XacopediaApóstol, abrazo al

El más emocionante y antiguo de los actuales ritos jacobeos en Santiago de Compostela es el llamado abrazo al Apóstol. Se constata desde el siglo XIII, tras el remate de las obras de la catedral (1211). Su destinatario es la estatua románica de Santiago situada en el espacio conocido como el camarín del Apóstol, que se eleva en la parte posterior del Altar Mayor de la basílica desde el XVIII, justo sobre la cripta que contiene la urna de las reliquias de Santiago. Esta imagen sedente, conocida popularmente como el Santiago del abrazo y atribuida a alumnos del taller del maestro Mateo, mira a vista de pájaro hacia la grandiosidad de la nave central de la basílica, como el propio peregrino, que la abraza por la espalda, como por sorpresa, cruzando su cabeza a ambos lados de la imagen. Por unos segundos el recién llegado comparte con el Apóstol una visión de panorámico dominio, casi mágica.

Es un rito surgido del afán popular por sentir la cercanía física de Santiago tras el esfuerzo de la peregrinación. No es necesario para ganar el jubileo. Sólo compiten con él la imposición de manos en la columna del parteluz del Pórtico de la Gloria -suspendido en 2007 para proteger de su acelerado deterioro este conjunto único- y el ritual de paso por la Puerta Santa -sólo realizable durante los años jubilares- ambos también en la catedral. Pero ninguno de los dos tiene la antigüedad y, sobre todo, la fuerza emotiva del abrazo.

Para los peregrinos con motivaciones religiosas simboliza la acogida amable -se intuye en la imagen de Santiago una leve sonrisa- comprensiva e íntima, a pesar de su carácter escénico, hecha desde el lugar más privilegiado del templo, sobre el sepulcro del santo y con el Altar Mayor y la nave central abriéndose a sus pies. Es un momento de triunfo, un instante de secreto gozo y de esperanza para cualquier peregrino o peregrina, sea o no creyente.

Para muchas personas es la ocasión idónea para musitar -casi siempre con rapidez, porque lo normal es que alguien esté ya esperando su vez justo detrás- alguna súplica o deseo. Para otras, son unos segundos de una inusual emoción. Sea como sea, es difícil no sentir la indefinible fuerza del abrazo, ya sea por el propio lugar, por la intensidad simbólica de la llegada, reconcentrada en ese instante, o por ambas cosas.

El actual camarín, que facilitó el abrazo a la imagen por su espalda, es una obra barroca de principios del siglo XVIII, cuando se decidió dotar de mayor teatralidad y boato el entorno de la estatua, previsiblemente colocada en este espacio coincidiendo con la consagración de la catedral en el año 1211, a la conclusión de toda su fábrica románica. La posibilidad de acceder a esta imagen la convirtió desde el primer momento en destinataria propicia de la expresión material del cariño y la alegría de los peregrinos, que desde el siglo XII no podían llegar al espacio original del sepulcro, soterrado bajo el Altar Mayor de la catedral.

La reforma barroca del camarín alcanzó también a la estatua de Santiago, que se vistió con los lujosos aderezos con los que hoy la podemos contemplar y que para algunos desvirtúan la imagen original, cubriéndola con una especie de innecesario disfraz. Destacan en ella los símbolos peregrinos de la esclavina, renovada en 2004, su viejo bordón de plata y la cartela que porta en la mano -“Aquí está el cuerpo de Santiago Apóstol”, se lee en latín-. La única reforma posterior de este espacio tan popular se produjo en los años ochenta del siglo XIX cuando, debido a la apertura al público de la antigua cripta sepulcral de Santiago para exponer allí sus reliquias, fue necesario adaptar la escalera de acceso.

Subiendo por el camarín hacia la estatua de Santiago y girando la vista a la derecha se contempla el espacio vacío del antiguo altar medieval de la Magdalena. Allí puede apreciarse un pequeño rectángulo en el suelo. Está delimitado por una reja con una tapa de cristal transparente bajo la que se observa, con alguna dificultad, una ruda y pequeña loseta de granito. Es el punto donde en 1879 se descubrieron los que fueron considerados los restos óseos de Santiago, conservados actualmente en la urna de plata de la cripta. Posiblemente llevaban allí ocultos aquellos huesos desde 1589, debido al miedo a que fuesen robados por el famoso corsario inglés Francis Drake, que amenazaba las costas gallegas hacia finales del siglo XVI. Es otro motivo para dar el abrazo al Apóstol. Todos los misterios y preguntas se concentran en torno al pequeño y apretado mirador que lleva hasta él.

El rito del abrazo no varió desde el siglo XIII, pero sí algunos de sus elementos. Hoy, en contra de lo que sucedía en la Edad Media y en épocas posteriores, no es ya costumbre murmurar a la imagen, como hacían muchos peregrinos franceses: Ami Saint Jacques, recommande-moi a Dieu -Amigo Santiago, recomiéndame a Dios- convencidos de que tanto esfuerzo para llegar hasta allí bien merecía ese favor. Esta petición también la realizaban otros peregrinos, quizá por influencia francesa.

Desapareció también la costumbre de la coronatio peregrinorum, de origen medieval y propia sobre todo de los peregrinos alemanes. En un gesto de satisfacción, de orgullo por ser capaces de llegar hasta allí y de búsqueda de la protección de Santiago, colocaban durante un breve instante en sus cabezas la corona que adornaba la estatua apostólica desde sus inicios.

Esta corona, que algún estudioso como Alejandro Barral estima que podría proceder del tesoro regalado por el rey leonés Ordoño II (s. X) a la catedral compostelana, fue restaurada en 1519, desgastada por tanto uso. Pudo ser retirada, perdiéndose su pista, cuando se dotó a la imagen con el actual revestimiento barroco, a principios del siglo XVIII. En ese momento, tras el éxito de la Reforma protestante, la peregrinación alemana había perdido definitivamente el gran protagonismo de otros tiempos.

Hubo otras costumbres chocantes, entendibles en el contexto de la dureza y fe casi extrema con la que realizaban la peregrinación muchos europeos. Destacamos la citada en los textos del viaje en 1669 del italiano Cosme III de Medicis, duque de la Toscana. Se afirma en ellos que muchos peregrinos, no conformes con dar hasta diez o quince abrazos a la imagen del Apóstol, colocaban sobre su esclavina de plata sus propias y sufridas esclavinas, y en su cabeza, el sombrero que llevaban, lo que indica que ya entonces la costumbre de la coronatio podía haber desaparecido.

Confirma lo anterior otro peregrino italiano, Nicola Albani (1743). Asegura que se formaban largas filas de peregrinos para subir por las estrechas escaleras hasta la mítica figura y que el abrazo era un privilegio exclusivo de los peregrinos.

Con el renacer de las peregrinaciones a pie por el Camino de Santiago el rito del abrazo, suavizado en sus formas en relación con los viejos tiempos, ha recuperado su esplendor. Si es año santo, muchos peregrinos entran por la Puerta Santa de la catedral y se dirigen a la casi contigua escalera del camarín para realizarlo antes de nada. En los meses de verano y, sobre todo, durante gran parte de los días de los años jubilares, las colas en el acceso a las escaleras son continuas. Actualmente este rito está abierto a todo el mundo.

El Santiago del abrazo sigue siendo el depositario de infinidad de súplicas y deseos, casi siempre secretos, casi siempre soñados. Para el ex-canónigo compostelano Jesús Precedo, representa “la gratitud por la paz encontrada, que viene a ser como la vuelta a la casa del Padre tras las penitencias”. Para otros, como el gran poeta colombiano Álvaro Mutis escribe en el poema Nocturno en Compostela, supone la llegada a un viejo destino: “Aquí estoy, Boanerges, sólo para decirte / que he vivido en espera de este instante / y que todo está ya en orden”.

Para alguno es un momento idóneo para hacer alguna más o menos discreta y acertada gracia. Para un amplio grupo -signo de los tiempos- es un elemento más del consumo turístico kleenex -buscarlo, usarlo y olvidarlo-. Hay de todo, por supuesto. [MR]

V. coronatio peregrinorum / esclavina


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