La ciudad de Roma, actual capital de Italia, con 2.800.000 habitantes, es uno de los tres grandes centros históricos de peregrinación de la cristiandad, junto con Jerusalén y Santiago de Compostela. Esta urbe, fundada hacia el siglo VIII a.C., fue la capital del Imperio romano y, más tarde, siguió alimentando su leyenda cuando se convirtió en el principal centro de poder y difusión del cristianismo.
El poder terrenal y político fue sustituido por el no menos visible del espíritu. El origen de este cambio hay que buscarlo en una temprana tradición que difundió la idea de que en Roma estaban enterrados los dos grandes protagonistas de la primera Iglesia de Cristo: San Pedro y San Pablo, considerados los artífices de la implantación del cristianismo en el mismo corazón del gran Imperio. Eran los dos pilares sobre los que se sostenía la Iglesia y por ello su festividad se celebra el mismo día, el 29 de junio.
Así pues, la peregrinación a la Caput Mundi era para muchos cristianos una apremiante necesidad de manifestación de su fe. A esto, aunque de manera secundaria, se unía el poder de la memoria popular, que concebía a Roma como una ciudad excepcional, cabeza de lo que fue el mayor imperio conocido.
Como ocurrió con la de Santiago de Compostela, la peregrinación a la ciudad romana vivió, a través de los siglos, periodos de esplendor y de decadencia, pero formó parte de la imagen más característica de la ciudad y contribuyó a su desarrollo socioeconómico y a la consolidación del propio Estado eclesiástico del Vaticano. “Ver Roma y después morir”, decía un popular proverbio.
Los papas y la propia ciudad procuraron siempre favorecer el fenómeno de la peregrinación mediante iniciativas hospitalarias, de protección y hasta de promoción y publicidad, como lo evidencia la guía medieval Mirabilia urbis Romae. Además, durante la Alta Edad Media, se constata un notable auge de la doble peregrinación a Roma y Jerusalén, pero también a Santiago de Compostela. Muchos peregrinos europeos, tras visitar Roma, tomaban esta urbe como punto de partida para iniciar el Camino a Tierra Santa. Otros, desde allí viajaban después a Santiago de Compostela, como se recoge en los milagros realizados por mediación o intercesión del apóstol Santiago, contados en los capítulos VII, IX y X del libro II del Códice Calixtino. Tanto para llegar a Roma desde el norte y centro de Europa, como para marchar de Roma a Compostela y viceversa, los peregrinos utilizaban la Vía Francígena habitualmente.
La peregrinación a Roma tuvo su origen ya en los primeros siglos del cristianismo y estaba motivada por la búsqueda de los sepulcros de los dos grandes apóstoles citados. La veneración de las reliquias de los discípulos predilectos de Jesucristo era una manera también de estar cerca del propio maestro. El mismo Jesús le dice: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos, y lo que ates en la Tierra quedará atado en los Cielos y lo que desates en la Tierra quedará desatado en los Cielos” (Mateo 16, 18-19).
En el Códice Calixtino se dice también que “dio el Señor a los apóstoles, a quienes envió a predicar, la potestad de hacer milagros para que confirmasen su predicación con las consiguientes señales, pues era conveniente que hicieran novedades los que novedades predicaban. Y puso a Simón el nombre de Pedro”. En esta misma obra, se resalta también la primacía que Cristo les concede a Santiago, Pedro y Juan: “Y como sobre los doce hijos de Israel puso tres patriarcas, Abraham, Isaac y Jacob, así también de los doce apóstoles escogió a tres como señores y jefes, es decir, a Pedro, Santiago y Juan, con preferencia a los demás. A estos tres varones los eligió del mismo modo junto al mar de Galilea (Mateo 4, 18); a ellos, cuando resucitó a la hija del jefe de la sinagoga, los llevó consigo a la casa para ver el milagro, con ausencia de los otros discípulos (Marcos, 5, 37); a ellos les descubrió sus misterios más plenamente que a los demás; a ellos les hizo ver su transfiguración en el monte Tabor (Mateo, 17, 1); a ellos se dolió en su pasión como el amigo a los amigos, mostrándoles la tristeza de su carne.”
Los promotores de la peregrinación jacobea, a través de un libro tan trascendental como el Códice Calixtino, trataron de relacionar la visita a Roma para venerar los restos de San Pedro, que ya se producía en el siglo II, con la realizada a Santiago de Compostela, impulsada a partir de la inventio de Paio y Teodomiro en el primer cuarto del siglo IX. Por ello unían las figuras de Pedro, Santiago y su hermano Juan como los discípulos a los que Jesús más amaba. Las imágenes de Pedro, Pablo, Santiago y Juan se disponen también junto a la de Cristo en el Pórtico de la Gloria.
Como ya se dijo, hay noticias de peregrinos que visitaban la tumba de Pedro desde finales del siglo II. Se trataba de un culto a los santos y a sus reliquias que la nueva Iglesia pronto empezará a contemplar como una excepcional herramienta para la intercesión ante Dios. Pero quizá sea en el siglo IV cuando esta peregrinación se empieza a regularizar, coincidiendo con la decadencia del antiguo Imperio y con los tiempos del emperador Constantino el Grande, que autoriza la práctica legal del cristianismo. Poco antes, Santa Helena había dado un paso no menos significativo a favor de la peregrinación romana al traer a la ciudad desde Tierra Santa, adonde había peregrinado, un fragmento de la Vera Cruz [considerada la Cruz de Cristo], y fomentar con diversas iniciativas el patrimonio cristiano de la ciudad.
Aunque con altibajos derivados de las luchas políticas y de religión, la peregrinación a Roma se mantuvo. En los siglos centrales y finales de la Edad Media, este fenómeno cobró un nuevo impulso al extenderse la idea de la romería jacobea como penitencia para la redención de los pecados. En este periodo floreció también la peregrinación a Santiago y esta misma idea penitencial se recoge asimismo en el Códice Calixtino: “El camino de peregrinación es para los buenos; carencia de vicios, mortificación del cuerpo, aumento de las virtudes, perdón de los pecados, penitencia de los penitentes, camino de los justos, amor de los santos, fe en la resurrección y premio de los bienaventurados, alejamiento del infierno, protección de los cielos.” El espíritu de pobreza y humildad y la necesidad de compartir lo que se tiene es destacado también como una de las características que deben presidir las dos peregrinaciones, ya que “si san Pedro fue a Roma descalzo y sin dinero y habiendo sido crucificado se llegó al Señor, ¿cómo muchos peregrinos cabalgando con mucho dinero y dos vestidos, comiendo manjares deliciosos, bebiendo más vino de la cuenta y nada repartiendo entre sus hermanos se dirigen a él? Si Santiago, sin dinero ni calzado, fue peregrino por el mundo y finalmente degollado, subió al Paraíso, ¿cómo los peregrinos repletos de diversos tesoros, sin dar a los necesitados, se encaminan hacia él?”
Estos nuevos peregrinos penitenciales se unen, en los múltiples caminos que conducen a Roma, a los puramente devotos de siempre. Esta reforzada afluencia acabará desembocando en la creación del año jubilar romano, el primero de la cristiandad, establecido en 1300, como un mecanismo de renovación y potenciación de las expectativas de la peregrinación.
El capítulo XVII del libro II del Códice Calixtino narra un milagro en el que Santiago se dirige a Roma, junto a la basílica de San Pedro, para solicitar la intercesión de la Virgen María para que le devolviera su alma a un endemoniado que peregrinaba a Compos-tela. El propio peregrino lo cuenta así: “Llegamos a Roma, donde junto a la iglesia de San Pedro Apóstol había un lugar verde y espacioso en la llanura del aire, al que muchedumbre innumerable de santos había venido a una asamblea. La presidía la venerable Señora Madre de Dios y siempre Virgen María [...]. Ante ella se presentó enseguida el santo apóstol, mi piadosísimo abogado, y delante de todos clamó de qué manera me había vencido la falacia de Satán. Y ella, volviéndose al punto a los demonios, dijo: ¡Ah! desgraciados. ¿Qué buscabais en un peregrino de mi Señor e Hijo y de Santiago su leal? [...]. Entonces, dominados los demonios por un gran temor, al decir todos que habían obrado injustamente contra el Apóstol engañándome, mandó la Señora que se me volviese al cuerpo.
Tomándome, pues, Santiago me restituyó inmediatamente a este lugar. De esta manera he muerto y he resucitado”. Este milagro fue recogido también en las Cantigas de Santa María, de Alfonso X el Sabio.
Actualmente, Roma, como sucede también en Santiago de Compostela, sigue manteniendo un flujo de peregrinos constante, que se dispara durante los años santos. La romería romana tiene como objetivo la visita a los templos que la tradición relaciona con las sepulturas de los apóstoles Pedro -basílica de San Pedro del Vaticano- y Pablo -basílica de San Pablo Extramuros-, a los que históricamente se unen los de San Juan de Letrán -también conocido como del Salvador-, San Lorenzo Extramuros y Santa María la Mayor. Antiguamente se visitaban estas cinco iglesias en una sola jornada. Los templos de San Sebastián y sus catacumbas y el de la Santa Cruz de Jerusalén, con reconocidas reliquias procedentes de Tierra Santa, también solían ser destino de los peregrinos.
La ciudad de Roma fue una fuente permanente de inspiración para la peregrinación a Santiago de Compostela, siempre atenta a las medidas que para su fomento tomaba la cabeza de la Iglesia, asentada en la legendaria urbe italiana. Así se conceden a los peregrinos a Santiago indulgencias y se implanta el año santo compostelano, que surge tomando como referencia el romano. Lo mismo ocurre con determinados aspectos que orientan el proceso histórico de la edificación de la catedral de Santiago, que, como sucedía en Roma, se construyó sobre un supuesto sepulcro apostólico -la basílica de San Pedro se sitúa sobre la tumba este apóstol, como se hará también en el siglo IX con la primera iglesia que acogió los restos de Santiago- y sigue en su estructura la misma disposición que los espacios santos romanos.
A lo largo de los siglos, la catedral compostelana seguirá inspirándose en los templos de Roma. Así sucede, por ejemplo, con la creación de la Puerta Santa en el siglo XVI -toma como modelo la romana, levantada una centuria antes- o con el gran baldaquino barroco.
Durante los siglos XI y XII, Santiago llegó a superar en ocasiones al principal centro de peregrinación del cristianismo. No eran pocos los que intentaban visitar las tres ciudades santas, pero, de no poder ir a Jerusalén, cuyo viaje fue casi siempre más problemático, al menos procuraban llegar a Roma y Santiago. En el Códice Calixtino se reconoce que “con razón se considera a Roma como la primera sede apostólica, pues Pedro, el príncipe de los apóstoles, la consagró con su predicación, con su propia sangre y con su sepultura. Compostela se tiene justamente por la segunda sede, porque Santiago, que fue entre los demás apóstoles el mayor después de san Pedro, por su especial dignidad, honor y calidad, y en los cielos tiene la primacía sobre ellos, la santificó primero con su predicación antiguamente, y laureado con el martirio la consagró con su sacratísima sepultura y ahora la ilustra con sus milagros y no cesa de engrandecerla con sus permanentes beneficios”.
Históricamente, la principal huella jacobea en Roma fue la iglesia de Santiago de los Españoles, que continúa abierta en la Piazza Navona. Se levantó este templo, junto con un hospital anexo para peregrinos del Reino de Castilla que visitaban Roma, en el siglo XV, y alcanzó una gran fama como centro de expansión de la tradición santiaguista. Como consecuencia de las donaciones españolas, el templo logró acumular un rico patrimonio, que sin embargo se perdió con la crisis de principios del siglo XIX. A finales de esta centuria, la iglesia fue restaurada, aunque ya nunca recobró su antiguo esplendor, del que nos queda como muestra la grandiosa estatua de mármol de Santiago el Mayor, del siglo XVI, quizá la escultura de mayores dimensiones del mundo dedicada al apóstol, y una de las obras más reconocidas del gran escultor italiano Iacopo d´Antonio Sansovino. Esta obra, sin embargo, se custodia actualmente en la principal iglesia española en Roma, la de Montserrat, en la calle de L´Ospedale, cuya advocación tiene un gran arraigo en la Cataluña jacobea, sobre todo por la ubicación de su santuario en el Camino de Sant Jaume.
El nombre oficial es el de Iglesia Nacional Española de Santiago y Montserrat, pero se la cita con frecuencia como iglesia de Montserrat. Este templo romano, por cierto, está simbólicamente unido al renacer moderno de la tradición jacobea, ya que fue allí donde el papa León XIII dio a conocer, en la simbólica fecha del 25 de julio de 1884, la bula por la que se confirmaban como auténticos los restos de Santiago encontrados en la catedral compostelana en 1879, tras las excavaciones dirigidas por el canónigo Antonio López Ferreiro, por orden del cardenal Payá, para recuperar los despojos escondidos trescientos años antes por el arzobispo Juan de Sanclemente. Esta decisión papal fue clave para iniciar el momento de expansión que actualmente viven el mundo jacobeo y las peregrinaciones a Santiago de Compostela. En el presente existen varias iniciativas para potenciar la peregrinación entre Roma y Santiago, y viceversa, a través del Camino de Santiago y la Vía Francígena. Ha trabajado en el estudio de este proyecto la Confraternidad de San Jacopo de Perugia (Italia). Existe ya señalización al respecto en ambos itinerarios, a través de Italia y Francia. Entre 2006 y 2009 setenta peregrinos recibieron la compostela por haber realizado el camino entre Roma y Santiago. [MR/JS]