Término latino que significa ‘invención’, ‘hallazgo’. Es la palabra utilizada con más frecuencia para referirse a los hechos que llevaron al descubrimiento del sepulcro de Santiago el Mayor en Galicia en el 820-830. No es un acontecimiento que conozcamos a través de datos y fuentes históricas, sino a partir de una narratio, narración literaria basada en la tradición. En sentido estricto, no resulta adecuado utilizar la expresión ‘invención’, ya que a esta habría que darle el significado actual, que en sus acepciones más habituales se separa por completo del sentido medieval de una inventio, acontecimiento basado en una revelación [revelatio] divina previa, que lleva al hallazgo de un cuerpo santo o de parte de sus reliquias en un determinado lugar, existiese o no cierta tradición al respecto.
En el caso compostelano los elegidos por la providencia como receptores de la revelatio son el ermitaño Paio, que observa unas luminarias inusuales en un viejo cementerio, y el obispo de la cercana Iria Flavia, Teodomiro, a quien, tras tres días de ayuno y meditación, unos ángeles le revelan que en el lugar se encuentra el sepulcro del apóstol Santiago el Mayor. En ese momento la revelatio da paso de inmediato a la inventio: Teodomiro, acompañado de fieles que van a certificar el hecho, visita el lugar y reconoce el sepulcro apostólico en un edículo de piedras y mármol. Ya sólo falta obtener el beneplácito del rey para que la inventio se consume. Por supuesto, el monarca Alfonso II de Asturias, confirma el hallazgo. Termina aquí la inventio y comienza la historia: el nuevo santuario recibe las primeras ayudas reales y comienza a desarrollarse con notable rapidez.
La principal y más antigua fuente de la inventio es la breve narratio incluida en la Concordia de Antealtares (1077), basada casi con toda seguridad en antiguas tradiciones compostelanas donde se narrarían los acontecimientos como aquí los hemos descrito. También aparece en el Chronicon Iriense y en la Historia Compostelana, manuscritos santiagueses de principios del siglo XII, y en otros textos posteriores. Antes de estas narraciones hay referencias al sepulcro, ya desde el mismo siglo IX, pero en ninguna de ellas se explican los hechos.
Más de algún autor se ha preguntado si en vez de confirmarse el sepulcro mediante la narración descrita -inventio- pudo tratarse en realidad de un hallazgo propiamente dicho. Nunca lo sabremos. Desconocemos las causas que llevaron al descubrimiento de Teodomiro, pero este es sin duda un personaje confirmado históricamente en el pasado siglo XX con la aparición de su lauda sepulcral, que demuestra que se hizo enterrar ya en el naciente santuario.
Respecto a la controvertida fecha de la inventio, que no se recoge en ningún caso en la Concordia y que hay que extraer del contexto, se hizo coincidir durante mucho tiempo con el año 813. Las investigaciones realizadas en el siglo XX demuestran de forma contundente que no fue así. En esa fecha había otro arzobispo en Santiago, Quendulfo II, que gobernó posiblemente hasta el 819, entre otras pruebas de peso. Todo indica que se eligio el año 813 para que el descubrimiento coincidiese con la vida del emperador Carlomagno, a quien el Codex Calixtinus [libro IV] sitúa, en un relato tomado como fantástico de principio a fin, viniendo a España para hacer efectivo el descubrimiento de la tumba apóstólica. Carlomagno muere en el 814.
La eficacia de la revelatio y la inventio para justificar y dar sentido a la presencia del sepulcro de un apóstol judío en un tan apartado rincón de Occidente no iba a ser tanta a la hora de analizar el hecho con criterios de lógica histórica. Por eso ya en el siglo IX, poco después del descubrimiento, habría surgido una narratio para resolverlo en lo posible, la Epístola del papa León: crea una translatio [traslación], un viaje sagrado, en el que los restos de Santiago marchan por mar de Palestina, lugar de su martirio, a Galicia, donde tras una serie de peripecias reciben sepultura [depositio]. [MR]