Xacopediahumilladero

Nombre del montículo de pequeñas piedras de diversa dimensión situado en determinados puntos de los Caminos de Santiago. Los humilladeros tienen un origen variable, relacionado casi siempre con motivos espirituales y antiguas señalizaciones de itinerarios. Se encontraban desde tiempos remotos, anteriores a la propia Ruta Jacobea, en las más diversas vías, siempre en lugares de especial significación.

En el Camino de Santiago tienen una presencia todavía viva por estar vinculados a un trayecto de peregrinación, lo que refuerza su simbología y facilita su pervivencia en el mundo actual. Los dos humilladeros más conocidos del Camino a lo largo de la historia han sido la Cruz de Ferro, en el monte leonés de Irago -es el más grande y famoso de Europa-, y el situado en el Monte do Gozo, primer punto desde el que los peregrinos del Camino Francés divisan Santiago. Por desgracia, sólo se conserva el primero.

Hubo, no obstante, otros muchos humilladeros significativos a lo largo de todas las rutas, especialmente en la entrada del Camino del Sudeste en Galicia, en el Camino Primitivo y en los accesos por los Pirineos. En algún caso se repite la denominación de cruz de hierro. En cada una de las entradas históricas a Santiago, todas coincidentes con el paso de alguna ruta de peregrinación, había un milladoiro o amilladoiro -así se conoce en gallego-. Sucedía los mismo en los accesos a otras poblaciones del Camino.

La práctica de la peregrinación dio lugar a otros humilladeros famosos en otras rutas sacras. Los más significativos y emocionales estaban situados habitualmente en los puntos en los que por primera vez se divisaba la ciudad o santuario de destino. Coincidían en gran medida con los “montes del gozo” que, como el compostelano o el existente en Oviedo, facilitaban esta contemplación tan anhelada.

El Diccionario de la lengua española (2001) define el término como un “lugar devoto que suele haber a las entradas o salidas de los pueblos y junto a los caminos, con una cruz o imagen”. Sin embargo, esta definición resulta insuficiente, tanto si nos fijamos en lo que significa para los peregrinos jacobeos, como si profundizamos en sus orígenes remotos, que los tiene.

Detengámonos primero en este segundo punto. Es indudable que el nacimiento de estos lugares se pierde en el tiempo. Son propios de diversas civilizaciones antiguas y obedecen a fines difusos, pero más o menos coincidentes. Ejemplos los encontramos en casi todo el mundo. En el Tibet son frecuentes y su lejano origen es fundamentalmente espiritual. Las pequeñas piedras o guijarros podrían representar el mundo, surgido de un huevo, según algunas culturales ancestrales.

Se vinculan también con una idea protectora ante el hecho de lograr sobrevivir a los puertos de montaña más difíciles. Es lo que los tibetanos llaman el “castillo de los guerreros”, una representación de los genios guerreros de las montañas, cuya ayuda se implora o agradece. La pequeña piedra simbolizaría esa protección y, al mismo tiempo, la perdurabilidad del espíritu del viajero en aquel inhóspito y supremo entorno, como una forma de manifestar su victoria ante las dificultades, un modo de aprehender y humanizar el lugar. Por supuesto, en su versión material eran una manera de señalización de los lugares de paso más complejos o significativos.

Más próximos en el tiempo y el entorno cultural están los humilladeros europeos. Se les ha vinculado con el culto a Hermes, dios griego de los caminos y los viajeros, a quienes protegía. Era también el dios guiador de las almas al más allá, en pura y doble conexión, por tanto, con cualquier itinerario sagrado. No hay que olvidar la tradición occidental de los espíritus de los muertos que pueblan los caminos. Con la expansión romana, Hermes se convierte en el dios Mercurio. Desde ese momento los humilladeros existentes, lugares rituales de encrucijada, se citarán como “montes de Mercurio” o “mercuriales”. La Cruz de Ferro, encrucijada de montaña entre el noroeste peninsular y la meseta castellano-leonesa, se ha vinculado con esta procedencia precristiana.

El idioma español todavía conserva el término ‘morcuero’ [del latín mercurius ‘dios Mercurio’]. Los diccionarios lo traducen como “montón de piedras que se pone como señal en un límite” o incluso “como un montón de piedras en honor al dios Mercurio”, y es que esta costumbre pagana existió en España. Todavía en el siglo VI San Martín Dumiense, obispo de Braga y considerado evangelizador del noroeste peninsular, criticaba la costumbre galaica de levantar montones de piedra en los caminos como ofrenda al dios Mercurio. Se cita también el humilladero con el término ‘majano’, que significa “montón de piedras habitualmente para señalar un camino”.

Como en tantos otros casos, el cristianismo, en una acción más de sincretismo religioso, conservó la significación trascendente de estos lugares, pero los reconvirtió a las nuevas creencias. El signo más visible de esta mutación fue la colocación de cruces en estos lugares. Los principales incorporaron una cruz en su cima o inmediaciones; el caso más evidente vuelve a ser la Cruz de Ferro.

Como han apuntado algunos autores, el cristianismo pudo adaptar la praxis de los humilladeros paganos a su propia línea argumental: el día del Juicio Final hablarán las piedras -señala la Biblia- y en este sentido, ellas testificarán el viaje del peregrino y las salutíferas penalidades que pasó en su camino. Cada uno de los guijarros y pequeñas piedras simboliza el alma de un peregrino en marcha. En otros puntos, menos inhóspitos y de menor intensidad emocional, el humilladero acabó desapareciendo sustituido por un crucero.

La presencia de los pocos humilliatorium medievales que lograron sobrevivir en el Camino de Santiago ha contribuido a reforzar su dimensión espiritual y a estimular su singularidad. Víctimas fáciles del progreso, apenas se pueden encontrar ya en otras rutas. El Camino de Santiago se ha convertido en su reino simbólico y real. El ejemplo supremo es la Cruz de Ferro. Todos los demás conservados, casi siempre de pequeñas dimensiones y en lugares de menor fuerza telúrica y de menor exigencia física e espiritual, palidecen ante la acumulación de sentimientos que confluyen en este lugar jacobeo de los montes de León. El “éxito” de la Cruz de Ferro es revelador de la necesidad de estos espacios transcendentes para el ser humano actual. Sobre el tiempo cabalga lo atávico.

El hecho de que el Camino de Santiago se haya convertido en los últimos años, inicialmente contra toda lógica, en un escenario donde afloran por doquier pequeños humilladeros -en lugares donde han fallecido peregrinos, sobre todo- sorprende. Pero al mismo tiempo confirma lo esencial: esas pequeñas piedras siguen expresando mejor que cualquier otra cosa la idea de perdurabilidad -o al menos de cierta perdurabilidad- que el ser humano busca y precisa. [MR]

V. Cruz de Ferro / Monte do Gozo


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