Las relaciones sexuales en el Camino de Santiago, como en otros ámbitos de la vida, fueron y son habituales. Una de las características que tiene la Ruta Jacobea es que propicia el encuentro entre las personas en todos sus ámbitos. Sin embargo, el esfuerzo que a veces implica la dureza de la ruta, la escasa o nula intimidad que hay en los albergues, el sudor, los dolores musculares y las condiciones higiénicas, en ocasiones deficientes, son algunos factores que juegan en contra del sexo en el Camino, aunque el contacto con la naturaleza, el intercambio de culturas, el compañerismo y la amistad a veces pueden favorecerlo.
El Códice Calixtino (s. XII) advierte constantemente a los peregrinos que no deben dejarse vencer por “el diablo tentador del género humano”, para lo que se les otorga el bordón como símbolo del apoyo en la Santísima Trinidad. Los peregrinos a Jerusalén traen la palma como muestra de que “han mortificado sus vicios”, pero “los lujuriosos, los adúlteros o los demás viciosos, puesto que aún están en la guerra de los vicios, no deben traer la palma, sino los que vencieron completamente los vicios y se unieron a las virtudes”. Del mismo modo, el peregrino a Santiago que lleva la concha de vieira, “mientras esté en el camino de la vida presente debe llevar el yugo del Señor, esto es, debe someterse a sus mandamientos […]. Si fue ratero o ladrón, se haga pródigo en las limosnas; si pródigo, modesto; si avaro, espléndido; si deshonesto o adúltero, casto”.
Se dice también en el sermón Veneranda dies, en el capítulo XVII del libro I del Códice Calixtino, que “el camino de peregrinación es cosa muy buena, pero es estrecho […], refrena la voluptuosidad, contiene los apetitos de la carne que luchan contra la fortaleza del alma”. Asegura también que “debidamente se encamina al santuario de Santiago aquel que […] huye de la embriaguez, de las pendencias y de la lujuria”. Asimismo, afirma que “las criadas de los hospedajes del Camino de Santiago que por motivos vergonzosos y para ganar dinero por instigación del diablo se acercan al lecho de los peregrinos son completamente dignas de condenación. Las meretrices que por estos mismos motivos entre Portomarín y Palas de Rei, en lugares montuosos, suelen salir al encuentro de los peregrinos no sólo deben ser excomulgadas, sino además deben ser despojadas, presas y avergonzadas, cortándoles las narices, exponiéndolas a la vergüenza pública. Solas suelen presentarse a solos. De cuantas maneras, hermanos, el demonio tiende sus malvadas redes y abre el antro de la perdición a los peregrinos, me causa asco”. Es curioso que merezca mayor condena la actitud de las prostitutas que ofrecen al peregrino la posibilidad de pecar que el supuesto creyente y penitente que se deje caer en la tentación.
Al final del Camino, en la puerta meridional de la catedral de Santiago de Compostela, la de As Praterías, cuenta Aymeric Picaud en el libro V del Códice Calixtino, que “junto a la tentación del Señor está una mujer sosteniendo entre sus manos la cabeza putrefacta de su amante, cortada por su propio marido, quien la obliga dos veces al día a besarla. ¡Oh cuán grande y admirable castigo de la mujer adúltera para contarlo a todos!”.
El milagro recogido en el capítulo XVII del libro II del mismo Liber Sancti Iacobi es el paradigma de como este texto enfoca la cuestión del sexo. Cuenta la historia del joven Giraldo que “amaba con pasión a Santiago a cuyo sepulcro solía acudir todos los años para hacer su ofrenda. No tenía mujer, sino que viviendo solo con su anciana madre llevaba una vida casta. Pero después de algún tiempo de continencia, vencido al fin por el placer de la carne, fornicó con una jovenzuela”. Cuando se dirigía a Compostela para hacer su peregrinación anual, el diablo se le apareció haciéndose pasar por el apóstol Santiago y le dijo: “Si deseas limpiarte totalmente de tu culpa, córtate enseguida las partes viriles con las que pecaste […]. Si de tal forma murieres, sin duda pasarás a mí, porque, castigando tu culpa, serás mártir […]. Dicho lo cual, el sencillo peregrino se animó a llevar a cabo la fechoría y, por la noche, cuando dormían sus compañeros, sacó el cuchillo y se amputó las partes viriles”. A la mañana siguiente, el peregrino apareció muerto.
Poco después, por intercesión de Santiago, resucitó. Contó como Santiago lo había llevado ante la Virgen María en Roma “junto a la iglesia de San Pedro Apóstol”. La Madre de Jesús, por intercesión de Santiago les dijo a los demonios: “¡Ah! Desgraciados, ¿qué buscabais en un peregrino de mi Señor e Hijo y de Santiago, su leal? […]. Después de hablar la Virgen santísima, volvió sus ojos a mí con clemencia. Entonces, dominados los demonios por un gran temor […], mandó la Señora que se me volviese al cuerpo. Tomándome, pues, Santiago me restituyó inmediatamente a este lugar. De esta manera he muerto y he resucitado”. Sin embargo, “aunque sus heridas sanaron sin tardanza, quedando sólo cicatrices en su lugar […], en el de las partes genitales le creció la carne como una verruga, por la que orinaba”.
Desde los primeros tiempos en los que se abrieron centros benéficos para dar acogida a los romeros de Santiago, se establecieron precauciones para evitar la cohabitación pecaminosa. Doña Elvira González dispone en su testamento de 1337 la fundación del hospital de peregrinos de Santa María la Real de Burgos, pero manda que “en este dicho ospital que fagan logar apartado do yagan los omes a su cabo e las mugeres al suyo […]. E mando que en este logar que mando fazer para las mugeres, que non coian varon ninguno por tal que esten apartadas las mugeres de los varones. E si por aventura acaesçiere que venga a este ospital romero o romera que digan que son casados en uno amos, mando que la muger yaga con las mugeres e el omme con los ommes, e si esto non quisieren, mando que non les acogan en este dicho hospital”. Doña Elvira dona también al hospital su propia cama, pero advierte de que “en este lecho non se eche si non romera onrrada”.
En el hospital de San Marcos de León, el visitador de la diócesis ordenó en 1442 colocar, para preservar mejor la intimidad, “sábanas blancas por cerramiento una delante de cada cama por más honestidad e limpieza”. Por otra parte, en el mismo centro hospitalario, en 1528, el visitador diocesano manda que las camas de los hombres y las mujeres se coloquen en lugares diferentes, “ya que es deshonesta cosa estar las mugeres e los ombres en un dormitorio”.
Arribas Briones señala que “López Ferreiro, en su Historia de la Santa A. M. Iglesia de Santiago de Compostela, justifica el cierre de la fachada occidental [se refiere al Pórtico de la Gloria] en el XVI, cuando ya prestaba sus servicios el Hospital de los Reyes Católicos […], en evitación de los escándalos a que ello daba lugar, puesto que tanto las naves de la iglesia como muy en particular sus tribunas, venían sirviendo de albergue y resguardo en que pasar la noche a un tropel de gente, hombres y mujeres, ya feliz y satisfecha por haber cumplido su romería y que, aunque parlantes de idiomas distintos, para el del amor carnal no precisaban mayores entendimientos que los que se logran con la proximidad física y el alegre barullo”.
Para evitar tentaciones, según Arribas Briones, en el hospital de San Lázaro de Melide se dispuso “que en dicho hospital y casas que a él pertenezcan no moren frailas ningunas, solo si fuere una freira vieja de buena vida, que ayude por devoción a hacer las dichas camas y procure por los dichos pobres”.
Nicola Albani en su Viaje desde Nápoles a Santiago de Galicia, en 1743, cuenta como en un hospital de Redondela (Pontevedra) se le metió una mujer desnuda en su cama y él tuvo que rechazar su compañía porque no quería romper su compromiso de vencer a la lujuria durante su peregrinación. Afirma que denunció a la mujer ante la hospitalera y que fue expulsada del centro sin contemplaciones. Un dicho portugués afirmaba que en el Camino de Santiago era frecuente “ir romeira e vir rameira”.
A pesar del celo que muchos ponían para evitar las relaciones sexuales entre los peregrinos, parece que la tentación vencía a menudo a la prohibición y los peregrinos se las ingeniaban para burlar a los hospitaleros, por ejemplo disfrazándose la mujer de hombre para poder dormir junto a su enamorado.
Los amoríos en el Camino acaban en algunas ocasiones en boda al final de la peregrinación, en la capilla de A Corticela de la catedral de Santiago de Compostela, la parroquia de los peregrinos. Es la forma actual de santificar una parte de las relaciones que surgen en el Camino de hoy que, como en el pasado, debido a las características de esta ruta, tienen un marcado acento multicultural. [JS]