Para los habitantes de las Islas Británicas de hace más de un milenio, el mar no solamente separaba sus tierras del continente, también facilitaba los contactos con él. Desde la época de los fenicios y los romanos, la bahía de Vizcaya había vinculado estas islas con la Península Ibérica tanto como las había separado. Galicia se conoció, no como el finis terrae de los navegadores de otros países, sino como una parada más en el trayecto marítimo hacia el Mediterráneo.
Dada la conocida afición de peregrinar de los anglosajones, sería sorprendente si, además de Roma y otros lugares santos, no peregrinaran también a Santiago en la época anterior a la conquista de las Islas Británicas por los normandos en 1066. Sin embargo, como afirma el historiador Derek Lomax en su artículo The First English Pilgrims to Santiago de Compostela (1985), parece que el primer visitante a Santiago que se puede identificar con Inglaterra fue el noble anglo-normando Walter Gifford en 1064. Más propiamente inglés era San Godric de Finchale, que combinó los oficios de marinero y mercante antes de dedicarse a peregrinar. Según un relato biográfico, visitó muchos lugares santos, Jerusalén y Santiago en 1102, antes de hacerse eremita en un valle cerca de Durham en 1110.
La experiencia de Godric demuestra la característica esencial de las peregrinaciones desde las Islas Británicas: no solamente la necesidad de cruzar el canal de la Mancha sino también la opción de viajar por mar, bien fuese por toda la distancia a Galicia o sólo por una parte, hasta uno de los puertos atlánticos del continente. También se podía elegir una dirección por tierra y otra por mar, como el caso del obispo de Winchester, Henry de Blois, quien llegó a Santiago por mar en su regreso de Roma en 1151. Pero Lomax también enumera unas instancias de unos nobles anglo-normandos que peregrinaron a Santiago por tierras francesas e hispanas.
A veces, en gratitud por la hospitalidad recibida en unos monasterios, esos peregrinos obsequiaron a las casas religiosas con unas propiedades o bienes en Inglaterra. Esos donativos se citan en documentos conservados en los archivos de monasterios franceses como Sainte-Marie de la Sauve Majeure, cerca de Burdeos. Entre los nobles peregrinos mencionados están Richard Mauleverer de Yorkshire, Ansgot de la Haye de Lincolnshire, Hugh Montgomery, conde [earl] de Shrewsbury, Oliver de Merlimond, jefe de casa [chief steward] de Hugh Mortimer, señor [lord] de Wigmore, y Waleran de Beaumont, conde de Meulan en Normandía y earl de Worcester en Inglaterra. El caso de Oliver de Merlimond es especialmente interesante: dio a los canónigos de San Víctor de París la iglesia que estaba construyendo en el pueblo de Shobden, en el condado de Hereford. Esa iglesia -hoy en día en ruinas- y otras de la misma zona comparten características artísticas que parecen mostrar la influencia de la catedral de Santiago y de otros templos en la ruta a Compostela desde Inglaterra. Por eso, resulta probable que Merlimond fuera acompañado por un escultor o artista, que luego utilizó en las iglesias del condado de Hereford los motivos que había visto y dibujado en el viaje.
Muchos nobles peregrinos del siglo XII se conocen hoy por la investigación meticulosa de los cartularios. Pero había, por supuesto, muchísimos peregrinos a Santiago desde las Islas Británicas de todas las clases sociales de los que no se sabe nada, porque no queda ninguna evidencia documental de su paso. Es posible que las propiedades londinenses adquiridas por el monasterio-hospital de Santa María de Roncesvalles -como el hospital de Charing Cross y la iglesia de Santa María Aylward- fueran donativos de peregrinos, aunque no se sabe de quién ni en qué fecha. Para obtener un sentido más vivo de quién peregrinó desde las Islas Británicas y por qué, hay que repasar las colecciones de los milagros de santos ingleses como San Godric, San Gilberto de Sempringham, Santo Tomás Becket, San Guillermo de Norwich y Santa Frideswide. Así se encontrarán unos relatos de los que hicieron votos a Santiago por diversos motivos, los que se curaron de enfermedades o se salvaron de tormentas u otros peligros por su intervención y peregrinos que se pusieron en camino para cumplir sentencias jurídicas o penitenciales.
Por la evidencia documental existente, por la amplísima gama de monumentos y por las dedicaciones medievales que sobreviven queda claro que la devoción a Santiago se estableció por todas partes de las Islas Británicas. El foco de mucha de esa veneración fue una supuesta reliquia del Santo Apóstol: una mano, traída a Inglaterra en 1125 por Matilda, hija del rey inglés Henry I y viuda del emperador Henry V. La gran abadía de Reading, de la que hoy quedan solamente unos restos, se construyó para acoger esa reliquia, a la que se le atribuyeron muchos milagros y que fue venerada por miles de peregrinos cada año hasta su desaparición en la Reforma del siglo XVI.
Como ha escrito Brian Tate en su ensayo Pilgrimages to Saint James of Compostella from the British Isles during the Middle Ages (1990, reeditado por la Confraternity of Saint James en 2005), para entender las vicisitudes de esas peregrinaciones hay que considerarlas en el contexto político y comercial de su época. El declive relativo del poder marítimo musulmán y las complicadas relaciones entre Inglaterra, Francia y Castilla de los siglos XIII y XV tuvieron unas consecuencias importantes para las peregrinaciones desde las Islas Británicas. El cambio más significativo fue el incremento notable, a lo largo de ese periodo, del número de peregrinos que viajaban por mar. A eso se le suma la serie de licencias reales otorgadas a los dueños y capitanes de barcos ingleses, autorizándoles a llevar peregrinos a Santiago. Aunque ese tráfico debía algo a los vínculos comerciales -vino, textiles- entre Inglaterra y los puertos continentales, la mayor parte consistía en el transporte de peregrinos a Galicia y de nuevo a sus tierras. Bristol, los puertos de Cornualles -Saint Ives, Penzance, Fowey-, la costa sur de Inglaterra -Plymouth, Dartmouth, Bournemouth, Poole, Southampton-, Galway, Waterford, Wexford y Dublin en Irlanda y Pembroke en Gales, eran los puntos de mayor número de embarques. Se supone que los peregrinos de Escocia embarcaban en los puertos del Clyde, Forth o Tay o que marchaban hasta Newcastle.
El estudio detallado de las licencias llevado a cabo por Constance M. Storrs, que lleva por título Jacobean Pilgrims from England to St. James of Compostella from the Early Twelfth to the Late Fifteenth Centuries (1994, reeditado por la Confraternity of Saint James en 1998) demuestra que aunque la primera licencia tiene fecha de 1235, el tráfico de peregrinos por mar realmente empezó a crecer a partir de 1350. Además, seguía aumentando hasta medios del siglo XV. El momento álgido ocurrió en 1434, un año jubilar compostelano, con unas 70 licencias otorgadas, pero otros jubileos (1428, 1445, 1451, 1456) también marcaron unos puntos altos. En general, los barcos que llevaban los peregrinos eran pequeños, y en muchos casos, pertenecieron a los que actuaban de capitanes. Podían llevar entre 30 y 400 peregrinos por viaje. Suponiendo una cifra media de 60 peregrinos por barco, el número total de pasajeros jacobeos en la última mitad del siglo XIV puede ser 5.000, mientras la cifra correspondiente a la primera mitad del siglo XV sería de unos 14.000 -casi tres veces más-.
Rutas marítimas//// Las rutas tomadas por los peregrinos para llegar a los puertos eran, fundamentalmente, las vías ordinarias, pero dos destacan como preferidas. Una fue la ruta desde Reading, donde se podía venerar la reliquia tan ilustre de Santiago, hasta el puerto de Southampton, punto de embarque. La otra fue la bien conocida Ruta de la Sal entre Droitwich y Bristol, la ciudad que más que cualquier otra se asociaba con el poder mercantil y marítimo inglés y desde donde embarcaban muchos barcos hacia las costas ibéricas. Frecuentemente, para protegerse de los piratas que pululaban en las aguas costeras continentales, los barcos viajaban en convoy. Con buen tiempo y un viento favorable se podía viajar desde Inglaterra hasta A Coruña en seis días, pero también un barco lleno de peregrinos podía quedar estancado durante semanas, esperando las condiciones temporales que le permitieran salir del puerto.
El viaje por mar, aunque más corto y libre de algunos de los riesgos de una peregrinación por tierra -ataques, robo, conflictos políticos, etc.- tampoco era fácil ni particularmente agradable. Las condiciones a bordo eran malas, el movimiento de las olas provocaba mareos y los peligros de tormentas y piratería podían presentarse en cualquier momento. Sin embargo, frente a los seis meses -o más- que se necesitaban para peregrinar por tierras francesas, la opción marítima evidentemente tenía su atractivo.
Ningún resumen de la historia de las peregrinaciones británicas sería completo sin la mención de las muchas obras literarias que aparecen desde ese momento. De los viajes por mar del siglo XV surgieron creaciones tan diversas como el poema anónimo The Pilgrims Sea Voyage and Sea Sickness -que trata en términos muy gráficos de la vida incómoda a bordo-, el relato autobiográfico de la mística Margery Kempe -que viajó a Compostela en 1417 para cumplir un voto- y los Itinerarios de William Wey -un profesor del colegio de Eton que describió sus peregrinaciones a Santiago, Roma y Jerusalén.
Más tarde, en la colección de relatos publicada en 1625 por Samuel Purchas como Purchas His Pilgrims, apareció otro poema anónimo tratando el viaje de 1425 por mar hasta Burdeos y desde allí por tierra hasta Compostela. Las narraciones de Robert Langton y Andrew Boorde también aportan a la literatura jacobea mucha información sobre la experiencia de peregrinar en las últimas décadas del siglo XV y las primeras del XVI.
La Reforma protestante y la creación de la Iglesia anglicana dieron un fuerte golpe al impulso de peregrinar en las Islas Británicas del que nunca se recuperó. El empeoramiento de las relaciones entre Inglaterra y España en la época de Isabel I y Felipe II tuvo el efecto de dañar durante dos siglos la amistad tradicional entre los dos países. Solamente se reestableció al encontrarse como aliados de nuevo frente al poder francés y pasó más tiempo todavía antes de que los británicos se interesasen otra vez por las peregrinaciones a Santiago. Esa curiosidad que surge en el siglo XIX se debió sobre todo al deseo de viajar fomentado por las agencias de viaje como la de Thomas Cook, una actitud fomentada por escritores ingleses como Robert Southey y Richard Ford, que trataron la peregrinación con escepticismo, o George Borrow, que en The Bible in Spain pintó a Santiago y a la peregrinación como una costumbre anticuada.
El siglo XX//// En el siglo XX, el renacimiento del interés en la peregrinación, sus rutas y tradiciones se han situado en el contexto de una fascinación general con todo lo medieval y a partir de la Guerra Civil con España misma, por parte de los británicos. El ejemplo de la asociación francesa de los Amis du Chemin de Saint-Jacques fundada en París en 1950, y de un organismo similar, los Amigos del Camino de Santiago, establecida en Estella en 1965, animó la fundación de muchas otras asociaciones dentro y fuera de España en los años ochenta. Entre ellas estuvo la Confraternity of Saint James, que se estableció en Londres con seis socios, cada uno ya socio de los Amis de Francia, el 17 de enero de 1983. Sus fines incluyen la educación del público sobre la peregrinación, la provisión de consejo y ayudas prácticas a los que quieran realizarla y la identificación, recuperación e investigación del patrimonio jacobeo de las islas Británicas.
En el cumplimiento de esos objetivos, la Confraternity ha creado una amplia biblioteca abierta al público, montando anualmente un programa de conferencias y otros eventos, editando una gama de publicaciones y traducciones -incluso unas guías de todas las rutas jacobeas de Francia y España-, y financiando la reconstrucción y administración de dos albergues de peregrinos en España, uno en el pueblo leonés de Rabanal del Camino y el otro en Miraz, en la provincia de Lugo, Galicia. Ambos albergues están atendidos por equipos de hospitalarios voluntarios de la Confraternity y por muchas otras asociaciones jacobeas. Hoy en día la Confraternity cuenta con más de 2.000 socios. Aunque la mayor parte de los que peregrinan desde las Islas Británicas viajan por tierras francesas y españolas, la Confraternity guarda la memoria de las peregrinaciones por mar de los siglos pasados. En 1999 participó en una recreación de dos barcos históricos desde Cornualles hasta Galicia. Reino Unido es el noveno país como más peregrinos que reciben la compostela, con una media de 1.500 a 1.700 en los últimos años. [LD]