XacopediaSantiago de Compostela, catedral de

Basílica de la ciudad de Santiago de Compostela, en Galicia. En su cripta, bajo el altar mayor, se encuentra la urna que guarda las reliquias del apóstol Santiago el Mayor, cuyo descubrimiento, hacia los años 820-830, en ese mismo espacio, dio lugar a uno de los tres grandes centros de peregrinación cristiana de la historia, con Jerusalén y Roma.

Estamos ante uno de los templos más conocidos y admirados del mundo, tanto por su patrimonio arquitectónico y artístico -una eficaz conjunción de estilos románico y barroco, entre otros- como por su historia, al ser la meta del Camino de Santiago, la senda espiritual más duradera y viva de occidente, originada en el siglo X. La catedral actual se comenzó a levantar hacia el año 1075, como una respuesta a la expansión europea de las peregrinaciones a Santiago.

Los inicios del proyecto catedralicio compostelano se encuentran en el edículo apostólico donde, según la tradición, fueron hallados los restos de Santiago el Mayor. Del edificio romano y de su contexto arqueológico se conservan huellas arquitectónicas significativas en la cripta, bajo el altar mayor. Se hallaron en excavación algunos restos de mosaico, monedas, vidrios y cerámica de época romana. La monarquía astur levantó las dos iglesias prerrománicas que antecedieron a la catedral románica, y que sirvieron para organizar el culto apostólico en el locus sancti Iacobi [el santo lugar de Santiago], germen del santuario compostelano del siglo IX y de la ciudad altomedieval de Santiago.

La pequeña iglesia construida por Alfonso II el Casto fue reemplazada por otra más importante, auspiciada por su sucesor Alfonso III y consagrada en 899. Esta segunda basílica prerrománica era un edificio de mayores proporciones que la anterior; estaba dotada de tres naves y amplia cabecera para cobijar el edículo de Santiago. En su interior gozaba de un cierto lujo decorativo, pues en su embellecimiento se emplearon elementos tardorromanos -columnas y posiblemente mosaicos- llevados a Compostela como botín de guerra por el propio soberano astur, tras haber culminado una campaña victoriosa en territorio de al-Andalus.

La catedral románica iniciada en 1075, en tiempos del rey de Castilla y León Alfonso VI y del obispo compostelano Diego Peláez, constituyó un proyecto grandioso, fruto de la cultura europea del siglo XII, especialmente cuidado e impulsado por el primer arzobispo compostelano Diego Gelmírez (1100-1140). Durante su episcopado Gelmírez construyó la mayor parte del edificio, construyó un nuevo palacio, un hospital y una plaza dotada de una amplia fuente, todo ello en el entorno inmediato a la entrada norte de la catedral, en la plaza del Paraíso, final del camino de peregrinación.

El proyecto románico se inició con la construcción de la girola y de sus cinco capillas, de las que se conservan las tres centrales, dedicadas al Salvador, San Juan y San Pedro. La más antigua es la del Salvador; cuenta con planta cuadrangular, la cual contrasta con las de San Pedro y de San Juan, que la flanquean con su nítida planta semicircular.

El sistema de cubiertas de las tres capillas es idéntico: bóveda de cañón en su primer tramo y bóveda de horno o cuarto de esfera en el remate semicircular de cada una. Las tres fueron levantadas por un taller de cincuenta operarios dirigidos por los maestros Bernardo el Viejo y Roberto, responsables de la primera campaña constructiva del templo. La consagración de los altares se demoró hasta 1105, ya en época de Gelmírez, debido a diversos problemas de administración derivados de la deposición del obispo Diego Peláez ordenada por Alfonso VI.

En la plasmación de los alzados arquitectónicos de esta primera etapa constructiva y en su decoración escultórica se han apreciado influencias estilísticas procedentes de varias corrientes del románico hispánico y francés, en particular Saint-Sernin de Toulouse, Conques, Saint Sever y la catedral de Jaca. En cuanto a la planta del edificio, vinculada con las llamadas “iglesias de peregrinación”, su funcional disposición tipológica permite en su interior la movilidad de grandes masas, a la vez que ofrece la posibilidad efectiva de mantener varios oficios divinos a la vez, en virtud de esta multiplicidad de capillas y altares.

El deambulatorio que rodea el presbiterio y que comunica las cinco capillas de la cabecera es continuación de los colaterales que conforman el perímetro de toda la cruz basilical del edificio, facilitando el acceso a los diversos altares y permitiendo un completo movimiento en torno al centro cultual catedralicio. Se conformaba así un itinerario sacro en el interior de la basílica, por el que podían transitar libremente las multitudes de peregrinos y devotos, visitando y orando en cada altar en los que se encontraban las reliquias, sin interferir, por ello, el desarrollo del culto ante el altar de Santiago.

En tiempos de Gelmírez se terminó la construcción de la girola, continuando con los trabajos de arquitectura y escultura de los dos brazos del crucero y la realización de sus portadas esculturadas, dirigidas por el “maestro de Platerías”. La arquitectura del transepto fue concebida con depurada sencillez estructural, ejercitando de modo ejemplar la funcionalidad técnica del sistema románico. Esta pureza de diseño se mantuvo a lo largo de la segunda mitad del siglo XII en el desarrollo de las naves mayores.

El espacio interno del crucero se articula en tres naves separadas por pilares cruciformes y columnas entregas que sostienen los arcos torales y los arcos fajones, que soportan la bóveda de cañón que cubre la nave central. Idéntica estructura en planta y alzados se aplica en el brazo mayor de la cruz, lo que logra la unidad formal del edificio. Esta arquitectura funcional y bella se reviste de un complejo y aleccionador mensaje simbólico expresado, en especial, en las imágenes esculpidas en sus tres entradas principales.

Hay que destacar el papel pionero de la catedral compostelana, como la primera iglesia románica europea en presentar escultura monumental en sus tres fachadas. Se inició esta trilogía a principios del XII con la portada norte, y se continuó en el atrio episcopal de As Praterías, con la labra de la portada meridional. El programa se completó hacia 1200 con el Pórtico de la Gloria del maestro Mateo.

El mensaje desplegado en estos tres portales atendía a un único programa iconológico, proyectado con gran antelación. En el Paraíso se exponía la Historia del Género Humano, con la Caída -el pecado original- y el anuncio de la Redención. En As Praterías continúa este programa simbólico con la representación de la Redención, a través del relato del Nacimiento y Pasión de Jesucristo, culminando en el Pórtico de la Gloria, con el Juicio Final y la Gloria de la Jerusalén Celeste.

A lo largo de la segunda mitad del siglo XII, tras la muerte de Gelmírez, se ultimó la arquitectura de los últimos tramos de la catedral. La conclusión del proyecto románico se consiguió gracias al patrocinio de Fernando II de León. En 1168 el monarca pone al frente de las obras al maestro Mateo, con el encargo de terminar un edificio que se entendía como expresión de la magnificencia de la monarquía y del prestigio que en el reino poseía la Iglesia de Santiago, en virtud del patronazgo del apóstol. Mateo y su taller emplearon veinte años en levantar la cripta del Pórtico y concluir, hasta el nivel de los dinteles del arco central, la entrada porticada del templo.

El mensaje simbólico que transmite el célebre conjunto escultórico traduce la historia de la constitución de la Jerusalén Celeste, la historia de la Redención, según la teología cristiana. En el tímpano y sus arquivoltas se representa la visión de San Juan, hermano de Santiago el Mayor, en su retiro de Patmos, cuando un soplo divino le inspiró el Libro del Apocalipsis, el más enigmático de los textos bíblicos. Las almas de los justos pasan a la Jerusalén Celeste desde las arquivoltas de la izquierda (seno de Abraham), liberados por Cristo en su descenso al Limbo, antes de la Resurrección. Los justos también acceden a la Gloria, desde las arquivoltas de la derecha, donde se representa el Juicio Final, al tiempo que los impíos son llevados por los demonios. En el parteluz se sitúa la imagen de Santiago como mediador. Las estatuas de la izquierda representan a los Profetas del Antiguo Testamento y las de la derecha los apóstoles de Cristo.

En los años finales del siglo XII y principios del XIII, tras la labra del Pórtico de la Gloria, se construyeron las torres del Obradoiro, la fachada principal y el coro pétreo. Este espacio compartimentaba el interior del templo, pues se situaba en los primeros tramos de la nave mayor, frente al altar principal, delimitando un espacio que constituía una “iglesia de los sacerdotes” dentro de la “iglesia de los fieles”. La catedral se consagró solemnemente el domingo 11 de abril de 1211, en presencia del rey Alfonso IX y del arzobispo Pedro Muñiz. Al poco tiempo se iniciaron las obras del claustro medieval, en su mayoría resueltas durante el episcopado de Juan Arias (1238-1266), prelado que inició el proyecto de una nueva y muy espectacular cabecera gótica que no llegó a construirse.

Durante la Baja Edad Media se completó el proyecto catedralicio con la construcción, hacia 1400, de un elegante cimborrio, más esbelto y luminoso que el románico, varias capillas funerarias -tanto en la propia catedral como en su claustro- y algunas torres para que sirviesen de refuerzo a la estructura románica y de defensa a la Iglesia de Santiago. Hacia la plaza del Paraíso, hoy Acibechería, había una torre (desaparecida) denominada de San Miguel, mientras que adosada a la fachada de As Praterías se levantó otra torre, mucho más célebre, y popularmente conocida como “berenguela”, principal elemento defensivo de la catedral durante el siglo XV.

El principal espacio funerario creado en el siglo XIII fue el panteón real, ubicado en el extremo noroeste del crucero, en las inmediaciones de la puerta norte, principal entrada de los peregrinos. Este panteón cobijó los sepulcros del conde Raimundo de Borgoña (+1107), de la reina doña Berenguela (+1149), esposa de Alfonso VII, y las tumbas de los reyes Fernando II (+1188), Alfonso IX (+1230) y de la reina doña Juana de Castro (+1347), esposa de Pedro I.

Profundizando en el sentido devocional y funerario de las nuevas fundaciones bajomedievales que se fueron añadiendo a la catedral, se construyó en el transepto norte, entre las capillas románicas de Santa Cruz y San Nicolás, la capilla de Sancti Spiritus, en una fecha indeterminada de mediados del siglo XIII, bajo auspicios de un conocido burgués compostelano llamado Pedro Vidal. El recinto fue ampliado a mediados del XIV por el arcediano de la reina Gonzalo Pérez de Moscoso para servir de lugar de enterramiento a su pariente, el arzobispo Alonso Sánchez de Moscoso (1366-67). Sobre el año 1334 Leonor González fundó una capilla a la derecha de la fachada occidental, de cuya fábrica subsiste el tímpano de su portada -hoy en el museo catedralicio-, decorado con la escena de la Epifanía. A fines del siglo XIV y principios del XV se construyó en la cabecera de la catedral la capilla privada denominada de los España o de Nuestra Señora la Blanca. Era esta capilla un verdadero panteón familiar trazado con planta pentagonal y cubierto de bóveda de crucería, fundado por Juan Miguélez do Camiño y continuada por su sucesor Fernán González do Preguntoiro, regidor de la ciudad en 1418 y notario de la Iglesia compostelana. Como colofón a este reducido número de recintos funerarios góticos, se levantó la capilla del arzobispo Lope de Mendoza (1400-45), construida entre 1442-51 y puesta bajo la advocación de Nuestra Señora del Perdón. Fue demolida en época del arzobispo Rajoy para dejar sitio a la rotonda ilustrada de la capilla de la Comunión.

Será en el periodo renacentista (s. XVI) coincidiendo en parte con la época de la Contrarreforma católica, cuando la catedral de Santiago vuelva a reformar espacios, readaptándose a los nuevos tiempos y embelleciendo a la moda tanto su interior como su exterior. Este fue el tiempo de la dilatada construcción de un nuevo y más grandioso claustro, sustituto del medieval, por decisión del arzobispo humanista Alonso III de Fonseca. Esta obra grandiosa, que tardó algo más de un siglo en rematarse, logró gran presencia urbana y se potenciaron nuevas calles y plazas, además de generar nuevos ámbitos en el interior catedralicio, como la sacristía, tesoro, capilla de las Reliquias, capilla de San Fernando y otros espacios de servicio.

Aunque la Edad del Humanismo no comportó grandes cambios en el interior de la catedral, a excepción de la edificación a partir de 1523 de la capilla de los Clérigos de Coro o de la Concepción, al lado de la de Sancti Spiritus, y la sustitución, ya a principios del siglo XVII, del coro pétreo por una sillería manierista de nogal, será la construcción del nuevo claustro, capillas, sacristía y dependencias anejas la obra renacentista más ambiciosa en la basílica jacobea.

El interior del nuevo claustro se construyó durante la primera mitad del siglo XVI, con planos y dirección de obra de los arquitectos Juan de Álava y Rodrigo Gil de Hontañón. Hacia el exterior, el claustro configura un gran edificio de aspecto palacial con una notable presencia urbana. El arzobispo Fonseca III aprueba la traza propuesta por Juan de Álava y coloca la primera piedra en abril de 1521. La dirección de obra en el interior la fue realizando el propio maestro salmantino hasta su muerte en 1537. Por estas fechas se inician las obras de las fachadas, diseñadas con un aire solemne y que potencia la imagen de la catedral en la ciudad. Rodrigo Gil de Hontañón planifica en 1540 la fachada del Tesoro, un cierre que llegará a ser un agente fundamental para la ordenación de la plaza de As Platerías, otro de los nuevos espacios urbanos que surgen en el entorno de la catedral.

El proceso de destrucción de tejido urbano medieval continuará con la edificación del lienzo meridional, diseñado por Gil de Hontañón con notable empeño arquitectónico. Construir el ala sur y la fachada oeste constituyó un trabajo muy complejo, al tener que soportar sus crujías y dependencias las presiones de la totalidad del nuevo claustro. La dirección de esta parte de la obra se realizó, a partir de 1566, bajo el control del santanderino Juan de Herrera, aunque Rodrigo Gil, quien había dado las trazas, continuó visitando la obra hasta su fallecimiento en 1572.

La fachada occidental del claustro, la que mira hacia la plaza del Obradoiro, comenzó a edificarse el 15 de octubre de 1568, con dirección de obra de Juan de Herrera. A partir de 1578, y después de un periodo de inactividad motivado por una fuerte epidemia iniciada en 1566, dirige las obras Gaspar de Arce Solórzano hasta 1590. El lienzo occidental contribuye a la regularidad del gran espacio urbano que es la plaza de O Obradoiro.

En 1614 Jácome Fernández ofrece la traza para el remate definitivo del lienzo, planteando una atractiva, aunque arcaizante, planta abierta: una suerte de loggia adintelada compuesta por columnas jónicas con zapatas que sostienen un entablamento coronado por cornisa. La gran galería abierta a la naturaleza contrasta con la severidad del lienzo sobre el que se proyecta. El paisaje urbano contará también con dos nuevos elementos que surgen del nuevo claustro: las torres del Tesoro y de la Vela; La primera orientada a As Praterías, la segunda sobre la esquina sudoeste, ambas con su peculiar remate escalonado, vinculado a modelos italianos difundidos por Serlio.

Las trazas, proyectos y planos de época barroca y del Siglo de las Luces, dibujados por los maestros de obras y aparejadores de la catedral, son las piezas que mejor informan sobre las ideas de renovación -algunas materializadas, otras no- que se dieron en la catedral durante los siglos XVII y XVIII. De singular importancia son los dibujos y proyectos del canónigo fabriquero José de Vega y Verdugo; por ellos conocemos el aspecto aproximado de los exteriores de la catedral a mediados del XVII, además de aquellos proyectos que presentó a sus compañeros de Cabildo para renovar la fachada de O Obradoiro y para crear el baldaquino que terminó de crearse para enaltecer el altar mayor, marco de veneración del apóstol; en esta obra trabajaron maestros como Francisco de Antas y Domingo de Andrade.

Precisamente es Andrade uno de los genios del arte gallego del siglo XVII, maestro de obras de la catedral en el último tercio de ese siglo, del que se conservan diseños para pavimentos, alzados del cierre de la capilla Mayor, en el que usó las columnas salomónicas, y un dibujo de la torre del Reloj, realizado por uno de sus discípulos, el también arquitecto Simón Rodríguez.

A partir de 1669 la labor de Andrade cobrará en la catedral una mayor relevancia, sustituyendo al fallecido Antas en la dirección del tabernáculo. La construcción de esta pirámide sostenida por cuatro enormes ángeles con las alas desplegadas, decorada con toda suerte de elementos jacobeos, simbólicos y heráldicos, ángeles con banderas, las cuatro Virtudes cardinales y coronada por la dinámica imagen ecuestre del apóstol Santiago, llevaba parejo el rico revestimiento salomónico de las columnas y pilares románicos que rodean a la capilla Mayor.

Junto con el tabernáculo se construye el camarín del apóstol, comunicado mediante una escalera con la girola de la catedral para permitir el acceso de los peregrinos a la imagen de Santiago, a quien abrazan con fervor. El camarín adopta una forma cuadrangular profusamente decorada, abierta hacia el presbiterio y la nave central para mostrar una imagen sedente de Santiago. Se asienta sobre una pila de mármol y se enriqueció a principios del siglo XVIII, durante el episcopado de fray Antonio de Monroy (1685-1715), con un frontal de altar unas gradas y un sagrario-custodia, todo ello de plata.

El interior del camarín muestra una estructura formada por pilastras corintias y modillones de hojarasca que sostienen una cúpula gallonada con una rosa central. En el lienzo posterior de esta estructura se sitúa un retablo dedicado a la traslación del cuerpo de Santiago desde Jaffa a Iria. Como remate del camarín aparece el grupo escultórico de Santiago peregrino venerado por los reyes de España, realizado en 1669 por el escultor Pedro del Valle. Este abigarrado esplendor de madera dorada, estofada y policromada se sostiene sobre un basamento pétreo cubierto de placas de mármoles polícromos, jaspes negros, blancos y encarnados, labrados y pulimentados.

La razón fundamental de la urgencia de todas estas obras de engrandecimiento de la capilla Mayor de la catedral era la celebración del Año Jubilar compostelano de 1677. En este periodo de gran perdonanza el altar mayor del apóstol brilló con singular esplendor, momento en que se inauguraron las galas barrocas del tabernáculo y el cierre de la girola y del presbiterio.

Casi veinte años más tarde iniciaría Domingo de Andrade las obras de la capilla más suntuosa de la catedral, dedicada a la Virgen del Pilar. El nuevo recinto iniciado por Andrade en 1695 no nace, sin embargo, como capilla. Se trataba de construir una sacristía más suntuosa que la renacentista y más próxima al presbiterio. Esta obra y su enriquecimiento marmóreo se prolongaría por espacio de varios años, debido a la riqueza y grandiosidad del proyecto, que no se terminaría hasta 1709, año en el que Andrade dirige la construcción de la cúpula.

El solar elegido fue el ángulo formado entre el crucero sur y el arranque de la girola, hacia la plaza de A Quintana, adoptando la forma de plan central. Los muros internos de la capilla del Pilar aparecen divididas en dos niveles por una línea de imposta. Cada uno de ellos cuenta con tres tramos, a excepción del muro norte que sólo tiene dos; cada tramo central es más ancho y marcado por dos pilastrones de orden compuesto y fuste estriado. Estos soportes, con la ayuda de unas trompas en forma de vieira y decoradas con la Cruz de Santiago, sostienen una cúpula ochavada y nervada y su linterna. La decoración interior de esta cúpula cuenta con motivos militares, heráldicos, fitomorfos y jacobeos labrados en granito.

En 1711 el arquitecto Fernando de Casas Novoa sustituye al anciano Andrade en la dirección de las obras, aunque su grado de realización le obligó a dedicarse a tareas complementarias y propiamente ornamentales, pero decisivas para lograr el aspecto que la capilla presenta en nuestros días. Los gastos que tenían que afrontar los canónigos en esta magna obra eran muy elevados, por lo que fue tomada en consideración la propuesta del arzobispo Monroy, quien en septiembre de 1711 ofrece al Cabildo terminar el revestimiento marmóreo de la sacristía a cambio de poder construir allí su mausoleo y un altar dedicado a la Virgen del Pilar, advocación mariana de la que era muy devoto.

A partir de 1713 el trabajo de Casas Novoa se centró en el revestimiento marmóreo de las paredes que quedaban por cubrir, de los arcos de acceso, del pavimento y el diseño del retablo de la Virgen del Pilar y del sepulcro del arzobispo Monroy, fallecido en 1715, antes de la conclusión de las obras. Casas Novoa tuvo que invertir más de diez años en esta arquitectura, inaugurada en 1723 y considerada en su momento una de las capillas más ricas y lujosas de Europa. A esta riqueza contribuyó el ajuar, su cajonería de maderas nobles con incrustaciones de marfil y los revestimientos de jaspes portugueses elegidos por el arquitecto gallego en Lisboa.

Fernando de Casas contó con una nueva oportunidad para transformar la imagen del templo jacobeo a partir de 1738. En estas fechas el Cabildo decide reconstruir la fachada principal, ya que la medieval presentaba una serie de problemas que obligaba a la frecuente reparación del rosetón central. Casas Novoa realizó el diseño del nuevo Obradoiro en 1738. Las obras se iniciaron bajo su dirección en febrero del mismo año y se prolongaron hasta el 24 de noviembre de 1749, fecha del fallecimiento del artista. La fachada prosiguió su construcción algunos meses más; su finalización data del 28 de febrero de 1750 (año santo compostelano), bajo la dirección del aparejador Lucas Ferro Caaveiro.

La excepcional fachada occidental dieciochesca se entiende como pantalla de cierre del Pórtico de la Gloria y de las naves de la catedral, por lo que se diseña con amplia superficie acristalada, con la idea de que permitiese el paso de abundante luz al interior de la nave mayor, gracias a su insólito paño central calado, un esfuerzo logrado a través de una sutil estructura que se pliega a la verdad arquitectónica preexistente, capaz de elevar sobre la terraza de la escalinata de Ginés Martínez un arco triunfal de varios cuerpos que refleja como un espejo la luz del ocaso y proyecta hacia el interior del edificio toda la intensidad lumínica del final del día. El Obradoiro de Casas Novoa impone el gusto barroco por lo espectacular, lo teatral y lo insólito.

Una vez concluida la nueva sala capitular, trabajo diseñado con gusto rococó por Lucas Ferro Caaveiro, y realizado entre 1751-52, el Cabildo decidió iniciar la renovación de la fachada de A Acibechería, la principal y tradicional puerta de entrada de los peregrinos del Camino. Por esa puerta se recibían la Bula de Cruzada y la Ofrenda del monarca español al apóstol Santiago, además de ser entrada de peregrinos y el acceso más cómodo que, desde el palacio arzobispal, tenía a la catedral el prelado. La delicada labor de desmontaje y demolición de la primitiva fachada norte, junto con las obras de edificación del primer cuerpo de la nueva Acibechería y parte del segundo, se llevaron a cabo entre 1759 y 1762, bajo trazas y dirección del maestro de obras de la catedral Lucas Ferro Caaveiro.

La estructura arquitectónica que levanta es heredera de la medieval, aunque también recuerda el esquema de tríptico del Obradoiro barroco, al articularse en tres calles separadas por columnas toscanas sobre altos pedestales que sostienen un quebrado entablamento.

La decoración escultórica del primer cuerpo se plantea en relieve y con un marcado carácter heráldico y emblemático: conchas de vieira con bordones cruzados sobre los tragaluces inferiores, trofeos militares sobre los grandes ventanales laterales, un delicado relieve de rocalla en los dinteles de las puertas, el escudo del Cabildo sobre el arco de la puerta izquierda y el escudo del arzobispo Rajoy sobre el arco de la puerta derecha. La calle central está animada por estas dos puertas separadas por un pilar cuadrangular, retraído y cajeado, que funciona a modo de parteluz y evidencia la estructura preexistente.

El segundo cuerpo de la nueva Acibechería, animado con cuatro amplios vanos enmarcado por gruesos boceles, posiblemente tendría una disposición inspirada en el segundo cuerpo de O Obradoiro, si se hubiese seguido el plan de Ferro Caaveiro, pero diversas cuestiones prácticas y económicas motivaron que fuese sustituido en esta obra por el arquitecto mayor del rey, Ventura Rodríguez. Este maestro cambia el estilo del segundo cuerpo, cuyas obras dirigió el académico gallego Domingo Lois Monteagudo. El resultado será un atractivo frontis de aspecto clasicista y ritmos dinámicos, con una riqueza de entrantes y salientes que potencian su plasticidad y resaltan la sinceridad tectónica de una arquitectura que manifiesta su carácter ecléctico, mezcla fecunda de la tradición local y de la innovación barroco-clasicista de influencia italianizante procedente de la Academia madrileña.

Una de las grandes obras auspiciadas en la basílica apostólica por el arzobispo Bartolomé Rajoy, a partir de 1764, fue la reedificación de la capilla de Nuestra Señora del Perdón, denominada capilla de Don Lope, fundación familiar y privada anexionada a la catedral, pero con titularidad propia, que se remontaba a mediados del siglo XV. El proyecto ilustrado para sustituir el viejo espacio medieval ocupa el mismo lugar que su predecesora gótica, en el ángulo formado por el brazo norte del crucero y las naves mayores, con su nártex abierto hacia el primer tramo de la nave del Evangelio, contando a partir del crucero, entrada que corresponde a la intervención ilustrada, ya que la primitiva capilla se comunicaba con la catedral por el crucero norte.

La finalidad que tenía la remodelación de este espacio era doble; servir de panteón a los arzobispos fundadores, Mendoza y Rajoy, y atender con desahogo el servicio de determinadas celebraciones de gran significación jacobea: dar comunión a los peregrinos durante los años santos. Era tradición que el ceremonial de la comunión de los peregrinos -junto con la entrega de las compostelas, certificados de la peregrinación- se realizase en la capilla del Salvador, inmediata a la Puerta Santa. La consagración de la capilla de la Comunión se celebró el 27 de diciembre de 1783. La sobria rotonda, diseñada en planta por Domingo Lois y en su mayoría construida por Miguel Ferro Caaveiro, actúa como revulsivo iluminista en un organismo compartimentado y barroquizado en exceso.

El proyecto catedralicio compostelano tuvo renovado impulso con las ideas especulativas que la Ilustración y el lenguaje neoclásico pensaron para reestructurar la basílica de peregrinación. La idea fundamental, partiendo en 1793 del arzobispo fray Sebastián Malvar, era que la catedral se adaptase a la nueva liturgia católica que la Iglesia quería implantar una liturgia más participativa y basada en la predicación y en la visión directa del altar por parte de los fieles. Ante esta situación, el coro situado en el centro de la nave principal era un estorbo para que este concepto espiritual pudiese realizarse. Las necesidades de reubicación del coro de los canónigos motivaron el proyecto de una nueva cabecera para albergar la sillería detrás del altar mayor. De los planos se encargaron dos arquitectos: el maestro de obras Miguel Ferro Caaveiro y el académico compostelano Melchor de Prado Mariño. La muerte del arzobispo Malvar en 1795, la invasión napoleónica y la Guerra de la Independencia motivaron el olvido de tales planes. El hecho de que el Cabildo catedralicio no mostrase un interés manifiesto en dicha remodelación contribuyó enormemente al olvido de los proyectos ilustrados que pretendían un cambio radical en el organismo catedralicio para el siglo XIX.

Durante dicha centuria, el descenso de las peregrinaciones, las peculiaridades políticas del siglo, los pronunciamientos, guerras, revoluciones y las desamortizaciones liberales no crearon el ambiente más adecuado para la promoción de nuevas obras. A partir de la Ilustración solo habrá en la catedral pequeñas reformas, trabajos de restauración y aportaciones de carácter enaltecedor -lámparas y piezas de orfebrería para el tesoro catedralicio-.

La única obra de entidad del siglo XIX se proyecta a finales de dicha centuria, después del segundo descubrimiento de los restos del Apóstol (1879). Se trata de la cripta historicista -con evidentes recuerdos tardoantiguos y altomedievales tomados del arte paleocristiano y la cultura bizantina- que el canónigo Antonio López Ferreiro proyecta bajo el presbiterio, en el basamento del edículo apostólico, para albergar las recuperadas reliquias apostólicas.

Por último, en el siglo XX hay que destacar la decisión del arzobispo Tomás Muniz de Pablos (1935-48) de retirar la sillería coral de la nave central, con la idea de una mayor participación del pueblo en la liturgia. Se procedió al desmontaje del coro en 1946, hecho que favoreció la realización de excavaciones arqueológicas a lo largo de la década de 1950, en las cuales salieron a la luz los restos de las basílicas prerrománicas y la gran necrópolis medieval sobre la que se había asentado la catedral románica iniciada en 1075.

En el deambulatorio de la catedral se encuentran las capillas de la girola que rodean el altar mayor. La más antigua -románica y de planta cuadrada- es la capilla del Salvador, por la que se comenzó la catedral en 1075. Su retablo-custodia es renacentista, lo mandó labrar en 1522 el arzobispo Alonso de Fonseca III y lo realizó el taller de Juan de Álava. Es una obra de carácter cristológico y eucarístico, marco de veneración durante siglos en las misas de peregrinos, pues en esta capilla recibieron las compostelas hasta época del arzobispo Rajoy (1751-72); el cuerpo inferior está presidido por la imagen de Cristo derramando su sangre sobre el Sagrario, a ambos lados se sitúan Santiago peregrino y San Juan, dos apóstoles hermanos que simbolizan la difusión del evangelio. En las hornacinas de los extremos se sitúan la Magdalena, símbolo de penitencia y de regeneración del cristiano, y San Ildefonso recibiendo la casulla de manos de la Virgen, santo de especial devoción del arzobispo Fonseca III. En las hornacinas del segundo cuerpo aparecen San Miguel venciendo al dragón, simbolizando el triunfo de la Iglesia sobre el pecado, y Santa Catalina, gran intercesora de la que era muy devoto el prelado. Por último, en el cuerpo superior está Cristo bendiciendo.

A la derecha de la central se sitúa la capilla de San Pedro, hoy conocida como de la Azucena, decorada con frescos renacentistas -destacan la imagen entronizada de San Pedro y la de Santiago peregrino- y con un retablo diseñado por Fernando de Casas en 1729 y realizado por Francisco das Moas. En uno de sus muros está el sepulcro de doña Mencía de Andrade, labrado en 1582 por Juan Bautista Celma.

Durante el Barroco (ss. XVII y XVIII) se construyó la grandiosa capilla del Pilar, bajo los auspicios del arzobispo fray Antonio de Monroy. Los maestros que trabajaron en ella fueron Andrade y Casas Novoa. Está cubierta por una cúpula octogonal, muy ornamentada con los escudos del prelado y del Cabildo. El arzobispo está representado sobre su sepulcro, orando hacia el retablo protagonizado por Santiago peregrino orando ante la Virgen del Pilar.

Otra imagen renacentista del Apóstol peregrino se encuentra, al otro lado de la girola, en el retablo de la capilla de San Bartolomé, en su origen dedicada a Santa Fe de Conques, una de las santas más célebres de los caminos de Santiago en Francia. En esta capilla románica es digno de mención el sepulcro del maestrescuela don Diego de Castilla y el retablito de alabastro policromado, todo ello obra del escultor portugués Arnao.

Una puerta abierta en el deambulatorio conduce a la cripta del Apóstol, el lugar más sagrado y de mayor recogimiento del templo jacobeo y de toda Galicia. Conservando partes de muros del mausoleo del siglo I, aunque muy alterados, se rehabilitó y transformó este espacio a partir de 1879, después del segundo descubrimiento del cuerpo de Santiago. El espacio interno se amplió en el Año Santo de 1965, con el propósito de que cupiesen más peregrinos orando ante la urna de plata que conserva las reliquias de Santiago y de sus discípulos Teodoro y Atanasio. Esta urna decimonónica es una bella obra de orfebrería realizada por el platero Ricardo Martínez; contó con un diseño historicista de José Losada, fruto del eclecticismo historicista de la época, mezcla de paleocristiano y de románico. Su frente, inspirado en el desaparecido frontal de altar de Gelmírez, está presidido por Cristo en Majestad, acompañado por los símbolos de los cuatro evangelistas y de los apóstoles, bajo arquillos trilobulados. La tapa está decorada con el crismón, anagrama de Cristo, elemento que había sido empleado con frecuencia en los primeros siglos del cristianismo. También es propio de aquellos primeros tiempos la representación eucarística de los dos pavos reales afrontados bebiendo de una crátera, relieve que decora el frontal de mármol del altar.

Tras la salida de la cripta ascienden las escaleras del camarín del apóstol, preparado para que los peregrinos puedan darle el tradicional abrazo a la imagen de Santiago que, desde la consagración del templo en 1211, preside la capilla Mayor. El arzobispo Monroy, a principios del siglo XVIII, costeó la esclavina de plata y el bordón que porta en una mano, así como las obras del propio camarín.

Sobre la cripta donde está la tumba jacobea se sitúa el altar del Apóstol, en torno al cual se desarrolla el culto en la catedral de Santiago. Una serie de obras encaminadas a darle mayor esplendor se realizaron a lo largo de los siglos XVI, XVII y XVIII. En primer lugar, los púlpitos de bronce se deben al arte del pintor, escultor y broncista aragonés Juan Bautista Celma, quien en 1584 entregó este importante conjunto manierista, profundamente inspirado en diversas fuentes italianas (Serlio) y alsacianas, como los grabados del pintor Martin Schongauer, inspirador de los relieves de las batallas de Arbelas y Clavijo. El baldaquino diseñado por el canónigo José de Vega y Verdugo a mediados del XVII y enriquecido con la obra de numerosos maestros entalladores, escultores, orfebres, pintores y arquitectos se realizó pensando en dotar de un adecuado marco de veneración al patrón de las Españas.

La capilla Mayor tenía que lucir la mejor imagen posible para el Año Santo de 1677, aunque los trabajos no concluyeron hasta bien entrado el siglo XVIII. En esta obra, que quería superar al baldaquino de Bernini para San Pedro de Roma, unos ángeles sostienen un enorme entablamento, base de varias estructuras arquitectónicas donde se sitúan las figuras del programa iconográfico: en lo alto una imagen de Santiago matamoros del escultor Mateo de Prado. Protegido por la arquitectura piramidal de remate se encuentra un Santiago peregrino, vestido con manto, esclavina y sombrero de ala ancha, y portando el bordón de peregrino, está siendo adorado por dos reyes hispanos. En el camarín está la imagen de Santiago sedente, pieza del siglo XIII que deriva del modelo que Mateo labró para el parteluz del Pórtico de la Gloria. La imagen está enmarcada por las labores de plata de Juan de Figueroa y Juan Pose, autores del camarín de plata, y se eleva sobre las gradas y el frontal de plata que el orfebre Antonio de Montaos realizó siguiendo diseños de Domingo de Andrade. Todo el presbiterio se decora con gigantescas columnas salomónicas ornadas con vides eucarísticas (s. XVII) y se ilumina con arañas y lámparas de plata realizadas en Roma por Louis Valladier en 1765.

En el brazo norte del crucero se abre la capilla de Sancti Spiritus, la más antigua de las góticas, fundada a mediados del siglo XIII y ampliada en el XIV. Se cubre con bóveda de cañón apuntado, guarda tres sepulcros góticos con relieves inspirados en el coronamiento del desaparecido coro de Mateo, diversas tumbas del XVI y un Calvario castellano del siglo XIV, ubicado sobre el altar de la Virgen de la Soledad, en su origen trascoro de la catedral.

Comunicada con la capilla dedicada a San Nicolás, una devoción típica de los caminos de peregrinación, se encuentra la capilla de A Corticela, unida a la catedral en el siglo XVI. En su origen era una iglesia prerrománica, de tiempos de Alfonso III, edificada hacia el año 900, para servir a los monjes de lo que después fue San Martín Pinario. Tuvo que ser remodelada en lo fundamental, en el siglo XIII, pero conserva su estructura original de tres naves y cabecera rectangular. La portada muestra tres arquivoltas y un tímpano con el tema de la Adoración de los Magos, obra del taller del Mateo. En el interior hay varias sepulturas con estatuas yacentes del siglo XIV.

Al otro lado del transepto norte se ubica la discreta capilla de Santiago caballero, donde se venera la estatua procesional de madera policromada del apóstol ecuestre, obra rococó del imaginero compostelano José Gambino.

En la nave del Evangelio se halla la capilla de la Comunión, rotonda neoclásica cubierta con una sobria cúpula, construida gracias al mecenazgo del arzobispo Rajoy. El proyecto se desarrolló en varias etapas, comenzando en 1768 con trazas de Domingo Lois y continuando, entre 1770 y 1782, bajo la dirección de Miguel Ferro Caaveiro. En su entrada se conserva la imagen de Nuestra Señora del Perdón, escultura en alabastro de la primera mitad del siglo XV encargada por el arzobispo don Lope de Mendoza. El interior de la capilla se articula por medio de columnas jónicas, entre las que hay sepulcros de estilo neoclásico y hornacinas con tallas renacentistas -cuatro Padres de la Iglesia latina- pertenecientes a un retablo del escultor Gregorio Español.

En el nártex de la catedral se despliega el Pórtico de la Gloria, el mayor conjunto arquitectónico y escultórico del siglo XII en Europa. Entre 1168-1188 Mateo y su taller levantaron la arquitectura de la cripta que sirve de base al Pórtico, llamada popularmente catedral Vieja, el pórtico propiamente dicho y la tribuna que está situada sobre el nártex, además de construir la fachada original.

Los espacios se cubren con las primeras bóvedas de crucería de España y simbolizan el mundo terrenal (Cripta), sobre cuya bóveda celeste está la Gloria (Pórtico), alumbrada simbólicamente por el Agnus Dei que está situado en la clave de la gran bóveda de la tribuna. El programa iconográfico realizado en esta imagen arquitectónica traduce la historia de la constitución de la Jerusalén Celeste, la historia de la Redención. En el tímpano del arco central está Cristo en la Gloria, con los ángeles que sostienen los instrumentos de la Pasión -arma Christi- y los ancianos del Apocalipsis, preparándose para interpretar la música del paraíso. Las almas de los justos pasan a la Jerusalén Celestial desde las arquivoltas de la izquierda (seno de Abraham), liberados por Cristo en su descenso a los Infiernos, antes de la Resurrección. Desde las arquivoltas de la derecha, donde tiene lugar el Juicio Universal, los justos entran en la Gloria y los im-píos son llevados por los demonios. En los fustes se representan a los profetas (a la izquierda del parteluz), y a los apóstoles (a la derecha). Santiago sedente, con el báculo-bordón en forma de tau, aguarda a los peregrinos en el parteluz, sobre el Árbol de Jesé del fuste (genealogía de Cristo) y rematado por el capitel de la Trinidad.

En la nave de la Epístola se encuentra la capilla de las Reliquias, en su origen construida para sala capitular, aunque transformada en panteón real a partir de 1536. Bajo su espléndida bóveda de crucería se cobijan los sepulcros de los monarcas e infantes de León y Galicia de los siglos XII y XIII, de los cuales los más importantes son los de Fernando II y Alfonso IX. Las reliquias que guarda la catedral de Santiago en relicarios medievales y renacentistas -hay que citar la imagen gótica de Santiago Coquatrix o el busto-relicario renacentista de Santa Paulina del portugués Cedeira- se colocaron en un retablo barroco (desaparecido) y ahora están custodiadas en un conjunto neogótico, de principios del siglo XX, obra del imaginero compostelano Maximino Magariños.

La inmediata capilla de San Fernando, construida en 1537, guarda el tesoro, cuya máxima joya es la custodia renacentista de Antonio de Arfe, cincelada entre 1539 y 1545, con su pedestal terminado en 1573, donde se relata la vida de Santiago en unos relieves que representan el punto culminante de la platería en Galicia. La capilla es obra de Juan de Álava y se decora con frescos manieristas de 1542, pintados por Pedro Noble, que representan la Ascensión de Cristo a los cielos y la Asunción de María.

La música del apóstol tiene un lugar destacado en la nave mayor del templo, sobre el lugar donde estuvo el coro. A ambos lados se encuentran dos grandes órganos barrocos diseñados por Andrade entre 1704 y 1709. De la realización de las cajas se encargó el tallista Miguel de Romay, acorde con la belleza de la música que se interpretaba en el instrumento. En el remate del órgano del Evangelio hay un triunfal Santiago ecuestre, mientras que en el del lado de la Epístola se representa a Santiago peregrino orante ante la Virgen del Pilar.

Anclado en el cimborrio de la catedral se encuentra el mecanismo que sirve al botafumeiro en su vuelo por la nave central del crucero. Este ingenio mecánico diseñado por Juan Bautista Celma, y construido en unas herrerías de Vizcaya, sustituyó a fines del siglo XVI a las vigas de madera que sostenían en la Edad Media al gran incensario que, desde entonces, sirve en las grandes solemnidades y ambienta las naves de la catedral con su aroma sacro.

En la nave oeste del transepto sur se encuentran las portadas renacentistas de la antesacristía y del claustro, además del célebre tímpano de Clavijo. Las portadas fueron labradas a principios del siglo XVI por el taller de Juan de Álava; en la correspondiente a la antesacristía se representan las imágenes de Santiago peregrino y San Ildefonso, dos santos a quien el arzobispo Alonso III de Fonseca profesaba especial devoción. En cuanto al tímpano medieval con el Apóstol ecuestre, situado en una ventana, aunque en realidad correspondía a una puerta del claustro medieval, es una pieza labrada a mediados del siglo XIII, obra de un escultor que trabajó en el claustro desarrollando un estilo que procede de la tradición mateana.

Comunican con el interior del claustro las estancias correspondientes a la sala capitular y el archivo. La primera, construida entre 1751-52 por Lucas Ferro Caaveiro, está presidida por una elegante talla rococó de Santiago peregrino, realizada por el imaginero compostelano José Gambino; cuenta también con noble decoración de tapices de Teniers, Rubens y Goya. Muy próximo está el archivo catedralicio, guardián de tesoros como el Tumbo A, el Códice Calixtino y la Historia Compostelana.

La fachada sur de la catedral está dominada por la célebre portada de As Praterías, edificada y labrada entre 1103 y 1117. En la actualidad cuenta con piezas de las otras portadas románicas desaparecidas, la occidental y la norte, y varias estatuillas del coro pétreo. Sufrió varios incendios, uno en 1117 y otro a mediados del siglo XV, y por ello hubo que rehacerla con lastras procedentes de diversos lugares. A fines del siglo XVIII, cuando se desmontó la Acibechería románica, recibió interesantes obras como el David músico, el Sacrificio de Isaac, la imagen del pantrocrátor, los relieves del Génesis... Durante el siglo XII servía de marco a los juicios públicos que presidía Gelmírez, prelado de la diócesis y máximo representante del señorío arzobispal compostelano.

La fachada del Tesoro, el cierre oriental del claustro renacentista, cuenta con la torre del Tesoro, elemento escalonado que posee el sentido simbólico de ser torre de David, alusión a la Virgen María, en consonancia con el sentido del claustro como hortus conclusus. El piso inferior alberga las tiendas de los plateros y se decora con medallones de reyes, arzobispos y otros personajes vinculados a la historia de Santiago. En el segundo se encuentran los escudos de armas de Carlos V y del Cabildo, entre ventanas con frontones. En el tercer piso, de izquierda a derecha, los medallones representan la genealogía humana de Cristo, el Árbol de Jesé. En el último, la imagen de la Virgen con el Niño, se acentúa la idea del claustro como metáfora mariana.

De camino a la plaza de A Quintana se rodea la torre del Reloj. Contrasta su primera mitad, maciza y medieval, con la otra, muy ligera y barroca. Sobre el cubo defensivo del siglo XV levantó Domingo de Andrade, a partir de 1676, una serie de cuerpos decrecientes decorados con toda una suerte de motivos jacobeos -vieiras, cruces de Santiago y trofeos militares-, escudos y profusa decoración vegetal. En los ángulos hay templetes cupulados custodiando las esferas del reloj y las campanas. Está rematada por una cúpula con airosa linterna.

Sobre la cubierta de la cabecera medieval hay una gran cruz de bronce -Cruz dos Farrapos-, anicónica, fundida posiblemente en el siglo XI, asociada a un pequeño receptáculo cuadrangular, de piedra, donde los peregrinos quemaban sus gastadas ropas, simbolizando a través de este rito la purificación de alma de la que gozarían a partir de la obtención de las indulgencias de Santiago ante el altar mayor de la basílica.

Los exteriores de la catedral hacia la Quintana se transformaron durante el siglo XVII; además del Pórtico Real, terminado en 1700 y construido por Andrade -en su remate estaba pensada una estatua ecuestre del Apóstol-, están la Puerta Santa y, en A Quintana de Vivos, la de los Abades. La Puerta Santa o de los Perdones, abierta cada año jubilar, es una suerte de arco de triunfo diseñado a mediados del siglo XVII por José de la Peña de Toro. Se antepuso a la antigua puerta que se abre entre dos capillas románicas de la girola una puerta nueva, presidida por la imagen del apóstol Santiago y de sus dos discípulos Teodoro y Atanasio, labrados en 1694 por el escultor Pedro del Campo. Los tres están ataviados como peregrinos, con túnica esclavina, manto, bordón, y sombrero adornado por una concha de vieira. Las veinticuatro figuritas que están flanqueando la Puerta Santa proceden del coro pétreo del maestro Mateo (hacia 1200), desmontado a finales del siglo XVI.

El flanco norte de la basílica jacobea está dominado por la fachada de A Acibechería, la última en construirse, obra del último tercio del siglo XVIII. Durante siglos fue la entrada más utilizada, al servir de principal puerta de peregrinos, extranjeros, clérigos y prelados.

La plaza de O Obradoiro destaca con la imagen de la fachada occidental de la catedral, obra de Fernando de Casas Novoa. La fachada de O Obradoiro es un gran arco de triunfo que magnifica y protege el Pórtico de la Gloria, al tiempo que ofrece abundante luz a la nave mayor. Como remate hay un templete presidido por la imagen de Santiago peregrino, que ofrece su bendición apostólica a cuantos se acerquen a Compostela como peregrinos. [FS]

V. Acibechería, praza da / Alfonso II el Casto, iglesia de / Alfonso III el Magno, basílica de / Apóstol, abrazo al / Obradoiro, O / Pórtico de la Gloria / Pórtico de la Gloria, imposición de manos en el / Praterías, As / Puerta Santa de Santiago / Quintana, A / Santiago, cripta de / Santiago, edículo de / Santiago, ritos del peregrino en / Santiago, sepulcro de / Santiago, urna de / Torre do Reloxo


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