Xacopediaagua

El agua es el único sustento imprescindible que el peregrino necesita en el Camino para sobrevivir. Esto, que puede parecer excesivo en el presente, donde el acceso al agua es posible casi a cada paso, resultaba trascendental en el pasado, sobre todo en la Edad Media. Era necesario garantizar un acceso más o menos regular a ella. Por dos elementos de la naturaleza, el agua y la piedra, pasan gran parte de las tradiciones, simbologías y necesidades de la cultura jacobea de siempre. Son dos grandes símbolos de la vida y de su perdurabilidad, ya sea física o espiritual.

El agua está presente, en distintas formas y usos, desde el primer momento de la cultura jacobea. Santiago, un pescador del lago Tiberíades de Palestina, viaja a Occidente por mar, hace brotar fuentes como la del Santiaguiño, en Padrón, marcha a Palestina de nuevo en barco y regresa muerto a través del mar. Por último, es enterrado en el lugar que marcan milagrosamente unos bueyes que se detienen ante una fuente. Todo lo que acabamos de señalar se funde con el mito, pero están las evidencias.

El agua tenía dos grandes significados para el peregrino medieval: el espiritual o sagrado, heredero en determinados puntos del Camino de los viejos rituales paganos, y el utilitario. Este último lo entendía como un sustento para el cuerpo y un inconveniente para el Camino, que transitaba y transita por tierras norteñas, donde la lluvia es frecuente, sobre todo, en invierno y primavera.

En el Codex Calixtinus (s. XII) hay pistas que ayudan a comprender esta relación. En lo que parece un símil de la propia peregrinación, se vincula a los apóstoles con las nubes que se trasladan de un lugar a otro llevando agua para regar los terrenales corazones resecos de los hombres con las lluvias saludables de la palabra de Dios.

A medio camino entre las necesidades del espíritu y el cuerpo, presenta el agua como la bebida de la paz del espíritu. Hasta tal punto es así, que la recomienda a los peregrinos para evitar la denostada borrachera: “El vino aguado, bebido con moderación, hace al hombre sano, alegre, elocuente, sobrio, fuerte y hablador”.

La vertiente utilitaria se presenta en el Calixtinus relacionada con el agua de los ríos, que preocupa mucho a Aymeric Picaud en la Guía del peregrino (libro V). Las aguas fluviales representaban una grave dificultad de paso para lo primeros peregrinos, pero también eran lugar privilegiado para el descanso, la higiene e incluso para satisfacer la sed. En aquel tiempo, animales y personas tenían por costumbre beberlas. Por eso Picaud, supuesto autor del libro V, va explicando como son las aguas de cada uno de los muchos ríos que se encuentra a su paso, mortíferas unas, asegura, saludables y agradables, las más, como las del Ebro y los ríos gallegos. “He descrito así estos ríos para que los peregrinos que se dirijan a Santiago procuren evitar beber en los que son mortales y puedan elegir los que son saludables para ellos y sus cabalgaduras”, concluye.

El agua aparece también como elemento purificador del cuerpo que se transmite al espíritu. El ejemplo más característico lo encontramos en el río de Lavacolla, ya próximo a Santiago, recomendado al peregrino para lavar el cuerpo entero, algo que sólo se propone aquí, a las puertas de Compostela. La higiene corporal no era prioritaria en la Edad Media, por lo tanto esta limpieza integral en las cristalinas aguas de un río respondería a un ejercicio de purificación. Lo hacían “por amor al Apóstol”, se dice, y lavaban “no sólo sus partes, sino también, después de quitarse la ropa, las suciedades de todo el cuerpo”.

Era también el agua el último auxilio del peregrino antes de entrar en la casa de Santiago. Con esa intención se construyó la recordada fuente del Paraíso, en la praza da Azabachería compostelana, ante la puerta francígena, la gran entrada de los peregrinos en la catedral. “De sus bocas -explica el libro V- salen cuatro chorros para calmar la sed de los peregrinos y de los habitantes de la ciudad”. Por referencias posteriores, se sabe que aprovechaban para lavarse de nuevo, con un trasfondo de purificación evidente, antes de entrar en el templo de ansiado señor Santiago.

Es curioso. El Calixtinus cita muchas menos fuentes que ríos, quizá por la escasez de ellas. En relatos posteriores de peregrinos no se manifiesta una gran preocupación por esta cuestión. Interesa más el itinerario en si, quizá porque las fuentes se habían extendido por el Camino con ese sentido solidario y de recurso a compartir que siempre las acompañó. El agua no se le negaba a nadie, y menos al que llegaba por el Camino. Surgía de forma espontánea y resultaba imprescindible: un don sagrado, por lo tanto. Algo que se podía y, sobre todo, se debía compartir.

Fue también, el agua, en su expresión más simbólica, para transmitir el amor y la hospitalidad con los peregrinos. Conocido es el ritual del lavatorio de pies practicado, imitando a Cristo, en algunos antiguos hospitales, incluso en alguno de los que en el presente intentan preservar la conexión con el pasado. Se recibía al peregrino, al desconocido, con la humildad y la transparencia de su fuerza reparadora.

Sin embargo, el camino del agua del pasado al presente es un camino de pérdidas. Al contrario que la piedra, que conserva para los nuevos peregrinos parte de su vieja capacidad representativa, el agua se ha convertido en un recurso de consumo al que se accede sin más. Los peregrinos pioneros de la contemporaneidad todavía pudieron oír palpitar al viejo Camino en las numerosas fuentes esparcidas por la Ruta. El desarrollo urbanístico, la falta de sensibilidad y las nuevas exigencias sanitarias -en muchos casos, con razón- acabaron con el recurso natural más esencial y más accesible del Camino. Hoy son poco más que una anécdota.

Queda la posibilidad de poder acceder a algún curso fluvial, pero siempre con reservas. Y nunca para beber. El Camino ya no ofrece grandes alegrías en este sentido. Tampoco las echan en falta la mayoría de los caminantes. Lo único que no ha cambiado es el agua de la lluvia, siempre purificadora e imprevisible. Y en el Camino, siempre reveladora, para quienes la quieran ver así. [MR]

V. fuente


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