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Desde los inicios del fenómeno de la peregrinación jacobea la actividad comercial al abrigo del Camino de Santiago ha sido uno de sus signos distintivos. Los peregrinos en ruta necesitaban servicios y atenciones, y a esa necesidad respondían los comerciantes o mercaderes, concentrando su actividad de forma especial en torno a esta ruta. Lo demuestra el intenso comercio y los mercados de muchos de los pueblos y ciudades nacidos en la Edad Media a su amparo y desarrollados gracias a su influencia. Los propios peregrinos acababan instalándose en algunos casos a lo largo de la ruta para dedicarse a estas actividades y a la artesanía.

Los comerciantes fueron tan necesarios para el Camino como mal vistos en ocasiones por los peregrinos, que temían ser estafados o engañados por ellos. Eran frecuentes también las alzas de precios en los momentos de mayor afluencia. Muchos eran los peregrinos pobres, pero también numerosos los que disponían de recursos elevados. Por ello, la vida a lo largo del Camino se encarecía. Las relaciones tuvieron que ser tensas en algunos momentos. El Códice Calixtino (s. XII) advierte a los que intentan aprovecharse en sus negocios de los peregrinos y resalta los beneficios que obtendrán los justos: “El que no engaña a los peregrinos, ni en la plaza, ni en el negocio, ni en el cambio, ni en el hospedaje, ni por los citados medios fraudulentos, sino que se porta con ellos debidamente, sin duda alguna obtendrá en el futuro el premio del Señor. Quienquiera que los ultraje y les quite algo, por hurto, rapiña, o por otro medio cualquiera, sin duda alguna su suerte será con Datán, Abirón y con el diablo”.

La legislación también intentó defender a los peregrinos de los abusos de determinados comerciantes. En el siglo XIII las Partidas de Alfonso X el Sabio establecían una equiparación entre el peregrino y el comerciante, si bien el primero, por “su intención de servir a Dios e ganar perdón de sus pecados e paraíso” deben ser mejor tratados que los segundos, que van “con intención de ganar algo”. En Santiago y otras poblaciones de la Ruta Jacobea se tomaron medidas para evitar los abusos de mercaderes y hosteleros, que obtenían elevados beneficios del dinamismo económico generado por la peregrinación.

Varios autores, entre ellos José María Lacarra, han destacado la relevancia de los comerciantes y su actividad en torno a la ruta. Señala que en los siglos XI y XII “se pasa en los reinos cristianos españoles de una economía rural pobre, que se complementa casi exclusivamente con la industria de la España musulmana, a un comercio bastante activo con los países de Europa. Coincide esto, por un lado, con el hundimiento del Califato cordobés; por otro, con la apertura hacia Europa de la vía de Compostela”.

Desde el siglo XIV el viaje marítimo floreció con la expansión de la economía en Europa. Los peregrinos escandinavos, flamencos, escoceses, irlandeses y, sobre todo, los ingleses aprovechaban los viajes comerciales o de barcos de mercancías para viajar a estos puertos de Galicia y, desde allí, iniciar su peregrinación a Compostela para venerar la tumba del apóstol Santiago. Aunque la principal vía de entrada era el puerto de realengo de A Coruña, también llegaban por vía marítima a Ferrol, Ribadeo, Muros y Noia.

Cuando el duque de Lancaster vino a disputarle a Juan I (1379-1390) la Corona de Castilla, el monarca afirmó: “Mientras tenga en mi poder las sillas y fortalezas de A Coruña y Noia, seré señor de Galicia”; el duque, no obstante, pensaba que “así como A Coruña es por la parte de mar una de las llaves de este Reino, el castillo de Noia lo es por lo que mira a Castilla. No es señor de Galicia el que no es dueño de A Coruña y de Noia”.

En el siglo XIV, el puerto de A Coruña se consolidó como la principal vía de entrada de los peregrinos que venían por mar a Galicia, sobre todo porque las rutas terrestres europeas se habían convertido en lugares inseguros para los caminantes, debido a la llamada Guerra de los Cien Años (1337-1453). A través de salvoconductos colectivos o individuales, la seguridad de los peregrinos estaba garantizada.

Además, la floreciente actividad económica en muchas ciudades portuarias inglesas, como Bristol, Southampton o Plymouth, y en otras como Londres, contribuyó también a que muchos de los barcos comerciales que transportaban mercancías incluyesen en su pasaje a viajeros que se dirigían a Compostela. El transporte de peregrinos se convirtió en un negocio lucrativo para los armadores y patrones de los numerosos puertos del sur de Inglaterra desde los años sesenta del siglo XIV, no solamente por los pasajes que cobraban a estos peregrinos -que también comerciaban abiertamente- sino porque las licencias y salvoconductos que llevaban les permitían continuar unos intercambios en los que ambas partes estaban muy interesadas.

Este importante flujo humano hacia las costas gallegas obligó a la Corona de Inglaterra a extremar las medidas de control y vigilar con celo las licencias y salvoconductos que concedía, para poder limitar la evasión de capitales y objetos de valor, y garantizar la seguridad del reino por la posible salida de espías que pudieran proporcionar información estratégica a los países enemigos.

A pesar de los rigurosos controles, la salida de capital era inevitable, ya que el viaje y la estancia en Galicia obligaban al desembolso de importantes cantidades de dinero. Los ingleses llegaban con su moneda a Santiago, como lo prueban las piezas numismáticas de los siglos XIV y XV encontradas en las excavaciones de la catedral de Santiago y en otros lugares como Betanzos por los que atravesaba el Camino Inglés.

Según Ferreira Priegue, en el siglo XV, aunque se mantenía la hegemonía del puerto coruñés, otros puertos tradicionales cercanos como Noia, Muros, Betanzos y Pontedeume acogieron también actividades relacionadas con el comercio, lo que hacía que con cierta frecuencia llegasen peregrinos en este tipo de barcos.

Entre los siglos XVI y XIX, el Camino de Santiago pierde fuelle cuando, como ha señalado el profesor Díaz y Díaz, “se convierte en lugar de tránsito más de comerciantes y negociantes que de peregrinos, es decir, cuando el homo viator pasa a ser sustituido por el homo faber o el homo mercator, que se asienta en Europa desde el renacimiento”.

En todo caso, la actividad comercial en la ruta fue un factor fundamental para su desarrollo medieval. Desde el siglo XVI, el hecho de que el Camino de Santiago se convierta en senda preferentemente comercial se debe a que la lenta pero irremediable decadencia de las peregrinaciones -proceso que culmina a finales del siglo XVIII- hace que la propia memoria del Camino como itinerario espiritual se vaya olvidando. Sin embargo, esta decadencia afectó negativamente a la actividad comercial.

En la actualidad, el resurgimiento del fenómeno de la peregrinación ha traído de nuevo un incremento de las actividades comerciales y turísticas a lo largo del itinerario, fundamentalmente en el sur de Francia y en todo el trazado del Camino Francés en España. Al tiempo que volvían al Camino los peregrinos lo hacían los comerciantes. Las necesidades del romero han estimulado el comercio y las actividades hosteleras hasta límites insospechados desde mediados de los años noventa. [JS/MR]


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