XacopediaVirxe da Barca, santuario de A

Situado en las inmediaciones de la localidad de Muxía, es una de las dos metas del Camino de Fisterra-Muxía, en la costa de Galicia. A 87 km de Santiago. La leyenda de la aparición de la Virgen al apóstol Santiago en un lugar recóndito y apartado conocido como Punta Xaviña (Muxía), aúna la devoción jacobea con la mariana, algo muy semejante a lo ocurrido en Zaragoza, también durante la predicación de Santiago en Hispania. La leyenda y la tradición nos hablan de un Santiago cansado de predicar en vano, tanto en Hispania como en las propias tierras de Fisterra, donde los paganos se habían burlado de él en Duio -ciudad legendaria, citada en la tradición jacobea de la inventio-.

Los habitantes de Duio habían preferido seguir sus cultos paganos y pan-teístas, por lo que el Apóstol rogó que la ciudad quedara para siempre bajo las aguas. Desolado, el santo llegó al litoral de Punta Xaviña cuando observó que se acercaba por mar una barca. En ella venía la Virgen, que le consoló y dio ánimos, a la par que le anunciaba que era necesario que regresara a Jerusalén, puesto que su misión en Hispania ya estaba finalizada y la semilla sembrada. Se dice que la Virgen le dejó al Apóstol una imagen suya que este depositó en un pequeño altar junto a las rocas. La barca de la Virgen quedó allí para siempre y desde entonces es conocida como Pedra de Abalar. Se conservan también otras grandes piedras de la barca: la gran vela -Pedra dos Cadrís- e incluso el timón.

La leyenda y milagro de A Barca, que cobró auge en una época tardía pero con un firme origen medieval, tuvo una amplia divulgación en toda Europa y, por ende, en todo el mundo vinculado a la peregrinación jacobea, en la que tuvo, sin duda, un papel primordial el cercano monasterio de Moraime. El origen de los extraordinarios acontecimientos de Muxía está en la cristianización de unos cultos panteístas, con base litolátrica -culto a las piedras-, basada en la necesidad de una reafirmación de la doctrina cristiana y el rechazo absoluto de un paganismo latente y todo género de supersticiones vinculadas al mismo que, aún en época tan tardía como el año 575, reclamaban personajes como Martín de Dumio en su famoso discurso De Correctione Rusticorum. Hacía falta reconvertir, sin forzar ni violentar, todo un universo pagano. Algo similar ocurrió en Fisterra y en su promontorio Nerio, donde toda serie de cultos panteístas tenían también su asiento, tales como la ermita de San Guillermo y sus ritos de fertilidad, tumba o dolmen de Orcavella, la leyenda del caballo de oro, etc.

Es así como los más importantes personajes del mundo cristiano, el Santo Cristo en Fisterra y la Virgen en Muxía, llegan a esos parajes -ambos por mar-, contribuyendo, de paso, no solamente a la cristianización de esos arcanos ritos, sino a integrarlos en la gran leyenda jacobea. A su vez, Muxía y Fisterra -y los grandes personajes del ordo cristiano entronizados en ambos lugares- quedaron firmemente vinculados, incluso en el ámbito popular: Veño da Virxe da Barca/ Veño de abala-la pedra/ Tamén veño de vos ver/ Santo Cristo de Fisterra. Esta relación quedó reflejada, a lo largo de la historia, en todos los peregrinos que se acercaron a estos remotos lugares del mundo entonces conocido.

Aunque la leyenda de la Virgen y su milagrosa aparición al apóstol Santiago llegó a su máximo esplendor en el siglo XVIII, ya en las más antiguas manifestaciones de los peregrinos que han llegado hasta nosotros (s. XV) se refleja el conocimiento de la leyenda, principal motivo, además, de su viaje a esos remotos confines. Nompart II, señor de Caumont, tituló su peregrinación (1417) Voaitge de Nopar, signeur de Caumont a Saint Jacques en Compostelle et a Notre Dame de Finibus Térrae. Sebastián Ilsung (1446), el patricio de Augsburgo que viaja A Finster Sterren y al barco de Nuestra Señora, se asombra al conseguir abalar la piedra del barco de la Virgen, declarando al respecto -en otro símbolo evidente de cristianización del rito- que “el que ha matado a alguien o está excomulgado y no ha expiado totalmente su pecado no la puede mover ni siquiera un trocito”.

También se acercó hasta allí la comitiva del noble bohemio Leo von Rozmithal (1466). En la relación de su secretario personal, Wenceslao Schaschek, no se deja de destacar lo siguiente: “Vimos en la costa una nave con sus remos, cables y demás aparejos, hecho todo de piedra, y aseguran que esa nave transportó a Dios con su madre”. Poco después (1484), llega hasta aquellos remotos lugares el noble de Breslau (Silesia) Nicolás de Popiévolo. Afirma que en este santuario ve “un barco destrozado, hecho de pura piedra, con un mástil y una vela colgada, ambos de piedra. El mástil tendrá la altura de tres hombres y su volumen, tres hombres apenas podrían abrazarlo. Sin embargo, yo y otros pudimos mover esta piedra con una mano, y esto parece un gran milagro”.

Ya en el siglo XVI, el peregrino italiano Bartolomé Fontana (1539) manifiesta, como hiciera Ilsung, que la gran piedra de la Virgen solo la pueden mover quienes estuvieran en gracia de Dios. Erich Lassota de Steblovo, que desembarca en Muxía el 5 de octubre de 1580, señala: “A la entrada -del puerto de Muxía- y a la derecha hay una gran capilla o iglesia, en la que se venera con mucha devoción a Nuestra Señora, llamada de la Barca”. Curiosísimo es el relato del peregrino y prelado austriaco Chirstoph Guzinger (1654). Como todos los que se acercaron hasta allí, narra el milagro de la Virgen y luego, atendiendo al consejo que le contó un sacerdote en Compostela, declara -anticipando que no es un artículo de fe- que, en los alrededores de Nosa Señora da Barca “he contemplado minuciosamente lo que sigue a continuación: en muchas de las gruesas y anchas rocas [...] hay muchos miles de caracolillos metidos en su concha [...] éstos, adhiriéndose unos a otros, se colocan cada día de manera distinta, y dejando espacios intermedios forman cada día nuevas figuras, que se parecen más de las veces a cruces sencillas o dobles, a la cruz de Cristo, a la de San Pedro o a la de San Andrés, y también forman algo parecido a la inscripción IHS [...]”

El franciscano Giovanni Lorenzo Bonafede Vanti, que llegó a Muxía en 1717, copió y dio a conocer una Relación verdadera de los milagros de Nuestra Señora de La Barca. Y es también otro italiano, el carmelita Giácomo Antonio Naia, quien llega a A Barca en 1718, tras ser acogido en Ozón y Moraime. El fraile es hospedado por el párroco varios días y dice misa en la capilla de la Virgen, por entonces en plena remodelación. Naturalmente, también vio la barca de piedra y se maravilló de poder moverla con una sola mano.

En el solitario lugar de A Barca, al pie del monte Corpiño, se han sucedido varios templos. Posiblemente los primeros serían poco más que pequeñas ermitas ya que el actual fue iniciado en 1716. La obra, emprendida por el conde de Frigilana y Aguilar y su esposa Alfonsa de Castro, fue continuada por su hija, Teresa Rivadeneira, esposa del conde de Maceda. A su muerte, los condes fueron enterrados junto al altar mayor.

Las torres de la fachada principal del santuario, sin embargo, no fueron realizadas en la gran obra del XVIII, fueron rematadas el año 1958 gracias al impulso y la ayuda financiera de un emigrante muxiano en América, Romualdo Bentín. La planta del templo es de cruz latina y su interior, muy austero, tiene un interesante retablo barroco, obra de Miguel de Romay, el mismo artista compostelano que trabajó en la capilla del Cristo de Fisterra, en Santa María das Areas. Dividido en tres cuerpos verticales, el central está presidido por la Virgen y en los laterales se muestran, de medio cuerpo, los apóstoles, colocados en sentido vertical. En un lateral del templo, se sitúa el retablo de una construcción anterior, presidido por San Miguel y con multitud de símbolos jacobeos como conchas de vieira, calabazas y bordones. Hay también un curioso exvoto, realizado posiblemente en 1724 por Domingo Antonio de Uzal, en el que aparece el donador, Gonzalo de Manuel Lanzós, sustituyendo al propio Apóstol ante la Virgen, arrodillado en actitud orante.

Cuentan los viejos marineros que, dadas las grandes dimensiones del templo, se cortaban y preparaban en su interior las velas que se utilizaban para las embarcaciones pesqueras, principal fuente económica de la villa de Muxía. Y también que su techo era pintado de blanco para ser divisado en la lejanía por los marineros y señalar así el buen rumbo.

La talla de la Virgen, de dimensiones reducidas, es de estilo gótico y está policromada. Dado que a finales del siglo XIV hay un gran tráfico con imágenes procedentes del norte de Europa, se ha insistido en su procedencia nórdica, aunque otros estudiosos apuntan a un posible origen francés. De una forma u otra, la imagen de la Virgen muxiana es un icono y referencia absoluta tanto de ese lugar como de toda la comarca de Fisterra y, por ende, de todos los peregrinos que prosiguen desde Santiago hacia el fin del antiguo mundo conocido. Está situada en el interior de un camarín y recoge todos los atributos de la aparición a Santiago: María, en el centro de la nave, es sostenida por un ángel mientras otros dos reman y el Apóstol se postra a los pies de la Virgen. Santiago aparece como peregrino, con túnica, manto y esclavina adornada con vieiras.

Una de las grandes romerías es la que se festeja en honor a esta Virgen. En ella se mezcla devoción, costumbres ancestrales y tradición secular y produce siempre algo irrepetible. La celebración tiene lugar entre el 9 y el 15 de septiembre y acuden miles de romeros a la Virgen del gran mar de Muxía, en una marea que dura toda la semana pero que se convierte en masiva el sábado, para abandonar la villa marinera el domingo a mediodía. Esta costumbre hacía que la noche del sábado fuese una continua fiesta donde cualquier tipo de descanso parecía prohibido. No obstante, existía la costumbre de alquilar habitaciones a los romeros que acudían desde lugares lejanos.

A comienzos del siglo XX a los peregrinos se les entregaban unos sencillos haces de paja para descansar y se les ofrecía una jícara de chocolate para hacer frente a la intensidad del día. Junto a la fiesta, imparable, se vivía también una intensa devoción. Antes y ahora, muchos practicaban una dura penitencia avanzando, de rodillas, entre la villa de Muxía y el santuario, al cual se accedía por un camino distinto al actual, el llamado ‘camiño da Pel’, que discurría entre los muros de piedra que protegían los cultivos del salitre del mar, siempre tan presente. [JAR]

V. Abalar, piedra de / Fisterra


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