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Del latín peregrinus, ‘el que camina o viaja a un país extraño’. Con el tiempo, el término evolucionó hacia un concepto de viaje devocional, tal y como hoy lo conocemos. En este sentido, el peregrino es la persona que realiza un camino que se dirige hacia una meta situada en un lugar considerado santo, por el hecho de que allí nació, vivió, murió o está enterrado alguien que tenga tal consideración. El camino está lleno de dificultades que tendrá que solventar para llegar a la meta, por lo que muchas veces la vida del cristiano fue considerada como una metáfora de la peregrinación, en la que hay que vencer los obstáculos y enfrentarse a ellos para alcanzar el objetivo de la salvación. Las tres principales metas de romería de la cristiandad están en Jerusalén, donde se desarrolló la vida de Jesús; Roma, donde está enterrado el apóstol San Pedro; y Compostela, que guarda los restos mortales de Santiago.

Desde el hallazgo del sepulcro en el bosque Libredón por el eremita Paio, el obispo Teodomiro y el rey Alfonso II el Casto impulsaron el culto a Santiago y la peregrinación a su santuario, lo mismo que hicieron luego sus sucesores. Este apoyo de la Iglesia y de la Monarquía favoreció la llegada de peregrinos desde todos los lugares de la cristiandad y convirtió a Compostela en una de sus tres ciudades santas.

Alfonso II el Casto viajó a Santiago ya en el siglo IX. Entre los siglos X y XII esta ruta constituye un factor decisivo para la expansión en la Península Ibérica de movimientos artísticos como el románico, literarios, como los cantares de gesta, y económicos, como el desarrollo del comercio.

Los peregrinos venían a Compostela con objetivos diversos. Aunque el fundamental era el religioso, que buscaba en el Camino una vía de redención de los pecados para alcanzar la salvación, otros viajaban para pedirle al Apóstol remedio para sus males, como señal de agradecimiento por los dones concedidos, para demandarle ayuda y poder superar una dificultad personal, ante un problema sufrido por un pueblo o una nación, o para la redención de una pena con espíritu penitencial.

“A este lugar vienen los pueblos bárbaros y los que habitan en todos los climas del orbe […]. Nadie hay que pueda narrar los beneficios que el Santo Apóstol concede a los que le piden de todo corazón. Pues han ido allá muchos pobres, que después han sido felices; muchos débiles, después sanos; muchos enemistados, luego en paz; muchos crueles, después piadosos; muchos lujuriosos, después castos […]. He aquí que la santa ciudad de Compostela ha venido a ser, por la intercesión del Santo Apóstol, la salud de los fieles, la fortaleza de los que a ella vienen”, asegura el Códice Calixtino.

Hacia el año 920 se constata la presencia en Santiago de un tal Bretenaldo, un franco al que se considera el primer peregrino extranjero conocido. Resulta sorprendente también que en 950 llegase el obispo de Le Puy, Godescalco. Desde tierras escandinavas el primer viajero jacobeo conocido fue el rey Sigurd en 1108. Desde Inglaterra vinieron en 1100 Richard Mauveler y Ansgot de la Haye. Desde Italia venían también peregrinos desde el siglo XII, y así desde las más diversas partes del mundo.

Además de los peregrinos que viajaban solos, había también los que marchaban en grupo, como las de los diez mil cruzados ingleses y flamencos que salieron el 23 de mayo de 1147 de Inglaterra y llegaron a Compostela para pedir la ayuda del Apóstol en su lucha contra los infieles.

Aunque la atención a los peregrinos estaba muy cuidada a lo largo del Camino de Santiago, hasta el punto de que el Códice Calixtino dice que el que los recibe “no sólo tendrá como huésped a Santiago, sino también al Señor”, algunos encontraron la muerte antes de finalizar su aventura. Es significativo el fallecimiento de un romero en el Camino Francés que fue trasladado milagrosamente por Santiago en un caballo blanco a través de los cielos para que recibiera sepultura junto a la meta de la peregrinación en Compostela, como se recoge en el milagro IV del libro II del Códice Calixtino; igualmente el Romance de Don Gaiferos canta la muerte de su protagonista a los pies del sepulcro.

Manuel Murguía destaca que “de todas las partes del mundo corrieron miles de peregrinos á visitar la apostólica casa y orar al pie del sepulcro que en ella se guarda. Desde el mismo momento en que se descubrieron los sagrados restos hasta el presente, jamás ha faltado quien viniese á postrarse ante estos altares y buscar en ellos la remisión de sus culpas. Emperadores, reyes, príncipes, duques, papas, obispos, santos, guerreros, trovadores, artistas, mujeres y hasta niños tomaron el Camino de Compostela, visitaron su iglesia y oraron bajo sus bóvedas, viniendo los unos de los más remotos confines de Europa, los otros desde sus islas y apartados retiros, todos llenos de la fe que les guiaba y alentados por la esperanza y seguridad de los grandes perdones que de la peregrinación esperaban. Á ellos debe Santiago su fama, su riqueza, las grandes prosperidades de que ha gozado. Al paso de la innúmera muchedumbre y tanta diversa gente, todo se anima en la nueva ciudad y toma incremento y prospera felicísimamente”.

Según Singul Lorenzo, “la semilla espiritual que creció al amparo de las peregrinaciones a Santiago propició la creación fecunda y colectiva de una cultura cristiana de valores profundos y vocación universal, producto de la vivencia espiritual y de la creatividad de una sociedad plural y menos cerrada en sí misma de lo que a menudo se piensa, permeable a muchas sugerencias culturales de origen judaico e islámico. El alcance de esta singular síntesis favoreció en el norte hispánico, en especial durante los siglos XI y XII, la vitalidad capaz de generar la experiencia creativa del arte del Camino de Santiago”.

Entre los siglos XIII y XV el auge del comercio fomentó también la llegada de peregrinos, tanto por vía marítima como terrestre y contribuyó a que no decayera la afluencia. La actitud de la Iglesia fue la de conceder indulgencias a los que visitaran el santuario compostelano.

Aunque siempre sigue abierto, se produce una notable decadencia del Camino entre los siglos XVI y XIX. Durante el episcopado de Juan de Sanclemente (1587-1602) se escondieron los restos del apóstol Santiago ante el temor de que fueran robados o profanados y hasta el mandato del cardenal Miguel Payá y Rico (1875-1886) no se volvieron a recuperar, lo que, entre otras cosas, ayudaría a justificar la menor afluencia de peregrinos, que resulta muy evidente en el siglo XIX.

Alfonso XII vino a Santiago en el año 1877 traído por el cardenal Payá para tratar de impulsar con su presencia el fenómeno de la peregrinación y lo mismo hizo Alfonso XIII en 1909. Ese año produjo una gran alegría en Santiago la llegada de un grupo de unos cuarenta católicos ingleses con motivo del Año Santo, encabezada por el arzobispo de Westminster, Francis Bourne. Quiso verse como la recuperación de Santiago como meta de los peregrinos de Europa. También llegó otra de Baviera.

Durante el franquismo los devotos venían sobre todo en grandes grupos que fueron convenientemente instrumentalizados por el régimen. Ya en 1976 aparece por primera vez con cierta regularidad el fenómeno de la peregrinación desde Iberoamérica y los Estados Unidos. También como novedad vienen a Santiago emigrantes y empiezan a llegar viajeros en bicicleta. En 1982 se recuperan las romerías jacobeas históricas de presos. Pero será en los años ochenta cuando se pongan las bases para el boom peregrinatorio que se desata con motivo del Año Santo de 1993. A partir de entonces, el número de visitas fue en aumento año tras año. En 2008 fueron más de 125.000 los romeros a Santiago que recibieron la compostela; la mayoría de ellos realizaron el Camino a pie. También fueron muy numerosos los llegados por los habituales medios de transporte.

Por lo que respecta a las peregrinaciones formadas por cientos o miles de personas, junto con la de jóvenes de Acción Católica de España de 1948, hay otras cuatro grandes concentraciones en Santiago en el siglo XX: las motivadas por la visita del papa Juan Pablo II en el Año Santo de 1982, con medio millón de almas llegadas sobre todo del Noroeste España y de Portugal, y en 1989, cuando se celebró en Santiago la Jornada Mundial de la Juventud, con otro medio millón procedente de todo el mundo; y los encuentros europeos de jóvenes de los Años Santos de 1993 y 1999, que congregaron entre cincuenta y cien mil personas en cada caso. [JS]

V. peregrinación / peregrino, indumentaria del / peregrino, ritual del / santo peregrino


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