También año jubilar o jubileo compostelano. Es una celebración surgida en la primera mitad del siglo XV para facilitar a los católicos la obtención de indulgencias plenarias. Para lograrlas, los peregrinos deben peregrinar al sepulcro del apóstol Santiago el Mayor, en la catedral de la ciudad gallega de Santiago de Compostela. En ella tienen que cumplir una serie de requisitos espirituales. Las indulgencias permiten la total remisión de las penas temporales impuestas por la Iglesia para el perdón de los pecados. No era en el pasado, ni lo es en el presente, un asunto menor para los creyentes.
La indulgencia plenaria fue evolucionando a través del tiempo, pero siempre resultó condición indispensable para obtenerla -para ganar el jubileo, como se dice de manera coloquial- visitar la catedral de Santiago cualquier día de un período jubilar. A esto se añadió modernamente el rezo de alguna oración al llegar, pedir por las intenciones del papa y recibir los sacramentos de la penitencia y la comunión. Este último requisito se puede cumplir cualquier día comprendido entre los quince anteriores y los quince posteriores a la peregrinación. El jubileo compostelano se presenta, según la Iglesia, como un tiempo especial para la renovación y purificación espiritual, de acuerdo con la antiquísima tradición hebrea en la que se inspira.
Los años jubilares compostelanos se celebran cada 11, 6, 5 y 6 años, un ciclo sometido muy esporádicamente a pequeñas variaciones motivadas por los años bisiestos.
En condiciones normales, tras un ciclo de 18 años con 4 años santos muy próximos entre si -sólo se interponen períodos de 4 y 5 años sin esta celebración- se abre un vacío de 10 seguidos, para, en el año 11, iniciarse un nuevo ciclo de 4 eventos, y así sucesivamente. El jubileo comienza oficialmente en la tarde de cada 31 de diciembre del año anterior con la apertura de la Puerta Santa de la catedral compostelana y concluye con su cierre el 31 de diciembre siguiente. Es posible ganar el jubileo cualquier día de este período.
La tradición del acceso a la catedral compostelana por la Puerta Santa, situada en la praza das Praterías, no es obligatoria para ganar el jubileo, pero desde su implantación, previsiblemente a principios del siglo XVI como parte del protocolo jubilar compostelano, se convirtió en el elemento simbólico más estimado de esta celebración. Los años santos son claves para entender la supervivencia de la tradición jacobea, ya que en determinados períodos de crisis actuaron como su motor dinamizador.
El año santo o jubileo se inspira en una celebración judía que el Antiguo Testamento -Levítico- describe como un período anual para la santificación -un año santo- y regeneración general. Se anunciaba mediante el sonido del ióbel, instrumento musical realizado de los cuernos de los carneros. Era, por lo tanto, el año del ióbel, desde donde se llega hasta el actual año jubilar o jubileo, que se inspira también en la forma latina iubileaus -gozo, celebración-.
Este sentido de santificación, purificación y regeneración del jubileo original sería lo que en la Edad Media inspiraría a la Iglesia en la concesión de indulgencias especiales en las grandes empresas a favor de las causas del cristianismo, como las cruzadas. En un momento dado, se consideró oportuno dar a estas cuestiones una forma estable en el tiempo, como había sucedido también con el jubileo judío. Surgieron así los años jubilares cristianos. En ellos, las indulgencias lograron un marco fijo de referencia.
Una de las primeras citas contrastadas del anno iubileo compostelano la encontramos en un documento del monarca castellano Juan II con motivo del Año Santo de 1434. En estos primeros momentos, ante la relevancia de las indulgencias concedidas, fueron conocidos también como años de la gran perdonança.
Algo más tarde, por el elevado sentido de expiación y santificación que pretendían representar, también se adjetivaron como santos. Y siendo la forma año santo la que se impuso como la más popular, en los últimos tiempos, sin embargo, la Iglesia compostelana tiende a dar preferencia -al menos a nivel oficial- a la denominación año jubilar, por entender que aporta una mayor precisión histórica.
Son dos las posturas sobre el origen de los jubileos compostelanos. Una, relacionada sobre todo con sectores eclesiásticos, defiende la autenticidad de la bula Regis Aeterni (1179), atribuida al papa Alejandro III. En ella se establece como perpetua la celebración jubilar en Santiago cuando coincida en domingo la festividad del martirio del apóstol Santiago -25 de julio-. Para los que defienden esta línea, el primer año santo plenamente confirmado sería el de 1182. Sostienen, además, que la Regis Aeterni vendría a avalar una concesión inicial del papa Calixto II, impulsada por el arzobispo Diego Gelmírez, que se habría producido entre 1119 y 1122.
Sin embargo, la mayoría de los estudiosos consideran falsa o muy improbable la bula Regis Aeterni. El medievalista Fernando López Alsina mantiene que el jubileo tiene un origen posterior, inspirado en el año santo romano, instituido en 1300 por el papa Bonificio VIII. De acuerdo con esta postura, los primeros jubileos compostelanos no tendrían lugar hasta la primera mitad del siglo XV.
López Alsina rechaza como fuente del año santo santiagués el conocido pasaje de una crónica del rey Alfonso VII (s. XII), donde se señala que este monarca empezó a reinar “en el santo tiempo de un año jubilar”. Sucedía esto en 1126 y la festividad de Santiago coincidía en domingo. Sin embargo, el profesor compostelano sostiene que los períodos jubilares en el siglo XII se relacionaban con hechos extraordinarios del cristianismo, como las cruzadas, nunca con la peregrinación. Y propone como origen de dicha frase la cruzada que el obispo compostelano Diego Gelmírez había convocado por aquel tiempo contra los musulmanes.
Si bien el primer año santo santiagués pudo ser en 1428, según ciertos indicios, el primero documentado es el de 1434, según Alsina. Hay constancia de un salvoconducto del rey Juan II a favor de los peregrinos ultrapirenaicos de casi toda Europa que deseasen ganar el jubileo. Es una iniciativa que se repetirá en otros años santos del siglo XV. El año 1434 resulta significativo por los tres mil británicos que obtienen licencia para viajar en barco a Galicia como peregrinos. Es una afluencia extraordinaria, ya observada en 1428, y que es posible rastrear durante los siguientes períodos jubilares. En el Año Santo de 1484, por iniciativa del papa Sixto IV, Compostela logra la definitiva confirmación de las indulgencias plenarias jubilares. En general, estas celebraciones fueron un éxito.
El jubileo logró mantener un notable dinamismo en los siglos XVI, XVII y XVIII, actuando como un escudo frente a los estragos producidos en el flujo peregrinatorio europeo por causas tan diversas como la Reforma protestante, las guerras que se suceden en el continente, las frecuentes crisis a gran escala provocadas por enfermedades como la peste y hasta los cambios operados en el ideario popular. La legislación es cada vez más escasa a favor de la peregrinación y a veces incluso contraria; sucede en países como Francia, donde llega a penarse esta práctica a finales del siglo XVII.
La tradición jacobea también pierde prestigio en España en casi todos los estamentos sociales, con más o menos argumentos sólidos. Sólo la monarquía española, por apego a la tradición y por evitar la ruptura con el santuario, va a conservar, no sin altibajos, la relación con Santiago y sus años santos. Un ejemplo es Felipe III, que envía a un representante a Compostela a ganar en su nombre el Jubileo de 1610. Mas no será hasta el Año Santo de 1909 cuando uno de ellos -Alfonso XIII- visite por fin la catedral para ganar las gracias jubilares. Durante los primeros siglos de este período también la influyente Orden de Santiago mantendrá en lo alto el estandarte santiaguista.
A pesar de la escasez de documentación, el dinamismo generado por los años santos en aquel mundo en lenta decadencia parece evidente. Algún texto apunta, por ejemplo, la gran concurrencia al Jubileo de 1529. El licenciado Molina (s. XVI) destaca la relevancia que mantiene la peregrinación, mayormente en año de jubileo.
El canónigo Vega y Verdugo (s. XVII), que estudió una serie de mejoras para la catedral compostelana, las justifica, entre otras consideraciones, por el gran número de visitas en los años santos. Un ejemplo más lo encontramos en la descripción que el sacerdote y escritor Cernadas y Castro (s. XVIII) hace del Año Santo de 1773. Asegura que todos los carpinteros compostelanos se dedicaron casi en exclusiva durante largo tiempo a la fabricación de confesionarios móviles por toda la ciudad para atender a los peregrinos.
La pérdida de la influencia jacobea en España se confirma como inexorable en 1834 cuando, tras muchas y viejas presiones a la Corona y al poder político, se suprime el Voto de Santiago. Era un desfasado foro a favor de la Iglesia compostelana, al que se oponían los territorios que debían afrontarlo, y que aportaba su grano de arena para que determinadas zonas de España se distanciaran de la simbología jacobea. Sin los Votos, vía tradicional de financiación del clero custodio del culto a Santiago, y con una sociedad compostelana muy anquilosada, la decadencia resultaba definitiva.
Los antiguos peregrinos ultrapirenaicos y peninsulares eran casi inexistentes y mal vistos. La puntilla a esta situación la puso desde finales del siglo XVIII la aparición de nuevos idearios espirituales y de costumbres y también, desde un punto de vista puramente práctico -como señala el historiador Antón Pombo- la casi total desaparición de la antigua red benéfico-asistencial como consecuencia de la desamortización de los bienes eclesiásticos.
En fin, causas diversas y entrelazadas que llevan a que los jubileos, se conviertan, a pesar de su cada vez más evidente carácter local, en la única expresión de estímulo del viejo fervor jacobeo, aportando más peregrinos que los restantes años -así se constata, por ejemplo, en el gran incremento de viajeros que llegan en tren a Compostela en el Jubileo de 1875- y los únicos avances significativos en las infraestructuras eclesiásticas.
En estas condiciones, la llegada en 1875 a la sede santiaguesa del cardenal valenciano Miguel Payá y Rico, un hombre muy dinámico e influyente, resultó providencial. Decide buscar las reliquias del Apóstol, desaparecidas desde 1589, cuando se habrían ocultado ante la amenaza de una invasión inglesa encabezada por el corsario Francis Drake. La situación se prolongaba casi trescientos años, lo que hablaba de la desgana general de la Iglesia compostelana.
El cardenal valenciano ordenó la búsqueda en la basílica compostelana y en 1879 se descubrieron los restos perdidos. La bula papal Deus Omnipotens (1884) confirmó la autenticidad del hallazgo, invitando a los católicos del mundo a retomar la peregrinación a Santiago. Para celebrarlo, se declara 1885 año jubilar extraordinario. Payá, antes de dejar el Arzobispado en 1886, aprovecha el jubileo para realizar los primeros intentos de recuperar el hecho jacobeo como un fenómeno internacional. Anima por primera vez a los obispos del mundo a incentivar la peregrinación a Compostela e ultima las obras para abrir a los fieles la cripta, bajo el Altar Mayor de la catedral, con los recuperados restos apostólicos.
El siguiente arzobispo compostelano, el castellano-leonés José Martín Herrera, tomó como propia la política activa del cardenal valenciano e impulsó los últimos jubileos del siglo XIX -1891 y 1897- y los primeros del XX -1909, 1915 y 1920-. La primera preocupación de Herrera es afianzar las peregrinaciones jubilares dentro de la propia Archidiócesis compostelana y lograr una mayor presencia de las diócesis de Galicia, al tiempo que lanza varios mensajes a los demás obispos españoles.
El cardenal Martín Herrera hizo casi obligatorias y, por lo tanto, muy concurridas, las peregrinaciones desde su Archidiócesis. Logró también implicar a las demás diócesis gallegas, que enviaron a Santiago multitudinarias peregrinaciones. No tuvo tanto éxito en el exterior. Las peregrinaciones procedentes del resto de España y del extranjero fueron muy pocas, aunque en varios casos resultaron ser las primeras de la historia contemporánea. Ayudó a ello la mejora de los transportes: casi todas llegaron en tren a la ciudad. Nadie pensaba por entonces en volver al Camino y a la peregrinación a pie.
Durante el mandato de Herrera se produce otra novedad: los primeros intentos del mundo civil de aprovechamiento de esta celebración como recurso de promoción económica y turística. El más sonado fue la Exposición Regional Gallega de 1909 en Santiago, proyectada pensando en que pudiese aprovecharse del rebufo de la afluencia jubilar.
Tras la Guerra Civil española se imponen las peregrinaciones promovidas por el nuevo régimen político-militar, que utiliza la figura de Santiago como renacido símbolo patrio y unificador. Por paradójico que parezca, esta instrumentalización hace que lleguen desde toda España un gran número de peregrinaciones, casi siempre muy concurridas. En este contexto, también se toman las primeras medidas para la revitalización del antiguo y olvidado Camino de Santiago. Gracias a los jubileos de 1943 y 1948 nacen las primeras iniciativas de estudio de su ruta. Se pretende reactivar como recurso religioso-cultural, como un ejemplo histórico de España a Europa, no como una senda viva de nuevo.
El Año Santo de 1954 será el primero con dimensión internacional y una incipiente promoción en el extranjero. Relevantes prelados de todo el mundo se concentran por vez primera en Santiago y llegan las primeras peregrinaciones extranjeras con cierta continuidad. Se debió en gran medida al influyente arzobispo Fernando Quiroga Palacios.
Este cardenal gallego apuesta por una orientación ecuménica que refuerza en el Jubileo de 1965, siguiendo el camino del concilio Vaticano II y el de un naciente espíritu europeísta de raíz cristiana que veía en Santiago y su Camino una de las raíces comunes. Era la manifestación de un interés continental latente, sobre todo en ciertas elites informadas, que había comenzado a manifestarse a finales del siglo XIX en Francia, Italia, Alemania, etc.
El Año Santo de 1965 es singular también porque el poder civil adquiere un protagonismo organizativo paralelo a la estructura eclesiástica que, con mayor o menor fortuna, llega hasta el presente. Entre las iniciativas civiles pioneras que toma el Gobierno español ese año sobresale la primera campaña de promoción cultural y turística de la historia jubilar. Se desarrolla en España y otros países y alcanza por primera vez al Camino Francés, en una línea de acción que inspiraría la acción gubernamental en 1971, 1976 y 1982. Se crea también en Santiago la primera infraestructura específica de acogida para peregrinos.
La consecuencia más evidente de estas iniciativas, unida a la mejora de la situación socioeconómica española e internacional y a una mayor apertura del régimen político, es que los visitantes jubilares dejan de contarse por cientos de miles para hacerlo por millones. Según los datos oficiales, la barrera del millón de peregrinos y visitantes se rompe en 1965. La culminación de este período jubilar llega en 1982 con la visita del papa Juan Pablo II, el primer pontífice que, como tal, peregrinaba a Santiago y que lo hacía, además, en año santo. Hizo, desde Compostela, un llamamiento al reencuentro espiritual de Europa, poniendo como ejemplo la Ruta Jacobea. Fue crucial por el alcance de su voz. Desde el marco político supuso, por el contrario, el último suspiro de un largo período. El de 1982 fue el primer Año Santo de la democracia -la dictadura había terminado en 1976- y de las comunidades autonómas, pero en líneas generales se mantuvo la estructura organizativa civil, ya en decadencia, de los jubileos anteriores.
Será en el Año Santo de 1993 cuando se produzcan los mayores cambios en la difusión y organización jubilar y en su proyección exterior. Las claves de esta nueva realidad, que continuó en los jubileos de 1999 y 2004, hay que buscarlas en el dinamismo general posibilitado por el afianzamiento de la democracia y de las comunidades autónomas en España -el gobierno gallego convierte en programa estrella la promoción turístico-cultural internacional de este evento- la aceleración del proceso de unidad europea y el eco provocado por las visitas a Compostela del papa Juan Pablo II en 1982 y 1989, en este caso con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud.
A esto se añadió la predisposición de las nuevas sociedades occidentales a la busca de alternativas existenciales para su tiempo de ocio y turismo y los numerosos reconocimientos europeos al Camino de Santiago.
En este proceso no faltaron puntuales críticas de la Iglesia católica a la intensa acción política, que promocionó el acontecimiento como un evento turístico-cultural internacional paralelo a la celebración religiosa. La iniciativa del proceso la tomó Galicia, como sede de la ciudad compostelana, a través del programa promocional Xacobeo 93. Fue la primera vez que el poder civil no utilizó la denominación eclesiástica.
Sobresalió la apuesta por dotar de servicios al Camino, que desde los años ochenta volvía a contar con peregrinos. Se creó la primera red de albergues públicos y se mejoraron distintos tramos de la Ruta. En Galicia se desarrolló un amplísimo programa cultural y de espectáculos en el que participaron algunos de los artistas más conocidos del mundo. La Iglesia, a pesar de contemplar con buenos ojos el empuje civil, temió la pérdida del protagonismo religioso a favor del turismo.
Sin embargo, este combinado de celebración religiosa y turístico-cultural, que se prolongó en los Jubileos siguientes -1999 y 2004- fue decisivo para convertir en permanente la afluencia por el Camino, el elemento más atractivo de la propuesta -se llegó a ver con preocupación su saturación en puntos y momentos determinados- al tiempo que universalizó el excepcional patrimonio religioso, cultural y socio-económico del mundo jacobeo.
En los tres últimos años santos no hizo sino aumentar de manera espectacular la presencia de extranjeros, tanto en su vertiente religiosa como turístico-cultural.
Del grado de colaboración y sensibilidad de la sociedad civil, imprescindible en el proceso, y los poderes eclesiástico y político en los ámbitos locales, autonómico, estatal y europeo dependerá en gran medida la continuidad en el siglo XXI de este ecuménico renacer.
Pero quizá algo continúe sin cambiar: los años jubilares, con su regularidad en el tiempo, serán una cíclica llamada de atención a la relevancia de acervo jacobeo como espacio de encuentro en los caminos de Europa. [MR]
V. año jubilar / año santo / indulgencia plenaria / jubileo, ganar el / Regis Aeterni/ Xacobeo
Se celebran cada seis, cinco, seis y once años. Son, por lo tanto, ciclos formados por los cuatro jubileos que, tras un paréntesis de once años, se celebran con diferencias máximas de cinco o seis años. Estos ciclos, dada su proximidad temporal, ofrecen casi siempre características propias.