Los estudiosos de la caminería han demostrado que todas las vías utilizadas por el hombre, desde la Prehistoria hasta la actualidad, han dispuesto de algún tipo de señal orientativa para guiar a quienes la siguen. En su magistral obra sobre el Camino de Santiago, el arquitecto Arturo Soria y Puig incide en la importancia que tienen estas señales, en algunos casos cuestión de vida o muerte, por ejemplo a lo largo de un puerto de montaña cubierto por la nieve, pero siempre necesarias para evitar pérdidas y rodeos innecesarios. El balizamiento, además, ha constituido también una manifestación del poder, que de este modo extiende su dominio por un espacio lineal -por ejemplo, en las vías romanas con la instalación de los miliarios-, y es por ello que ha tenido tanta importancia para el cristianismo, muy atento a la santificación del territorio por medio de cruces y cruceros, humilladeros, altares de ánimas, ermitas, torres, etc.
El Camino de Santiago siempre ha dispuesto de hitos, pero a finales de los años setenta, en la pasada centuria, se hacía imprescindible, para propiciar su renacimiento, buscar una marca que permitiese identificar las antiguas veredas, pues de otro modo los peregrinos no tendrían más remedio que seguir las carreteras. Con un sentido práctico, Elías Valiña tuvo la sencilla y genial idea, como todas las de este gran promotor de la peregrinación contemporánea, de emplear la pintura amarilla y colocar las primeras flechas en las bifurcaciones y encrucijadas del Camino Francés. Desde entonces, la flecha amarilla han sido consagrada por las asociaciones jacobeas que balizan los caminos que conducen a Compostela. Se trata de una señal humilde, muy versátil y ubicua, pero su principal defecto es que necesita una permanente reposición. Para solventar este problema, pronto se buscó complementarla, que nunca sustituirla, con otros sistemas de guía.
A partir de 1986 la Diputación Provincial de Lugo comenzó a colocar, en coincidencia con el I Congreso de Estudios Históricos en el Camino de Santiago, marcos decanarios pétreos que, al tiempo que publicitan al pagador, marcan las distancias hacia Compostela. El modelo de este monolito, realizado en piedra granítica, sería copiado por la Diputación de A Coruña y, con una medición mucho más precisa, por la Xunta de Galicia en todas las rutas de su territorio, consagrando la forma de un mojón trapezoidal de piedra o cemento, con el emblema de la concha de venera labrada o modelada en una placa cerámica. Esta tipología se ha ido extendiendo al resto de las rutas, sobre todo al Camino Norte, aunque el emblema de la concha, con los colores de la Unión Europea, ha sido dispuesto, como indicador de la dirección, de forma diferente según el lugar: así todas las líneas de la concha confluyen en su base, que representa la meta compostelana y el sentido a seguir, en Asturias y el resto de las comunidades cantábricas, pero en Galicia sucede justo al contrario, y son los rayos mayores, alargados, los que actúan al modo de flecha.
Pese al deseo de buscar un patrón de señal, más allá de las flechas amarillas, aceptada por todos los sectores implicados en la promoción del Camino de Santiago, en el I Congreso Internacional de Asociaciones Jacobeas (Jaca, 23-26 de septiembre de 1987), un encuentro clave en la reformulación del moderno peregrinaje, no se alcanzó ningún consenso. En una de sus conclusiones el congreso se limita a sugerir que el Consejo de Europa debería ponerse de acuerdo con las administraciones implicadas para “señalizar kilométricamente con hitos o mojones de piedra el Camino de Santiago colocando, además en la parte adecuada de las bifurcaciones, otro hito que indique de forma inequívoca la continuación del Camino”. Se deseaba aunar, de este modo, la visión romántica de una calzada antigua, al modo de las romanas y sus miliarios, con la entonces acuciante necesidad de orientación.
Más allá de las primeras iniciativas de balizamiento, en la que cada organismo solía actuar por libre, acabaría teniendo más fortuna el logotipo diseñado por el Consejo de Europa, que tras la declaración del Camino como Primer Itinerario Cultural Europeo (23 de octubre de 1987) generó una marca propia a partir de una visión sintética de la concha de vieira, icono jacobeo por excelencia, con los colores de la bandera europea (azul y amarillo). El icono, que aún tiene un notable peso en la sinaléctica, se ha difundido a través de los itinerarios jacobeos de Europa, siendo el único visible, destinado al turismo cultural, en las carreteras paralelas al itinerario.
La realidad actual de la señalización, sin embargo, no ha redundado en la creación de un único referente, y la flecha amarilla sigue siendo la guía más humilde y universal, conocida por todos los peregrinos desde el primer día que se ponen en camino en cualquier país de Europa, por cuyas rutas se ha extendido hasta los confines del continente. Junto a ella conviven una gran multitud de modelos, generando una dispersión a la que han contribuido los planteamientos localistas y el afán diferenciador cultivado por asociaciones jacobeas, ayuntamientos, diputaciones, comunidades autónomas, estados, etc. Por otra parte, las vías secundarias han adoptado esquemas de actuación similares a los de las empresas, que buscan el apoyo de la publicidad para vender su producto, con la pretensión de diferenciarse del Camino Francés con iconos identitarios.
A la señalización vertical, presente en hitos de piedra o cemento, letreros metálicos o de metacrilato, postes de madera, placas cerámicas adosadas a edificios y muros, o a través de las flechas (también presentes en postes del tendido eléctrico, árboles, señales de tráfico, etc.), se han sumado otros modelos, especialmente en los trazados urbanos, donde se han probado una gran variedad de sistemas, con mayor predilección por los localizados en el suelo, sean placas cerámicas (Bilbao) o conchas de metal (Oviedo, Salamanca, Montpellier, etc).
En este bazar de las señales hay algunas actuaciones coherentes como la del Gobierno vasco, que ha creado un tipo propio en madera con emblemas antiguos de la comunidad; la de la Fundación Ramos de Castro en la Vía de la Plata por Zamora, donde han sido instalados neomiliarios y estelas jacobeas que también ofrecen información sobre los pueblos, o de la Confraternita di San Giacomo de Perugia, que en la italiana Vía Francígena ha utilizado la silueta de un peregrino, con las flechas amarillas indicando el sentido de Compostela y las blancas el de Roma. Otras propuestas han resultado redundantes, pues recargan en exceso las vías de señales, sobre todo en el Camino Francés, donde tanta información ya causa hastío; igualmente hay casos de pura miopía cultural, sobre todo entre quienes pretenden apartarse de las bases mínimas establecidas (amarillo, venera, peregrino) o recurrir a modelos impactantes, como los grandes paneles de metal. También se han dado abusos por parte de ayuntamientos y particulares, que incluso han llegado a modificar el Camino en provecho de sus intereses.
Por si fuera poco, con la señalización nacida en y para el Camino, las federaciones de senderismo comenzaron a “apropiarse” de los itinerarios jacobeos, balizando con sus símbolos de GR (marcas blancas y rojas) las rutas del Camino Francés en Aragón o Navarra, lo que constituye una forma de ingerencia poco respetuosa con la tradición. La Fédération Française de la Randonnée Pédestre ha hecho lo propio en el país galo con las cuatro grandes rutas históricas del Códice Calixtino y otras muchas vías jacobeas secundarias. Si bien en Francia se garantiza el mantenimiento de los caminos y su plasmación en la cartografía oficial, a veces no se han respetado los trazados históricos (Camino de Vézelay, Vía Aurelia), intentando apartar a los peregrinos de las carreteras aún a costa de realizar largos e irracionales desvíos que sólo persiguen fines deportivos o paisajísticos, que son los que demandan los senderistas. [AP]