El apóstol Santiago el Mayor ha ostentado a lo largo de la historia de España el patronato principal. Sin embargo, no se sabe con certeza cuando comenzó a hacerse realidad este título. Sí se conocen los motivos: era un apóstol de Cristo, la tradición lo situaba como evangelizador de la península y, además, estaba enterrado en suelo hispano. Ningún otro miembro del santoral español podía competir con tamaño currículo, aunque el desgaste de la figura apostólica tras la intensa etapa medieval llevará a que todo esto se ponga en duda desde principios del siglo XVII.
La mención más antigua que se conoce al patronato de Santiago es la incluida en un himno del reino asturiano O Dei verbum, de finales del siglo VIII, donde se le cita como protector y patrono. Numerosos reyes medievales inciden posteriormente en esta consideración.
La presencia milagrosa del Apóstol apoyando y alentando a los ejércitos de los distintos reinos cristianos peninsulares en su lucha contra los musulmanes, difundida interesadamente desde Compostela y con gran eco entre los soldados y el pueblo llano, además de contar con la devoción de diversos monarcas, no hará más que reforzar la idea del patronazgo santiaguista. Los Reyes Católicos se refieren a él a finales del siglo XV como “luz e Patrón de las Españas, espejo e guiador de los Reyes dellas”.
Sin embargo, concluida la presencia musulmana en 1492, la figura protectora de Santiago comienza a perder intensidad y sólo las contiendas en las distantes posesiones americanas y en otros puntos del planeta de los ejércitos españoles permitirán cierta pervivencia del viejo espíritu. A ello se une el nacimiento de una nueva forma de vivir la religión, más intimista y distante, propiciada por los efectos de la orientación espiritual de los siglos XVI-XVII.
En octubre de 1617 el general de las Carmelitas Descalzas presentó ante las Cortes, en Madrid, una propuesta para que Santa Teresa de Jesús fuese declarada copatrona de España. La iniciativa fue aceptada en agosto de 1618 por el rey Felipe III, que así lo comunicó al reino. La fuerte oposición de la Iglesia compostelana y el poderío todavía patente de los santiaguistas -orden de Santiago, sectores de la iglesia y nobleza- lograron parar el proceso. El rey da marcha atrás a finales del mismo año. En 1630, tras un nuevo intento a favor de la santa de Ávila, el papado y el sucesor de Felipe III, Felipe IV, dieron finalmente por buenas las razones de los defensores del patronato único de Santiago y así lo confirmaron.
Santa Teresa representaba la religión intimista y mística, de moda, frente a la belicosidad que muchos sectores avanzados veían en Santiago, que además debía hacer frente a la dura carga del Voto que llevaba su nombre, un impuesto de la Iglesia compostelana que afectaba a media España y que le daba, sin duda, una negativa imagen. El mejor argumento de los teresianos serán las dudas que por esos años se expresan sobre la realidad histórica de la predicación y la traslación del cuerpo de Santiago -especialmente discutida fue la primera cuestión-, a la luz de las aportaciones de una historiografía erudita que comenzaba a dar sus primeros pasos en el seno de la Iglesia. Por el contrario, en los prosantiaguistas militaba en gran medida la esencia de la España más tradicional e inmovilista.
Resuelta temporalmente la cuestión de Santa Teresa -volvería a surgir en el siglo XIX-, determinados sectores proponen el patronato de San Miguel Arcángel, por haber sido -justificaban- patrón de los godos peninsulares, por tanto antes que Santiago, que como mucho lo sería desde el siglo VIII. La iniciativa, realizada en 1643, fracasa al año siguiente. También se intenta con San José, de gran devoción entre las familias europeas reinantes de los Austrias. La propuesta surge con el rey Carlos II en 1678 y es revocada en 1680.
En 1760, el rey Carlos III acepta la propuesta de las Cortes de nombrar patrona de España a la Inmaculada Concepción. La iniciativa será mantenida en el tiempo por diversos sectores pero nunca acabará de consolidarse. Es así como durante la Guerra de la Independencia, las Cortes de Cádiz proponen la supresión del patronato de Santiago y proclaman el de Santa Teresa, considerada de nuevo una patrona más acorde con las nuevas ideas. Con la derogación de los acuerdos del Cádiz por el rey Fernando VII, de nuevo Santiago recupera un patronato que desde el siglo XIX interesa cada vez a menos, a medida que emerge una nueva sociedad urbana e ilustrada.
En todo caso, la supresión del patronato durante la II República (1931-1939) hará que se alcen diversas voces de protesta, aunque sin lograr la capacidad de influencia que los sectores afines habían demostrado a lo largo del siglo XVII. Tendrá que ser el general Franco quien en 1937 declare otra vez la oficialidad del patronato, que pervivirá con cierto esplendor durante el franquismo, al ver en su figura el ideal de una España unida y de nuevo vencedora de los enemigos que pretendían dividirla y alejarla de sus valores más firmes. Con la aprobación de la Constitución española de 1978, el Santiago patrón de España pasó definitivamente a mejor vida como titularidad estatal, aunque la conserve en el ámbito religioso y tradicional en cierta medida compartido con la Virgen del Pilar, patrona de la Hispanidad. [MR]