XacopediaRozmithal, Leo von

También citado como Rosmital y Rosmithal. Su nombre completo era barón Leo de Rozmithal y de Blatna. Noble bohemio (s. XV) y cuñado del rey Jorge de Bohemia, que entre 1465 y 1467 emprendió un viaje cortesano por Europa, incluyendo una peregrinación a Santiago de Compostela. Leo von Rozmithal, como otros jóvenes de alta alcurnia de su siglo, se vio impelido al viaje por la necesidad de aventura y de ver mundo, aunque sobre todo, y por su relación con el rey, llevaba consigo diversas encomiendas políticas y diplomáticas destinadas a prestigiar la corte checa ante otras monarquías europeas. Rozmithal abandona Praga con una gran comitiva -más de cuarenta personas y cincuenta y dos caballos- el 26 de noviembre de 1465.
De su viaje se conservan dos crónicas: una redactada por uno de sus secretarios, Wenceslao Shaschek, y otra escrita en alemán por el patricio de Núremberg, Gabriel Tetzel. También se ha descubierto una tercera, realizada por el paje Jaroslav. Estas relaciones conforman un extraordinario panorama de la vida cortesana y los viajes por Europa en ese siglo, además de reflejar con todo tipo de detalles las peregrinaciones nobles a Santiago de Compostela, desvelando todas las aventuras y desventuras de un viaje de tal envergadura, ya que a la comitiva no le fue ahorrada, prácticamente, ningún tipo de calamidad.
Según Antonio María Fabié, el traductor y reproductor de la primera edición española, citado por García Mercadal, la relación de Shaschek, por mandato directo del príncipe y en forma de diario, es muy minuciosa en topónimos, distancias y en exhibición de las cartas y diplomas de los diversos soberanos, mientras la de Tetzel, que se unió a la comitiva en Ansbach a petición del propio barón, parece escrita en su vejez, para memoria y recuerdo de su viaje. Cruzando Alemania, la comitiva llegó a Aquisgrán, donde Terzel no dejó de anotar las famosas reliquias que acogía la cámara del tesoro. Continuaron después a Bruselas -donde fueron muy agasajados-, y por Gante y Brujas se embarcaron en Calais para Inglaterra, pero una vía de agua a punto estuvo de hacerles naufragar, lo que les obligó a tornar a puerto para reemprender de nuevo el viaje que, aunque también resultó calamitoso, les permitió desembarcar, al fin, en Inglaterra. Según Tetzel, “mis señores y algunos acompañantes, por culpa del mar, yacían en el navío como si estuvieran muertos”.
En Inglaterra vivieron días de vino y rosas -agasajados por el rey Eduardo IV-, con torneos y banquetes, pero de nuevo, al embarcarse en Pool, volvieron las calamidades, esta vez en forma de navíos corsarios que capturaron a toda la expedición. Sólo con las cartas de recomendación y, tal vez, pagando, consiguieron la libertad. Y eso no fue todo, antes de llegar a Saint-Mâlo estuvieron otra vez a punto de naufragar. René I de Anjou les convida a Angers y de nuevo vuelve la fiesta y el regocijo. Visitan también al rey de Francia, Luis XI, que les dispensa todo tipo de atenciones. Tras visitar Tours y Burdeos, según Shaschek, cruzan el Bidasoa y llegan a Fuenterrabía.
En Balmaseda, al cruzar el río Cadagua, reflejan un incidente que viene a destacar una de las grandes problemáticas de los itinerarios en aquellos tiempos y siempre presente en el mundo de los peregrinos: los portazgos. Allí tuvo la expedición otro de sus incidentes más serios: “Hay sobre este río un puente de madera no muy largo y en uno de sus extremos una torre [...] en la que residen los que cobran el portazgo a los caminantes [...] como no habíamos pagado ese tributo en ninguna parte, nos negamos a hacerlo, y los caballos que llevaban nuestros bagajes fueron tomados [...] y nos quisieron matar.” Los bohemios apuntan con sus escopetas y a punto estuvo de ocurrir una masacre si el barón, muy juiciosamente, no hubiera ordenado prohibir que se disparara, pagando después el peaje. Tal era la situación de los distintos caminos en aquella época y, muy particularmente, los más transitados, como lo eran los de peregrinación.
Llegados a Burgos, se sobrecogieron ante el Cristo, que entonces estaba en la iglesia de los Agustinos. Shaschek narra la leyenda de la llegada del Santo Cristo por mar mientras Gabriel Tetzel describe, además, el impresionante aspecto que presentaba y dos milagros de la imagen, realizados ante ellos: la curación de un niño y de un adulto. De Burgos los viajeros siguieron a Salamanca para ver al rey español -no faltó una corrida de toros- no sin que antes Tetzel se quejara amargamente de los alojamientos e intendencia para tan gran comitiva: “[...] llegamos a pueblos y mercados y nadie nos quería dar alojamiento, teniendo que quedarnos bajo el cielo, en el campo.”
De Salamanca pasaron a Braga para emprender, desde allí, la vía directa a Santiago por el Camino Portugués. Si hasta ese momento se habían conjugado los días buenos con los malos, en Braga y después en Galicia, el repertorio de calamidades fue continuo. Pierden al cocinero, se ven obligados a desollar cualquier animal y cocinarlo ellos mismos e incluso a segar para forraje de los caballos, entre ellos el propio Rozmithal. Pero aquello era solamente una muestra de lo que se les venía encima. En los estrechos senderos que preceden a San Mauro, uno de los pajes de la comitiva iba practicando un juego que había visto realizar a los niños del país: atizar una piedra con un palo, cuanto más alto mejor. Lo que ocurrió es que le atizó un cantazo a un leñador, descalabrándolo.
Así que a la vuelta de Santiago, y en una posada cercana, estaban esperándolos el leñador y cien amigos armados hasta los dientes. El barón se dirige a sus hombres en los siguientes términos desesperados: “Queridos amigos, reparad que si estos hombres determinan nuestra destrucción, cumplirá que nos defendamos con fortaleza, pues de nada nos va a servir andar a suplicar. Si llega el caso arremeteré contra ellos y vosotros seguidme e imitadme. Y de perecer en el intento nuestro nombre será glorioso para siempre por el valor que habremos demostrado en nuestro fin”. Por el buen sentido y la mediación de un servidor de Rozmithal, Heroldo, que hablaba el idioma del país, el hecho fue que a regañadientes les dejaron seguir su camino. Pero no resultó ser ésta la menor de sus tribulaciones en comparación con lo sucedido en Santiago.
La víspera de la Asunción, la agotada comitiva llegó a Compostela. Ignoraban por completo que se estaba produciendo uno de los más sonados altercados del ya de por si turbulento siglo XV gallego. Uno de los más poderosos nobles, Bernal Yañez de Moscoso, se había rebelado contra el arzobispo, Alonso de Fonseca, señor natural de Santiago, y lo había hecho prisionero junto con una veintena de canónigos. Además, había puesto cerco a la catedral, donde permane-cían al mando de las tropas fieles al arzobispo su madre y un hermano. Fruto del escándalo que siguió a estos hechos, el pontífice había emitido un interdicto a los que cercaban el templo y, de paso, a los sacerdotes de Galicia, puesto que todos apoyaban a Bernal Yáñez. También quedaban fulminantemente excomulgados los que tuvieran el mínimo trato con los sitiadores. Así que ni se decía misa en toda la provincia, ni se bautizaba a los niños ni se enterraba a los muertos. Pero tanto se odiaba al arzobispo que toda la gente apoyaba al noble que asediaba el templo.
Estando así las cosas y con los bohemios sin saber que hacer, en plena refriega a Bernal Yáñez le alcanza un saetazo en un ojo y queda malherido. Rápidamente un escudero del barón, llamado Fletcher, intentó curarlo -según la relación de Tetzel, ya que Shaschek no menciona el incidente-. De una forma u otra toda la comitiva cayó en fulminante excomunión. Sólo después de arduas negociaciones los defensores consintieron que entrara la comitiva a adorar al Apóstol. Hubieron de hacerlo, eso sí, descalzos, humillados, en procesión y haciendo penitencia.
Desde Santiago, Rozmithal y su comitiva siguieron su viaje hasta Stellam Obscuram [Fisterra] para regresar de nuevo a la ciudad y continuar hacia el sur -después de visitar Padrón-, encaminándose a Évora para conocer al rey de Portugal. Desde allí el grupo siguió a Mérida, Toledo y Barcelona, viviendo mil aventuras, siempre en el filo del agasajo cortesano y en el riesgo evidente de los caminos, para llegar a Milán. Tras dar un rodeo para evitar Hungría, llegan al fin a Praga, donde se les preparó un gran recibimiento. Así culmina una de las más deslumbrantes historias que ha llegado hasta nosotros, entre las muchas de peregrinos y viajeros de todas las épocas. [JAR]


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