Término del idioma gallego con el que se conoce en distintas lenguas el gran incensario de la catedral de Santiago de Compostela. La traducción literal sería ‘echador de humo’. Estamos, sin duda, ante el incensario más famoso y grande del mundo y ante el elemento de la cultura jacobea más popular y reclamado por los peregrinos y turistas que llegan a la ciudad.
La parafernalia ritual que va unida al botafumeiro y la majestuosidad de su vuelo esparciendo un aromático humo de incienso por las alturas de la nave del crucero de la basílica son algo más que un singular espectáculo. Observar su trayectoria pendular en un acompasado ir y venir entre las puertas de A Acibechería -norte- y As Praterías -sur- se ha convertido en el momento culminante de la emoción del peregrino que ha llegado a la ciudad-meta, el símbolo definitivo de purificación tras el esfuerzo y las vicisitudes que el Camino representa para muchos de ellos. Es también emocionante y liberador para cuantos peregrinos llegan a la catedral en los medios habituales de transporte. Resulta asimismo un espectáculo singular de gran éxito turístico.
Los compostelanos son también grandes entusiastas de este incensario y no es infrecuente verlos tan emocionados como los propios visitantes. “¡Hoy anda el botafumeiro!”. El polígrafo gallego Filgueira Valverde recordaba que en la Compostela más tradicional -ajena al ajetreo actual de las peregrinaciones y al continuado funcionamiento del botafumeiro- cuando se escuchaba esta frase en boca de algún santiagués apurado en dirección a la catedral se sabía que era “fiesta de primera clase”.
Sobre el origen del botafumeiro nada se sabe con certeza. La primera noticia de su existencia no aparece hasta 1322, por lo que se considera que bien pudo introducirse en la basílica compostelana por esos años o algún tiempo antes. El Codex Calixtinus (s. XII) no lo cita pese a la detallada descripción que realiza de la catedral.
Tampoco hay constancia del momento en el que surge su nombre. En el siglo XIV las referencias escritas todavía lo citan como “un gran incensario”. Igual de oscuros son los motivos que llevaron a su instalación, aunque podemos considerar dos. Sería sobre todo un símbolo -como otros incensarios- de gloria y purificación espiritual. El ex-deán compostelano Jesús Precedo señala, en este sentido, que su objetivo es el de incensar las reliquias apostólicas. Pero también le reconoce, como otros autores, una finalidad práctica: “Posiblemente fue también usado para contrarrestar el ambiente en las grandes aglomeraciones, cuando los peregrinos pernoctaban en el interior de la basílica”, algo que sucedió hasta los inicios del siglo XVI. Nadie duda del efecto balsámico del incienso como un eficaz y práctico ingenio para mejorar la ambientación de la catedral en las ceremonias multitudinarias, aunque este no fuese, como parece, el motivo de su origen.
Esta doble función del botafumeiro, unida a la admiración y asombro que debió causar entre los peregrinos desde los primeros momentos, sería el motivo por el que sobrevivió a lo largo del tiempo, al contrario de lo que sucedió con otros incensarios más o menos parecidos de los que hay noticias tanto en Galicia, en las catedrales de Ourense y Tui, como en varias basílicas españolas y europeas, como es el caso de las de Zamora y Roma. En esta última ciudad podrían estar los testimonios más antiguos, que se remontarían al siglo VII.
En el siglo XIX y durante las primeras décadas del XX, el botafumeiro funcionaba sólo en las grandes solemnidades, en muy pocas ocasiones al año. Actualmente lo hace en las principales celebraciones anuales -unas veinticinco- especialmente en las más vinculadas a la tradición jacobea -25 de julio y 30 de diciembre, festividades de Santiago y de su traslación- cuando visitan la catedral altas autoridades y en las ceremonias en las que es contratado por particulares o entidades que acuden a la basílica a una determinada celebración.
Durante los años santos funciona a diario en las misas del peregrino: lo hace siempre en la que se celebra a las doce del mediodía.
De los más antiguos botafumeiros de la catedral compostelana apenas hay noticias. Se dice que pudieron ser de plata y previsiblemente con una estructura distinta a la actual. Aunque no hay pruebas documentales -matiza el historiador Antón Pombo- la memoria popular sostiene que el existente en 1809, de plata, fue confiscado ese año por el ejército francés, en la Guerra de la Independencia. Hay noticias de que alguno de los que precedieron al actual desprendía durante el vuelo restos del carbón ardiendo que los compostelanos recogían como eficaces amuletos protectores.
La catedral compostelana poseía en el 2009 dos botafumeiros, uno de latón plateado, que es el de uso habitual, y otro de plata, idéntico, realizado en Madrid y donado a la basílica en el Año Jubilar compostelano de 1971 por la Hermandad de Alféreces Provisio-nales. Es posible contemplar una réplica idéntica a los anteriores en el escaparate de una tienda próxima a la catedral, al inicio de la rúa do Vilar.
El de uso habitual, de latón plateado, fue realizado en 1851 por el platero compostelano José Losada. Tiene una altura de 1,50 m desde la anilla con la que se amarra a la maroma hasta la base, ocupando el cuerpo central, donde se sitúan las brasas sobre las que se derrama el incienso, 90 cm. De formas redondeadas, su parte más ancha mide 59 cm de diámetro, con un peso total de 54 kilos. Esta famosísima pieza fue restaurada de forma íntegra por primera vez en abril de 2006, reforzándose su estructura de latón y bronce y renovando su baño de plata. El trabajo lo realizó el taller madrileño de Molina Acedo.
Para que alcance su famosísimo y característico vuelo, el botafumeiro se amarra a una gruesa cuerda de unos 60 m que, a su vez, se hace pasar por un entramado de hierro situado en el cimborrio de la catedral, a 22 m de altura. Desde ese punto, la cuerda baja de nuevo hasta el suelo del altar mayor, donde se sitúan los tiraboleiros, empleados de la catedral que tiran de ella cuando el botafumeiro está próximo al suelo, del que apenas lo separa un metro. Logran que se eleve a lo largo de la nave del crucero, de 65 m de ancho, formando un arco de unos 50. Según el ingeniero aeronáutico Sanmartín Losada, que resolvió en 1984 las ecuaciones de su movimiento y estudió las características generales del vuelo de este tan singular como casi mágico ingenio, llega a alcanzar una velocidad de 68 km/h y un ángulo máximo de 82º, aunque por mucho que se tire de el está calculado para que nunca pueda chocar con el techo, del que apenas queda a un metro en cada uno de sus vuelos a los extremos. El tiempo en el que está en movimiento es de unos cinco minutos. El incienso que utiliza lo donan con frecuencia los fieles. Algunas asociaciones jacobeas acostumbran a presentarlo en la ceremonia de conmemoración de la legendaria batalla de Clavijo, una de las solemnidades compostelanas heredadas de la tradición (23 de mayo).
El difícil manejo y el perfecto funcionamiento de este gigantesco péndulo han dado lugar a todo tipo de comentarios admirativos e incluso a animosos estudios técnicos como el ya señalado. Se ha destacado muchas veces la precisión con la que a principios del siglo XVII el maestro Juan Bautista Celma ideó la estructura de funcionamiento que hoy seguimos admirando, un entramado de hierro que sustenta la cuerda del botafumeiro durante su vuelo. Fue encargada al País Vasco y sustituyó a otra de madera, más endeble. Pese a todo, el botafumeiro ha sufrido algunos percances a lo largo de su prolongada historia, como cuando salió disparado por la puerta de As Praterías en 1499 ante los ojos de la infanta Catalina, hija de los Reyes Católicos, que había venido en peregrinación a Santiago antes de seguir su viaje a Gran Bretaña para casarse con el Príncipe de Gales, o cuando cayó de manera menos espectacular en 1622. La última vez que se desprendió, perdiendo su trayectoria, fue el 26 de julio del Año Santo de 1937. Se cuenta, quizá con cierta exageración, que el estruendo que causó fue confundido con el de una bomba de la Guerra Civil.
En 1875 un escritor compostelano señalaba que era lo que más llamaba la atención a cuantos visitaban la catedral. Y en el Año Santo de 1909, en plena labor para recuperar la entonces casi perdida tradición peregrinatoria a Compostela, la prensa local reclamaba su funcionamiento en las ceremonias para atraer así a más fieles y peregrinos. Hoy se sigue reclamando a diario, sobre todo durante los años jubilares, y produce la misma admiración de siempre. Si en alguna pregunta coinciden los peregrinos y turistas llegados a la ciudad es en esta: “¿Cuándo funciona el botafumeiro?”. [MR]
V. tiraboleiro