La palabra peregrinación está formada por la preposición latina per [a través de] y del término ager [campo]. La preposición forma parte también de palabras como peligro [periculum], ‘perito’, ‘experto’ o ‘experiencia’. Para Ortega y Gasset, en La idea de principio en Leibniz y la evolución de la teoría deductiva, la raíz latina per-, entendida como viajar, proporciona una comprensión de lo que es empirismo y experiencia mucho más concreta, viva y filosóficamente importante que todas las definiciones epistemológicas que de estos términos se puedan dar. El equivalente de esta preposición latina en alemán es fahr y forma parte también de palabras como fahren, que significa ‘viajar’; gefhar, ‘peligro’, o erfahrung, ‘experiencia’.
La peregrinación es, por lo tanto, un viaje a través del que uno adquiere una determinada experiencia y en el que ha de afrontar los peligros que se presentan en el camino. En sus orígenes, peregrinar era mucho más que viajar para realizar intercambios o para disfrutar de lo que hoy podríamos denominar turismo; resultaba un vehículo imprescindible para el conocimiento y el saber.
La idea del viaje como sistema de aprendizaje estaba ya en la cultura grecolatina; Hermes, el dios de los viajeros, era también protector del saber, del ingenio, las artes y la astucia. Por otra parte, el propio Cristo dijo que él era “el camino, la verdad y la vida” (Juan, 14, 6). La idea de camino como ruta que se ha de seguir para alcanzar la salvación está presente en muchas religiones, que vieron la peregrinación como una metáfora de la existencia humana, que hace que nos preguntemos de dónde venimos y hacia dónde vamos, qué camino seguimos para llegar a la meta que deseamos.
Según el arzobispo compostelano actual, Julián Barrio Barrio, “la muerte es viaje igual que la vida, y viaje es también lo que conduce a cualquier meta de índole espiritual, y sobre este presupuesto antropológico y religioso-teológico se asienta la peregrinación a Santiago de Compostela, es decir, la condición de viajero, propia del hombre, su status viatoris, es algo que desde el principio forma parte de la historia humana, tanto religiosa como profana. En suma, puede afirmarse que los caminos antiguos fueron un elemento importante en la transmisión y también en la creación de manifestaciones culturales y religiosas, pero algunos de ellos, como el de Jerusalén, el de Roma y, sobre todo, el de Santiago, de manera especial”.
Afirma el Liber Sancti Iacobi (s. XII) que “el camino de peregrinación es cosa buena, pero es estrecho. Pues estrecho es el camino que conduce al hombre a la vida: en cambio, ancho y espacioso el que conduce a la muerte. El camino de peregrinación es para los buenos; carencia de vicios, mortificación del cuerpo, aumento de las virtudes, perdón de los pecados, penitencia de los penitentes, camino de los justos, amor de los santos, fe en la resurrección y premio de los bienaventurados, alejamiento del infierno, protección de los cielos”.
El fenómeno de las peregrinaciones no es exclusivo ni de la religión católica ni de la historia de sus ritos. En las distintas religiones expresa siempre el deseo y la necesidad de los seres humanos de buscar y encontrar a Dios. Observemos las tres principales religiones monoteístas. Los judíos acudían al templo de Jerusalén. En el islam se les impone a todos sus fieles la obligación de peregrinar a La Meca al menos una vez en la vida, siempre que sus medios se lo permitan, y en el cristianismo, las tres ciudades santas son Jerusalén, Roma y Santiago de Compostela.
El templo de Jerusalén era el único lugar de culto para los judíos hasta su destrucción en el año 70. Allí oraban y celebraban también los sacrificios rituales y las tres fiestas de peregrinación. La festividad del Sucot, llamada también fiesta de las Cabañas o de los Tabernáculos, conmemoraba las penalidades sufridas por su pueblo durante el éxodo en busca de la Tierra Prometida. La Pésaj o fiesta de la Primavera, que duraba siete días y en el transcurso de los cuales solo se podía comer pan ácimo, recuerda que, por la precipitada salida de Egipto, los judíos no tuvieron tiempo para dejar fermentar el pan. Por su parte, la fiesta del Shavuot conmemoraba la entrega de la Torá de Dios a Moisés en el monte Sinaí. Estas celebraciones se llevan a cabo en la actualidad en las sinagogas. Muchos judíos acuden también a orar al Muro de las Lamentaciones, que se cree que es el último vestigio del templo de Jerusalén.
Uno de los llamados siete pilares del islam, obliga a los musulmanes, siempre que sus posibilidades se lo permitan, a peregrinar al menos una vez en la vida a La Meca, la ciudad natal de Mahoma. Todos los años, en el duodécimo mes del calendario musulmán, se celebra la Hajj o peregrinación mayor, aunque hay otras menores a lo largo del año. Después de cumplir los ritos de la peregrinación, suelen visitar la ciudad de Medina, donde están enterrados Mahoma y otros fundadores de esta religión.
La romería cristiana a Jerusalén o a Tierra Santa consiste en recorrer los lugares en los que se produjeron los hechos más relevantes de la vida de Jesucristo, desde su nacimiento hasta su pasión y muerte. Egeria, entre los años 381 y 384, parece que realizó su viaje a Tierra Santa desde Galicia, recogió su experiencia en un diario y fue la primera peregrinación conocida desde el extremo occidental hasta los lugares santos en los que estuvo Jesús.
En Roma se encuentra la sede apostólica de la Iglesia católica y allí acuden peregrinaciones cristianas de todo el mundo. Cada 25 años se celebra el llamado jubileo romano, que tiene por objeto ganar la indulgencia plenaria.
Santiago, a su vez, recibe peregrinaciones desde el siglo IX, siendo especialmente concurridas en los años jubilares, celebrados desde el siglo XV.
Según el Códice Calixtino, en el sermón Veneranda dies, la peregrinación cristiana comienza con Adán, que por haber traspasado el precepto de Dios, tiene que salir del paraíso y es lanzado como al destierro de este mundo, y por la sangre de Cristo y su gracia es salvado. Del mismo modo, el peregrino, alejándose de su domicilio, es enviado a la peregrinación por un sacerdote, en pena de sus pecados, como a un destierro, y por la gracia de Cristo, si se confiesa bien y termina su vida abrazando la penitencia, se salva”. Se remonta así el origen de la peregrinación a la propia creación del hombre por Dios. También considera el Calixtinus que «el Patriarca Abraham fue peregrino pues de su patria marchó a otro país, por haberle dicho el Señor: “Sal de tu tierra y de la de tus parientes y ven a la tierra que te mostraré” […]. Del mismo modo el peregrino, si se aleja de su tierra, es decir, de los negocios terrenos y de sus malos hábitos, y si sale de entre su parentela, esto es, del ámbito que llena la noticia de sus pecados, y si persevera en las obras buenas, sin duda alguna, el Señor hará que aumente el número de las innumerables naciones angélicas en la bienaventurada gloria.»
Moisés también dirigió al pueblo de Israel en peregrinación a la Tierra Prometida y Dios le mostró las Tablas de la Ley, en cuyo decálogo se contienen los mandamientos que son el camino para alcanzar la salvación.
El propio Jesucristo aparece como peregrino en Emaús junto a dos de sus discípulos, después de haber resucitado, pero antes de su Ascensión a los Cielos: “Aquel mismo día iban dos de ellos a un pueblo llamado Emaús, que distaba sesenta estadios de Jerusalén, y conversaban entre sí sobre lo que había pasado. Y sucedió que, mientras ellos conversaban, el mismo Jesús se acercó y siguió con ellos [...]. Ellos, por su parte, contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido en la fracción del Pan” (Lucas, 24, 13-35). En la galería norte del claustro del monasterio de Santo Domingo de Silos, está representada la escena y Cristo porta la escarcela adornada con una concha de vieira.
Asimismo, podemos considerar peregrino a Santiago que, según la tradición, vino a tierras de Hispania para cumplir con el encargo que Jesús les había hecho a los apóstoles antes de su Ascensión a los Cielos: “Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura” (Marcos, 16, 15), o al que fue trasladado después de muerto por sus discípulos Teodoro y Atanasio desde Jaffa hasta Galicia para recibir sepultura en el lugar donde había predicado.
Antes de despedirse de sus discípulos para ocupar su lugar al lado del Padre, Jesús les dijo: “Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines de la tierra.” (Hechos de los Apóstoles, 1, 8), aunque no especifica el lugar al que irá cada uno de ellos.
Cuenta la tradición, y luego se recoge por primera vez por escrito en el Breviarium Apostolorum (s. VI), que a Santiago le tocó venir a Hispania; así lo afirma también algo más tarde Isidoro de Sevilla (560-636), en su obra De ortu e obitu sactorum patrum. Según una leyenda, cuando Santiago se encontraba atribulado a orillas del Ebro porque la semilla de su peregrinación no acababa de dar su fruto, se le apareció la Virgen María en carne mortal sobre una columna y le mandó levantar allí la primera iglesia mariana de la cristiandad. Como consecuencia de este periplo y la posterior conversión de su sepulcro en gran centro de peregrinación, Santiago comenzó a ser representado él mismo como peregrino jacobeo, protector de los Caminos a Compostela.
Las peregrinaciones a Santiago comenzarán en el mismo siglo del descubrimiento del sepulcro, el IX, en el que peregrinan ya monarcas asturianos. En el X hay referencias de peregrinos ultrapirenaicos.
Entre los siglos XI y XII, Compostela se convierte en uno de los tres centros de peregrinación principales de la cristiandad, con Roma y Jerusalén.
La firmeza en la defensa de las tierras del norte peninsular cristiano frente a los ataques musulmanes -atribuida en muchos casos a la intercesión del Apóstol-, la construcción de la basílica románica -que albergará de manera definitiva y con la grandeza que merecían los restos mortales del apóstol Santiago- y la superación de los temores de que se acabase el mundo en el emblemático año 1000, contribuyeron de modo decisivo al aumento de peregrinaciones a Compostela, desde los reinos hispanos y Europa.
En el Códice Calixtino, Santiago se le aparece a Carlomagno y le dice que “así como el Señor te hizo el más poderoso de los reyes de la tierra, igualmente te ha elegido entre todos para preparar mi camino y liberar mi tierra de manos de los musulmanes”; además, le pronostica que después de esto “irán allí peregrinando todos los pueblos, de mar a mar, pidiendo el perdón de sus pecados y pregonando las alabanzas del Señor [...], desde tus tiempos hasta el fin de la presente edad”.
En el famoso sermón Veneranda dies, recogido en el capítulo XVII del libro I del Códice Calixtino, se asegura que a los pies del sepulcro de Santiago:
Portugal también invocó a Santiago como protector de su ejército en la lucha contra los sarracenos. Fernando I (1010-1065) fue como peregrino a Compostela antes de afrontar la batalla para la liberación de Coimbra por parte de las huestes cristianas encabezadas por el propio monarca entre los días 7 y 9 de julio de 1064. La intercesión del apóstol Santiago es recogida por la Historia Silense, escrita probablemente en el monasterio de Santo Domingo de Silos por el obispo Pedro de León, entre 1109 y 1118.
Por otra parte, el autoproclamado rey de Portugal Afonso Henriques (1139-1185) recibió la ayuda del Apóstol el 25 de julio de 1139, día de su festividad, en la decisiva batalla de Ourique contra los sarracenos, después de haber peregrinado a Santiago de Compostela. Su hijo Sancho I (1185-1212) mandó levantar una iglesia en su honor y bajo su advocación en Coimbra, en agradecimiento por su intercesión a favor del ejército cristiano encabezado por su padre. Estas iniciativas reales estimularían para siempre las peregrinaciones lusas a Compostela.
En tanto, en Santiago, en el pontificado de Diego Gelmírez (1120-1140), primer arzobispo de Santiago, se acabaron las obras de la nueva basílica y se desarrolló una intensa actividad al servicio de la promoción del culto jacobeo y de las peregrinaciones a Compostela para conseguir que, a través del camino de peregrinación, el locus sancti Iacobi, se convirtiera en una ciudad santa abierta a todos los pueblos de Occidente, centro espiritual de relevancia universal y un modelo a imitar por toda la cristiandad. La llegada de peregrinaciones desde toda Europa favoreció los intercambios económicos y culturales y la expansión, entre los siglos XI y XIII, a lo largo de todas las rutas jacobeas, del románico, un movimiento artístico que, aunque en cada país tenía sus características propias, sí contaba con la suficiente unidad como para ser considerado una forma de expresión artística común a toda Europa. Desde entonces, los Caminos de Santiago fueron considerados como modelo de europeísmo y universalidad.
Las romerías a ciudades santas eran frecuentes en esta época en que mucha gente viajaba a estos lugares para sentirse cerca de los santos, a los que por su proximidad a Dios, se les atribuían poderes milagrosos y taumatúrgicos. Como señala el sermón Veneranda dies, en el Códice Calixtino, “la sagrada virtud del apóstol, trasladada desde la región de Jerusalén, brilla en Galicia con los milagros divinos, pues junto a su basílica con frecuencia hace Dios milagros por su mediación. Vienen los enfermos y son curados, los ciegos ven la luz, los tullidos se levantan, los mudos hablan, los endemoniados se libran de la posesión del diablo, los tristes son consolados y, lo que es aún mayor portento, son oídas las oraciones de los fieles, y desde allí se dejan las cargas pesadas de los delitos y se rompen las cadenas de los pecados”.
El mismo Calixtino dedica el capítulo VIII de su libro V a los cuerpos de los santos que descansan en el Camino de Santiago y que deben ser motivo de peregrinación, y cita, entre otros, los cuerpos de San Trófimo, San Ginés y San Gil, en Arles; Santa Fe, en Conques; María Magdalena, en Vézelay; San Leonardo en Limoges; San Frontón en Périgueux; San Martín en Tours; San Hilario, en Poitiers; la cabeza de San Juan Bautista, en Angély; San Eutropio, en Saintes; San Severino, en Bordeaux y en España, Santo Domingo de la Calzada y San Isidoro de León.
Siendo arzobispo de Santiago de Compostela Lope de Mendoza (1400-1445), se instituyó la celebración periódica de los años jubilares a partir de 1434, quizá el primer año santo compostelano de la historia, cada vez que la festividad de Santiago, el día 25 de julio, coincidiese en domingo. La frecuencia de los años santos compostelanos, cada 5, 6, 6 y 11 años, es mayor que la del jubileo romano. Los peregrinos que se acercaran a venerar la tumba del apóstol Santiago podían beneficiarse de la indulgencia plenaria cualquier día del año jubilar y se obtenía también en los demás años el día 25 de julio. El apoyo dado por la Iglesia en esta época a la peregrinación a la Santa Cruz de Oviedo no perjudicó a la de Santiago, sino que la complementó. Algunos peregrinos venidos por el Camino Francés se desviaban hasta Oviedo para visitar la basílica de San Salvador y continuaban desde allí su camino a Compostela, haciendo caso al dicho de que “quien va a Santiago y no ve al Salvador visita al siervo y no al Señor”.
En torno a la peregrinación a Santiago se fue tejiendo una red hospitalaria que proporcionaba albergue, manutención, seguridad y asistencia médica y espiritual a los devotos. Los monasterios benedictinos jugaron un papel imprescindible en este campo, ya que en el capítulo LVIII de la Regla de San Benito, dedicado a La recepción de los huéspedes, se dice: «Recíbanse a todos los huéspedes que llegan como a Cristo, pues Él mismo ha de decir: “Huésped fui y me recibieron”.»
Pero esta labor fue realizada también por la monarquía, véase como ejemplo las atenciones proporcionadas en Portugal por la Reina Santa a los que realizaban la peregrinación que ella misma llevó a cabo o la fundación en Santiago de Compostela del Hospital Real por parte de los Reyes Católicos. Igualmente, los caballeros de la Orden del Temple o de San Juan de Jerusalén tenían encomendado velar por la seguridad de los peregrinos y asistirlos en sus necesidades. Asimismo, la Iglesia, a través de los cabildos catedralicios y de las parroquias, les prestaba asistencia espiritual y material.
En los años finales del siglo XVI, los ataques de los ingleses a las costas gallegas y el temor de que el deseo confesado por Felipe II (1556-1598) de llevarse los restos del Apóstol al monasterio del Escorial se hiciese realidad aconsejaría al arzobispo Juan de Sanclemente esconder los despojos de Santiago y sus discípulos Teodoro y Atanasio bajo el altar mayor de la catedral. El miedo a que pudieran ser hallados hizo que estas actuaciones se realizaran con el mayor de los secretos y el prelado habría muerto sin revelar el lugar exacto donde fueron escondidos.
Tras permanecer casi trescientos años ocultos, el cardenal Miguel Payá y Rico (1875-1886) encargó, en 1878, al canónigo Antonio López Ferreiro realizar las excavaciones necesarias para recuperar los restos mortales de Santiago y sus discípulos. Se localizó una urna funeraria en la que se hallaban los huesos de tres personas. Los análisis confirmaron que databan de los siglos I-II y correspondían tres razones.
Por una bula de 1884, el papa León XIII confirma los restos y anima de nuevo a realizar la peregrinación compostelana, en fase casi de desaparecer desde finales del siglo XVIII.
Tras la confirmación de León XIII, la Iglesia llama nuevamente a peregrinar a Compostela con creciente éxito, pero será en el último cuarto del siglo XX cuando la Peregrinación a Santiago recobre un vigor no siempre fácil de explicar. Tuvo una gran repercusión el viaje del papa Juan Pablo II como peregrino en 1982 y su mensaje, en el que reconocía que “la peregrinación a Santiago fue uno de los fuertes elementos que favorecieron la comprensión mutua de pueblos europeos tan diferentes como los latinos, los germanos, celtas, anglosajones y eslavos. La peregrinación acercaba, relacionaba y unía entre sí a aquellas gentes que, siglo tras siglo, convencidas por la predicación de los testigos de Cristo, abrazaban el Evangelio y contemporáneamente, se puede afirmar, surgían como pueblos y naciones”.
Los motivos para la peregrinación a Santiago a Santiago apenas han cambiado: por devoción, por enfermedad, a veces por encargo y por penas, por un voto, etc. Sí ha variado la forma de llegar: a pie, en barco y a caballo, pero también en los medios de transporte surgidos en el siglo XX.
Aunque en los dominios de la Península Ibérica el santuario de peregrinación principal es, sin duda, la catedral de Santiago de Compostela, en la propia Galicia existen también dos centros muy importantes que están relacionados con el apóstol Santiago el Mayor. Uno es el de Santo André de Teixido, que fue llamado por Cristo junto a Santiago, Pedro y Juan en Genesaret para hacerlos “pescadores de hombres”, y el otro el de A Virxe da Barca, en Muxía, donde dice la leyenda que la Madre de Dios se le apareció a Santiago.
Según la tradición, San Andrés llegó en barco a los acantilados de Teixido pero no pudo alcanzar la costa porque volcó su embarcación; como testigo de este acontecimiento quedó la llamada peña de la Barca de San Andrés. Cuenta una leyenda que San Andrés, celoso porque su santuario no era tan visitado como el de Santiago, se dirigió a Cristo y el Maestro le prometió que todo el mundo tendría que ir, en vida o después de muerto, de donde viene el dicho que afirma que a Santo André de Teixido vai de morto o que non foi de vivo. Las piedras dejadas por los peregrinos en los milladoiros serían testigos de la visita al templo, según la cristianización de un viejo rito celta, aunque, en ocasiones, las piedras llevadas por los peregrinos fueron empleadas para levantar estos templos. Según la tradición, también los peregrinos del Camino Francés cogían una piedra de la cantera de Cotelos, en Triacastela, y la llevaban en su zurrón hasta los hornos de Castañeda, en Arzúa, que suministraban la cal que luego serviría para la construcción de las obras que se realizaban en la catedral de Santiago de Compostela.
Por otra parte, cuenta también una leyenda que, cuando Santiago predicaba por tierras de Muxía y Fisterra, se le apareció la Virgen, que venía por el mar en una barca de piedra gobernada por los ángeles. Como testigos de estos hechos legendarios están la piedra de Abalar, que representa la barca en la que llegó la Virgen para animar a Santiago, y la de Os Cadrís, que simboliza la vela. Según Vicente Risco, la leyenda dice que debajo de la piedra de Os Cadrís se encontró una imagen de la Virgen que fue llevada a la iglesia parroquial, pero que volvió milagrosamente al lugar donde había aparecido, por lo que se levantó allí el santuario de A Virxe da Barca, al que acuden hoy multitud de romeros. Según Vicente Risco, esta pedra abaladoira es convexa por arriba y cóncava por abajo; dicen que al ponerse el sol, si se mira debajo de la piedra, se ve la imagen de un Santo Cristo y otra del apóstol Santiago, con esclavina y bordón, y con un cáliz en la mano.
Otros grandes centros de peregrinación en España son San Salvador de Oviedo, en cuya Cámara Santa se encuentran, entre otras reliquias, el Santo Sudario y las cruces de la Victoria y de los Ángeles -desde allí peregrinó a Compostela Alfonso II el Casto y lo hacen también muchos peregrinos-, o la basílica de la Vera Cruz de Caravaca (Murcia), que guarda un fragmento del lignum crucis.
La basílica del Pilar de Zaragoza es también un importante templo de peregrinación. Guarda la sagrada columna que le entregó la Virgen María a Santiago cuando se le apareció a orillas del Ebro para animarlo en su predicación por tierras hispanas y que está considerado como el primer centro mariano de la cristiandad.
Otros santuarios marianos importantes en la Península Ibérica a los que se acude en peregrinación son los de Covadonga, Montserrat, el Rocío y Fátima. [JS]