Beber es una de las necesidades vitales del peregrino durante el viaje. Si la comida satisface habitualmente al final del trayecto, la bebida reclama una presencia constante para el buen funcionamiento del cuerpo y del espíritu. Y dos son las bebidas omnipresentes en el Camino: el agua y el vino. Lo fueron en el pasado y, pese a las nuevas bebidas de laboratorio, regeneradoras y estimulantes, lo siguen siendo en el presente. Es el tópico: agua para el camino y, en muchos casos, vino a la llegada. La esencialidad de ambas bebidas sigue siendo insuperable.
Si miramos a la historia, resulta que el Camino Francés, el itinerario más documentado, es también un camino de agua y vino. Esto ayudó a su consolidación. El peregrino podía resolver con relativa facilidad esta necesidad vital, tanto para su simple subsistencia -el agua- como para el disfrute, el placer e incluso la alimentación -el vino-.
La abundancia de ríos y fuentes en el Camino permitía afrontar sin mayores contratiempos la necesidad de beber. Sólo algunas zonas específicas de la Meseta, tanto en la Ruta Francesa como en otras, especialmente en verano, podían impedir un acceso rápido al agua. Es sabido que en la Edad Media los peregrinos bebían indistintamente en ríos y fuentes. Cuando podían elegir, preferían el agua de las fuentes. La mayoría brotaban de forma natural. A veces llevaban con ellos una pequeña cantidad de agua, pero lo habitual era la satisfacción de la necesidad sobre el terreno.
El Códice Calixtino (s. XII) advierte sobre la existencia de algunas corrientes de río contaminadas en la zona oriental del Camino Francés, pero esto parece una excepción. La inmensa mayoría de las aguas eran sanas y abundantes, sobre todo en el campo.
Con el tiempo, el surgimiento de pozos en distintos itinerarios de los caminos hizo que esta nueva forma de acceso al agua se convirtiese en un pequeño símbolo de la Ruta, sobre todo al inicio del renacer de las peregrinaciones contemporáneas. En tanto que las fuentes acostumbraban a estar al borde del Camino, los pozos eran casi siempre privados y precisaban ser manipulados, por lo que al hecho de satisfacer la sed se añadía, en muchos casos, un momento de amena conversación con el propietario o la propietaria. Era una sana costumbre que en el presente está en vías de desaparición, como el acceso a las fuentes en la Ruta: o se duda de su salubridad en el caso de las que sobreviven o se han perdido para siempre.
El vino era y es abundante, bueno y a precio asequible en el Camino de Santiago, casi en cualquiera de sus rutas españolas y en gran medida en las francesas y portuguesas. Gran número de testimonios de peregrinos -empezando por el Calixtinus- así lo confirman. Burdeos, Francia y Estella, Navarra, se citan como zonas de buenos y abundantes vinos. Hay otros ejemplos posteriores, en los que se alaban sobre todo los vinos riojanos y castellano-leoneses y no tanto los gallegos. Si nos remontamos a la Edad Media de nuevo, el Calixtinus llega a afirmar que el Apóstol, enfadado con una gallega que no le advirtió de la presencia del Señor en su iglesia, maldijo a la tierra de Galicia para que no produjese vino.
El vino era bebida frecuente en los hospitales del Camino que ofrecían comida, sobre todo en los navarros, aragoneses, riojanos y castellano-leones. Sobresalen, por las citas de distintos peregrinos históricos, instituciones de tanta tradición como Roncesvalles, Pamplona y el grandioso hospital del Rey en Burgos. En estos y en otros centros semejantes el vino formaba parte de la hospitalidad debida a los peregrinos, por lo que era gratuito.
Las medidas de vino ofrecidas en los hospitales eran, en todo caso, casi siempre muy justas, por lo que algunos peregrinos aprovechaban, cuando era posible, para consumirlo en hospederías y tabernas. Su precio, como decimos, era accesible, lo que ayudaba a sobrellevar las penalidades y noches del Camino. A mala cama, buen vino, se decía. San Isidoro, como señala Pablo Arribas, relaciona el origen del báculo -una de las formas de citar el bordón peregrino- con Baco, dios de la vid, “para que en él se apoyaran los hombres afectados por el vino”.
El único peligro para los buenos caldos del Camino eran los malos taberneros que los adulteraban, los ven-dían estropeados o los mezclaban con agua. Contra ellos arremete el Calixtinus, que al tiempo que condena las borracheras de los peregrinos admite el consumo moderado de esta bebida por sus efectos positivos.
Otras bebidas, como la sidra y la leche apenas tienen presencia en la literatura odepórica. La sidra se cita de pasada en el Calixtinus, pese a que el Camino Francés transitaba por zonas de producción de manzana. La leche, como alimento para beber, es sólo una cita menor, pese a que ya en la Edad Media era de consumo habitual.
La principal incorporación de la peregrinación contemporánea en materia de bebidas ha sido la cerveza, convertida en un producto que compite con el vino, no tanto en las comidas como en los momentos de descanso en el Camino o al final de la jornada. Las bebidas de cola, las refrescantes y las isotónicas son otros ejemplos presentes en el Camino actual, en una moderna mezcla de gustos que no ha podido superar todavía a las dos bebidas en esencia -agua y vino-. [MR]