Señor de Montigny, caballero del Toisón de Oro y conde Hoogstraeten, Antonio de Lalaing (1480-1540) peregrinó a Santiago en el año 1501, durante el viaje que realizó a España acompañando a Felipe el Hermoso. Durante los veinticinco primeros años del reinado de Carlos V, Lalaing desempeñó importantísimos cargos en los Países Bajos. Felipe el Hermoso determinó que fuera él uno de los señores que formarían parte de la comitiva de su primer viaje a España. Y consecuencia de su viaje fue la relación del mismo efectuada por Lalaing, recogida por Gachard en el tomo I de la Colección de viajes de los reyes de los Países Bajos. Aunque Lalaing habla, en el prólogo de su Relación de los cuatro libros de los que se componía, sólo se han conservado los dos primeros, el del primer viaje de Felipe el Hermoso -primer libro- y el segundo dedicado a su vuelta.
En lo que respecta al Camino de Santiago, es de sumo interés el capítulo IX de la Relación de Lalaing en su primer libro. Desde Burgos, donde la comitiva había sido recibida con todo tipo de festejos, tres caballeros se pusieron en marcha hacia Santiago de Compostela el 19 de febrero de 1501: Carlos de Lannoy, Antonio de Quiévranis y el propio Lalaing. Siguen el antiguo Camino Francés, alojándose la primera noche en Castrojeriz. El grupo llegó a León y Lalaing aportó una noticia curiosa: señala la existencia de una cercana mina de azabache y apunta que la mayoría de los rosarios de azabache se hacen allí afirmando que: “La mayor parte de los que compran los peregrinos en Santiago se hacen en León.”
Desde allí, los peregrinos se encaminan al Salvador de Oviedo, pasando por el puerto de Pajares a Puente de los Fierros, indicando la aridez montañosa de la región. En Oviedo, como todos los peregrinos, no dejan de ver las numerosas reliquias. Intentan embarcarse en Avilés hacia A Coruña -con la curiosa anotación de que era “un puerto de mar un poco alejado del Camino de Santiago”- pero al no haber viento favorable debieron seguir por tierra, no dejando de anotar uno de los terribles “puentes que tiemblan”. Lalaing no dejó de comparar a los asturianos con los egipcios, por su forma de alimentarse.
El domingo seis de marzo ya oían misa en la catedral de Santiago, coincidiendo con el regreso de Inglaterra del arzobispo, que había viajado hasta la corte inglesa acompañando a la infanta Catalina para sus esponsales con el Príncipe de Gales. Bien tratados y alojados, por ser representantes de quien eran, visitan detenidamente la catedral, llegando incluso hasta el campanario donde admiran las campanas donadas por los reyes de Francia. No deja de referirse Lalaing tanto a las reliquias como a las circunstancias en que se encontraba el cuerpo de Santiago, enterrado bajo el Altar Mayor. Lalaing, como un notario culto y prudente, se limita a narrar lo que le cuentan sin añadir prácticamente nada de cosecha propia.
El día 8 de marzo, los caballeros oyen misa y salen para Ferreiros, emprendiendo el viaje de vuelta.
Curiosamente, por el camino -cerca de Triacastela y más tarde entre Rabanal y Astorga- no dejaron de cruzarse con más caballeros de la casa de su señor, Felipe el Hermoso, que también iban hacia Santiago. De Astorga pasan a Benavente, donde fueron magníficamente obsequiados por el conde Rodrigo Alonso de Pimentel, sin dejar de asombrarse por la especie de zoológico que había instalado en sus jardines. Tras dejar Benavente, los caballeros salieron al encuentro de su señor el archiduque, en Madrid. [JAR]