mediados del siglo XVII con la construcción de la cúpula del cimborrio catedralicio, obra del maestro salmantino José Peña de Toro, fallecido en 1676, y con la remodelación de los edificios de A Quintana, comenzando con el sobrio lienzo de Antealtares y el cierre de la Puerta Santa, y continuando con la unificación volumétrica y la configuración de las fachadas monumentales que se levantan con afán urbanístico en la parte oriental de la basílica jacobea.

Vino después, dentro del siglo XVII, la segunda versión de la Puerta de los Perdones -Puerta Santa- la construcción de la Torre do Reloxo y del Pórtico Real. En 1611 se habían construido las escaleras que dividen “A Quintana de Vivos” de “A Quintana dos Mortos”, bajo dirección de Francisco González de Araújo, autor que, junto con Jácome Fernández, trabaja también en 1611 en la construcción de la primera Puerta Santa. El canónigo fabriquero José de Vega y Verdugo escribe un célebre Informe de Obras, documento para informar a sus compañeros de Cabildo sobre las necesidades de reforma de la catedral. En un dibujo de A Quintana se observa la primitiva Puerta Santa, compuesta por un muro de cantería con una puerta flanqueada por 12 estatuillas procedentes del coro pétreo del maestro Mateo -desmontado a principios del XVII- rematado por una balaustrada adornada con bolas.

Peña de Toro realiza a mediados del siglo XVII el Colegio de San Jerónimo -actual sede del Rectorado de la Universidad de Santiago- situado a continuación del Colegio Fonseca y cerrando O Obradoiro por su parte meridional. Su discreto patio con arcadas de medio punto lo traza el arquitecto salmantino en 1656. La fachada se divide en dos plantas, volcándose a la vida de la plaza desde su balcón corrido; la puerta principal cuenta con el singular ornato de la portada del hospital de peregrinos que estaba en la praza da Inmaculada, y que tras su demolición fue trasladada a este edificio universitario y reutilizada por el maestro barroco.

Poco después se amplía y embellece la Puerta Santa, por inspiración del canónigo Vega y Verdugo y bajo dirección de Peña de Toro, quien en 1660 le dará la fisonomía actual a la célebre entrada, decorada con 24 estatuillas mateanas enmarcadas por pilastras de fuste cajeado. Algunos años después el siguiente maestro de obras de la catedral, Domingo de Andrade, construyó el remate barroco de esta puerta y en 1694 le encargó al escultor Pedro del Campo las imágenes del Apóstol peregrino y de sus discípulos Teodoro y Atanasio. Estas obras contaban con el incentivo de la celebración de los años santos de la segunda mitad del siglo XVII, pues para los peregrinos el principal atractivo del exterior catedralicio era la Puerta de los Perdones.

En la ciudad de Santiago las comunidades monásticas y conventuales también desarrollaron obras de interés. Durante la primera mitad del siglo XVII los benedictinos de San Martín Pinario continuaron la construcción de su iglesia, concluyendo los trabajos de la cúpula bajo dirección de Bartolomé Fernández Lechuga. Se construye el claustro de las Oficinas, con dos plantas de altura y centrado por un jardín en el que se construirá una espectacular fuente; cuenta con un primer cuerpo de arcos de medio punto separados por pilastras toscanas, mientras que el segundo, realizado por el maestro fray Tomás Alonso a partir de 1677, es más austero y funcional, animado por sobrias ventanas. El patio de este claustro albergó la fuente que hoy está en el claustro procesional, pieza construida entre 1705 y 1709 con tres tazas superpuestas, obra del arquitecto benedictino fray Gabriel de Casas.

El Claustro procesional del Pinario compostelano se comenzó en 1636 bajo dirección de Bartolomé Fernán-dez Lechuga, lo continuó en 1660 José de Peña de Toro y lo terminó en 1743 Fernando de Casas Novoa. Se compone de cuatro enormes crujías diseñadas con una sucesión de arcadas de medio punto separadas por pares de columnas de orden gigante, levantadas sobre podios, influencia de la tratadística palladiana. El segundo piso cuenta con balcones y óculos ovales, rematando el conjunto con una cornisa volada y decorada con pináculos. Como complemento Diego Romay construyó en 1675 una torre campanario de planta rectangular y remate piramidal decorado con pináculos, volutas y balaustres.

Otra obra notable del siglo XVII compostelano es la iglesia de la Compañía -hoy de la Universidad- en su origen unida al colegio de los jesuitas. El templo fue realizado en varias fases: el crucero y su cúpula en 1660 bajo dirección de Bernardo Cabrera. La capilla de San José, a la derecha de la mayor, fue obra de José de la Peña de Toro. Por último, Diego Romay proyecta y construye la nave y la fachada entre 1670-73.

Entre las instituciones asistenciales de la época hay que señalar al Colegio de Doncellas Huérfanas, cuyo templo es proyecto de Melchor de Velasco, quien lo construyó a partir de 1664. Se trata de una obra de sencilla traza, de planta de cruz latina y cúpula en el crucero. La portada de la iglesia sorprende por la violenta ruptura del frontón, contrastando con el delicado refinamiento de la portada del colegio, especie de pétreo retablo dedicado a la virgen Inmaculada, situada en una hornacina sobre la puerta. Esta obra es muy posterior, pues fue realizada en 1714, bajo diseño de Fernando de Casas, autor también del campanario del colegio.

Una de las más bellas creaciones de la arquitectura compostelana de la segunda mitad del siglo XVII es el remate que Domingo de Andrade realiza para la torre do Reloxo, ubicada entre A Quintana y As Praterías. Sobre la torre medieval se levantó a partir de 1676 una estructura compuesta por varios cuerpos decrecientes, decorados con motivos jacobeos -vieiras y cruces de Santiago- escudos, máscaras, formas vegetales y trofeos militares a mayor gloria del santo patrono de España. El remate se hace con una cupulilla y una ágil linterna. Para su inauguración, en 1680, el Cabildo de la catedral ordenó grandes celebraciones de carácter religioso y también fiestas profanas, en concreto corridas de toros, representaciones teatrales y fuegos de artificio.

En A Quintana se construye en 1683 la Casa da Parra, cuya fachada es rica en detalles naturalistas, en especial frutales, bajo la dirección de Domingo de Andrade y fray Tomás Alonso. Al otro lado de la plaza el mismo Andrade plantea la Casa de la Conga, para residencia de canónigos, aunque la concluye Fernando de Casas. Se trata de un edificio de marcada horizontalidad y de armónica fachada, pautada por el ritmo de un soportal animado por arquerías de medio punto sobre esbeltas columnas.

En los años finales del siglo XVII, bajo los auspicios del arzobispo de origen mexicano fray Antonio de Monroy, se remodeló de manera muy significativa el convento de Santo Domingo de Bonaval, siguiendo trazas de Andrade. De este arquitecto pueden admirarse las fachadas del convento y de la iglesia y la celebrada triple escalinata helicoidal del interior.

A principios del siglo XVIII fray Gabriel de Casas construye la nueva iglesia del convento de San Paio de Antealtares, consagrada en 1707. Se trata de una arquitectura clasicista concluida por el arquitecto Pedro García, quien remató las obras sin introducir cambios en el proyecto original. La planta es de perfecta cruz griega, cuenta con un alzado clasicista, sobrio y solemne, en el que destacan las pilastras dóricas, y se cubre con bóvedas de casetones y cúpula en el crucero. La fachada, aunque trazada por fray Gabriel, sigue pautas de Vignola. Portada, hornacina, escudo y frontón se conciben con delicados ritmos curvilíneos y marcada planicie, contrastando con la rotundidad de las columnas toscanas que sirven de marco a la entrada.

En esta época de inicios del siglo XVIII la catedral compostelana construye en A Quintana el Pórtico Real, con el propósito de unificar los exteriores y eliminar los pequeños volúmenes y tejadillos de las capillas románicas, que no gustaban en la época por parecer de “iglesia de aldea”. Domingo de Andrade diseñó un alzado monumental, atado por pilastras y columnas de orden gigante y decorado con escudos de armas. Como remate horizontal se realizó una balaustrada con pináculos que continúa el esquema ornamental de las partes altas de la girola y del lienzo mural que une la Puerta Santa con la Puerta de los Abades, construida entre 1661 y 1662 para comunicar la Corticela, capilla de los peregrinos extranjeros, con el exterior.

La arquitectura compostelana del siglo XVIII será más brillante, si cabe, que la del siglo anterior. Si bien es cierto que es un capítulo liderado por la catedral y por el monasterio de San Martín Pinario, otras instituciones seguirán la pauta y reconstruirán sus edificios, gracias al período de bonanza económica que disfrutan. Así, por ejemplo, las monjas franciscanas de Santa Clara contratan a Simón Rodríguez para que construya en 1719 la fachada conventual, una de las piezas más originales de la arquitectura barroca hispana, pues se trata de una plástica pantalla pétrea de teatrales efectos escenográficos, que no cierra las naves de ninguna iglesia, sino que mira a la calle con afán de ostentación y que sirve de embellecimiento urbano a la ciudad. Esta dinámica obra, compuesta con volúmenes muy geométricos que dialogan en


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